Con una certeza Total con
respecto a la valía de su obraliteraria, Adolfo Couve (49
años, una hija) se muestra, en cambio, como un hombre atormentado
y temeroso frente a la vida misma.
Su figura se ve empequeñecida bajo los árboles centenarios
y algo difusa entre la bruma que cae al atardecer. Personaje de libro
es Adolfo Couve; personaje, sobre todo, de sus propios libros,
siempre oculto tras un velo de nostalgia, siempre luminoso en su honda
pero apenas diseñada humanidad. Hermoso
en su contradicción interna, conmovedor en su entrega total
al arte y, al fin de cuentas, a la vida que, al parecer, lo acosa.
Alejado de la literatura por casi una década, hoy
reaparece con dos novelas cortas, indesmentiblemente suyas: El
Pasaje y La Copia de Yeso.
—Usted ha sido un artista de intervalos, tanto en la
actividad plástica como en la literaria. ¿A qué
se debió su prolongado silencio?
—A que El Pasaje, que lo publico ahora, no lo pude resolver en 10
años. Y creo que no está resuelto: no va a estarlo nunca.
Y ¡qué importa!, da lo mismo. Es una gran novela igual.
—Si eso lo sabia de antemano, ¿por qué
no la publicó antes?
—Porque no sentía que tenia que hacerlo. Fue un libro que me
planteó conflictos desde un principio. Es muy descarnado; en
él está exigido al máximo el lenguaje. Un lenguaje
despojado para una situación despojada que resultó con
una luminosidad muy gris, como una película en blanco y negro.
Tuve que abandonarlo para que madurara. ¿Entendiste? porque
yo todavía no entiendo. (Risas).
— Lo importante es aclarar por qué le trajo
esos conflictos.
— ¡No sé! Lo único que puedo decirte es que al
terminarlo me enfermé seriamente. Y sufrí tanto con
eso que no quise saber nada más de la escritura. Lo único
que sabía en ese momento era que tenía miedo. Un miedo
atroz, paralizante. Pero no quiero hablar de esto porque puede parecer
que uno anda inspirando compasión. "¡Ay pobrecito,
se enfermó con este libro, leámoslo!"... Lo importante
es que esa experiencia de escritura que significo El Pasaje no admite
explicación, porque el equilibrio entre forma y fondo está
profundamente afiatado.
— Fue entonces cuando empezó a pintar...
— Sí. Con el libro guardado en el cajón, sin querer
saber nada de él. Me compré la casa en Cartagena, un
balneario que de algún modo no me correspondía pero
que me fascinaba y empecé a tomarle y empecé a tomarle
el gusto a la cosa sencilla, como colocar un mueble. Y ahí
fue cuando empecé a pintar.
— Aunque sea doloroso, analicemos. ¿Qué
le pasa a usted con el proceso de la escritura?
(Nervioso) —Yo, en realidad, todo lo hago mal, ¿entiende? Yo
no entiendo nada de nada. Todo me queda grande: la puesta de sol,
todo. Yo me propongo realizar estas obras, pero veo que no es literatura
lo que me interesa hacer, sino obras bien hechas, trabajos bien hechos.
Eso le da sentido a mi vida. No porque yo haga una obra de arte, sino
porque yo soy capaz de hacer una cosa coherente.
—Cosas coherentes puede hacer cualquiera. ¿Qué
es lo específico suyo como escritor?
—Yo no soy un escritor. No creo en las novelas, ni creo en la vida
literaria, ni creo en el clima literario: no me gusta. A mí
me gustan las realizaciones. Pueden ser las novelas, puede ser cualquier
otra cosa. Me gusta trabajar el verbo porque es la moneda de la calle,
el material de todos. Cuando logro concretar esa inmaterialidad de
la palabra, estoy alegre, me siento "ido", ya comienzo a
entender.
—¿Corrige mucho?
—Sí. Y boto. Lo que cuelga, lo que sobra, se cae solo. Las
obras terminan donde ellas mandan. De la misma manera, me doy cuenta
inmediatamente cuándo se está produciendo el todo.
