A.
RIMBAUD: CARTA A LOS AMIGOS Y OTRAS CARTAS
traslapes
de andrés ajens
I
Génova,
domingo 17 de noviembre del [18]78.
Chers amis,
Al llegar esta
mañana a Génova recibo sus cartas. Un pasaje a Egipto vale un ojo
de la cara y no hay caso de conseguirlo más barato. Parto el lunes 19,
a las nueve de la noche. El barco llega a fin de mes.
Sobre cómo
llegué hasta aquí, les cuento que fue bien accidentado y de tanto
en tanto me vi refrescado por clima de la estación. En línea recta
de las Ardenas a Suiza, al intentar pasar a buscar, desde Remiremont, la correspondencia
alemana en Wesserling(1) , tuve que atravesar
los Vosgos; primero en diligencia y luego a pie, porque ninguna diligencia podía
ya circular con cincuenta centímetros de nieve y una tormenta ad portas.
Pero la verdadera hazaña prevista era el paso del monte Gotardo, que a
estas alturas del año ya no se hace en carruaje.
En Altdorf, en la
punta meridional del lago de los Cuatro Cantones, que se bordea en un barco a
vapor, comienza la ruta del Gotardo. En Amsteg, a unos quince kilómetros
de Altdorf, el camino empieza a encaramarse y a dar vueltas al modo alpino. Desaparecen
los valles; lo único que hacemos es dominar los precipicios, por encima
de los bordes decamétricos del camino. Antes de llegar a Andermatt, se
pasa por un lugar especialmente repelente, llamado el Puente del Diablo -menos
hermoso, sin embargo, que la Via Mala del Splügen, de la cual ustedes tienen
una reproducción en casa. En Göschenen, un villorrio transformado
en pueblo por la afluencia de obreros, se ve al fondo de la quebrada la apertura
del famoso tunel, y los talleres y las cantinas de la empresa. Por lo demás,
todo este lugar, de aspecto tan feroz, está muy trabajado y es muy trabajador.
Si no se ven trilladoras a vapor en la quebrada, por todas partes se oye el ruido
de la sierra y de la picota sobre la altura invisible. Huelga decir que la industria
del lugar se deja sobre todo ver en pedazos de madera. Hay muchas excavaciones
mineras. Los posaderos ofrecen formas minerales más o menos curiosas, que
el diablo, según dicen, viene a comprar a la cima de las colinas y después
las revende en la ciudad.
Luego, en Hospital me parece, comienza la verdadera
subida: al principio, apenas una escalada, por atajos, luego unas planicies o
simplemente el camino de carros. Entenderán que no siempre se puede seguir
este último, que sólo asciende en zig-zag o por desniveles muy suaves,
porque tomaría un tiempo infinito, teniendo en cuenta que hay cuatro mil
900 metros de ascenso por cada cara, y aun un poco menos, vista la altura en torno.
Tampoco se asciende a la bruta; se siguen subidas regulares o ya abiertas.
La gente que no está familiarizada con el espectáculo de las montañas
aprende además que una montaña puede tener diversos picachos, pero
que un picacho no es la montaña. La cima del Gotardo tiene, pues, una extensión
de varios kilómetros.
La ruta, de apenas seis metros de ancho, tiene
todo el lado derecho tapado por un desprendimiento de nieve de alrededor de dos
metros de alto que, a cada instante, arroja sobre el camino una franja de un metro
por la cual hay que ir abriéndose paso en medio de una insoportable tormenta
de granizo. Voici! Ni una sombra arriba, debajo ni alrededor, aunque estemos
rodeados de objetos enormes; ni camino, ni precipio, ni quebradas ni cielo: nada
salvo blanco para soñar, para tocar, para ver o no ver, porque es imposible
levantar la vista con el enredo blanco que uno cree es el medio del sendero. Imposible
levantar la nariz con un viento tan cargante, las pestañas y los bigotes
llenos de estalactitas, la oreja desgarrada, la garganta hinchada; sin la sombra
que cada cual es, y sin los postes del telégrafo que siguen la supuesta
ruta, uno estaría tan confundido como un chincol en un horno.(2)
Aquí hay que abrirse paso entremedio de un metro de nieve durante
poco más de un kilómetro. Desde hace rato ya ni se ven las rodillas.
