América y el Caribe
han estado en la imaginación de estos dos grandes escritores.
Pero sus creaciones son de signo opuesto.
Donde Carpentier vio lo "real maravilloso", Naipul vio
el fracaso político de un proyecto cultural que podría
llamarse lo "real horroroso".
La isla de Trinidad (hoy Trinidad y Tobago) fue descubierta por Colón
en 1498, bautizándola con ese nombre por la visión de
tres montes que le recordaron la Santísima Trinidad. La isla,
como otras del Caribe, rápidamente fue poblada de esclavos
africanos traídos para los trabajos del tabaco y
el azúcar.
Después de muchos conflictos entre España,
Francia e Inglaterra, a fines del siglo XVIII, el último gobernador
español, José María Chacón, y sin disparar
un tiro, entregó la isla al imperio británico como quien
se saca un peso de encima.
La Corona británica, a mediados del siglo XIX introdujo
hindúes en las plantaciones, con un contrato según el
cual podían retornar a su país o permanecer: en este
caso se les pagaría con tierras. Fue el inicio de una nueva
injusticia: los negros, que habían llegado antes, nunca fueron
recompensados.
Ambos grupos, negros e indios, se multiplicaron y lograda
la independencia en 1962, se constituyeron como partidos políticos
para defender sus intereses. En la actualidad se ha consolidado una
burguesía negra elegante y culta. Pero también los hindúes
se han ido incorporando a la élite, y hoy manejan importantes
sectores del comercio y la industria, con notorio recelo de los africanos.
Además de Trinidad, una serie de otras islas caribeñas
(Martinica, Guadalupe, San Vicente, Santa
Lucía, Puerto Rico, Tobago, etc.) fueron lentamente constituyendo
el mayor ejemplo de un mundo multirracial y multicultural. Se dice
que en alguna de ellas los oficiales de ejército debían
dar las órdenes en tres o cuatro idiomas para hacerse entender
por las tropas, formadas por contingentes de negros de habla inglesa
y francesa, pero también por españoles, portugueses
y alemanes que buscaban hacerse algún dinero como mercenarios.
Víctor Hugues
El Premio Nobel del 2001, V. S. Naipul, que nació
en la aldea de Chaguanas en Trinidad (1932), es autor de importantes
novelas en que describe la vida de la población india en ese
mundo multicultural, en el que convergen África, India, Europa,
América.
En una de ellas,"La pérdida de El Dorado"
(1969), cuenta el desarrollo histórico de su isla, desde el
descubrimiento hasta los inicios del siglo XX, manteniendo una tesis
constante: el fracaso de un proyecto político y cultural, del
cual, el mítico y nunca encontrado "Dorado", da origen
a su "pérdida".
La comparación de esta obra con las novelas de
Alejo Carpentier (1904 - 1980) es inevitable. Me refiero especialmente
a "El reino de este mundo" (1949), y "El siglo de las
Luces" (1962). Con ellas, Carpentier instaló en la estética
latinoamericana lo que definió como "Lo real maravilloso
americano", una realidad prodigiosa, pero real y encontrable
en calles, personas y mercados de cualquier poblado de América
Latina, en oposición a la vieja Europa en la que lo maravilloso
había concluido por transformarse en un objeto construido y
artificial. Mientras lo maravilloso, decía Carpentier, en Europa
es cuestión de academias y museos, en América Latina
es posible encontrarlo en la vida cotidiana.
Ambos escritores coinciden en preguntarse por la particular
manera en que se construyó una cultura cortesana en medio de
la selva, o cómo se fue asumiendo la política republicana
desde la esclavitud. Incluso, tanto Carpentier como Naipaul, incorporan
un personaje común: Víctor Hugues, un médico
mulato, masón, ilustrado, y revolucionario, que regresa al
Caribe a expandir los principios de la entonces, reciente revolución
francesa.
Pero es fácil percibir que ambos escritores observan
al Caribe y a América Latina desde perspectivas
diferentes.