—Usted tiene una "tranca" con la crítica,
¿no será eso? A pesar de que le ha sido muy favorable.
—Sí, tengo problemas con la critica...
—¿Y cómo la asume?
(Dudando) —Bueno, yo creo que es tan peligroso en la vida... Prefiero
no referirme a la crítica. Pero no por cobardía, sino
porque en Chile ha tenido connotaciones muy especiales, casi personales.
Los grandes críticos, como Alone y Valente, han manejado la
literatura chilena y han intervenido en ella, pero manteniendo una
relación con los escritores muy profunda, muy dolorosa, muy
decidora, muy consultiva. Ellos están dentro de la literatura,
como estuvo metido Saint Beuve con Baudelaire y también con
Flaubert. Por eso la crítica me importa. No porque me critiquen
bien o mal.
—Dicen que un lector debe sentirse cuando lee un libro
tal cual se sintió el autor al escribirlo. ¿Cómo
se siente usted cuando escribe?
(Reflexiona) —Cómo me siento yo cuando las escribo... es que
yo no las escribo... cómo explicarte. Yo siempre estoy en eso.
No quiere decir que yo sea una persona aplicada, un artista trabajador.
No soy un mateo, pero estoy siempre en eso (se ríe) que, finalmente,
es el arte. Y si no fuera el arte no me importaría. Me asedian
cosas, vivo con estas experiencias, pero me carga la palabra trabajar,
escribir. ¡No, no, no! Yo no escribo, ¿entiendes? Yo
me desvelo...
—Hace algunos años usted me decía que
valoraba la vida por sobre la literatura. Eso estaría en contradicción
con lo anterior; parece que usted más bien vive para el arte...
—Yo separo bien las cosas. Yo separo la vida del arte. La vida mía
se la he ofrendado al arte, porque no quiero perder la vida. Y la
única manera que yo tengo de no perderla es hacer una cosa
bien hecha y, hasta me atreverla a decir, cerca de la belleza. El
arte no es algo que se escoge, es un destino. Y se nace artista.
—¿De dónde proviene su fuerza para crear,
a usted, que parece tan "enclenque"?
(Se ríe) —La palabra, el verbo, es la vida, es lo más
fuerte, lo que nos ocupa enteros cuando escribimos. No quiero parecer
un profeta, pero cada persona cumple con su misión. Algunos
hablan, otros escriben, otros enseñan; todos cumplen distintos
roles para que el mundo sea coherente. Cuando a uno le asiste el verbo,
uno le cumple.
—¿En cuál de sus dos actividades creativas empeña
más tiempo, y cuál necesita de una mayor energía
y dedicación sicológica?
—La literaria. Me cuesta mucho más. Es mucho más difícil
escribir que pintar, para mí. Para pintar se necesitan facilidades.
Escribir es otra cosa. Por ejemplo, la imaginación está
en contra de la literatura. La persona que recurre a la imaginación
que todos tenemos se sirve de ella para hacer literatura. ¡Y
eso no es literatura, para mí! Entonces, el literato tiene
muchas cosas en contra que cree que son a favor. En cambio, en pintura,
las facilidades operan a favor.
—¿O sea que la imaginación estaría
jugando en contra de la creación literaria?
—Sí (interrumpe). La primera imaginación sobre todo,
la que todos tienen, es terrible. Porque interfiere con el verdadero
tema que ya se presenta como imagen perfilada, y que toma la forma
de alguna cosa vivida... El tema de una novela es una aparición.
—Recurriendo a su imaginación plástica,
¿cómo visualiza al lector ideal?
—El lector ideal es el que lee como uno escribe. Si uno fuera lo suficientemente
valiente como para atreverse a escribir tal cual le nace, entablaría
una relación congruente con el lector. Pero como uno desconfia
de uno mismo, muchas veces cae en estilos que producen interferencia
respecto del lector. Y el lector tiene que "aprender" a
leer a un escritor. Finalmente, es tan valioso leer como escribir.