Es acalorante. Urgidos, porque en una media hora la tormenta puede sepultarnos
sin mayor esfuerzo, con gritos nos damos ánimo (nunca se sube completamente
solo sino en lotes). Al fin un punto de apoyo: el tazón de agua salada
cuesta un franco cincuenta. En marcha. Pero el viento se encaraja y el camino
se llena doblemente de nieve. Hay aquí un convoy de trineos y un caballo
en el suelo, casi cubierto por la nieve. Pero la ruta se pierde. ¿Por qué
lado de los postes es? (Sólo hay postes por un lado). Nos desviamos, nos
hundimos hasta las costillas, hasta los hombros... Una sombra pálida detrás
de una excavación: es el hospicio del Gotardo, establecimiento civil y
hospitalario, construcción feúcha eso sí de pino y piedras;
un mini campanario. Al tocar la campanilla, te recibe un joven turnio; subimos
a una pieza baja y mugrienta donde te invitan gratis pan y queso, sopa y una copa
de aguardiente. Se ven esos hermosos y grandes perros amarillos cuya historia
es bien conocida. Luego llegan, medio muertos, los rezagados de la montaña.
Al atardecer somos unos treinta, repartidos, después de la sopa, sobre
unos colchones duros y bajo unas mantas de menos. Durante la madrugada escuchamos
a los anfitriones exhalar en cánticos sagrados su placer de robar un día
más a los gobiernos que subvencionan su pocilga.
Por la mañana,
después del pan-queso-aguardiente(3),
fortificados por esta hospitalidad gratuita que se puede prolongar tanto como
la tempestad lo permita, partimos: esta mañana, con sol, la montaña
está maravillosa: sin viento, todo en bajada, por los atajos, con saltos,
con descensos kilométricos que te llevan a Airolo, al otro lado del túnel,
donde la ruta retoma su carácter alpino, circular y estrecho, pero en bajada.
Es la región del Tessin.
La ruta está nevada hasta más
de treinta kilómetros del Gotardo. A sólo treinta kilómetros,
en Giornico, el valle se enancha un poco. Algunos comienzos de viñas y
algunos manchones de pasto, abonados cuidadosmente con hojas y otros detritos
de pino que habrán servido antes de pajares. Por el camino desfilan cabras,
bueyes y vacas cenicientos, chanchos negros. En Bellinzona hay una importante
feria de estos animales. En Lugano, a veinte leguas del Gotardo, uno toma el tren
y va del agradable lago de Lugano al agradable lago de Como. Después, trayecto
conocido.
Je suis tout à vous, je vous remercie et dans une vingtaine
de jours vous aurez une lettre.
..............
................. Votre ami.
II
CARTA
AL DIRECTOR DE "LE BOSPHORE ÉGIPTIEN"(4)
El Cairo, (20) de agosto de 1887.
Monsieur,
De vuelta de
un viaje a Abisinia y a Harar, me permito enviarle las siguientes notas acerca
de la actual situación de esa región. Me parece que aportan ciertas
informaciones inéditas y, en lo que respecta a las opiniones vertidas,
ellas provienen de una experiencia de siete años de estadía en dichos
pagos.
Como se trata de un viaje circular entre Obock, la región
de Choá, Harar y Zeila, permítame explicarle que llegué a
Tadyurá a comienzos del año pasado con el propósito de formar
allí una caravana en dirección a Choá.
Mi caravana
se componía de varios miles de fusiles y de un encargo de diversos útiles
y provisiones para el rey Melenik de Choá. Estuvimos retenidos un año
entero en Tadyurá por los danakiles, quienes con todos los viajeros hacen
lo mismo: les permiten el acceso a sus rutas únicamente después
de haberlos exprimido al máximo. Otra caravana, cuyas mercaderías
habían sido desembarcadas en Tadyurá junto con las mías,
a duras penas logró ponerse en marcha al cabo de quince meses y los mil
Remington traídos por el finado Soleillet en esa misma fecha todavía
yacen, después de diecinueve meses, bajo el único grupo de palmeras
del pueblo.
A seis cortas jornadas de Tadyurá -lo que equivale a
cerca de sesenta kilómetros-, las caravanas bajan al lago salado por senderos
imposibles que recuerdan la imaginada desolación de los paisajes lunares.
Al parecer, actualmente se estaría formando allí una sociedad francesa
para explotar la sal.
La sal existe, claro, en extensiones inmensas y talvez
bastante profundas, aunque no se han hecho aún las prospecciones del caso.
