100
años de Alejo Carpentier
El
otro viajero inmóvil
Por Óscar Brando
Revista de Libros de El Mercurio, viernes
10 de Diciembre de 2004.
La nueva forma de contar la literatura de este novelista,
ensayista y musicólogo tuvo gran influencia en el desarrollo
de las letras latinoamericanas, sobre todo en la incorporación
de lo real maravilloso.
En el tercer tomo de la Historia de la literatura hispanoamericana
(2001), de José Miguel Oviedo, se informa que en los últimos
años apareció el certificado de nacimiento, según
el cual Alejo Carpentier
habría nacido en Laussanne y no en La Habana. Como se sabe,
hay un conocido expediente de estudios de la Universidad de La Habana,
donde se lo inscribe como nacido en esa ciudad de Suiza. Sin embargo,
el propio Carpentier, entrevistado en 1964 por César Leante
afirmó: "Nací en La Habana, en la calle Maloja,
en 1904. Mi padre era francés, arquitecto, y mi madre, rusa,
que había hecho estudios de medicina en Suiza. Vinieron a Cuba
en 1902, por la única razón de que a mi padre le reventaba
Europa". Es posible que Lausana, donde estaba radicada su familia
materna (Balmont, Valmont o Blagoobrasoff, según qué
documento se consulte), haya oficiado de cuna legal.
La espaciosa casa infantil —en Cuba hasta los 12 años— contaba
con la biblioteca del padre, Georges Carpentier. El idioma hogareño
y el de las lecturas infantiles debió ser el francés,
verdadera lengua materna. El español estaba afuera, en la calle,
entre los niños negros que Carpentier debió sumar a
su cultura diversa. Tanto la pasión por la música como
la arquitectura señalaban su futuro profesional. Pero una "catástrofe
familiar" echó por tierra esos proyectos. Un buen día
Georges Carpentier, sin que se supiese por qué, abandonó
a su familia y el joven Alejo debió sustituir a su padre en
el sostén de la casa, emprendiendo distintos trabajos. El periodismo
fue el más temprano y el que mantendría intacto hasta
su muerte, pero convirtió la música y la arquitectura
en dos de sus saberes obsesivos, fundiéndolas en otro molde
que sería su seña de identidad: la literatura.
Minorismo y negrismo
La década del 20 fue, para Carpentier, el cruce de una doble
militancia que compartió con toda una generación americana:
la de las vanguardias artística y política. El Manifiesto
hecho público por el grupo Minorista en mayo de 1927, firmado
entre otros por Alejo Carpentier, proclamaba la formación de
éste en 1923. Los Minoristas, al tiempo que se reunían
para preparar una antología de la poesía nueva en Cuba
llevaban adelante una acusación contra el Secretario de Justicia.
Carpentier dirá: "Con el grupo Minorista la necesidad
de politización del intelectual se hizo particularmente evidente.
Se renunciaba al esteticismo (...) para situar al intelectual ante
nuevas responsabilidades y deberes".
Es impreciso el tiempo que Carpentier estuvo detenido, durante 1927
por actividades políticas contra la dictadura de Gerardo Machado,
pero en la cárcel empezó a escribir su primera novela:
¡Ecué-Yamba-O!. Al salir fundó la «Revista
de Avance», nuevo órgano vanguardista. En el París
de principios de los 30 Carpentier sumó a las tesis spenglerianas
de la "decadencia de occidente" la defensa del surrealismo:
lo hizo en numerosas colaboraciones con las revistas cubanas y hasta
llegó a practicarlo tímidamente. Compartió el
destierro parisino con Miguel Ángel Asturias, con Arturo Uslar
Pietri, y no es casual que todos ellos fueran acuñando, desde
esa distanacía, el nuevo proyecto de narrativa para Latinoamérica.
