El escritor peruano
vendrá a Chile la próxima semana para recibir el Premio Iberoamericano
de Letras José Donoso, que le concedió la Universidad de Talca.
En Comentarios reales (1964), uno
de los libros de poesía más implacables y sarcásticos que se haya
escrito en Latinoamérica, Antonio Cisneros (Lima, 1942) señala:
"Durante el virreynato, cuando los grandes
señores llegaban a la vejez, hartos de fechorías - o imposibilitados
para ellas por sus huesos- dedicábanse a escribir poesía religiosa.
Muchos trasnochaban acomodando versos, hasta coger enfermedades terribles.
Así, la muerte los sorprendía en plena charla con Dios".
En ese libro, casi no hace falta decirlo,
el autor peruano reescribía en clave poética los Comentarios reales
de los incas (1611), del Inca Garcilaso de la Vega. Diálogo de
Cisneros con el pasado histórico, pero también anticipación de su
propia biografía. O, mejor dicho, autoconciencia de la naturaleza
cíclica de ambos.
En su figura alta y enjuta, en el canoso pelo ondulado y la barba
que se deja crecer por temporadas, incluso en la diabetes que no le
impide echarse unos buenos tragos de vez en cuando, es fácil adivinar
la fina estampa del hidalgo limeño. Vividor, aunque piadoso; afamado,
pero no próspero; un bromista a tiempo completo, que sin embargo esconde
un fondo amargo, como la borra del café.
Cuando le avisaron por teléfono que se había ganado el Premio José
Donoso, dotado de veinte mil dólares, Cisneros se mostró incrédulo.
- Como estaba con problemas de trabajo y de baja autoestima me pareció
que la llamada era el remate de las bromas crueles. En mi precaria
situación, la plata me ha caído maravillosamente. Cuando se empieza
a debutar en la base seis, pasados los 60 años, se tiene la sensación
de que ya no hay chamba para uno. Con estas cosas el ego se levanta
de nuevo: uno está vigente.
Por enésima vez el escritor peruano viajará a Chile. La primera visita
fue en 1964, como invitado de Gonzalo Rojas a uno de sus legendarios
congresos de escritores realizados en Concepción. El año 2001 participó
en el primer encuentro Chilepoesía: recitó en un vagón del Metro y
ante miles de personas reunidas en la Plaza de la Constitución. Hace
unos meses fue jurado de un premio literario convocado en Temuco y
ahora viene a recibir otro, que lleva el nombre de José Donoso, a
quien conoció en una Feria del Libro en Frankfurt, y del que, lo admite,
no llegó a ser tan amigo como de otros chilenos a los que sigue viendo
cada cierto tiempo: Antonio Skármeta, Poli Délano, Raúl Ruiz...
Cisneros llegará a Santiago el próximo miércoles 6 de octubre. Al
día siguiente recibirá el premio y esa misma tarde viajará a Talca
para ofrecer un recital. Vuelve a Lima el día 8, por una serie de
compromisos fijados con anterioridad. "Así somos los desocupados",
bromea. Alude a la suspensión de un programa radial que condujo por
más de nueve años. De todas maneras, sigue escribiendo artículos periodísticos
para distintos medios de comunicación y trabaja en los toques finales
de su anunciado libro Cantos marianos, que espera publicar
antes de Navidad.
"No son poemas religiosos - aclara- . La Virgen, en la que yo creo,
por supuesto, es un punto de referencia para contarle o pedirle cosas.
Dentro de ese contexto está muy presente el tema de la muerte, que
es un hecho biológico, pues está claro que uno ha vivido mucho más
tiempo del que le resta por vivir. Esto no es teoría ni fatalismo,
sino algo inevitable. Pasa lo contrario de la juventud, cuando hay
una absoluta sensación de inmortalidad. En mi libro se trata de la
muerte de un creyente, por lo tanto hablo de un más allá que necesita
la garantía de la Virgen del Carmelo, la madre de las ánimas del Purgatorio.
Por eso el libro tiene una iconografía religiosa, el imaginario de
las estatuas y las estampas populares, sin tampoco pretender convertirse
en poesía antropológica o folclórica".
