UN
POETA DEL DESIERTO
Por Aristóteles España
El libro "Llaves para la sordera" del joven poeta
Claudio Andrés Sánchez (1980) viene a llenar
un vacío en la poesía que se escribe hoy en el desierto
chileno.
Las líneas temáticas que inserta el sistema literario
chileno de esta parte del mundo, aunque
no son novedosas, son audaces, inmersas en un corpus poético
lleno de interrogantes, de dudas metafísicas, con palabras
que juegan con el tiempo, con la única lógica que sólo
es capaz de producir el caos y transformarlo en belleza.
Sus poemas juegan con la realidad, a ratos visita los márgenes
del surrealismo, las estepas de algunas vanguardias estéticas
largamente estudiadas por este autor que se instala como una promesa
para los días venideros.
La poesía que escriben hoy los jóvenes en el país
está ligada a fenómenos linguísticos contemporáneos,
producto de la contemplación, de indagar en el territorio de
las palabras, en patrias literarias, más que en los sucesos
históricos, o en la geografía de su hábitat,
aunque su referente inmediato es la cotidianidad, la recuperación
del habla y la respiración del ser humano en un mundo globalizado
como el actual.
Estos poemas de Claudio Andrés Sánchez deben ser abordados,
además como la síntesis de un proceso escritural, donde
Calama, Antofagasta, el norte de Chile, se transforma en un cántico
a su destino, escrito desde la perspectiva de los sueños e
imágenes que se van construyendo a medida que el lector las
observa volar por el cielo de un lugar habitado por los fantasmas
de nuestros pueblos originarios, con hablantes desesperados, versos
con guiños a autores de su predilección que el poeta
inserta en su libro para que vivan para siempre en este lugar del
planeta.
"Llaves para la sordera" sitúa a este autor en la
primera línea de lo que se escribe hoy en poesía en
esta región de Chile. Sus escritos tienen los recursos necesarios
adquiriridos en el aprendizaje y en la metodología de quien
sabe que su destino es este oficio duro, solitario, pero sin el cual
no se puede vivir, como decía Pablo de Rokha.