—¿Por qué tipo de lectores le repelería
ser leído?
—Por los triunfadores, por supuesto. Por los que quieren estar al
día, por los ganadores. (Tajante).
—¿Por qué? ¿Porque usted forma
parte de los perdedores?
—(Mira largamente con sus ojitos azules)... Me conmueven los perdedores,
qué quieres que te diga. Uno se enamora de la gente que pierde.
—¿Nunca se ha planteado el dilema: "escribo
o me bajo del barco"?
—Si. Bajarse del barco también es apasionante. Y... guardar
silencio, por qué no. Uno no nace solamente para escribir...
¡Hay que ser bien valiente! Eso debe tener grandes premios.
Convertirse en un escritor que publique y publique, que se repite
a lo mejor, no te lleva a ninguna parte. De repente es lindo bajarse
del bote y ponerse a esperar. ¿Cómo sabes si no se te
presenta desde otro ángulo la existencia? No hay que perder
nunca la esperanza de entender de qué se trata todo este asunto.
Y si el no escribir contribuye a eso... vale la pena dejar de hacerlo.
— Siguiendo con los juegos imaginativos, ¿cómo
se ve Adolfo Couve en colores? ¿Con que paisajes se identificaría?
— Con el de Cartagena, que significa el abrazo entre Europa y América.
Me interesa la edificación europea puesta fuera del contexto.
Es un balneario donde se dan esas dos realidades. Me encanta, es como
si las casas las hubieran puesto donde no deben y eso me apasiona.
— ¿Cuál es el rigen de esa pasión?
¿Algún elemento genérico, tal vez?
— Sí. Yo pertenezco a ambos: Couve Rioseco. Todos los americanos
tenemos esa nostalgia de nuestro origen y nuestros ancestros. Somos
todos inmigrantes. Nos quedamos por quinta o sexta generación,
de visita, y nos sentimos un poco arrendando América en vez
de vivir en ella.
— Si tuviera que escribir su obra en líneas,
¿cómo lo haría?
—Como un dibujo cerrado. Soy mejor dibujante como escritor que como
pintor. Soy más riguroso.
—En sus obras se advierte algo asi como un velo de
distanclamiento entre el narrador y lo narrado, algo muy sutil, por
lo demás. ¿Cuál es su medio de percepción
de la realidad?
—No sé. Cuando tengo más distancia veo mejor. Pero eso,
en el recuerdo, tratando de superar la melancolía. Me cuesta
mucho escribir en el presente: la distancia es lo único que
permite ver más o menos lo que sucedió.
—Valente escribió una vez que usted era de los
pocos novelistas que se mantienen fieles a si mismos. ¿Advierte
cambios en su concepción artística?
—No. Soy muy conservador para eso. Por suerte he podido mantener una
poética sin alteraciones. Ahora, lo que me gustaría
es lograr una obra coherente. Yo sé que El Picadero, La Lección
de Pintura, El Tren de Cuerda, El Pasaje forman una tetralogía
(a lo Wagner) sobre el tema de la infancia: son cuatro puntos de vista,
cuatro situaciones sobre lo mismo. Y supongo que eso habla de coherencia.
—¿Cómo definiría sus creencias estéticas?
—Yo creo en escribir bien. No creo en los estilos ni nada de eso,
porque la cordillera es muy grande y nosotros, muy chicos (Risas).
Hay un solo modo de expresarse, que es el correcto. Cuando uno escribe
bien, lo demás se da por añadidura.
—Respecto del niño que aparece en El Pasaje.
¿Qué grado de identificación —o de proyección—
tiene con él Adolfo Couve?
—Bueno, es un personaje creado, ¿no? Aunque por supuesto que
tiene de mi cuando niño y de otros niños, de algo que
habla en mi y que requería ser pasado al papel. ¿Me
entiendes? La buena literatura es la que no se queda en el tintero
sino la que necesita ir afuera y manifestarse como algo importante.
