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Dos epígrafes para Naín Nómez

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      Que la poesía chilena como destino de su lengua, como destino histórico,
      debía [...] encontrar a Nadie, no es cosa que pueda ser despachada en pocas páginas.
      Nadie en la poesía chilena, Patricio Marchant (1983)

      Poema desconstruido del desconstruido espantable, poema pero
      poema poco poema, situándolo en la expresión ultra-máxima.
      Heroísmo sin alegría, Pablo de Rokha (1927)

- ¿A quién pretendes solazar con este par de epígrafes fundamentales?
- ¿Fundamentales? ¡Eso sí que suena intimidante...! Claro, alguien podría tomar un epígrafe por una palabra fundamental o fundante, como un asegurado fundamento de lo que se dirá enseguida, con lo cual todo lo que se diga “después”, esto incluido, estaría de más, sólo vendría a reiterar sin más lo ya de entrada consignado, todo un programa bien conocido... Si a eso le agregamos la “acreditación”, el supuesto crédito solicitado e ipso facto otorgado o tomado prestado en toda operación epigráfica, sobre todo cuando, como en este caso, las palabras de un poeta y de un filósofo vienen a ser conjugadas, lo que tú llamas “epígrafes fundamentales” operaría al cabo como capital, como equivalente general a invertir, a rentabilizar... ¡Negocio redondo!
- ¿Me das la razón entonces?
- Si algo doy aquí (la razón o sin-razón, por ejemplo), si algo te doy o, incluso, si algo aquí se da –allende mi eventual voluntad de dar o no dar–, ello habría de quedar por ahora abierto, inzanjable. ¿Recuerdas? Si lo que se da (si se da) entra en circulación o intercambio, si un don entra en el círculo económico del don y del contra-don, nada se da, el supuesto “don” habrá sido ya fagocitado por la economía (monetaria, simbólica, libidinal, etc.) sacrificial del intercambio.
- ¿Sacrificial?
- Dejemos eso un instante; sacrifiquemos o más bien suspendamos el sacrificio por un (incalculable) lapso. Y es que si un epígrafe puede ser fundamento o capital discursivo, por ello mismo puede también no serlo; y este raro poder ser un no-poder o una franca imposibilidad algo tuviera tal vez que ver, hoy, con poesía… (con el poema aquende y allende el intercambio y/o la acumulación). “¿Pues dónde estamos cuando hablamos de poemas sino fuera, en lo imposible viniendo a la palabra [zur Sprache Kommenden Unmöglichen]?”
- ¿Tú dirás...?
- Antes de abrir o de cerrar la boca, antes de tentar responder o corresponder con tal interrogación inscrita en unas notas de El meridiano de Paul Celan (1960), dos co-marcas. La poesía como “nuestro mayor capital simbólico”, según concluye Naín Nómez su inventario de “la poesía chilena de las últimas décadas” –por decir “nuestro pegamento cultural” fundamental (pero, desde ya, ¿quiénes, nosotros/as?)–, consuena extrañamente con la poesía como “destino histórico” de una lengua, que Patricio Marchant subraya especialmente en las escrituras de Mistral y de Neruda. Eso sería, justamente, lo que de Rokha, son sus palabras en 1927, “desconstruye” en Los gemidos, desde ya con su poética del acontecimiento: “Tienes la actualidad tremenda de los acontecimientos, e inquietas; constituyes un acontecimiento” (p. 340; itálicas de de Rokha). La otra: si un epígrafe (el de de Rohka) “desconstruye” a otro (el de Marchant), o viceversa, y en qué sin/sentido, no es cosa que pueda ser despachada –al decir de Marchant– en pocas páginas.
- ¿O sea?
- La desconstrucción de la noción de “lengua nacional” (y su oposiciones constitutivas: nacional y extranjero, propio y extraño o ajeno, etc.), la “desconstrucción” de la poesía como destino histórico de una lengua, por caso (cuestión que Marchant hereda y/o “toma” de Heidegger, y este del más temprano romanticismo, pero que sigue operando inconscientemente en la mayor parte de los discursos hoy por hoy en boga sobre poesía nacional o por país), ya estaría aconteciendo. Entre otras marcas de esto: el epígrafe rokhiano que a su modo descabeza el epígrafe marchantiano que viene a la cabeza. Incluso la dicha “desconstrucción” estaría ya operando en los textos de Marchant mismo: evitando postular algo así como una lengua nacional chilena, Marchant lee en Mistral, Neruda, Huidobro y otros/as más (Borges incluido) el destello de una lengua castellana hispanoamericana diferente al castellano de España; con lo cual, la “poesía chilena” por de pronto no sería tal sino –si de destino de una lengua se tratara– “hispanoamericana”. Pero como la distinción entre el castellano americano y el castellano hablado en España no reposa en una escisión lingüística sino en una decisión finalmente “crítica”, o al menos histórica-política, la misma noción de poesía chilena como “destino de su lengua” comienza a vacilar... (para no mencionar por ahora el forado entreabierto al evitar confrontarse con escrituras en lenguas indoamericanas, ya en “Chile”, ya en “Latinoamérica”).
- ¿No estás acaso sobrevalorando las contaminaciones y eventuales entreveros entre la desconstrucción rokhiana y la otra, acaso no menos “espantable”, la de Jacques El Destripador (sic) alias el signatario de la Falsa moneda? La falsa moneda, sí, y no sin más el “capital simbólico” o “cultural” supuestamente en disputa en el “campo literario”, como diagnostica Naín siguiendo al sociólogo francés. Pues a fin de cuentas, no te equivoques, el inventario de Naín no es de poesía chilena sino del campo en que esta (supuestamente) florece.
- De cierto, desierto. Naín explicita de partida su intención de inventariar el “campo” literario chileno (lo que más adelante hará sinónimo de “sistema literario nacional”) y, de paso, dar cuenta “personal” del susodicho campo. Una especie de Historia personal del boom de la chilena poesía concentrada en tres o cuatro páginas. Como él mismo se incluye en el inventario (se ubica entre los poetas de la “generación diezmada” –la de los sesenta– que no alcanzaron a publicar antes de 1973), estamos ya en medio de la refriega de la cual su “inventario” sería a su vez un dispositivo de lucha: “Si la historia del campo literario –parafrasea Naín– es la historia de la lucha por imponer las categorías de percepción y de valoración legítimas de la tradición y del cambio, del orden establecido y de la ruptura, esto significa que es la propia lucha la que hace el campo y la temporaliza” (y ahí remite a la edición de Anagrama de Las reglas del arte, de Pierre Bourdieu).
