"En el borde del mundo" (Anagrama, Santiago, 2005),
se titula el libro que el juez Juan Guzmán Tapia acaba
de publicar en Santiago y otras capitales latinoamericanas y europeas.
Se trata de las memorias de este abogado de la Universidad Católica
con estudios de post grado en París,
que inició su carrera judicial en 1970, que nació en
San Salvador, El Salvador en 1939, mientras su padre, el poeta Juan
Guzmán Cruchaga, Premio Nacional de Literatura 1962, era Embajador
de nuestro país en ese país centroamericano.
¡Te debes retirar del caso Pinochet o vas a traicionar a tu
clase social!", le dijeron sus viejos amigos. Presionado para
que abandone el caso del General Arellano Stark principal responsable
de la "Caravana
de la muerte", donde decenas de prisioneros políticos
fueron raptados de regimientos y cárceles para luego ser fusilados
sin juicio, destrozados sus cuerpos con corvos y cuchillos los primeros
días del golpe de estado en Chile, este juez se fue interiorizando
de los crímenes y de las violaciones a los Derechos Humanos
en forma brutal.
Un ex profesor de la Escuela de Derecho le dijo: "Vamos, Juan,
estás golpeando demasiado fuerte a Pinochet y a ciertos militares.
Mucha gente te empieza a considerar un renegado. Deja que te ayude
a recuperar tu antigua imagen de hombre de derechas..."
Llegaron a decirle distintas personalidades que " si te solicitan
inculpar a Augusto Pinochet te harás a un lado y dejarás
que se pronuncie la Corte de Apelaciones de Santiago". "Me
estaban invitando a regresar al rebaño antes de la noche",
dice el Juez.
Pero las evidencias eran tan fuertes, verídicas, potentes,
que siguió adelante para cumplir su cometido como hombre de
derecho.
Para este hombre, que en su juventud perteneció a grupos de
choque de la ultra derecha chilena, el giro que la vida le señalaba
tenía altos costos. "Con mis amigos de Facultad asistimos
un tiempo a encuentros con un señor Amunátegui, un líder
conservador. Eramos parte de grupos de fuerza armados con cadenas
forradas en caucho que acudíamos a sembrar el caos en las reuniones
del Partido Comunista".
Era, sin duda, una propaganda anticomunista primitiva, señala
en su libro. Su gran meta era ser escritor, tenía planes para
una novela, historias de su vida, influido por el padre, que lo educó
entre los grandes de la literatura latinoamericana y mundial de los
cuales era amigo en sus distintas destinaciones por el mundo.
Lector de Somerset Maugham, Oscar Wilde, Charles Dickens, Pablo Neruda,
Miguel Angel Asturias, Jorge Luis Borges, Rafael Alberti, Vicente
Huidobro (a los cuatro últimos los conoció con su padre
en Buenos Aires y Santiago), Julio Verne, Emilio Salgari, Herman Hesse,
Thomas Mann, Walter Scott, Robert Stevenson, actor aficionado en el
Saint George"s College, jamás pensó que iba a procesar
al dictador chileno, que iba a recibir amenazas, andar con escoltas
las 24 horas del día, que su vida iba a cambiar para siempre.
Después de haber celebrado con champaña el derrocamiento
de Salvador Allende y de haber estado en provincias como Panguipulli,
Talca, le tocaba enfrentar tal vez el más importante caso judicial
del siglo XX en un país dominado por la institucionalidad heredada
de la dictadura, y sin el menor atisbo que la mayoría de la
dirigencia de la Concertación pretendiera modificarla; claro
está, sólo en los discursos.
El libro "En el borde del mundo" está dividido en
tres partes. En la primera repasa su juventud en Santiago, su encuentro
con París, la búsqueda existencial de todo joven que
desea construír algo trascendente, en este caso, las leyes
o la literatura. Un amor de juventud que su padre se encargó
de que se olvide por poderosas razones que narra con amenidad. Cuenta
como conoció a Inés, su esposa, en una carretera mientras
viajaba en busca de aventuras y ella lo conduce en su automóvil.
Su amor por ella, el matrimonio, las hijas. Su paso por juzgados rurales
en el sur de Chile, su conocimiento de campesinos y latifundistas.
En la segunda parte Juan Guzmán relata su nombramiento como
juez de la Corte Marcial y su conocimiento del Caso Letelier lo que
significó agudizar su lógica de que el horno no estaba
para bollos y que la manipulación periodística de la
dictadura era cosa seria y había que andarse con cuidado.
Finalmente, el Caso Pinochet, la detención de éste en
Londres, el envío de preguntas vía exhorto que el militar
se niega a responder. El regreso a Chile del ex dictador, toda la
teatralización de su silla de ruedas en el avión y en
el aeropuerto de Inglaterra y Chile, la soberbia de un personaje único.
El Juez sabía que muy pronto tendría que encontrarse
con él, personalmente. El viernes 1 de diciembre del año
2000 procesó a Pinochet como autor intelectual de cincuenta
y siete homicidios y dieciocho secuestros y lo acompañó
con el arresto correspondiente. Lo llamaron políticos de todas
las tendencias, magistrados, amigos. La mayoría tenía
serias reservas sobre su decisión. La Corte Suprema aprobó
que lo interrogue en un par de semanas pero que debe (el inculpado)
ser sometido a exámenes mentales por su avanzada edad. A su
hogar empiezan a llegar juristas, parlamentarios de la Concertación
que alababan su proceder pero hacían hincapié en que
había que saber conciliar justicia con paz social. "En
otras palabras, me decían que había límites que
no se podían sobrepasar, so pena de reavivar heridas todavía
en carne viva".
Se fijó la fecha y debió acudir al hogar del ex general.
Negoció con los abogados del militar que ninguno de sus hijos
podía estar presente. Habían proferido palabras ofensivas
contra su persona en las últimas semanas. Fue una de las situaciones
más delicadas de toda su carrera. Lo acompañaron sus
escoltas, la actuaria y el chofer. Estaban algunos de sus ex ministros
y colaboradores. "Hice una docena de preguntas y mi interlocutor
gozaba de buena memoria", dice. Al cabo de treinta minutos sus
ayudantes le solicitaron que terminara el trabajo pues el general
estaba muy fatigado. El Juez solicitó un espacio para transcribir
el acta , pero ocurrió una curiosa escena: "Pinochet caminaba
y se levantaba con gran soltura, rápidamente hacia otro extremo
del hogar".
Se encontraba de buena salud y caminaba con agilidad. No advirtió
que lo divisaba desde el comedor y le pareció deplorable esa
duplicidad, sobre todo ante el magistrado que había ido a interrogarlo.
"Fuera como fuere -dice el Juez Juan Guzmán Tapia- la
escena bordeaba la parodia después de las numerosas advertencias
de sus abogados acerca de su mala salud".
El texto está narrado en primera persona, se lee con gran agilidad;
nos permite adentrarnos en el mundo novelesco del juez que procesó
a Augusto Pinochet Ugarte.
El libro fue escrito originalmente en francés y traducido por
Oscar Luis Molina con la colaboración de Olivier Brass. El
magistrado es autor de "La sentencia" y "Etica profesional
del abogado". Ha recibido los premios "Jordi Xifra"
de la Universidad de Girona y "Oscar Romero" de Dayton University,
Ohio. Vive en Santiago de Chile.