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Cien años de Alejo Carpentier, 1904-1980:

Carpentier, el extranjero

Por Roberto González Echeverría
En Artes y Letras de El Mercurio, domingo 12 de septiembre de 2004.


El autor cubano, hijo de padre francés y de madre rusa, prefería vivir fuera de su patria. Aunque su obra nunca se alejó del mundo caribeño, "Los pasos perdidos" y "El siglo de las luces" son hitos centrales en una narrativa marcada por la búsqueda de una interpretación de la historia universal.

En su hermoso libro sobre Michelet, Roland Barthes advierte que aspira a "descubrir la estructura de una existencia (no digo de una vida), una temática, si se quiere, o mejor aún, una red organizada de obsesiones". Es lo que me propongo aquí, salvando las distancias y guardando las proporciones, al redactar este perfil de Alejo Carpentier, ciñéndome holgadamente a las convenciones del género. Me asisten dos factores relacionados entre sí. El primero es que Carpentier (como Jules Michelet) fue un escritor sistemático. El segundo es haber dedicado buena parte de mi propia existencia al estudio de la obra carpenteriana.

Digo que hay relación entre estos factores porque hoy me resulta claro que tengo una pronunciada debilidad por los escritores sistemáticos: Dante, Calderón, Cervantes, Borges, Góngora, Lezama, Carpentier, Paz, Stevens. Quiero decir por sistemático el escritor que vuelve una y otra vez sobre los mismos temas y repite giros estilísticos y personajes, que lo domina, en fin, una obsesión o una red organizada de obsesiones. Son escritores con un discurso propio armado con base en reiteraciones que llegan a crear una combinatoria previsible, hasta el punto que puede confeccionarse un poema, relato, obra de teatro o novela arquetípico de ellos. Por eso son fáciles víctimas del pastiche y la parodia. Tal vez sólo se percate cabalmente un crítico de sus semejanzas con un escritor después de una larga convivencia con la obra suya, hasta el punto que ésta lo lleva a tener la sensación de que la posee en su totalidad.

Mis afinidades con Carpentier son tres, a mi entender: largos años en el extranjero, el dominio de idiomas y culturas ajenos al español, una debilidad (profesional en mi caso) por la erudición, por la historia, específicamente por la filología. Pienso que la más decisiva, porque es la que nos hace sistemáticos, es el dominio de varias lenguas. En un agudo y muy reciente libro, "Tongue Ties", Gustavo Pérez-Firmat analiza los efectos del bilingüismo en escritores desplazados que van desde Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda hasta María Luisa Bombal, Calvert Casey y Guillermo Cabrera Infante. "Lazos de lengua", "lenguas enredadas", el feliz título del libro lo sugiere todo. En los casos de Carpentier y mío propio se me ocurre que los lazos de lengua y las lenguas enredadas nos hacen gramáticos -es decir, que buscamos, que nos refugiamos en el orden del idioma-. Perdida la espontaneidad de la lengua natural, el recurso es a la gramática, a su codificación, pero ¿no es esa la condición de la poesía misma? Hay una gramática carpenteriana, como hay una retórica y una poética carpenterianas, pero creo que la fundamental es la primera. Es síntoma tal vez de la inseguridad lingüística, del terror al galicismo o al anglicismo, del deseo de esculpir periodos y párrafos de tanta complejidad como corrección.

La lengua enredada de Carpentier tenía una manifestación sonora casi espectacular: su irreducible ere francesa. Era como si el enredo tuviera su floración física en un exceso de tejido en la glotis que no le permitiera decirme Roberto, sino Grobergto. Si fuera freudiano diría que se trataba de un problema de frenillo, que la perversidad tienta a escribir fgrenillo. Es algo con lo que yo, afortunadamente, no he tenido que lidiar. Pero sí con los enriquecimientos, pero también las penurias causadas por la interferencia de otros idiomas, sobre todo el inglés. No dudo que en la enredada red de lenguas se agazapa el intríngulis de las gramáticas carpenteriana y mía. Paso a perfilar la suya dejando la mía implícita en lo que escribo.


