"Últimos
fuegos" de Alejandra Costamagna
Costamagna
en llamas
Por Cristóbal Alliende
Artes y Letras de El Mercurio, domingo
2 de Octubre 2005.
Los realatos contenidos en "Últimos
fuegos" deberían sacudir a su interesante autora.
Los personajes que aparecen en Últimos fuegos (Ediciones
B, 2005) de Alejandra Costamagna, son arquetipos, formas difusas que
viajan entre capitales y pueblos dispersos. El solitario, la inolvidable,
el mocoso, la ojerosa, la triste, la inolvidable, la atractiva, la
canosa, entre otros, deambulan por Retiro, Alburquerque, Kamakura,
Santiago, la innombrada metrópolis del obelisco. Y
cuando alguna identidad aparece con cierta nitidez, entonces su dueño
tiende a esconderse de quienes lo conocen y de los lectores. Se pierde
entre el humo denso, entre cementerios y lápidas que bien pueden
llevar inscrito su nombre.
Últimos fuegos consiste en múltiples relatos
que se suceden sin orden aparente. Algunos son especies de viñetas
que cruzan como anécdotas. Otros son breves cuentos que no
se sostienen por separado. Todos están levemente descentrados,
pertenecen a los márgenes del orden establecido. La cotidianeidad
es un friso que intenta ser evitado con pasatiempos que no son fantásticos
ni maravillosos, ni orientados al pasado ni al futuro, ni ominosos
ni peregrinos: juntar palitos en la arena, dispararles a botellas
de cerveza en un boliche semivacío, coleccionar escarabajos
Volkswagen blancos de juguete, leer la crónica roja fechada
en Japón.
Uno de los problemas que presenta el nuevo libro de Costamagna es
que los fragmentos textuales aparecen como ejercicios discursivos
relativamente conocidos: Ejercicios de ensayo y error, ángulos
posibles o cambios de foco, reescritura y ampliación de los
relatos precedentes a través de la mirada del otro. Parafraseando
la descripción que se hace de algún arquetipo, el cruce
de las piezas leídas no parece ser "muy pero muy"
novedoso. O puede que la lectura nunca llegue a ser "muy pero
muy" inquietante, a pesar de la confusión de fragmentos
y de la normalización de la muerte... Ni siquiera un matricidio
que ejecutan dos mellizas (la verídica y la copia) adquiere
mayor relieve.
Es cierto que la inquietud, lo ominoso (entendido a la manera de
Freud) o, en su defecto, lo maravilloso, pueden ser evadidos con éxito
en narraciones como éstas. Pero si a esta evasión se
le suma la dificultad para rastrear una o más historias, entonces
habría que decir que Costamagna está jugando con fuego,
valga la redundancia. Su nuevo texto se estaría alejando de
todo referente y consumiéndose a sí mismo. Es decir,
Últimos fuegos estaría tomándose demasiado
en serio la fijación textual de lo no dicho, de ese "silencio
liso, rígido, casi estruendoso" que trata infructuosamente
de ocultar y delatar a la vez. Esto explica que el silencio adquiera
la forma de innumerables elipsis que estorban la lectura hasta convertirla
en parte del ensayo escritural.
Pero que no se malentienda. Los relatos o ejercicios contenidos en
el libro Últimos fuegos siguen siendo valiosos. Su escritura
se acerca con inusual claridad al insomnio de quienes contemplan fuegos
que de tanto amenazar se transforman en parte del paisaje. El fuerte
de Costamagna radica en las formas que crea, en las pinceladas a lo
Turner que tiñen cielos de humo o nubes; pinceladas que hacen
confluir a sujetos provenientes de diversos relatos en un bar (¿una
venta moderna?) llamado a veces Cemento, otras Cecil.
Qué ganas que Últimos fuegos pudiera sacudir
a su autora hasta convencerla de que es una excelente narradora y
que ha llegado el momento de prescindir de las pruebas. Qué
ganas que la obra le dijera a Alejandra Costamagna: "Yo soy como
las mujeres contenidas en mí", para luego agregar, justo
antes de convertirse en ceniza: "Alejandra yo también
tengo `huesos duros´ y `miradas párvulas' y, para colmo,
`me has sacado, me has saqueado todo el tiempo´.