BUENOS
AIRES, EL TIEMPO RECOBRADO
Por Aristóteles España
marzo de 2006
"Que veinte años no es nada", dice la canción.
Volver a Buenos Aires después de una década es regresar
a un tiempo que no fue. Las calles de Once, San Telmo o Recoleta nos
devuelven la atmósfera de los cuentos o memorias de Bioy Casares,
Borges o Eloy Martínez, donde aún se escucha el ritmo
de antiguas tanguerías y las luces de neón de los teatros
nos trasladan de una estación a otra, por pasillos donde la
historia es una dama que deambula sin rumbo fijo por los siglos. Territorios
nerudianos son, sin duda, las esquinas de Callao y Corrientes, el
Parque Lezama donde Sábato dibujó un croquis de "El
escritor y sus fantasmas", cierta vez en que llegó una
muchacha a decirle que todo continuaba y la poesía eran los
trenes donde Oliverio Girondo leía sus poemas en los sótanos
de una ciudad inexpugnable. Lugares de miedo, diría Evaristo
Carriego, son estos parajes urbanos de la capital de América
del Sur, donde vivimos un exilio pletórico de ideas y sueños
porque había que alcanzar lo imposible. Visitamos al conserje
del edificio que nos cobijó en Lavalle y Montevideo donde alguna
vez recibimos a mi hermano Alvaro, Raúl Hein, su hermano Amador,
junto a poetas como Omar Lara, Alvaro Ruiz, Elvira Hernández,
Malú Urriola, los escritores Fernando Alegría, Enrique
Lafourcade, Martín Cerda, Patricio Quiroga, Antonio Montero,
Juan Armando Epple.
Otro tiempo. La vida continúa. Con Mylene, asistimos a conciertos,
exposiciones, tiendas de cuero, librerías, y tomamos las típicas
fotografías con Maradona y Gardel, en Caminito.
Una década. Los países cambian. Los hombres cambiamos.
Ya no está Frei ni Menem. Los íconos ya no son Cecilia
Bolocco ni Susana Jiménez. Michelle Bachelet estaba a punto
de asumir la Primera Magistratura en Chile. Los argentinos esperan
otra oportunidad en la vida con su Mandatario.
Caminamos por Avenida de Mayo. Miles de personar abuchean al gobierno.
En la otra vereda, miles lo vitorean. Hay himnos, canciones de este
tiempo y del otro. Todos bailan. Como en Toronto. Para estar en contra,
se baila. Buenos Aires en todo su esplendor.
Con el poeta Juano Villafañe, su esposa escritora, Patricia
Díaz Belett, fuimos al café "Tortoni", el
más mítico de los cafés de Capital Federal. Entre
las sombras vimos imágenes de nuestros amigos poetas sudamericanos
de la década del 80. Tiempos del destierro, derrotas y proyectos.
Los turistas brasileños y españoles fotografiaban todo.
Desde una mosca hasta un taxi y su chofer.
Buenos Aires era una fiesta, como en el París de Hemingway.
Una noche, camino al hotel, vimos decenas de cartoneros apiñados
en busca de alimentos y cartones en la calles. Era la miseria escondida
en el día, que buscaba su lugar en la noche. El taxista nos
dijo que era el país real. En la mañana, las buenas
costumbres, en la oscuridad el hambre. Un sociólogo dijo que
era Latinoamérica, Se oculta lo sórdido y las minorías.
Entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde somos todos
triunfadores, señalé.
Mylene miró como diciéndome los poetas jamás
serán profesores de urbanidad. Nunca seremos políticamente
correctos, fui mi comentario, como si a alguien importara.
Antes de la partida me encontré con "chumangos",
Alejandro Desvouvieres, Alicia Alvarado, Rosendo Pérez, Francisco
Uribe. Entre todos, recordamos al periodista magallánico recientemente
fallecido en esa ciudad, Augusto Alvarado. De Dawson a Capital Federal.
Sin transición, cinco hijos, esposa. Natalino de tomo y lomo.
Hijo del Gobernador de Allende en Ultima Esperanza. Adiós,
le dije, cerca de su domicilio en Virrey Cevallos. Luego, partir a
Santiago. A Chile, dijo Mylene. A Santiago, respondí, medio
enojado.