Arcaísmos

Empezaré por la unidad más elemental: la palabra. Recuerdo que a mi padre le gustaba leer a Carpentier, pero se quejaba de lo rebuscado del vocabulario -él, que era un profesional muy leído, con una gran sensibilidad para el idioma y elocuencia-. Tuve muy en cuenta su incomodidad al preparar mi edición crítica de "Los pasos perdidos", que anoté prolijamente para facilitar la lectura de la novela. Las palabras que Carpentier usa hay a veces que ir a buscarlas al diccionario porque es en realidad allí donde residen, no en la lengua hablada. La escritura de Carpentier, como su ere francesa, tiene poco que ver con la lengua común, con lo oral. Es, en el mejor de los casos, como ha estudiado Anke Birkenmaier, una oralidad mediatizada por la radio, en la que Carpentier trabajó por muchos años. La suya es una escritura escriptural, que a partir de "El reino de este mundo" (1949) y los relatos redactados en los años cuarenta que luego recogió en "Guerra del tiempo" (1958), tiene además un dejo arcaizante. De ahí en adelante, como reflejo de las investigaciones que llevó a cabo para redactar su bello libro "La música en Cuba", la ficción de Carpentier se hará histórica, con la excepción de "Los pasos perdidos" (1953).

Algunas de las palabras que Carpentier usa son simplemente arcaísmos. Son palabras para ser sopesadas y saboreadas por sí mismas debido a su rareza, producto tanto de su sonoridad como de que han caído en desuso y su significado no es manifiesto. El léxico de Carpentier es artificioso, nos cautiva por su orfebrería, por el efecto que causa de extrañeza y distancia. Ese lapso es el signo tangible, audible, de la historia. El texto de Carpentier remeda el añejo vocabulario de los documentos en que se apoya, se hace casi uno con ellos. Es un mimetismo contradictorio por sus conflictivas intenciones: hacer presente el tiempo pasado y a la vez señalar la diferencia histórica que media entre el documento y el texto literario. En el plano más elemental, ésa es la verdadera guerra del tiempo que se libra en la prosa de Carpentier.

Los párrafos de Carpentier suscitan analogías arquitectónicas y escultóricas. Son como bloques de mármol o granito en los que se hubiera esculpido una tupida filigrana de figuras, como los relieves en los frisos de templos griegos y romanos o en las fachadas de las catedrales góticas. El aspecto de bloque lo da la notoria falta de puntos y aparte y de diálogos, además de la pesantez de la prosa sugerida por el léxico arcano y arcaizante ya mencionado. Lo arquitectónico -el padre de Carpentier fue arquitecto y él quiso serlo- es debido a la complicada pero bien armada trabazón de los argumentos de sus novelas. Es un tipo de composición que también recuerda a la de una sinfonía, para mencionar ese otro arte que tanto obsesionó a Carpentier. Pero todo esto son analogías, metáforas para describir creaciones verbales. Lo que verdaderamente estructura a éstas -la macroestructura que engloba a la gramatical- es, como dije, la historia.

La historia

Lo que aproxima a la historia y la novela es que ambas son empresas narrativas y que ambas se organizan según un principio rector implícito o explícito. En el Carpentier de su primera época -hasta "El reino de este mundo"-, éste era el de los ciclos naturales. El devenir histórico, como el de la naturaleza, está pautado por ciclos y periodos previsibles. Profundamente influido, como tantos de su generación, por "La decadencia de Occidente" de Oswald Spengler, Carpentier concibió la historia como un conjunto de culturas, cada una de las cuales estaba en una etapa distinta de un ciclo que la llevaría desde su nacimiento y desarrollo hasta su decadencia y extinción. Éste fue el modelo de los argumentos de sus novelas y relatos, que reflejaban así la evolución de la cultura americana, que se suponía pasaba por un estadio evolutivo más temprano que el de la decadente Europa. En "El reino de este mundo", los revolucionarios negros se alían a las fuerzas naturales para desencadenar y realizar la revolución haitiana. Otro tanto, pero a menor escala, puede observarse en los relatos recogidos en "Guerra del tiempo". En estos libros, Carpentier todavía busca la originalidad basándola en la diferencia, la novedad, el frescor de la cultura americana, con sus indios y sus negros como ingredientes determinantes por su distancia de lo occidental. Es la alianza entre éstos y la naturaleza lo que fundamenta la teoría y práctica del "realismo mágico", que habría de ser tan influyente años más tarde, y que Carpentier, con terminología del surrealismo, tildó de "lo real maravilloso americano".