Así, mientras que para Carpentier, Víctor
(con acento) Hugues es sinónimo del americano que arriesga
su vida para lograr la liberación de los oprimidos y un símbolo
del que trae a América las nuevas ideas surgidas en La Bastilla,
descrito incluso con algo de sobrenatural (Cristo-diabólico)
en su figura: "Su aparición, acompañada de un trueno
de aldabas, había tenido algo diabólico —con ese aplomo
de apoderarse de la casa, en sentarse en la cabecera de la mesa, en
revolver los armarios. De súbito habían funcionado los
aparatos del Gabinete de Física; habían salido los muebles
de sus cajas; habían sanado los enfermos y caminado los inertes.
Naipaul, en cambio, sin ninguna admiración describe
a Victor (sin acento) como "... el emisario revolucionario de
Robespierre, enemigo de los ingleses, un mulato antillano pero también
francés, un hombre que encajaba perfectamente en el papel de
anarquista y vengador: de familia pobre, peluquero fracasado, posadero
fracasado, patrón de barco fracasado, después teniente
de navío de la armada francesa... ".
Un personaje, para Naipaul, que aunque proclamó
el fin de la esclavitud en Santo Domingo, se ajusta perfectamente
a su imagen de América Latina como un lugar donde abundan vagabundos
ideológicos y aventureros de todo tipo, propios de un lugar
marcado por la improvisación y el desengaño: "Las
revueltas que fomentó Victor Hugues en La Martinica y La Dominica
fracasaron;
pero había revueltas en Santa Lucía. En San Vicente
y Granada murieron muchos blancos; mientras tanto en París,
la Convención recibió calurosamente la noticia".
Así, frente a la literatura de Carpentier, que
está dispuesto a idealizar con ciertos rasgos no reales el
mundo latinoamericano para lograr destacar, como sea, que éste
sí es continente de la esperanza y la utopía no realizada,
Naipaul optó por solazarse en la desmitificación o más
bien en la descripción de lo que podríamos llamar, "Lo
real horroroso americano", en base a una perspectiva más
histórica y más pegada a lo real. Es cierto, Naipaul
es menos ideológico que Carpentier, pero también me
parece menos brillante.
Pérdida del Dorado
En esta lógica, una parte importante del libro
"La pérdida de El Dorado" está dedicada al
líder de la independencia americana, el venezolano Francisco
Miranda, muchas veces refugiado en la isla de Trinidad, y al que utiliza
como una nueva alegoría del fracaso. Miranda es presentado
como un gran hombre, el primer latinoamericano culto que recorre Europa,
un seductor que logró cautivar
a Catalina de Rusia y a varias damas de Inglaterra y Francia. Un hombre
en diálogo con el ministro Pitt, con Hamilton, admirado por
Napoleón, por Wellington, y cuyo nombre, único en español,
figura en el Arco de Triunfo de París, entre los que Francia
agradece por haber realizado
la revolución de 1789.
Y, sin embargo, puesto Miranda en el escenario de los
hechos, no logra soluciones para su país: todo es traición,
conspiraciones, malos cálculos. El destino de una isla y un
continente que de ser representante del Nuevo Mundo se ha transformado
en el Nuevo Infierno.
Lo que sí llegó a América fue la
tortura, aunque envuelta en los trapos de la libertad. Un terror histórico
permanente: "Caos de ideas, caos de acciones: días más
tarde comenzaron las detenciones y ejecuciones masivas". El fracaso
de Francisco Miranda es el fracaso de todo el continente, visto desde
la perspectiva de un escéptico de las ideologías: "Miranda
había reducido el mundo una vez más a ideas".
De nuevo las comparaciones con Carpentier resultan evidentes,
pues para el cubano la historia avanza siempre siguiendo las ideas
y son éstas las que mueven (aunque no lo sepan) las acciones
de los hombres hasta encarnarse en un destino final de libertad política.