Los análisis probablemente la declararían químicamente pura,
pese a que se encuentra depositada sin filtraciones al borde del lago. Pero es
harto dudoso que la venta cubra los gastos de apertura de una vía para
la instalación de un transporte entre la playa del lago y la del golfo
de Goubbet-Kerab, -siendo los gastos de personal y mano de obra excesivamente
altos, dado que todos los trabajadores tendrían que ser traídos
de otra parte, pues los beduinos dankalis no trabajan-, más los gastos
de mantención de una patrulla armada para protejer las operaciones.
En
lo que respecta a las ventas hay que observar que la importante salina de Cheikh-Othman,
instalada cerca de Adén por una sociedad italiana en condiciones muy ventajosas,
parece que todavía no encuentra una salida comercial para las montañas
de sal que tiene acumulada.
El Ministerio de la Marina otorgó esta
concesión a los solicitantes, antiguos comerciantes de la región
de Choá, a condición de conseguir el visto bueno de los jefes de
la costa y del interior interesados. El Gobierno [francés] además
se reservó un derecho de impuesto por tonelada y fijó una cuota
de explotación liberada para los nativos. Los jefes interesados son: el
sultán de Tadyurá, quien supuestamente es propietario de algunos
macizos rocosos en los alrededores del lago (tiene buena disposición para
vender sus derechos); el jefe de la tribu de los debné, quien ocupa nuestra
ruta, del lago a Herer(5) ; el sultán
Loita, que recibe del Gobierno francés un pago mensual de 150 táleros
por molestar lo menos posible a los viajeros; el sultán Hanfaré
de Ausa, quien puede conseguirse sal en otras partes, pero pretende tener derechos
sobre todos los territorios danakiles; y, por último, Melenik, a quien
la tribu debné y otras entregan varios miles de camellos cargados de sal
cada año, probablemente poco menos de mil toneladas. Melenik le reclamó
al Gobierno cuando se enteró de los movimientos de la sociedad y de la
entrega de la concesión. Pero la parte reservada de la concesión
alcanza de más para el tráfico de la tribu de los debné y
para cubrir las necesidades culinarias de la región de Choá, dado
que la sal en granos no se usa como moneda en Abisinia.
Nuestra
ruta es conocida como la ruta Gobat, por el nombre de su decimoquinta parada,
donde normalmente pastan los rebaños de los debné, nuestros aliados.
Esta ruta tiene aproximadamente 25 paradas, hasta Herer, a través de los
parajes más sórdidos de este rincón de Africa. Es muy peligrosa
dado que los debné, tribu pobrísima que hace los transportes, están
todo el tiempo en guerra: a la derecha con las tribus mudeitas y asa-imara y,
a la izquierda, con los isas somalíes.
En Herer, unos pastizales
situados a alrededor de 800 metros de altura, a aproximadamente sesenta kilómetros
de los faldeos de la meseta de los Itus Gallas, los danakiles y los isas apacentan
sus rebaños, normalmente en estado de neutralidad.
De Herer se llega
al río Hawach en ocho o nueve días. Melenik decidió establecer
un puesto armado en las planicies de Herer para proteger las caravanas; este puesto,
al parecer, está conectado con los puestos abisinios de los montes Itus.
El
representante del rey de Harar, el dedyazmache Mekunen, despachó de Harar
a Choá, vía Herer, los tres (millones) de cartuchos Remington y
otras municiones que los representantes ingleses habían dejado abandonadas
en manos del emir Abdulaí cuando se produjo la evacuación egipcia.
Toda
esta ruta fue estudiada por primera vez desde un punto de vista astronómico
por el señor Jules Borelli, en mayo de 1886, y ese trabajo fue geodésicamente
completado por la topografía que estableció en su reciente viaje
a Harar, en un sentido paralelo a los montes Itus.
Llegando al río
Hawach uno se asombra al pensar en los proyectos de canalización de ciertos
viajeros. ¡El pobre Soleillet había mandado construir en Nantes una
embarcación especial a ese objeto! El Hawach es una especie de canal estrecho,
tortuoso y a acada rato obstruido por rocas y árboles. Yo lo atravesé
en varios sitios, a varios centenares de kilómetros entre sí, y
resulta más claro que el agua que es imposible navegarlo ni siquiera en
tiempos de crecidas. Además está rodeado de bosques y desiertos,
alejado de los centros comerciales y no se topa con ruta alguna. Melenik mandó
a hacer dos puentes sobre el río Hawach; uno, en la ruta de Antoto a Gurañé
y el otro en la de Ankober a Harar, vía los montes Itus. Son unas simples
pasarelas de troncos para que pasen los rebaños durante las lluvias y las
crecidas y, con todo, son trabajos importantes en Choá.