Este paradigma se pone a prueba en "Los pasos perdidos" y luego se descarta. Esta novela de Carpentier es probablemente la mejor suya, y es la que más repercusión ha tenido fuera del ámbito de la lengua española. Es una novela autobiográfica en que el propio Carpentier, en el transparente disfraz de su innominado protagonista-narrador, indaga si él mismo está integrado en los ciclos naturales que conforman la historia. La obra, como se sabe, relata el viaje que hace a la selva un compositor y musicólogo que aspira a corroborar sus teorías sobre el origen de la música observando a los indígenas, y reanimar su propia creatividad en contacto con la naturaleza. Alcanza una precaria aldea donde decide quedarse permanentemente, pero primero hace un viaje de regreso al mundo civilizado para procurarse papel y tinta para poder proseguir con la composición de un treno que la selva le ha inspirado. Pero cuando pretende regresar le resulta imposible porque las aguas del río han crecido, borrando la marca que había hecho en la corteza de un árbol para marcar el caño que daba acceso a la aldea. El protagonista-narrador se da cuenta así de su fracaso, que lo conduce a una suerte de anagnórisis que ha quedado plasmada en uno de los párrafos finales de la novela: "Aún están abiertas las mansiones umbrosas del Romanticismo, con sus amores difíciles. Pero nada de esto se ha destinado a mí, porque la única raza humana que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte, y no sólo tienen que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles, sino que se anticipan al canto y forma de otros que vendrán después, creando nuevos testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho hoy". Nótese, por cierto, el eco de estas palabras en el final de "Cien años de soledad" -sin Carpentier no habría habido García Márquez.

En una época me dejé llevar por la ficción de "Los pasos perdidos" y la que urdió en torno suyo Carpentier (viajes a la selva, intento de escribir un relato de viajes que iba a intitular "El libro de la Gran Sabana"), y pensé que la conversión del protagonista había sido parecida a la de su autor, y que el abandono del paradigma spengleriano se debía a ella. Hoy pienso que fue más bien el impacto que Heidegger y el existencialismo en general tuvieron sobre Carpentier. El ser no puede encontrar fundamento alguno en la naturaleza y sus ciclos, que de poder dárselo determinarían así su destino, dando forma a la historia humana. Alejo siempre me instó a que leyera a Juan David García Bacca, como sugiriéndome que había allí una clave importante para entender su obra. Había conocido al filósofo español en Venezuela, donde se había asentado y sentado cátedra. Además de estar atento a las últimas tendencias existencialistas de los cincuenta, García Bacca estaba particularmente interesado en las influencias mutuas entre filosofía y literatura. Supongo que por ahí le llegaría el hálito existencialista a Carpentier, aunque, por supuesto, estaba en el ambiente, en parte a través de la obra de discípulos de Ortega que recalaron en América Latina al término de la Guerra Civil, sobre todo en México, donde José Gaos publicó su traducción de "Ser y tiempo" en 1951. Claro, eran discípulos de un Ortega que hacía rato había rebasado a Spengler.

Paradigmas

Carpentier se burla de la moda existencialista en "Los pasos perdidos", y es cierto que, como Borges, nunca fue adepto al movimiento, ni mucho menos a Sartre, de quien siempre me habló mal. A Carpentier le irritaban sobre todo las modas europeas ávida e ingenuamente adoptadas por latinoamericanos, y por eso también criticó la del surrealismo, movimiento en el que se había formado y que influyó en toda su obra. Por eso su rechazo del existencialismo no quita que se haya dado cuenta de que, en su esencia (si se me permite), el existencialismo hacía obsoleto y anticuado el concepto spengleriano de la historia, y que había que buscarse otro. Esto es lo que se dilucida en "Los pasos perdidos".

El nuevo paradigma histórico habría de encontrarlo Carpentier en las nuevas teorías de la física moderna y la teoría de la relatividad, también probablemente bajo el influjo de García Bacca, que había escrito sobre esos temas. Hay que notar que los avatares de las editoriales crearon una superposición de ficciones carpenterianas de distintas épocas que ha llevado a equivocaciones de la crítica y de la visión general que se tiene de su obra, inclusive por parte de escritores discípulos suyos. En 1958 Carpentier publica en México "Guerra del tiempo", volumen que agrupa los relatos de los años cuarenta, concebidos antes del cambio de paradigma en "Los pasos perdidos". Este libro ha llegado a ser, con "Ficciones" de Borges y "El llano en llamas" de Rulfo, una de las colecciones de cuentos más influyentes en la historia de la literatura latinoamericana. El nuevo concepto de la historia no va a aparecer sino hasta 1962, en "El siglo de las luces".

