sobre
un poema anónimo de incierta data
LA
GUERRA (POESÍA DE CHILE) ENVEJECIDA
por
andrés ajens
Helo aquí:
un texto entrañablemente extraño: sin nombre, sin título
y a la vez sin nombre de autor, y por demás sin preciso término:
la trama se interrumpe de improviso, quedando su eventual descenlace pendiente
o en suspenso. Obra sin pies ni cabeza, sin comienzo ni fin, poema épico
en doce cantos, endecasílabos constantes y sonantes, escrito presumiblemente
a comienzos del
siglo XVII, presumiblemente en lo que fuera el reyno y/o gobernación de
Chile. José Toribio Medina, quien lo hiciera transcribir a mediados del
siglo XIX en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde aún se guarda el original
o, más bien, un borrador no muy católico de un borrador más
originario, lo publicó en la Imprenta Ercilla de Santiago de Chile en 1888,
con el nombre (de fantasía: del latín phantasia, tanto 'fantasía'
como 'fantasma' o 'aparición'...): LAS GUERRAS DE CHILE. Medina
se lo atribuyera también fantásticamente al Sargento Mayor don Juan
de Mendoza Monteagudo. Y he aquí, otra vez, que la encomiable edición
crítica de Mario Ferreccio y Raïssa Kordic, publicada ha poco por
la Biblioteca Antigua Chilena (Santiago, 1996), si bien admite la indiscernibilidad
de la autoría - "Anónimo" reza - persiste en la fantasmatización
del nombre del poema. Esta vez el plural pasa a singular, tornando acaso más
peligrosamente equívoca la cosa: LA GUERRA DE CHILE. Pero tal vez
estemos siendo excesivamente severos con los editores responsables del "aparato
crítico" y de "la aplicación del laborioso procesamiento
textológico al poema"; pues, ¿qué sería una publicación
sin nombre? ¿Innominable, propiamente inapelable, in-vocable, sería
de veras tal? Por nuestra parte, si de nombrar a toda costa la cosa se tratase
(cosa que no hace al caso), acogeríamos sin más trámite el
encabezamiento del primer verso, criterio latamente consagrado en aquello que
aún se da en llamar "tradición poética": LA
GUERRA ENVEJICIDA.
La
guerra envejicida y larga canto,
tan grave, tan prolija y tan pesada,
que
a un reino poderoso y rico tanto
le tiene la cerviz ya quebrantada...
¿De
qué guerra (se) habla? Aparentemente pues de la de Chile, o de Arauco
(el nombre "Arauco" viene en la primera octava, mientras que "Chile"
sólo en la quinta), guerra que según el susodicho anónimo
(¿o anónima?) duraba ya al menos sesenta años y, a la data,
aún se mantendría sin término. Si la obra hubiese sido escrita
alrededor de 1610 - como diversos indicios hacen suponer a los editores - la dicha
guerra se habría originado por ahí por 1553, con la muerte de Pedro
de Valdivia y la posterior ofensiva mapuche, teniendo como su más reciente
momento crítico el "desastre" o "sopresa" de Curalaba
(1598), la muerte del Gobernador Loyola por las tropas del lonko Pelantaro y el
envío de refuerzos españoles desde el Perú al concluir el
siglo (coyuntura por demás privilegiada en el poema). Aparentemente, decimos,
pues simplemente la cosa es menos simple. A ratos, hipertrópica mediante
- o arte - la guerra de marras es, a tuerto o a razón, la de Ilión,
o Troya. El "referente" de (la) guerra es (la de) Troya: Troya
sería el nombre de la guerra, la guerra par excellence, y
el resto (en guerra) no sería sino copia copiosa, repetición más
o menos lograda, pero no el originario originante polemos entre griegos
y troyanos. Aquí, entreversado: "Aquesta plaza puesta en esta parte
/ adonde el ser de Chile todo apoya / es un anfiteatro donde Marte / al vivo
representa lo de Troya: / aquí se ve por puntos lo del arte
/ y aquí los altos hórridos de Troya: / las escenas aquí
representadas / estrago son, horror y cuchilladas" (octava 618, con variante
en la sexta: "y aquí los espeja en los de Troya"), "[a]
aqueste Ilión pequeño te viniste" (oct. 788; subrayo),
etc. Rareza o no, del poema: en más de un pasaje los conquistadores españoles
son troyanos atrincherados en su fortaleza, destinados a la derrota, y los "indios
invencidos", aqueos asediantes (excepción fragante, el vigilante
Ulises/Nadie, quien entra y sale a ratos como Pedro por su casa; cf. oct. 592).
Tal la última octava, en la que un lonko no identificado, de la isla de
Chiloé, respondiéndole al capitán de la flota flamenca que
por esos años incursionara en las costas del Pacífico sur (viniendo
de la colonia holandesa de Olinda, en el nordeste de Brasil, tal nuevo viejo Ulises
en el país de los feacios), le refiere al güesped cómo
los conquistadores españoles se hallan amurallados, y por demás
desprevenidos (y como a Paris en Troya, los moteja de afeminados):
Seguros,
sin mirar en esta estancia,
qué cerca está el peligro del olvido,
por
muros tienen sólo su arrogancia,
gobiérnalos el padre del olvido
[...]
la blanda paz sus armas afemina [var.: las armas se las tiene afeminadas]
y
el tiempo con su orín se las orina. [var.: el tiempo con su orín
embarnizadas] [v. 908]
Hasta
ahí llega el discurso, a todas luces inconcluso, del lonko chilote, y hasta
ahí [nos] llega también el poema (Ferreccio, quien supone que el
proyecto original duplicaba la extensión de lo que nos ha llegado,
atribuye tal término sin término al desistimiento del autor:
La propia conclusión es también el testimonio del desistimiento
del proyecto épico del poema: a la verdad él no concluye, se interrumpe,
y en medio de un episodio incidental que ni él mismo queda concluido: la
fantasiosa y extensa conferencia de holandeses e indígenas; la composición
queda trunca en medio del parlamento del indio. Tal desistencia, sugiere
el editor, estaría ligado a la frustración del autor ante la negligencia
bélica de los conquistadores. Tal vez. No por nada el anónimo se
habrá lamentado del curso que tomaban los acontecimientos, al punto de
alabar las virtudes didácticas de la necrolectura:
[S]e
miran las reliquias funerales
de tanto amigo muerto y compañero: [...]
que no hay libro más claro ni más cierto
para enseñar
al vivo, qu'es el muerto [444]).
Ahora
bien, allende y/o aquende Chile/Arauco y su prístino modelo occidental
Troya/Ilión en el espejo, la guerra, la pura guerra original y originante,
la guerra de veras guerrabunda que el poema anónimo y por ahora
innombrable mienta - y que menos denuncia que, canto a canto, acota, desmonta
y tramando deshilacha -, esto es, la guerra propiamente tal, la propia,
si tal hubiera, esa sería, siguiendo el poema sin nombre: la guera del
nombre, la del propio nombre (y de todas las propiedades y apropiaciones
de rigor) y/o del renombre. ¿Del (re)nombre propio? Del nombre = la cosa.
Marte/Belo, aquí, su otro nombre:
¡Mal
hayas otra vez, mal hayas, hombre,
mal hayas otras ciento, Marte isano,
y
mal haya también contigo el nombre,
el nombre que te da el aplauso humano,
pues,
por lo que adquiriste el gran renombre
eras digno, iniquísimo tirano,
de
no te[n]ello nunca entre la gente
que así sigue su bélico acidente
[...] [631].