A la llegada
a Choá, sacando las cuentas, el transporte de mis mercaderías -cien
cargas de camello- me costó ocho mil táleros (es decir, ochenta
táleros por camello en una ruta de solamente 500 kilómetros). Esta
proporción no tiene comparación con ninguna otra de las rutas de
caravanas africanas, pese a que me desplazaba gastando lo menos posible y teniendo
ya una larga experiencia en estas regiones. Desde todo punto de vista, tal ruta
es desastrosa. Felizmente, está siendo reemplazada por la ruta de Zeila
a Harar y de Harar a Choá por los montes Itus.
Melenik se encontraba
todavía en campaña en Harar cuando llegué a Farré,
puesto de llegada y partida de caravanas y límite de la raza dankalí.
Rápidamente llegó a Ankober la noticia de la victoria del rey, de
su entrada a Harar y el anuncio de su regreso, que le tomó unos veinte
días. Entró a Antoto precedido por músicos que tocaban a
todo dar las trompetas egipcias halladas en Harar, seguido por sus tropas y su
botín, en el cual sobresalían dos cañones Krupp transportados
cada uno por ochenta hombres.
Desde hacía rato Melenik tenía
ganas de tomarse Harar, donde pensaba que hallaría un arsenal formidable;
había prevenido incluso a los agentes franceses e ingleses de la costa.
En los últimos años, las tropas abisinias asolaban regularmente
los montes Itus; finalmente, terminaron por instalarse. Por otro lado, el emir
Abdulaí, después de la partida de Raduán-Pacha con las tropas
egipcias, organizó un pequeño ejército y soñaba con
ser el Madhi (mesías) de las tribus musulmanas del centro de Harar. Le
escribió a Melenik reivindicando la frontera del río Hawach y presionándolo
para que se convirtiese al Islam. Habiéndose acercado un destacamento de
avanzada abisinio a unos cuantos kilómetros de Harar, el emir envió
a algunos turcos a su servicio, premunidos de cañones, para dispersarlos:
los abisinios fueron derrotados, pero Melenik mismo se puso en marcha, desde Antoto,
con unos treinta mil guerreros. El encuentro tuvo lugar en Shalanko, a sesenta
kilómetros al oeste de Harar, allí donde Nadi Pacha había
derrotado cuatro años antes a las tribus gallas de los meta y de los oborra.
El
enfrentamiento duró apenas un cuarto de hora, dado que el emir contaba
únicamente con algunos cientos de Remington y el resto de su tropa combatía
con arma blanca. Sus tres mil guerreros fueron despachados en un dos por tres
por los del rey de Choá. Alrededor de 200 sudaneses, egipcios y turcos,
que se habían quedado con Abdulaí después de la evacuación
egipcia, perecieron junto a los guerreros gallas y somalíes. Fue eso lo
que, a la vuelta, hizo que los soldados de Choá, que jamás habían
matado hombres blancos, dijeran que traían los testículos de todos
los franchutes de Harar.
El emir logró arrancar a Harar, desde donde
partió esa misma noche a refugiarse donde el jefe de la tribu de los guerrires,
al este de Harar, en dirección de Berbera. Melenik entró algunos
días después sin resistencia a Harar y, habiendo dejado sus tropas
fuera de la ciudad, no hubo pillaje de ningún tipo. El monarca se limitó
a castigar con un impuesto de 75 mil táleros a la ciudad, a confiscar -de
acuerdo al derecho de guerra abisinio- los bienes muebles e inmuebles de los vencidos
muertos en batalla y a ir él mismo a sacar de las casas de los europeos
y del resto todos los objetos que se le vino en gana. Hizo que se le entregasen
todas las armas y municiones que había en la ciudad -propiedad del gobierno
egipcio- y regresó a Choá, dejando a tres mil de sus fusileros acampando
en una altura cercana a la ciudad y entregando la administración de la
misma al tío del emir Abdulaí, Alí Abú Beker (a quien
los ingleses, en el momento de la evacuación, se lo habían llevado
a Adén, soltándolo luego, y a quien su sobrino mantenía como
esclavo en su casa).