—Pasemos a La Copia de Yeso. ¿Qué es
lo que le atrajo del género epistolar tan pasado de moda, fuera
de que fue una de las formas literarias preferidas del siglo XIX,
en que usted sitúa la acción?
—Quizás el hecho de que yo tengo lo que se llama el sentido
histórico, lo que me induce a documentarme muy bien. Esta etapa
de Francia (1848) me estuvo llamando desde hace muchos anos, hasta
que la completé. Y cuando ya se vio algo concreto, me sentí
inmerso en ella con los datos totalmente asumidos. Entonces me pareció
que la correspondencia y las maneras de la época se prestaban
para el uso de la forma indirecta: el personaje tenía que respetar
tantas normas que él era un personaje indirecto. Me puse a
escribir como si yo fuera él, que habla guardado la misma distancia
en sus cartas que yo he guardado siempre frente a la literatura. Una
distancia cultural y de buena crianza.
—Usted dijo hace un tiempo que ésta no era "la
década del verbo". ¿Le parece, ya que ha vuelto
a publicar, que esa situación ha cambiado?
—¡Ah, me gusta mucho que me hagas esa pregunta! Es muy interesante:
creo que en nuestro planeta las cosas se dan por ondas. Lo visual,
luego la imagen —determinadas películas que han marcado historia—,
la plástica en la época del arte abstracto... y ahora
veo un renacer del verbo, una onda literaria que estuvo dormida por
mucho tiempo. ¿Estás de acuerdo en eso?
—Si, pero creo que hay otros factores que Influyen.
En todo caso, ¿en cuál de sus libros cree haber logrado
la más adecuada compenetración entre forma y contenido?
—(Categórico) En todos... de distinta manera. Porque si no,
no habría publicado. El Picadero es un poema épico,
una novela muy importante en la literatura chilena. El Tren de
Cuerdas es un libro con sol: no es fácil lograr que se
asolee un texto. (Risas) La Lección logra el dibujo
neoclásico y rescata para Chile la provincia, ese mundo informal
y lleno de simpatía, que es tan importante. La provincia es
la Universidad del artista.
—¿Y El Pasaje, en esa perspectiva?
—(Tras un largo silencio...) El Pasaje es un hueso duro de
roer.
—Usted me decía en otra ocasión que "todo
este asunto del yo es muy feo". ¿Qué es feo para
Adolfo Couve y qué es, por el contrario, bello?
—Feo: la mentira, porque implica una traición a uno mismo y
a la creación. Bello: la frase de Keats ("A thing of beauty
is a joy forever").
—El tiempo, por último, es una de sus preocupaciones
proustianas. ¿De qué manera lo ha afectado en su interioridad
el transcurso del tiempo?
—Me carga Proust, pero... el tiempo, sí, es mi dolor. Le tengo
bastante miedo a lo que viene: miedo a la vejez, miedo a la muerte.
Encuentro que la vida es sumamente grave; y ser es algo... muy fuerte.
Y si más encima recordamos lo que uno fue, es tremendamente
duro el recuerdo. Los hechos están intactos en la memoria,
y eso es... impresionante. El no saber con qué nos vamos a
encontrar es también de temer. ¡Anda a saber tú,
¡ojo!, si la realidad que nos espera hay que trabajarla tanto
como ésta!
—Usted representa una rara mezcla de inseguridad personal
y certeza frente a la calidad de su obra. ¿Hasta dónde
llega esa certeza?
—¿No te importa lo que voy a decir...? Es que quisiera... quisiera
decir algo que va a chocar a la opinión pública. Yo
espero pacientemente que algún día me den el Premio
Nacional de Literatura. Con siete libros bien logrados creo que me
lo merezco. Y sería muy bonito que se lo dieran a una persona
joven.
¡No vaya a pasar con Couve lo que pasó con la Bombal
o con Gabriela Mistral!
imagen: Jimmy Scott