RADIOGRAFÍA DE
JULIO CORTÁZAR
por Víctor Montoya
Abrigo la
esperanza de que alguien pueda compartir conmigo la enorme impresión
que causa esta fotografía encontrada en la vidriera de un hospital,
donde algún admirador -o admiradora- de Julio Cortázar, luego de
recortarla de una revista, la pegó cuidadosamente por las cuatro
esquinas. Cuando la miré de cerca, absorto por la iluminación frontal
que lo destaca tan vivamente, no resistí a la tentación de llevármela
conmigo, dispuesto a describirla para quienes no la conocían. Empero,
debo reconocer que no fue tarea fácil, sino un desafío contra la
subjetividad que me acechaba a cada instante, pues pasé varias horas
queriendo describirla, sin conseguirlo, y sólo quienes hayan pasado
noches en vela, con una idea insistente que revolotea en la cabeza,
comprenderán la desesperación que supone intentar atrapar las palabras
exactas para describir una fotografía que de por sí es una poesía
hecha de luz y de sombra.
Querido Julio, en
esta fotografía, más que en ninguna otra, nos miras desde el fondo de
tus ojos tiernos, mientras tu rostro, marcado por una profunda
expresión de melancolía, nos inspira un súbito respeto y admiración
por lo que fuiste en la sencillez y el silencio, circunstancias en las
que aprendiste a comunicarte más con los gestos que con palabras, como
todo gran escritor que manifiesta sus pensamientos y sentimientos a
través de la palabra escrita, de esos pequeños grafemas que tú, desde
niño, escribías con el dedo en el aire, como si se trataran de signos
mágicos que nacían de tu imaginación o a partir de un palíndromo,
donde la palabra Roma se leía amoR al invertirla.
Al contemplar
intensamente esta fotografía, en la cual apareces con la melena y
barba leoninas, crecidas con tanta rebeldía como las llamas de tu
alma, te imagino en tu escritorio cual gigante perdido en el País de
las Maravillas, escuchando las improvisaciones del jazz, leyendo los
libros de tu preferencia o, simplemente, acariciando el lomo de tu
gata Flanelle, cuyo ronroneo era la única música que rompía la
monotonía del silencio.
Apenas miro tu
jersey de mangas largas y cuello alto, te imagino en invierno,
deslizándote por las calles mojadas de una ciudad grisácea, envuelto
en una gran bufanda, y en verano, tendido a la sombra de un árbol, los
ojos clavados en el vacío y meditando en la dimensión de tu obra,
donde la fantasía y la realidad se funden como las dos caras de una
misma medalla. A ratos, me parece oírte hablar con voseo argentino y
erre afrancesada sobre Fidel y la revolución cubana, país donde
redescubriste la alegría, la solidaridad, la espontaneidad y los temas
latinoamericanos, tras haber pasado media vida en París, en esa ciudad
que amabas y odiabas al mismo tiempo.
Cuando leí una de
las cartas que le enviaste a Fernández Retamar -Director de Casa de
las Américas (nuestra casa)-, me quedé sin aliento y con el corazón
partido, ya que no me convencía cómo un cronopio de tu talla podía
sentirse solo y extranjero en el barrio 15 de París, recluido en una
casita alta y angosta como tu imagen. Mas recién ahora, al releer El
perseguidor (ese excelente relato que te inspiró Charlie Parker, el
famoso Bird, el jazzman que alucinaba con la droga y el alcohol, y
hacía alucinar con el saxofón a los amantes de su música), puedo
comprender el porqué de tu soledad y tu amor desmedido por la
humanidad y sus asuntos, que la vida de Charlie Parker te enseñó a
mirar por dentro, desde el fondo mismo del ser, y lejos de la
superficialidad que nos corroe cada día. Asimismo, debo decirte que tu
sensibilidad -o hipersensibilidad- de hombre de letras te llevó a
tomar partido por la justicia social y la defensa de los procesos
socio-políticos que expresaban el sentir popular; la prueba está en el
compromiso que asumiste con la revolución cubana, con los
acontecimientos de mayo del 68 en París o con la revolución
sandinista, que tan bien la retrataste en tu Nicaragua tan
violentamente dulce. Sin lugar a dudas, tu obra literaria se fundió
con las luchas de emancipación desde cuando comprendiste que el
socialismo democrático era la única alternativa histórica capaz de
abolir la explotación del hombre por el hombre. Pero ahora que ya no
estás entre nosotros, porque la muerte te privó de ver los bruscos
virajes que se produjeron en el mundo, desde la caída del muro de
Berlín hasta el trágico resurgimiento de los nacionalismos, sólo me
cabe imaginar que tú no darías un solo paso atrás, convencido de que
la humanidad no volverá la rueda de la historia y resistirá los
embates del imperialismo como lo está haciendo Cuba, esa pequeña isla
y esa gran causa que tanto amaste en vida.
Así, pues, querido
Julio, ante esta hermosa fotografía que te retrata el alma de niño
grande y bueno, constato una vez más que fuiste un cronopio de verdad,
un ser magnífico cuyo espíritu era portador de los mejores valores
humanos, un hombre en el cual se podía depositar toda la confianza del
mundo como en una cajita que guarda los secretos más íntimos bajo
siete llaves; es más, al mirar tus grandes manos pecosas, puedo
también constatar que tus brazos de boxeador están aún dispuestos a
batirse con los adversarios de los desposeídos en El último round, en
ese round en el que te acompañaremos los hinchas de tu obra, que es
tan grande como fue tu vida.