Ocurrió, poco después, que la gestión
de Alí Abú Beker no fue del agrado de Mekunen, el general delegado
de Melenik, el cual bajó a la ciudad con sus tropas, las alojó en
las casas y las mezquitas, tomó preso a Alí y se lo mandó
encadenado a Melenik.
Los abisinios transformaron la ciudad en una cloaca
horrible; destruyeron las moradas, hicieron pebre las plantaciones, tiranizaron
a la población de la manera que los negros saben hacerlo entre ellos y
Melenik continuó enviando desde Choá tropas de refuerzo y gran cantidad
de esclavos; el número de abisinios actualmente acantonados en Harar debe
ser alrededor de doce mil, de los cuales cuatro mil son fusileros armados con
Remongton hasta los dientes.
La recolección de impuestos en el territorio
galla de los alrededores se efectúa a través de razzias en
que los pueblos son incendiados, los animales robados, la gente apresada y llevada
como esclavos. Mientras el gobierno egipcio sacaba de Harar -sin mayor esfuerzo-
ochenta mil libras, la caja abisinia está permanentemente vacía.
Los ingresos de los gallas -de la aduana, del correo, del mercado- y las demás
entradas son constantemente objeto de pillaje por parte de cualquier picante.
La gente de la ciudad emigra, los gallas ya no cultivan sus tierras. Los abisinios
se han devorado en unos pocos meses las provisiones de granos dejados por los
egipcios, que podían alcanzar para varios años. El hambre y la peste
son inminentes.
El movimiento de este mercado, cuya posición es bastante
importante como salida comercial de los gallas más cercanos de la costa,
ha llegado a ser nulo. Los abisinios prohibieron el uso de las antiguas piastras
egipcias que hasta entonces servían como monedas divisoras de los táleros
Marie-Thérèse, en beneficio exclusivo de una cierta moneda de cobre
que no tiene valor alguno. Sin embargo, en Antoto vi algunas piastras de plata
que Melenik hizo fundir con su imagen y que se propone poner en circulación
en Harar para resolver de una vez por todas el lío de las monedas.
Melenik
querría conservar Harar en tanto posesión suya, pero se da cuenta
que es incapaz de administrar la comarca de manera de obtener un ingreso significativo
y sabe que los ingleses no han visto con buenos ojos la ocupación abisinia.
En efecto, se dice que el gobernador de Adén, quien siempre se las ha jugado
por el desarrollo de la influencia británica en la costa somalí,
estaría haciendo todo lo posible para convencer a su gobierno de ocupar
Harar si los abisinios la evacuaran, lo que podría ocurrir tras una hambruna
o tras complicaciones en la guerra del Tigré.
Por su parte, los abisinios
que están instalados en Harar cada mañana creen ver aparecer las
tropas inglesas a la vuelta de las montañas. Mekunen le escribió
a los agentes políticos ingleses en Zeila y en Berbera que no se les ocurriera
mandar sus soldados a Harar; estos agentes hacían escoltar cada caravana
con algunos soldados nativos.
El gobierno inglés, como respuesta,
gravó con un impuesto del cinco por ciento la importación de táleros
a Zeila, Bulbar y Berbera. Esta medida contribuirá a hacer desaparecer
el efectivo, ya muy escaso, en Choá y Harar, y es harto difícil
que favorezca la importación de rupias que nunca han podido introducirse
en estas regiones y que los ingleses también han gravado, no se sabe por
qué, con un impuesto de un cinco por ciento de importación por esta
costa.
Melenik se enojó muchísimo con la prohibición
de importación de armas en las costas de Obock y Zeila. Tal como Joannes
soñaba con tener un puerto marítimo en Masoah, Melenik, pese a estar
relegado lejos al interior, se pavonea declarando que pronto poseerá una
salida al golfo de Adén. Le escribió al sultán de Tadyurá,
desgraciadamente después de la instalación del protectorado francés,
proponiendo comprarle su territorio. Al entrar a Harar se declaró soberano
de todas las tribus hasta la costa y le dio órdenes a su general Mekunen
de no perder la oportunidad de apropiarse de Zeila; sólo cambió
sus intenciones gracias a que los europeos le hablaron de artillería y
de naves de guerra. Recientemente le escribió al gobierno francés
solicitándole la cesión de Ambado.