Finalmente, en 1939, viudo de un primer matrimonio, volvió
a Cuba con su segunda esposa, la francesa Eva Frejaville. Allí,
sus oficios siguieron vinculados a la radio, a la edición de
música y de revistas, al periodismo y más tarde a la
publicidad. En esos años preparó su investigación
sobre La música en Cuba mientras daba a conocer sus
primeros cuentos. Divorciado de Eva, en 1941 se volvió a casar
con Lilia Esteban Hierro.
Cuando viajaba a Haití, en 1943, en compañía
del actor francés Louis Jouvet, conoció las ruinas de
Sans-Souci, la ciudadela de La Ferrière, el reino de Henri
Cristophe y la balconada del palacio en el que vivió Paulina
Bonaparte, motivo inspirador de un documento famoso que Carpentier
publicó años " después. Fue primero artículo
en el diario Nacional (abril de 1948) y ofició luego de prólogo
a la novela El reino de este mundo (1949). En ese ensayo, que
Rodríguez Monegal definió como el prólogo de
toda la nueva novela latinoamericana, "Carpentier descubrió
lo "real maravilloso", un estado de las cosas que no sólo
se originaba en Haití sino que debía ser "patrimonio
de la América entera, donde todavía no se ha terminado
de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías".
La otra respuesta del contacto con lo "real maravilloso"
fue la novela misma, que se erigió como modelo de una nueva
forma de contar la realidad americana.
Previo pasaje fugaz por Nueva York, en 1945 se radicó con Lilia
en Caracas. Su estadía venezolana hasta el año 1959
fue de enorme importancia en su creación artística.
Su contacto con la Gran Sabana y con la selva, y las exploraciones
que en esos años habían perseguido las fuentes del río
Orinoco le sugirieron la publicación de un libro de viajes
que habría de titularse El libro de la gran sabana pero
sólo quedaron los preparativos en una serie de artículos
periodísticos que salieron en El Nacional de Caracas con el
título general de «Visión de América»;
y quedó también la materia narrativa que daría
origen a una de las novelas claves de toda la obra de Carpentier:
Los pasos perdidos, donde construyó una gran parábola
que resultaba de su propía experiencia creativa y de los proyectos
literarios que había amasado a partir de su tesis de lo "real"
maravilloso americano".
Luego publicó un relato largo que tituló «El
acoso» (1956), en el cual daba cabida a un tema histórico:
la insurrección que hizo posible la caída de Machado
en 1933 y, por otro, realizaba el alarde técnico que suponía
cronometrar la duración de la acción del cuento a los
46 minutos que dura la ejecución de la sinfonía «Heroica»
de Beethoven. En el capítulo IX de Los pasos perdidos
ya había experimentado un juego similar con la «Novena
Sinfonía».
«El acoso» quedó integrado a la producción
de cuentos que llamó Guerra del tiempo (1958). El tiempo
es uno de los grandes temas en la obra de Carpentier, así en
uno de sus primeros relatos, «Viaje a la semilla» (1944),
cuenta una historia desde el final hasta el principio. A mediados
de 1959, luego del triunfo de la Revolución cubana, Carpentier
vuelve a La Habana donde se pone al servicio de la revolución.
Se presume que traía una versión final de El siglo
de las luces. Los ciclos de creación de Carpentier fueron
lentos, espaciosos. Entre su primera novela y la que le siguió
transcurrieron dieciséis años. En medio hubo cuentos,
ensayos, investigaciones y mucho periodismo. Entre El siglo de
las luces y las dos novelas posteriores, mediaron doce años.
Carpentier encontró el camino del boom narrativo con El
siglo de las luces. En los 70 se hizo un lugar entre las novelas
de dictadores con El recurso del método (1974) y La
consagración de la primavera (1978) cerró el ciclo
del boom y fue parte del canto del cisne de esa movida editorial.
Con su última novela El arpa y la sombra (1979), una
historia de América, regresa a viejas obsesiones.
Un cargo diplomático en París en 1968, va a ser su
último destino. Cumplió su viaje a la semilla, su retorno
a la tierra de su padre. Murió allí el 24 de abril de
1980.