- Lo loco es que de entrada Naín pretende acreditar sus palabras con una referencia sociológica que jamás discute o interroga sino que toma tal dinero constante y sonante (probablemente para evitar que se lo acuse de “injusto y subjetivo”, según declara más adelante), pero el análisis, narración e inventario que realiza a continuación nada tiene que ver con lo que su agente acreditador entiende por análisis de campo: ninguna referencia a los habitus (los automatismos o condicionamientos pre-subjetivos o pre-personales) en juego, ninguna mención a las “posiciones” según dotación de capital simbólico u otro, casi ninguna referencia a los asuntos en juego (los famosos enjeux) ni a las luchas constitutivas del susodicho campo, ningún análisis de las instituciones (no sólo literarias) interactuantes, etc. Naín se limita a operar o subrayar un corte histórico (una “clausura” que se produce a partir de los años ’50, dice), corte tan razonable como antojadizo que deja en una especie de Olimpo “hacia atrás” a Neruda, Mistral, de Rohka y Huidobro y, “hacia adelante” un desorden creciente, una diversificación cada vez más ilegible, desde la generación de los 50, con Parra a la cabeza, hasta el despelote y/o diferenciación de las “promociones” más recientes: “entre 1990 y el momento actual, la diversidad de voces que fluctúan entre la tradición, la reescritura, la clausura y la ruptura, hace casi imposible detallar nombres y textos que se releven por sobre otros”.
- Lo más loco es que Naín, tal vez muy a pesar suyo, acaba por dar a entender que lo que estaría sobreviniendo en el campo y/o sistema inventariado sería una especie de campo sin campo, una especie de descampo generalizado donde viene a naufragar tanto la crítica histórico-literaria colonizada por el discurso sociológico como el mismísimo “campo”. Que un campo pueda dominar a otro, el de la sociología o de las ciencias sociales al de la literatura o de los estudios literarios para el caso, es cosa que el sociólogo con que se acredita Naín para nada descarta (huélase por ejemplo el por demás algo ralo análisis de Bourdieu del campo filosófico en L’ontologie politique de Martin Heidegger, 1975).
- ¿Me estás queriendo decir que Naín Nómez, doctor en Literatura y académico del Magíster en Literatura latinoamericana y chilena de la Universidad de Santiago no sólo no tiene idea de lo que está hablando cuando habla de “campo” o de “sistema” literario sino que además, según tú, está plenamente colonizado por ininterrogadas teorizaciones sociológicas?
- No pongas en mi boca giros ni palabras que jamás habré dicho. Tampoco se trata de saber versus no saber; la noción de habitus en Bourdieu es explícita al respecto. Por lo demás, está visto, al situarse Naín como parte de los actores del campo que analiza, abandona ipso facto la disposición meramente cognitiva para involucrarse en la lucha por imponer orden y jerarquías en el para nada lárico campo. Dicho esto, la colonización sociológica de la crítica literaria “de las últimas décadas” es patente, no sólo en Chile (pero, claro, esta última frase sólo tiene sentido si nos mantuviésemos aún en la teoría del susodicho “campo”; pero, otra vez, ¿dónde estamos, pues, cuando hablamos de poemas…?). Desbaratar la clausura sociológica o aun historicista (nacional, por ejemplo), si de escrituras poéticas se trata: otro nombre tal vez, hoy, de la “desconstrucción” rokhiana.
- Muy bien. Pero, pero, pero. ¿Qué lío hubiera en la autoafirmación nacional o estado-nacional, aun la más naturalizante o espantosa, en poesía?
- ¿Lío? Tu vacilón entre “nacional” y “estado-nacional” fuera desde ya indicativa tanto de la oscilación de Naín como de lo que tú llamas lío: aunque, como hemos consignado, él habla de “campo” o sistema literario “nacional” (del cual la poesía sería algo así como un subsistema, hijuela o subcampo), al cabo privilegia la delimitación estado-nacional (chilena), con consecuencias para nada evidentes. Lo que determina la inclusión o exclusión en su “sistema” es a fin de cuentas el registro legal alias carné de identidad de una persona (con respecto al Estado de Chile), no necesariamente su eventual nacionalidad o pertenencia nacional, y mucho menos la de sus obras. Si la poesía de “origen mapuche”, según la expresión de Naín, forma parte o no del “sistema literario nacional” chileno, o corresponde al de otra “nación”, es cuestión que Naín ni siquiera se pregunta; él la integra (o asimila, dirían algunos) automáticamente en el campo chileno analizado, siguiendo el habitus chileño más inveterado. Decisión crítica, por decir lo menos, apresurada.
- Dejemos ya el “campo”, si te parece, aunque no para ir a la ciudad (letrada o no tanto); abandonemos el discurso sociológico bien o mal digerido por la crítica literaria (incluso aquellos discursos sociológicos que, a diferencia del de Bourdieu, privilegian la puesta en cuestión del capitalismo rampante, como aquellos que analizan la acción y las performances culturales en relación a los movimientos sociales). Vamos a la poesía...
- ¿Chilena…?
- Sí, sí, no lo olvido: La poesía chilena no existe, y por demás no es buena. Imagino que con ello te refieres al uso categórico o categorial, conceptual si se quiere, de la expresión “poesía chilena” –lo cual, nuevamente sí, sí, no remite a ninguna obra, a ninguna experiencia de “marca”, inscripción o escritura y, a mayor abundamiento, a ninguna poesía (chilena o no).
- Yo no estaría tan seguro de ello... Rehuele, de yapa, esta a punto de borrarse…