Carpentier vivió siempre fascinado por la manera como las ideas
transmutan y pasan de un país a otro, de una cultura a otra,
adaptándose, modificando el mundo, siempre encontrando a alguien
dispuesto a empezar de nuevo, en un prceso inacabado de revoluciones,
desencantos, nuevas revoluciones, siguiendo el epígrafe mismo
de la novela: "Las palabras no caen en el vacío".
Para Naipul, en cambio, heredero del escéptico
pragmatismo inglés, y quien prefiere la vida cotidiana de las
perosnas, a los grandes sistemas ideológicos, no hay nada parecido
a eso y las ideas no hacen sino confundirnos detrás de quimeras
que provocarán finalmente falsas utopías y regímenes
despóticos.
Carpentier, como buen descendiente de franceses racionalistas
y formado en la cultura hispano-cubana, cree y confía en el
pensamiento humano, en ideologías perfectibles, en fin de cuentas,
en la literatura y la filosofía. Y así se entiende que
en una escena de su novela "El siglo de las Luces", en una
conversación sostenida a fines del siglo XVIII, un personaje,
en el Caribe, afirme que: "Y seguiremos sin noticias porque los
gobiernos tienen miedo; un miedo pánico al fantasma que recorre
Europa —concluyó Ogé con tono profetico—. Llegaron los
tiempos, amigos. Llegaron los tiempos".
Como es fácil de percibir, de manera completamente
anacrónica, el personaje Ogé está repitiendo
lo que diría varias décadas más tarde Carlos
Marx en "El manifiesto comunista" de 1848. Es decir, lo
que resulta absurdo de un punto de vista histórico, no lo es
desde la posición de Carpentier, para quien, le interesa afirmar
que las ideas vuelan, cruzan paisajes, y van sin dueño, de
un país a otro, promoviendo una especie de inevitable liberación
del ser humano. Así, en el desenlace de esta obra, se nos muestra
a un grupo de jóvenes cubanos exiliados en España al
no haber podido lograr la independencia de su país. Esos muchachos,
derrotados por la historia, encuentran al final una nueva esperanza
en el levantamiento del pueblo de Madrid contra los invasores franceses,
el 2 de 'mayo de 1808, tema que más tarde sirvió de
motivo a una de las mayores pinturas de Goya, "Los fusilamientos
de Príncipe Pío".
Con una visión completamente opuesta, Naipaul se
encarga de reforzarnos en su novela la escena en que Francisco de
Miranda es detenido por quien lo conducirá a la cárcel
de Cádiz donde morirá. Naipaul nos recuerda que Miranda,
abrazando al oficial español le dice, "Gracias a Dios",
pues prefería estar en una cárcel europea que libre
en esta América sin orden ni concierto.
Neocolonialismo
Al recibir el Premio Nobel en 2001, Naipaul hizo abundantes
referencias a su Trinidad natal, pero
como un lugar significativamente menor respecto a las culturas inglesa
e india. Naipaul es un hombre que ha optado por vivir en Londres y
que prefiere el pasado consolidado de un Imperio. Tal vez, si hubiera
muchos como él, a lo mejor podríamos hablar de una nueva
forma de pensamiento, de un "neocolonialismo autoasumido".
Vistos ambos escritores desde la actualidad, o comparadas
sus novelas (que ya tienen más o menos cuarenta años),
todo indica que Naipaul adivinó mejor nuestro presente, marcado
por la decadencia de las ideologías, la relativización
de las ideas en la sociedad y su reemplazo por informes técnicos,
un sentido práctico de las decisiones políticas y administrativas,
pero sobre todo, por una América Latina en baja respecto a
las creencias de las utopías de los 60. Un continente, en la
actualidad,
en el que no disminuye la cesantía, ni la inflación,
con bajo crecimiento, y nulo aporte científico.
Pero nada sabemos de lo que vendrá. La historia
de las Ideas nos dice que el futuro está abierto y aun cuando
probablemente no sea demasiado diferente, América Latina y
el Caribe no han perdido la esperanza y no dejan de dar cotidianamente
pruebas de vitalidad y fuerza. Aunque una vitalidad y una fuerza que
deba manifestarse, también, en cifras políticas y económicas
positivas.