Es sabido que la costa,
desde el final del golfo de Tadyurá hasta más allá de Berbera,
fue repartida entre Francia e Inglaterra de la manera siguiente: Francia conserva
el litoral desde Gubbet Keratb hasta Dyibuti, un cabo situado a una docena de
millas al noroeste de Zeila, y una franja de territorio de no sé cuántos
kilómetros hacia el interior, cuyo límite con el territorio inglés
está constituido por una línea imaginaria de Dyibuti a Ensa, tercer
puesto en la ruta de Zeila a Harar. Tenemos, pues, una conexión con la
ruta de Zeila a Harar. Ambado, cuya posesión es actualmente una de las
ambiciones de Melenik, es una caleta cercana a Dyibuti, donde el gobernador de
Obock hace tiempo mandó a poner una bandera tricolor que el representante
inglés en Zeila obstinadamente se encargaba de retirar, hasta que las negociaciones
llegaron a su fin. Ambado está sin agua, pero Djibuti tiene buenas fuentes,
y de las tres paradas que unen nuestra ruta hasta Ensa, dos tienen agua.
En
resumen, será posible formar caravanas en Dyibuti apenas hayan algunos
establecimientos provistos de las mercaderías nativas y alguna tropa armada.
El sitio hasta ahora está completamente desierto. Huelga decir que debe
ser dejado como puerto franco si se quiere que le haga la competencia a Zeila.
Zeila,
Berbera y Bulhar permanecen en manos de los ingleses, así como la bahía
de Samawanak, en la costa gadibursí, entre Zeila y Bulhar, lugar donde
el último agente consular francés, M. Henry, había hecho
izar la tricolor; la tribu gadibursí misma había pedido nuestra
protección, de la cual goza hasta hoy. Todos estos cuentos de anexiones
y protecciones han mantenido harto excitado el ánimo de la gente los dos
últimos años.
El sucesor del agente francés fue el
señor Labosse, cónsul de Francia en Suez, enviado como interino
a Zeila para apaciguar los ánimos. Actualmente hay alrededor de cinco mil
somalíes protegidos por los franceses en Zeila.
Las ventajas de la
ruta a Abisinia vía Harar son grandes. Mientras que por la ruta dankalí
únicamente se puede llegar a Choá tras un viaje de cincuenta a sesenta
días a través de un desierto horroroso y en medio de mil peligros,
Harar -contrafuerte bien avanzado del macizo etíope meridional- está
separado de la costa sólo por una distancia que se cubre fácilmente
en unos quince días de caravana.
La ruta es muy buena; la tribu isa,
acostumbrada a hacer transportes, es bastante conciliadora y gracias a ella no
hay peligro con las tribus vecinas.
De Harar a Antoto [Adis-Abeba], actual
sede de Melenik, hay unos veinte días de camino a través de la meseta
de los montes Itus gallas, a una altura promedio de dos mil quinientos metros.
Los víveres, los medios de transporte y la seguridad están allí
asegurados. En total, toma un mes el viaje entre nuestra costa y el centro de
Choá, pero la distancia a Harar se hace apenas en doce días; más
allá de las invasiones, ese lugar está destinado a constituirse
en la salida comercial exclusiva de la región de Choá y de todos
los pueblos gallas. Melenik mismo se dio cuenta de tal modo de las ventajas de
la ubicación de Harar que, a su vuelta, teniendo la idea de construir ferrocarriles
(idea que los europeos a menudo han tratado de meterle en la cabeza), se puso
a buscar a alguien a quien darle la comisión o la concesión de la
vía férrea de Harar hasta el mar. Al acordarse de la presencia de
los ingleses en la costa, ¡se alegró muchísimo! Inútil
decir que, en caso de que eso llegara a ocurrir (y ocurrirá en un futuro
más o menos cercano), el gobierno de Choá no pondrá un peso
para gastos de operación.
Melenik carece totalmente de fondos, pues
todo el tiempo permanece en la más completa ignorancia (o descuido) de
la explotación de los recursos de las regiones que ha sometido. En lo único
que piensa es en fusiles que le permitan a sus tropas ir a hacer requisiciones
a las tribus gallas. Los pocos comerciantes europeos que han subido a Choá
le han vendido, en total, diez mil fusiles de cartuchos y quince mil de balas
en los últimos cinco o seis años. Ello le ha bastado a los amharás
para someter a los gallas de las cercanías, y el dedyache Mekunen, en Harar,
se propone bajar a someter a los gallas hasta su límite sur, cerca de la
costa de Zanzíbar. Para ello tiene la orden del propio Melenik, a quien
le han hecho creer que podría abrir una ruta en esa dirección para
importar armas. Y, por lo menos, podrían expandirse bien lejos, porque
las tribus gallas no están armadas.
