Antonio Cisneros:
Premio "José Donoso 2004"
Cisneros no es un cisne
Por Ignacio
Rodríguez A.
Revista de Libros de El Mercurio,
Viernes 20 de agosto de 2004
Para él sus libros de
poesía son también libros de viaje al mismo tiempo.
Una obra imponente que recibió esta semana el reconocimiento
que otorga anualmente la Universidad de Talca.
Antonio Cisneros es un poeta del Perú. Un poeta irónico
y poundeano. Un poeta, a estas alturas, cristiano. Un poeta cívico
y vigilante. Irrumpió en la poesía latinoamericana en
1968 por la en ese entonces ancha puerta del premio Casa de las Américas
de Cuba. El libro premiado tiene un título extraño:
Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Antes había
publicado Destierro (1961), David (1962) y Comentarios
reales (1964). Después, Agua que no has de beber
(1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro
de Dios y
de los húngaros (1978), Crónicas del Niño
Jesús de Chuca (1981), Monólogo de la casta Susana
y otros poemas (1986), Por la noche los gatos (1988), Poesía,
una historia de locos (1989), Material de lectura (1989),
Propios como ajenos (1989), Drácula de Bram Stoker
y otros poemas (1991) y Las inmensas preguntas celestes
(1992).
Su poesía es una permanente, lúcida y profesional huida
de la exaltación lírica. "Toda mi vida —dice— he
tenido miedo de las posibilidades terribles del melodrama que te da
la intensidad del momento amoroso. No hay diferencia entre los boleros,
los tangos y lo que tú puedas decir cuando estás enamorado.
Inclusive los Veinte poemas... de Neruda, tan celebrados, a
mí me parecen cursis y menos interesantes que los boleros de
los ranchos. Será por eso que me defiendo, y prefiero dedicarme
a la parte oscura, irónica o burlona del amor".
Antonio Cisneros es también un profesional de los premios y
distinciones: en 1965 el Premio Nacional de Poesía; en 1968
el ya mencionado Premio Casa de las Américas de Poesía;
en 1978 la Beca John Simón Guggenheim; en 1980 el Premio Rubén
Darío de Poesía, por Crónicas del Niño
Jesús de Chuca; en 1985 la Beca Deutscher Ackademischer
Austauschdienst; en 1987 la Medalla Cívica de la Municipalidad
de Lima; en 1990 la Condecoración al Mérito Cultural
de la República de Hungría; en 1991 el Premio Parra
del Riego, por Drácula de Bram Stoker y otros poemas;
en 1993 el Premio Nacional de Periodismo Cultural; en el 2000, el
Premio Gabriela Mistral de la OEA, por mencionar sólo algunos.
Y ahora el José Donoso. Lo que resulta curioso si consideramos
que su obra es una larga, metódica y corrosiva disecación
de la realidad, en la que el poeta, como "Un chancho [que] hincha
sus pulmones bajo el gran limonero / mete su trompa". Curioso
porque su poesía no exhorta ni canta, no combate ni vocifera,
no intima ni lagrimea; curioso porque sin ser experimental, es entrecerrada
y nerviosa, fragmentaria y económica, reflexiva y antiamorosa,
a veces, incluso, didáctica. Curioso porque ya sabemos que
este tipo de obras se premian poco.
Por aquí preferimos a los militantes de la virtud o la decadencia,
a los flautistas de plaza de provincia o a los tamborileros de las
academias. Aunque Cisneros también tiene su caballito de batalla:
el poema «Para hacer el amor» debe ser uno de los más
leídos de Latinoamérica. Transcribo:
"Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte
sobre los ojos de la muchacha,
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavía.
Ni junto a las colinas
porque el suelo es rocoso ni cerca
de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán holgarse en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces
la muchacha no verá el Dedo de Dios.
Los cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es difícil hacer el amor pero se aprende".
¿Notable, no?. Pero más notable es el poema «Domingo
en Santa Cristiana de Budapest y frutería al lado», en
el que testimonia el momento en que recupera la fe cristiana "mediante
—como él mismo cuenta— un acto de revelación que es
inefable y que, por lo tanto, no se puede transmitir"; sin embargo,
"como dictado por otra voz", sí pudo:
"Llueve entre los duraznos y las
peras,
las cascaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.
Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
—su nombre es un cartel—
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
Loado sea el nombre del Señor,
Sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena".
Mucho se merece quien escribió esto.
* * *
EXPERIENCIA
PERIODÍSTICA
Cinema Paradiso
Cisneros también destaca
por su trayectoria en el campo del periodismo. A continuación,
reproducimos una nota de las que suele publicar en el diario «El
Comercio» de Lima.
Hace unos cuantos meses, tapiaron a piedra y lodo el
que fue, durante casi un siglo, el antiguo Teatro Colón. Y
aunque el edificio era tan solo, y no nos engañemos, una suerte
de art nouveau de pacotilla, no dejaba, para qué, de
tener alguna gracia. Era casi venerable. Dedicado, en los últimos
años, a la exhibición de películas pornográficas,
terminó siendo pasto de alimañas, fletes y prostitutas
de tres por medio. Y entre los bufidos de «Gargantas profundas»,
«Una cama para tres» y «Sensaciones anales»,
llegó a su triste fin. Ahora me entero de que también
han cerrado nada menos que el cine Central. Sus butacas se habían
convertido, según dicen, en infames camastros de ocasión.
Si parece mentira. Todavía puedo recordarme,
de la mano de mi madre, chiquitito, trasponiendo las puertas luminosas
del gran cine Central, del jirón lea, en medio de la niebla.
No estoy seguro si fue para ver los dibujos animados de Bambi o de
Pinocho. Allá está, en todo caso, el cervatillo Bambi,
primoroso, acompañado por Flor, la coqueta zorrilla, y el conejo
Tambor, llorando junto al cadáver de su madre asesinada por
un siniestro cazador furtivo y en un claro del bosque. Al fondo, sobre
lo alto de una colina, aparece su padre, salvador, un ciervo portentoso
y principal. Y también la monstruosa ballena retinta, arrebatada
entre las aguas espumosas, saltando a la platea, devorando al buen
Gepetto que se ha hecho a la mar, en una endeble balsa, al rescate
de su hijo Pinocho. Pinocho, muñecón de madera, ingenuo
y mentiroso, engatusado por malas compañías y convertido
en asno. Sin embargo, para consuelo de mis discretos llantos, el final
es feliz. Caramelos cuadrados. Los de rayas celestes son de anís
y los de rayas rojas son de menta.
Por lo demás, todos los cines de Miraflores, casi todos, recintos
de mi dorada adolescencia, también han sucumbido sin remedio.
El Colina, con sus altos vitrales y su manipostería grecolatina,
el Ricardo Palma, fondeado como un buque en el Parque Central, el
Leuro, el Montecarlo, el Excelsior, cuartel general de las seriales
del Capitán Maravilla y el Hombre Mono. El tiempo no ha perdonado
ni siquiera al cine San Antonio, donde tomé la mano, sudorosa
y asustada, de mi primera enamorada por primera vez.