Esta vertiente literaria en la que confluyen elementos religiosos
y sociales ya estaba presente en libros anteriores de Cisneros, como
Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981) y, sobre todo, El
libro de Dios y de los húngaros (1978), considerado por críticos
como el peruano José Miguel Oviedo un punto de inflexión en la trayectoria
de su compatriota, momento en que sus tempranas "afinidades marxistas
se atemperan en favor de una visión cristiana inspirada en la "teología
de la liberación"".
Juicio que el propio Cisneros no comparte del todo:
"No creo que ese libro marque un antes y un después. Tiene elementos
que son comunes a toda mi poesía, empezando por los sagrados. Lo que
tal vez lo diferencia es que se termina con él la ironía descarnada,
esa desfachatez que había mostrado en mis obras anteriores. Tampoco
es que me vuelva un tonto grave, pero hay un tono más refrenado y
reflexivo, que permanece hasta el presente".
Publicado tras una temporada en la Hungría socialista, El libro
de Dios y de los húngaros coincide con el regreso de Cisneros
al catolicismo, acto que se niega a calificar de conversión a secas.
Prefiere hablar de una "re-conversión", porque, para bien o para mal,
desde sus primeros trabajos ha tenido a la religión como punto de
referencia. David (1962) giraba en torno al rey bíblico, aunque tratado
de una manera irónica y desacralizadora. En Comentarios reales hay
poemas blasfemos, pero también otros dedicados a Cristo, que son más
bien positivos. "Se nota que de chiquito era acólito en la parroquia
de mi barrio", apunta.
En términos de estilo, uno de los mayores aportes de Cisneros a la
literatura latinoamericana de los años sesenta fue su intento por
crear una poesía "objetivista", alejada de la metáfora y profundamente
crítica de la burguesía. Su predilección por la tradición poética
anglosajona se aprecia en el uso coloquial del lenguaje y en las diversas
traducciones que realizó por ese tiempo, en forma paralela a proyectos
como los de Ernesto Cardenal y Nicanor Parra.
Sin embargo, hoy Cisneros toma distancia de esa corriente. "Me da
la impresión, a ojo de buen cubero, que en la lengua castellana llegó
a su fin todo un movimiento muy importante, que fue la apertura en
relación a las atosigantes retóricas francesa y española de entonces.
El ingreso del coloquialismo fue muy refrescante pero, como todo en
la vida, llegó a su límite".
Hacia los años ochenta, afirma, el tono narrativo, antisolemne y burlón
del poeta se trivializó hasta el punto de dar las señas personales
de la enamorada, incluido su teléfono. Ahí, concluye, se acabó la
transformación de la palabra poética.
Por reacción pendular, el autor peruano advierte hoy un regreso al
preciosismo y el verso hermético, sobre todo entre los poetas españoles.
"Pero en muchos otros casos, incluyendo el mío tal vez, se vuelve
a una cosa más esencial, contenida, menos narrativa", observa.
La realidad, hay que admitirlo, tambien ha cambiado, y en la actualidad
peruana no advierte la fuerza suficiente como para desencadenar una
respuesta poética. A comienzos de los noventa su preocupación por
el momento político cristalizó en libros tan urgentes como Drácula
de Bram Stoker y otros poemas o Las inmensas preguntas celestes, al
que pertenecen los soberbios versos de "Un perro negro" ("En este
país un perro/ negro sobre un prado/ verde es cosa de/ maravilla y
de rencor"), acerca de los extremos a los que llegaron la violencia
armada y la represión contrainsurgente.
- Ya nada - concluye- alcanza la relevancia de la guerra que se desató
con Sendero Luminoso durante doce años. Estamos hablando de cincuenta
o setenta mil muertos. Una cosa camboyana. En Drácula... reflejé ese
tiempo en que los seres humanos necesitaban sangre de humanos para
sobrevivir. Después sólo vienen gobiernos anodinos que no me interesa
comentar.
Mal que mal, para Cisneros, la poesía no es programable como la prosa:
tiene que provocar un profundo remecimiento, algo que se apodere del
inconsciente hasta el desvelo. Como una terrible enfermedad.