NAVIDAD
EN LA PRISION DE ISLA DAWSON
Aristóteles
España
Diciembre, 2006
Ya es Navidad y se nos viene a la mente la Pascua en Isla Dawson hace treinta
y tres años. Los rituales de la formación militar de los prisioneros,
el permiso otorgado para compartir un espacio de reflexión en medio del
dolor y el miedo. Los ecos de nuestros fusilados en Puerto Porvenir aún
rebotaban en nuestros ojos, pero fuimos capaces de sobreponernos a la derrota
en esas difíciles condiciones y orar por la paz, un proyecto difícil
de construír entre tanta miseria humana. Se establecieron las medidas para
efectuar una jornada de encuentro y fue así como escuchamos las canciones
de Orlando Letelier, el coro dirigido por Libio Pérez, las obras de teatro
montadas por "Piquete" Figueroa, las meditaciones de Clodomiro Almeyda
sobre el presente y futuro del país, los croquis de Miguel Lawner sobre
el cielo y los candados del Patio de Alarma que dibujaba en sus cuadernos.
Navidad
en la prisión. El viento magallánico emergía con fuerza en
el paralelo 53 sur de este mundo y en silencio nos acordábamos de nuestras
novias, esposas, madres, hijos, cada uno a su manera, entonando nuestro himno
"Tamo Daleko", que al escucharlo hoy nos estremece el alma.
Los torturados
estaban convalecientes en las barracas del Campamento Río Chico y otros
permanecían incomunicados en las celdas de los regimientos de la Patagonia.
Las mujeres estaban confinadas a cientos de kilómetros en el regimiento
"Ojo Bueno", según nos informó en noviembre la Cruz Roja
Internacional.
Los generales Pedro Espinoza y Manuel Torres de la Cruz
habían sobrevolado la Base Naval un par de semanas antes y estaban satisfechos
de su obra según informaron al Alto Mando. Nelson Reyes ensayaba un número
musical junto a Carlos González Jacksic, mientras Sergio Bitar recorría
con el Dr. Arturo Jirón el Patio de Alarma lleno de metralletas y soldados.
A lo lejos, patrulleras de la Armada navegaban en el mar furioso y sombrío
que durante el verano tiene más oleaje.
Pelle Urrutia, Jerónimo
España, Baldovino Gómez preguntan sobre el destino de José
Tohá y en esos instantes ya los verdugos habían decidido su muerte
en el Hospital Militar de Santiago. Daniel Vergara aún no se repone de
las balas que penetraron su mano derecha cuando junto a otros confinados eran
conducidos en tanquetas desde el aeropuerto de Punta Arenas al recinto de Asmar,
en pleno centro de la ciudad sitiada, en septiembre de ese año. Eliecer
Valencia y Miguel Loguercio están sentados sobre el tronco de un árbol
milenario junto a Alfredo Joignant, Aníbal Palma, Julio Stuardo, Anselmo
Sule , Camilo Salvo, Jorge Tapia, Luis Corvalán, Hugo Miranda, Carlos Morales,
Benjamín Teplisky, Erick Shnake, Alejandro Olate, Pablo Jeria, Alejandro
Ferrer.
Osvaldo Puccio hijo, hace un grabado para tallar una piedra a su
madre. Héctor Avilés dibuja a Edgardo Enríquez, Hugo Miranda,
Carlos Zanzi, nuestros Delegados ante el Infierno. También a Francisco
"Che" Márquez, y Custodio Aguilar nuestros grandes dirigentes
sindicales.
Las Barracas "Alfa", "Bravo", "Remo",
"Isla" se ven imponentes. El Mando Naval nos observa desde los alambrados.
El "Loco" Valenzuela, un Capitán delirante, tiene granadas en
sus manos. Se pasea con ellas y su pistola todos los días en los comedores
del Campo de Concentración. En la noche su figura es fantasmagórica.
Un par de perros juegan en los alambres de púa, Orlando Letelier sigue
cantando, alguien recuerda a Salvador Allende, Pablo Neruda, Víctor Jara,
nuestros primeros muertos. Las estrellas nos miran con atención, los árboles
nos contemplan con tristeza, la vegetación dawsoniana es impresionante.
Los pájaros nocturnos parecen sombras como en los poemas de Nazim Hikmet
en las prisiones turcas.
Hace frío. Dónde estará
Dios?, preguntamos. Un sacerdote observa desde el ventanal de la Cámara
de Oficiales. El Campamento Río Chico es un lugar secreto. La muerte ronda.
El niño Dios También.
A todos quienes compartimos esa noche
dawsoniana, a nuestros muertos.