Lo que sobre todo empuja a
Melenik a efectuar una invasión al sur es la vecindad molesta y la soberanía
humillante de Joannes. Melenik dejó ya Ankober por Entoto. Se dice que
quiere bajar al Dyimma Aba-Dyifar, el más floreciente de los pueblos gallas,
para establecer allí su sede, aunque hablaba también de ir a fijarla
a Harar. Melenik sueña con una permanente ampliación de sus dominios
hacia el sur, más allá del río Hawach, y probablemente él
mismo piensa emigrar del país de los amhara al país de los gallas
nuevos, con sus fusiles, sus guerreros, sus riquezas, para fundar lejos del emperador
un imperio meridional como el antiguo reino de Alí Alaba.
La gente
se pregunta cuál es y cuál será la actitud de Melenik con
respecto a la guerra italo-abisinia. Es evidente que su actitud estará
determinada por la voluntad de Joannes, quien es su vecino inmediato, y no por
las gestiones diplomáticas de gobiernos que están, para él,
a una distancia infranqueable; gestiones que por lo demás él nunca
llega a entender y de las cuales siempre desconfía. Melenik no está
en condiciones de desobedecer a Joannes y éste, muy bien informado de las
intrigas diplomáticas en las que se mete Melenik, podrá arreglárselas
bien en cualquier caso. Ya le ordenó que escogiese sus mejores soldados
y Melenik debió enviárselos a la sede del emperador en Asmara. Incluso,
en el hipotético caso de un desastre, sería sobre Melenik que Joannes
efectuaría su retirada. Choá, la única región amhara
en manos de Melenik, no vale ni la décima quinta parte de lo que vale el
Tigré. Sus otros dominios son todos pueblos gallas precariamente sometidos
y le costaría muchísimo evitar una rebelión general en caso
que se decidiera en una dirección u otra. No hay que olvidar tampoco que
el sentimiento patriótico existe en la región de Choá y también
en Melenik, por más ambicioso que sea; es improbable que vea una posibilidad
de alcanzar honor u obtener ventajas escuchando los consejos de los extranjeros.
El
actuará, por lo tanto, de modo de no comprometer su actual situación,
ya bastante complicada y, como entre estos pueblos no se entiende ni se acepta
nada que no sea visible y palpable, personalmente él sólo dará
los pasos que su vecino le haga dar -su único vecino, es decir, Joannes,
sabrá evitarle caer en tentaciones. Ello no quiere decir que no escuche
con gusto a los diplomáticos; se embolsará lo que pueda sacarles
y, cuando Joannes se entere, lo compartirá con él. Pero, insisto,
el sentimiento patriótico general y la opinión del pueblo de Melenik
no están completamente ausentes del asunto. No se quiere extranjeros, ni
su influencia, ni su ingerencia, ni su presencia bajo ningún pretexto,
ni en Choá ni en Tigré ni entre los gallas.
Habiendo rápidamente
arreglado mis cuentas con Melenik, le solicité un letra de pago cobrable
en Harar, pues estaba deseoso de hacer la nueva ruta abierta por el rey a través
de los montes Itus, ruta hasta entonces inexplorada por donde había intentado
vanamente internarme en los tiempos de la ocupación egipcia de Harar. En
esa ocasión, Jules Borelli le pidió autorización al rey para
hacer un viaje en esa dirección, y tuve entonces la oportunidad de viajar
en compañía de nuestro amable y valiente compatriota, cuyos trabajos
geodésicos sobre esta región, completamente inéditos, hice
llegar enseguida a Adén.
Esta ruta comprende siete etapas más
allá del río Hawach y doce del Hawach a Harar sobre la meseta Itu,
región de magníficos pastizales, de espléndidos bosques y
de un clima buenísimo, a una altura promedio de dos mil 500 metros. Los
cultivos no están muy desarrollados y la población es poca -o quizás
se ha apartado de la ruta por miedo a los pillajes de las tropas del rey. Con
todo, hay plantaciones de café -los itus proporcionan la mayor parte de
los varios miles de toneladas de café que se venden anualmente en Harar.
Estos territorios, muy salubres y fértiles, son los únicos de Africa
oriental apropiados para la colonización europea.
