Cierto: los premios son terribles
y lo terrible que tienen es que en el fondo, son intrínsecamente
no literarios. Por eso la cultura antipremio que ha permeado el ambiente
de un tiempo a esta parte no molesta del todo.
Antes era mucho más fácil ganarse un premio.
Un premio era, mal que mal, un premio. El autor quedaba feliz,
se sentía orgulloso, validado, tomado en cuenta. Antes, los
premios te cambiaban la vida, no te la arruinaban.
Porque hoy, ganarse un premio importante no es algo para débiles.
Hay que ser fuerte, muy fuerte y tener la piel muy dura. Un premio
ya no garantiza nada excepto ruido, polémica y escándalo.
Si caen políticos, sacerdotes, gerentes generales, deportistas
y animadores de TV, por qué no también los escritores.
Se acabaron los intocables y las habitaciones de pánico que
existían en las bibliotecas académicas.
Manuel Puig estuvo a punto de ganar el Biblioteca Breve con La
traición de Rita Hayworth y, en el recuento, perdió.
Gracias a Dios. La obra de Puig no era el tipo de obra sobre la cual
todos iban a ponerse de acuerdo. Un premio así, discutido,
no unánime, hubiera destrozando esa novela. El premio para
Manuel Puig no fue ganar un premio sino ir creciendo con el tiempo
mientras el resto de los premiados de su generación se fueron
desmoronando. Al final, el único jurado que vale es el tiempo
y lo infame que tienen los premios es que juegan contra él,
intentan atraparlo e insisten en hacer algo así como una justicia
instantánea e inmediata.
Quizás por eso es que los premios provocan tanta pasión
y ya no son recibidos con botellas de champaña. El premio (cualquier
premio) ya no se celebra, sino que se cuestiona. Esa es la reacción
natural. Es de sospecha, no de felicidad. ¿Por qué habría
que provocarle felicidad al resto? Ahora se cuestiona el premio en
sí (¿es el Planeta un premio o un arreglo como todos
creen?), el jurado¹, los que están
nominados y, por cierto, no sólo la obra ganadora sino toda
la obra del ganador, y al ganador en sí.
En un mundo tan absolutamente anti literario no me parece exagerado
que se esté exigiendo, al menos en esta pequeña parcela,
cierto tipo de reglas. Esto no implica que solamente se puede escribir
libros sobre libros ni que no se puedan escribir telenovelas como
forma de ganarse la vida ni que se puedan hacer películas.
No. El tema ya no es de lo que se escribe (en ese sentido, se ha avanzado)
sino lo que haces para que aquello que escribiste llegue a puerto.
La regla uno es: si quieres estar en la luz, asume que no sólo
te van a mirar sino capaz que hasta te quemes.
Esto es sin llorar.
Para ganar un premio, es clave estar preparado. Gonzalo Rojas al parecer
no lo estaba. "Mis lectores no están en Chile, aquí
no me leen, salvo algunos muchachos. La edad de mis lectores es de
25 años para abajo. Hace poco estaba en Madrid, en una de las
tiendas de El Corte Inglés, y un grupo de personas me saludó
por mi nombre. Sorprendido les pregunté de dónde me
conocían y me dijeron que habían visto una entrevista
mía en la televisión. Ahí sí que leen
mis libros. Acabo de estar en París y en Alemania, donde han
traducido mis obras, y la reacción fue similar. Viajo bástante,
no porque tenga plata, sino porque simplemente me convocan. En Chile
a los poetas ya no los leen. Aunque quizás, mientras a uno
menos lo lean sea mejor, porque la fama no sirve para nada".
¿Sí? Si la fama no sirve para nada, entonces de qué
se está quejando. Désde luego, parece que ayuda a ganar
premios como el Cervantes. En efecto, el lobby ayuda y Nicanor Parra
-que ha optado más por la paz desenchufada de Las Cruces y
La Reina que por el escenario mediático- está sufriendo
las consecuencias. Parra perdió pero, al final, ganó.
A veces, como lo piensa Uma Thurman en la cinética Kill
Bill, para ganar, primero hay que perder.
Buena parte de los poetas más interesantes de nuestro país
felicitaron a Gonzalo Rojas pero dejaron claro que para ellos el vate
de Chillan es muy inferior a Parra. El nuevo Cervantes, que tiene
muchos años pero es tan humano como cualquiera, pisó
el palito y respondió que "Chile es número uno
en chaqueteo, en tratar de hundir y separar el mérito. Los
premios son temibles. A veces ennoblecen a la gente y a veces enredan,
hacen querellas y conflictos inútiles".
Cierto: los premios son terribles y lo terrible que tienen es que,
en el fondo, son intrínsicamente no literarios. Por eso esta
suerte de "cultura antipremio" que ha permeado el ambiente
de un tiempo a esta parte no me molesta del todo. Quizás se
necesitaba llegar a este nivel de excesos por parte de la crítica
y la prensa cultural como una manera de combatir los otros excesos
que se estaban transformando en el pan de cada día.
