Poetas y narradores han contribuido a la búsqueda de la denominada
“identidad nacional”; recreando gestas, epopeyas, cánticos
donde la vida de Chile se va conformando lentamente. Somos un país
joven, que construye elementos de paisajes terrenales y metafísicos.
Fue
Alonso de Ercilla quien describió como ninguno los lugares
habitados por nuestros pueblos originarios diciendo “Aquí llegó
donde otro no ha llegado”. La inmensidad de la cordillera, los bosques,
ese enorme mar que inspiró a Samuel y Eusebio Lillo.
Carlos Pezoa Véliz descubrió al pintor pereza, a los
vagabundos que pululaban en ríos y callejones de las ciudades
que comenzaban a arder. Diego Dublé Urrutia le cantó
a las tías Paulinas de Chile que tejían bufandas y sueños.
Víctor Domingo Silva le puso alma a la bandera de una nación
que necesitaba y necesita aún de símbolos para reconocerse.
Huidobro creó “Altazor”, ese enorme túnel por donde
atraviesan los hálitos de Chile, sus costas y besos perdidos.
Neruda reescribió la historia a pesar de los historiadores;
Pablo de Rocka cantó a las comidas y bebidas del país,
de norte a sur. Gabriela Mistral indagó en las desolaciones
del austro y en el desierto florido de Coquimbo.
Andrés Sabella describió un norte riguroso y nostálgico,
las ensoñaciones del desierto más árido del mundo.
Raúl Rivera, homenajeó a la mujer chilena que cría
chiquillos, da comida al marido, lava la ropa, sustenta el hogar lleno
de privaciones de la clase media desde tiempos inmemoriales.
Francisco Coloane da vida y más fuerza al Cabo de Hornos y
construye su otra península con el Chilote Otey incomparable.
Nicanor Parra dio un remezón a la poesía de este Chile
en crecimiento tenaz como dice Gonzalo Rojas y funda un corpus maravilloso
en lo estético con la Antipoesía. Jorge Teillier funda
la lírica de los lares inventando un lugar donde habitan mariposas
y pueblos perdidos y se escuchan desde lejos los pitos de los trenes.
Nicomedes Guzmán en su “Autorretrato de Chile” da cuenta de
las ilusiones y leyendas que dan vida a una comunidad tan disímil
como la chilena. El pueblo Lican Antai y los Chonos son tan distintos
y habitan históricamente el mismo territorio para efectos del
estudio de nuestra historia y geografía.
Sólo la poderosa palabra poética y literaria nos une
como el cielo, la nubes , el aire. Poesía para volver a los
17 como decía Violeta Parra. Canciones para amar como en los
textos de Sergio Hernández, para imprecar como Armando Uribe
Arce, para fabular con ciudades de sol como dijo Humberto Díaz
Casanueva, para inventar lluvias de aire como Rolando Cárdenas,
jugar con sonetos, como lo hizo Enrique Lihn, en la misma atmósfera
de la poesía chilena, única en su matriz y en sus sonidos
en estos días en que celebramos la independencia de un imperio...
poéticamente hablando.