El primer motor de la historia será ahora la política, hecha por los hombres en libertad o buscándola, y jalonada no por ciclos reiterativos, sino por explosiones, ecos cada una de ellas de una inicial perdida en el origen de los tiempos -principio del principio y de los principios, es un fogonazo inicial que funda el vacío de la existencia, o el hueco negro en su origen-. La forma de esa historia es la espiral, círculos hechos de repeticiones sólo aparentes, modelo derivado de los corsi e ricorsi de Vico. El que Carpentier regresara en esta novela a la historia de Haití, tema de "El reino de este mundo", me hace sospechar de que se trata de una especie de rectificación de su parte. El principio rector ahora no lo suministra Spengler, sino la teoría del origen del universo conocida como Big Bang, la gran detonación que puso en movimiento expansivo las miríadas de galaxias que salieron disparadas por el espacio sideral. En efecto, el cuadro-emblema de "El siglo de las luces" es "Explosión en una catedral", de Monsu Desiderio, en el que se ve desde dentro el momento en que comienza el derrumbe de una catedral. Víctor Hugues, el protagonista, es un hombre sin historia que se autoinventa en un frenesí de actividad política que sacude el somnoliento ambiente colonial habanero de fines del siglo XVIII. Los personajes se desplazan por toda la cuenca del Caribe, por el París revolucionario, y terminan en el Madrid del 2 de mayo de 1808. Ahora la historia americana no es única, sino que se inserta en una serie de explosiones concatenadas que dotan de forma y significado a la historia universal.

El otro boom

Entonces, como eco tal vez de tantas explosiones, intervino el Boom de la novela latinoamericana, detonado por discípulos de Carpentier como Carlos Fuentes y García Márquez, que bregaban todavía bajo la influencia del Carpentier de los cuarenta, el Carpentier del "realismo mágico". Es el Carpentier de "El reino de este mundo" y "Guerra del tiempo". "El siglo de las luces" también fue decisiva para los nuevos novelistas, pero malinterpretaron la novela, leyéndola desde el Carpentier que ya había abandonado la piel del anterior a "Los pasos perdidos". Me parece que la discrepancia entre Carpentier y los novelistas del Boom se hace aparente en el silencio que guarda éste a lo largo de casi una década. Después de "El siglo de las luces", Carpentier no vuelve a publicar ficción hasta 1972, cuando sale la deliciosa noveleta "El derecho de asilo", y novela per se hasta 1974, cuando aparecen "Concierto barroco" y "El recurso del método". La noveleta revela a un Carpentier renovado que se adelantó a sus discípulos, saltando de ficciones fraguadas al calor de la búsqueda de la identidad americana a una narrativa que anticipa las posmodernas por su humor y ligereza, por su estudiada superficialidad.

El derecho de asilo es el heraldo de ese tipo de ficción. El relato narra la historia de un funcionario de gobierno (en un innominado país latinoamericano que recuerda a Venezuela) que, cuando el presidente de turno es depuesto por un golpe de Estado, logra alcanzar la embajada de un país vecino, donde pide asilo. Allí vive "exiliado" por tanto tiempo que logra obtener la ciudadanía del país que lo acoge, pero cuyo suelo jamás ha pisado sin haber jamás abandonado el suyo propio. Por sus buenos oficios, que incluyen por cierto la seducción de la mujer del embajador, consigue que lo nombren a él embajador en su país de origen. El relato es una gran bufonada barroca, una especie de retruécano, en que se satiriza la obsesión con la identidad, que depende de los convencionalismos de una política que tiene mucho de opereta: la tierra no marca, la marcan las líneas arbitrarias que escriben sobre su superficie textos tan frágiles y provisionales como los literarios. Carpentier se adelantó otra vez a sus seguidores.

"Concierto barroco" y "El recurso del método" son novelas cómico-burlescas inspiradas por la ópera. La segunda es una novela de dictador, parodia de la tradición latinoamericana que se remonta al Facundo, en la que Carpentier también se autoparodia en la figura del caudillo afrancesado y melómano que divide su vida entre París y su republiqueta bananera. "Concierto barroco" es una fantasía histórica que recoge fábulas y relatos de diversas tradiciones de la misma manera que los libretistas adaptan con desenfado argumentos y figuras al escribir sus óperas. No hay propiedad, porque nada es propio de ninguna cultura -Moctezuma, Otelo, Don Juan, la picaresca, todo mezclado- ni ninguna cultura es única. La síntesis de todo esto es la mascarada carnavalesca con la que culmina el relato. Indudablemente "Concierto barroco" es una de las mejores obras de Carpentier.

El final

Pero Alejo se había reservado varias sorpresas para el final de su vida, que se hizo apremiante cuando se supo amenazado por el cáncer: dos fueron literarias, la otra, póstuma, sobre sus propios orígenes.

