HISTORIAS
DEL BAR LA UNION CHICA
Por Aristóteles
España
Octubre 2006
Hace
un par de días, en pleno otoño, entré al mítico bar
"La Unión Chica" en Santiago. Lugar de encuentro entre poetas
en la década del 80, hoy vive de los recuerdos de un tiempo que fue. Su
dueño, Wenceslao Alvarez, dijo que pocos escritores aparecen por su barra
y que de repente el fantasma de Jorge Teillier merodea por los espejos, a media
tarde. Suelo divisar entre los parroquianos, me dijo, a alguien con la misma estampa
de Rolando Cárdenas
y su jopo de cabello blanco cayendo sobre la frente. O a Iván Teillier,
hermano de Jorge, bebiendo su caña de vino blanco a las diez de la mañana
los días de invierno o verano.
Pregunté por Mardoqueo Cáceres,
el poeta abogado. Ya no viene, respondió el Wenche; no puede salir de casa
por orden médica. El pintor Germán Arestizábal está
radicado en Valdivia, junto al río Calle -Calle, allí donde se duerme
la luna, comentó con cara de poeta o músico. Sigue Wenceslao: Roberto
Araya, el autor de "El sarolímido", publicó un nuevo libro,
fue finalista del Premio "Mejores Obras literarias" de Chile, del Consejo
Nacional del Libro y la Lectura. Llegó a la recta final, como un caballo
de carrera, con José Miguel Varas, el actual Premio Nacional de Literatura
2006 y Guillermo Blanco, autor de "Gracia y el forastero". Araya administra
el fundo de Cristina Wencke, la viuda de Jorge Teillier, en la Ligua y es padre
de un niñito de tres años. Contrajo matrimonio con una dirigente
del Partido Socialista de Chile, veinte años más joven. "Todo
se sabe aquí en el bar", dijo sonriente.
Hace un par de semanas
vino el novelista Enrique Valdés, con músicos de la Orquesta de
Cámara de la Universidad de Osorno. Pidieron vino pipeño y partieron
al concierto, apurados, finalizó.
El público entraba y salía
del recinto, a media día. Recordamos la vieja mesa de la puerta de entrada
donde nos instalábamos a conversar en la época de la dictadura cuando
apareció Ramón Díaz Eterovic, el novelista creador del detective
Heredia, antiguo asiduo de La Unión.
Nos abrazamos y procedimos
a charlar en el mismo lugar de antaño. Tomamos agua mineral, como corresponde
a ex bebedores, y nos trasladamos a nuestra juventud, a recordar los tiempos cuando
editamos allí las revistas de poesía "La Gota Pura" y
"La Pata de Liebre". Ramón contó que el famoso detective
ya lo sobrepasó y que crece en adeptos en Chile y otros países;
que pronto se filmará una película.
Qué será
de Juan Guzmán Paredes, preguntamos; de Ronnie Muñoz Martineaux,
de tantos amigos dispersos por el mundo y otros que ya habitan en el País
de los Muertos. Recordamos a Stella Díaz Varín, quien falleció
en junio de este año, a Eliana Navarro, a Yolanda Lagos quien suele aparecer
todos los meses por calle Nueva York, domicilio del restaurant.
La Unión
Chica es un bar lleno mitos y leyendas. Lo que no existe, se inventa. Por ahí
divisamos entre la multitud de parroquianos a antiguos boxeadores, prestamistas,
profesores jubilados, futbolistas en retiro, actores ancianos, ex cantantes de
tango que hoy ven pasar sus días ajenos al aplauso, rodeado de recuerdos
y botellas que los mozos de la Unión se esmeran en destapar para alegría
de los contertulios.
Recordamos con Ramón Díaz Eterovic
nuestra ciudad de infancia, Punta Arenas; nuestros primeros pasos en el mundo
literario de Santiago, cerca de los veinte años, a fines de la década
del 70, junto a Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Jorge Teillier,
el Chico Molina, Enrique Lafourcade, Gonzalo Drago, Ernesto Slava, Jaime Gómez
Roger (Jonás), Mario Ferrero, Alvaro Ruiz, Carlos Olivares, Juan Cámeron.
Nos
alejamos del bar, lleno de nostalgias. Adiós Wenche, nos alcanzamos a despedir.
Le regalo a Ramón nuestro libro "La entera noche llena", con
prólogo de Armando Uribe. El escritor magallánico nos dedica "Angeles
y solitarios".
Afuera llueve, hay bombas lacrimógenas cerca.
"Persiguen a los pinguinos", dice Ramón Díaz Eterovic.
"Son los pacos", comento. Como en los mejores tiempos, cruzamos la Alameda
con destino a lugares más seguros. Los "guanacos" reprimen a
los estudiantes secundarios. La gente camina, otros gritan, la lluvia continúa
cayendo sobre Santiago.