En lo relativo
a negocios en Choá, por ahora no hay nada que importar, después
de la prohibición del comercio de armas en la costa. Pero quien suba con
unos cien mil táleros podría ocuparlos todo un año en compras
de marfil y otras mercaderías, puesto que, a falta de exportadores, el
dinero en efectivo ha llegado a ser escasísimo. Es una ganga. La nueva
ruta es excelente y la situación política de Choá no se verá
perturbada durante la guerra. A Melenik antes que nada le interesa mantener el
orden en casa.
Agréez, Monsieur, mes civilités empressées.
.............................
Rimbaud.
III
CARTA
DICTADA A SU HERMANA ISABELLE(6)
Marsella,
9 de noviembre de 1891.
Un lote: un solo colmillo.
(7)
Un lote: dos colmillos.
Un lote: tres colmillos.
Un lote:
cuatro colmillos.
Un lote: dos colmillos.
Monsieur le Directeur
Me
dirijo a Ud. para asegurarme de no haber dejado nada en sus manos. Deseo cambiar
hoy este servicio, cuyo nombre ni siquiera conozco. En todo caso, que sea el servicio
de Afinar. Tales servicios están en todas partes y yo, depuesto, en desgracia,
nada puedo encontrar, el primer perro en la calle se lo dirá.
Envíeme
pues el precio de los servicios de Afinar a Suez. Estoy completamente paralizado:
por lo mismo deseo estar embarcado temprano. Dígame a qué hora he
de ser llevado a bordo...
NOTAS
(1) Rimbaud,
que entre 1875 y 1877 había estado en diversas ocasiones en Alemania -aprendiendo
alemán en Stutgart, por ejemplo, en 1875-, habría estado en Alemania
nuevamente a comienzos de 1878, probablemente en Hamburgo (para la "historia"
de Rimbaud y sus alrededores nos remitimos a Bourguignon, J. y Houin, Ch., "Vie
d'Arthur Rimbaud; Starkie, E., "Arthur Rimbaud"; Borer, A:, "Rimbaud
en Abisinia" y a la cronología establecida para las Oeuvres Complètes
d'Arthur Rimbaud, de la biblioteca de La Pléiade, establecida, presentada
y anotada por Antoine Adam).
(2)
Voici! plus une ombre dessus, dessous ni autour, quoique nous soyons entourés
d'objets énormes; plus de route, de précipices, de gorge ni de ciel:
rien que du blanc à songer, à toucher, à voir ou ne pas voir,
car impossible de lever les yeux de l'embêtement blanc qu'on croit être
le milieu du sentier. Impossible de lever le nez à une bise aussi carabinante,
les cils et la moustache en stala[i]tes, l'oreille déchirée, le
cou gonflé. Sans l'ombre qu'on est soi même, et sans les poteaux
du télégraphe, qui suivent la route suposée, on serait aussi
embarrassé qu'un pierrot dans un four.
(3)
Pain-fromage-goutte.
(4) Publicado el 25 y el 27
de agosto de 1887, en "Le Bosphore Égiptien", un importante periódico
de El Cairo, escrito en francés y dirigido por un pariente del explorador
Jules Borelli -a quien Rimbaud había conocido en Abisinia (actual Etiopía).
La publicación de este artículo abrióle el apetito "periodístico";
Rimbaud enviaría luego textos algo más breves a distintos periódicos
franceses, pero al parecer todos fueron a parar al basurero de los editores de
turno (salvo uno, no menor, publicado en París por la Sociedad Francesa
de Geografía).
(5)
A no confundir con Harar.
(6) Afiebrado, voladísimo
en el hospital de La Concepción (Marsella), Rimbaud dictó oralmente
la presente carta a su hermana Isabelle; finaría al día siguiente.
Carta dirigida al director de los Transportes Marítimos, compañia
naviera estatal francesa que aseguraba el transporte a las colonia de Indochina,
pasando por el canal de Suez.
(7)
Rimbaud dictó, según Isabelle: Un lot: un seul dent. El "dent"
(diente) alude a uno de elefante, es decir, a un colmillo de marfil. La palabra
"lot" (lote), que en este contexto pareciera remitir a "partida"
o "cada uno de los artículos o cantidades parciales que contiene una
cuenta" (R.A.E.), reenvía también en francés a "herencia"
y a "suerte" y/o "destino", como es el caso en A une raison,
pasaje de las Illuminations: Change nos lots, crible les fléaux, à
commencer par le temps...