La primera fue "La consagración de la primavera" (1978), gruesa novela de gran aliento en la que quiso, al fin, escribir una novela de la Revolución Cubana. La adhesión de Carpentier al régimen de Fidel Castro fue total, a pesar de tropiezos como su destitución como director de la Editorial Nacional en 1966, y acomodos de conveniencia tales como el de vivir en Francia, con un puesto de imprecisa designación y deberes -ministro consejero de la embajada de Cuba en París-, y el ser nombrado a la Asamblea del Poder Popular representando La Habana Vieja, cuando todo el mundo sabía que su domicilio estaba en el extranjero. Pero a lo que esa fidelidad no se extendió fue a su producción literaria, que siguió siendo la misma en cuanto a los temas y barroca en su factura hasta el extremo, mientras que la burocracia oficial promovía versiones del realismo socialista. El prestigio de Carpentier era tal que no hubo quejas formales o públicas por parte de los comisarios, que se hacían de la vista gorda y seguían prodigándole elogios y homenajes. El único que se atrevió fue Juan Marinillo quien, en ocasión del setenta cumpleaños del escritor (26 de diciembre de 1974), cuando entre los regalos estuvo hacerlo miembro del Partido Comunista, profetizó que de entonces en adelante Carpentier produciría su mejor obra. ¡Empezando a los setenta! Tal vez impelido por ese sarcasmo y por otras presiones menos públicas, Carpentier se dedicó a escribir lo que llegó a ser "La consagración de la primavera", manuscrito que pasó por varias etapas y que tuvo otros títulos.

Pero "La consagración de la primavera" no fue, ni con mucho, la novela que todos esperaban, sobre todo en Cuba, y se puede catalogar como el único auténtico fracaso del Carpentier maduro. A medio camino entre las memorias que nunca publicó y la fantasía de vidas que quiso haber vivido (como arquitecto, como activista, como revolucionario), la novela culmina con la invasión de Bahía de Cochinos. El modelo histórico sigue siendo el del Big Bang: la Revolución Cubana aparece como la última de una concatenación de revoluciones cuyo origen es la rusa y que incluye la Guerra Civil Española, en la que participa el protagonista cubano. El esquema hegelo-marxistoide es evidente. "La consagración de la primavera" es maniquea, con personajes acartonados que suenan falsos, está mal escrita; la proximidad de los hechos que narra la daña porque se nota que su autor es alérgico a lo que carece de densidad histórica.

La segunda sorpresa, que anticipa la tercera, fue "El arpa y la sombra", publicada en 1979, apenas un año antes de la muerte de Carpentier, en París, el 23 de abril de 1980. Fue su última obra maestra, al nivel de "El reino de este mundo", "Los pasos perdidos" y "El siglo de las luces". Hay dos protagonistas y dos historias que se entretejen. El primero es Mastai Ferreti, eventualmente Pío IX, que quiso beatificar a Cristóbal Colón con el propósito de canonizarlo. El segundo es el Almirante mismo quien, en su lecho de muerte, hace un recuento de sus pecados mientras espera al sacerdote que habrá de confesarlo y administrarle los últimos óleos. Salen a relucir en ese acto de contrición cosas sorprendentes y humorísticas, propias del último Carpentier, como el que Colón lograra el apoyo de los Reyes Católicos porque tuvo una fogosa relación amorosa con la reina Isabel.

Carpentier se ha remontado al protagonista de la más grande ruptura en la historia de Occidente -el Big Bang por excelencia- y dado con un hombre brillante, audaz y astuto, de origen incierto y lleno de debilidades. La más notoria de ellas, producto a lo mejor de su dudosa prosapia, es la mentira, de lo cual se duele y disculpa el Colón ficticio de la novela. Pero es aquí donde se anuncia de manera solapada y proléptica la tercera sorpresa, après coup que Carpentier deja en reserva para después de su muerte. Y ésta fue que Alejo había nacido en Lausana, Suiza, no en La Habana, como afirmó a lo largo de toda su vida. Lo interesante de esta revelación -que ni corto ni perezoso hiciera su rival literario y político Guillermo Cabrera Infante en 1991- no es el lugar de nacimiento, sino la mentira. ¿Por qué mintió Carpentier? Y si dijo esa mentira, ¿cuántas otras no habrá dicho sobre su vida que hemos repetido ingenuamente sus exégetas a lo largo de los años?

(fragmento)

Imagen: Jimmy Scott


 

 


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Alejo Carpentier: Carpentier, el extranjero.
(Cien años de Alejo Carpentier, 1904 - 1980).
Por Roberto González Echeverría,
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio,
Domingo 12 de septiembre de 2004.