Alfonso
Calderón viaja por la memoria familiar
en nuevo libro
La Tercera, 12
de abril de 2006
Una de las críticas que recibió cuando muchacho el
premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón es que
"le faltaba sistema". "Tienes mucha tentación
por lo trivial: las canciones, el fútbol, esas cosas no le
sirven a nadie", le decían. Pero Calderón no dudaba:
"A mí me sirven", respondía.
"Los elementos triviales son el sustento de la memoria",
reflexiona hoy el escritor. Autor de poemarios, novelas y sendos volúmenes
de diarios, Calderón es un gran memorialista, acaso el mejor
en ejercicio en Chile, y prueba de ello es su nuevo libro, titulado
Palimpsesto.
Editado por el sello RIL, Palimpsesto es un libro de viajes,
pero al mismo tiempo es una memoria: un recorrido por el pasado familiar
y por las películas, la música y los libros que lo sustentan.
Descendiente de inmigrantes sicilianos, criado entre Valparaíso
y La Serena, Calderón escribió el libro a partir de
un viaje a Grecia, Italia e Inglaterra, en 1995. "Estuve en Grecia
mucho tiempo, pero sabía que Sicilia me iba a tomar",
comenta este profesor crecido con una abuela que no hablaba español.
Con el subtítulo Retorno a Sicilia, el libro transita
entre las observaciones que el autor hace del viaje y sus recuerdos
de infancia y juventud, al tiempo que se pasea por la memoria literaria,
cinematográfica y musical.
Porque Palimpsesto es un texto sobre la Sicilia real, pero
también sobre la imaginaria: la de las leyendas de los abuelos
y la de los libros. Calderón es un autor culto, a ratos enciclopédico,
y en su texto vibra esa pasión por la literatura: Palimpsesto
es un libro de libros. Pero no sólo eso: Calderón es
capaz de pasar, con toda soltura, de Nietzsche a las novelas de Sherlock
Holmes y a los dulces -los cannoli- que preparaba su abuela.
O de Goethe a los libros de Julio Verne que leía en la infancia,
a las películas de Gary Cooper, los refranes sicilianos y la
sombra de Mussolini en su familia.
Su viaje, fragmentario y divagador, es un trayecto a los orígenes.
"No soy, por cierto, un penitente, sino alguien que, al registrar
la vida de mis abuelos, ve sus señas, oye las palabras que
decían, toca la tierra hasta encontrar la raíz de un
árbol vivo y el manantial que lo nutre", escribe.