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EN EL PAIS DE
FANFARRIA
Por Sergio Badilla
Castillo
Vivimos en un país de fanfarria y simulacros, donde la gente
se mira largamente en el espejo para saber que existe. En este espacio
desdoblado el brillo que arroja el cristal, en su mutismo, nos hace
diáfanos y podemos confirmar, después de esa mirada
estúpida y queda, que continuamos siendo aves pintarrajeadas,
arrancadas del Paraíso.
Pienso en mi hermano Luis, en este momento, en la sucesión
de sus días opacos, que proceden de una decisión de
abandono, meditada y perpetua; en su casa donde no hay espejos, ni
altares, porque nunca ha pretendido, y nunca lo hará, ser pájaro
del olimpo.
Por qué escribo sobre él, tal vez porque nadie lo ha
hecho hasta el momento, porque Luis, en su chaflán vacío
donde está anclada, muda, la zozobra, no espera nada en esa
esquina taciturna de Playa Ancha. Allí no hay desgarro de clarines,
ni tampoco correrá ansioso como besamanos tras la marcha triunfal
de un poderoso.
Luis no ha tenido galardones, ni homenajes, no ha recorrido el mundo,
sólo algunos escasos kilómetros distantes de su domicilio
y de su gato. Somos pocos los que sabemos que escribe, que sus poemas
son parte de un infinito tímido que cabe en la estrechez de
un cuarto miserable. El continúa, en tanto, silencioso en el
bar que sacia su sed y su tristeza. Él sigue apagado en el
barrio de El Puerto que lo despoja de la vida.
PERSECUCIÓN
Luis Badilla Castillo ( Valparaíso. 16 marzo 1946)
Los hechiceros me persiguen en la madrugada,
entonando sus maldiciones
con sus mastines y navajas de huesos.
El más corpulento tiene una espada de vértebras
de lagarto
el más pequeño lleva un diente de narval
disimulado en un morral de cuero.
Las piruetas que hago en esta majadera huida
no me sirven de nada
tampoco las medallas, ni mis amuletos
Suspiro entonces no se si de cansancio o de miedo
mientras me escurro como un insecto entre las escaleras
de este sucio puerto.
Aquí bajo el farol de mi casa
un adefesio gordo toca un corno a reventar sus pulmones
para marcar con meados donde me encierro
Se me enfría la sangre y se paraliza el esqueleto
Los hechiceros no cejan
conocen mi tranco y la torpeza de mis movimientos
No valen ni los zapateos ni los fandangos
en esta estúpida escapada
Aquí estoy pues señores, dispuesto a todo
Será que he nacido para que me acosen los perros.