- ¿O sea...?
- ¿Ósea? ¿O más bien francamente rocosa (sino rokhiana) la morosa cosa?
- Para comenzar a hablar, para escribir allende y aquende el saber, ¡mas leyendo!, en poesía (chilena, si tal se diera), habrás de vértelas de entrada con ella en su acaso más extrema e inzanjable ajenía: La poesía chilena, la “cajita” de Juan Luis Martínez, al más desorbitado descampo, brilla por demás por su ausencia en los inventarios y antologías de chileña poesía... aún los/las más recientes.
- Una preguntación antes de partir...
- ¿Antes? Si de entrada estamos, en parte, partidos… (Lo reiterara Humberto Díaz-Casanueva: Soy uno, pero no idéntico).
- Bueno y bueno, no te discuto eso. Y con esto me callo: ¿qué hay de ese don Nadie que se cuela en el primer epígrafe, el de Marchant? ¿Hay tal don, tal se da?
- ¡Nadie aceptaría tales preguntas! ¡Nadie te respondería semejante contrabando de homónimos u homógrafos! Marchant se concentra más bien, en lo que viene tras ese epígrafe, en plantear la cosa morosa con respecto a quien acaba de caer del Olimpo: ¿“cómo la poesía de Nicanor Parra descubrió y perdió –si lo perdió totalmente– a Nadie, cómo Nadie abandonó –si lo abandonó totalmente– a Parra”? Su provisoria, tan ultra-máxima como vacilante respuesta: “Si Parra efectivamente trabajó a Nadie [...] sin embargo, finalmente podría pensarse que, como su abandono, Nadie terminó con él”. Subraya podría, subrayo pensarse.

Julio, 2012



 

 

 

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