Este año, el año de Spiniak, curiosamente fue el año
de las razzia en el ambiente literario. Partiendo
en el 2002, con Allende versus Teitelboim, pasando por el affaire
Paulina Wendt, hasta terminar con el escrutinio frente a los premios
otorgados a Skármeta y a Rojas, lo que vivimos este año
fue una suerte de proceso de purificación. Sin duda es uno
de los tantos legados de Roberto Bolaño,
quien de alguna manera dio su vida por la causa de lo "literario
literario".
Bolaño se propuso limpiar la mesa literaria local (e internacional,
pero más la local) de aquellos que no eran escritores y creo
que, de alguna manera, lo logró. No eliminó escritores
pero sí logró su objetivo. Los ataques personales y
las boutades del chileno de Blanes terminaron por institucionalizarse.
Bajaron el tono pero aumentaron en rigurosidad. Este año 2003,
por ejemplo, aquellos escritores que presentaron o apoyaron con frases
un libro que los críticos no apoyaron recibieron más
coscachos que el propio autor. Bolaño hubiera gozado porque
esos coscachos eran la marca del autor de Los detectives salvajes.
Bolaño era en el fondo un puritano. Pero ante todo era humano
y también pecó. Estuvo más ligado a los medios
de lo necesario, entre otras cosas, quizás, porque no se puede
iniciar una cruzada contra el mundillo literario sin ingresar a los
medios, puesto que los medios son el mundillo².
Lo que lo salvó es que todos sus excesos extra literarios fueron
siempre, digamos, literarios. Es verdad que Bolaño estuvo a
punto de convertirse en una caricatura previsible con sus ataques
y titulares. Bolaño no estaba dispuesto a venderse pero sí
quería vender. Y fue uno de los pocos que, al final, incluso
después del final, lo logró.
Bolaño y sus discípulos (que, por ahora, son más
los críticos y los reporteros) cometieron excesos pero tampoco
han matado a nadie. Bolaño, con algo de mesianismo, quiso cambiar
el paradigma y, de paso, quiso colocarse al frente de la autopista.
Creo que lo logró. Tanto con sus escritos como con sus polémicas
y su lobby. Bolaño exageró, sin duda, pero de
qué otra manera se hace. Condenó al cadalso a gente
que no se lo merecía (Diamela Eltit, Héctor Aguilar
Camín) y santificó a gente que no era casta ni pura.
Pero en lo básico tenía razón. París puede
ser una fiesta pero paremos el show.
Es verdad que un libro ya no se puede lanzar sin que sé "contamine"
por la prensa pero, en esta etapa post-Bolaño/Spiniak, el nuevo
zeitgeist es que, al menos, se debe intentar acotar el nivel
del espectáculo y la sobre-exposición. Lo compro. Por
eso, en esta premiación de fin de año, Nicanor Parra
terminó ganando y Gonzalo Rojas perdiendo.
Cierto: es muy difícil y riesgoso establecer el límite
entre lo estrictamente literario y lo que no lo es. Pero, claro, una
cosa es que un escritor esté inscrito en los registos electorales
y otra que apoye públicamente a un candidato o sea embajador,
agregado cultural o visite al Presidente cada vez que se baje de un
avión. Sí, uno puede cenar con Clinton y hablar de Faulkner,
pero no es necesario hacerlo público. Admiro a los escritores
que hacen jogging pero, sí, me molesta que salgan fotos de
ellos trotando. Es importante escribir columnas pero cuando las columnas
o tus dichos hacen más ruido que tus libros, lo más
probable es que algo no está funcionando. Hay autores más
guapos que otros, cierto, pero si tu foto aparece más grande
que tu nombre, no alegues si no te toman en serio. Si tu departamento
es más cool que tu novela, mejor no muestres tu departamento.
Si tienes un programa de tv, acepta que pasarás a ser parte
del mundo de la farándula y aprovecha de leer en la sala de
maquillaje.
Antes, estos errores, estos deslices, eran eso, errores. Punto. Ahora
son parte del armamento con
que se juzga una obra. Si vas a jugar a este juego, más vale
que tengas una obra al nivel de Capote o Hemingway, si no, lo pagarás
caro. Ese es el nuevo mensaje. Por donde pecas, pagas, como
se
titula una de las tantas columnas que trasquilan la nueva novela de
Skármeta. No tengo claro si la novela se lo merece. Lo más
probable es que no. Sí creo que Antonio Skármeta no
se merece ese trato, pero cuando los bandos están así
de divididos, qué se puede esperar. Skármeta está
pagando sus supuestos pecados: salir en la tevé, haber sido
embajador y ganar el resbaloso Planeta. Si hubiera ganado el Herralde,
seguro que el libro hubiera sido mejor tratado. No lo puedo probar,
claro, pero estoy casi seguro. Si la novela de Skármeta hubiera
salido por Cuarto Propio, sin premio, y en otro año, el autor
quizás la hubiera pasado mejor. Pero esto es sin llorar y,
dentro de esta guerra, es bueno recordar que Skármeta seguirá
siendo Skármeta y que no van a logar derribarlo así
como así.
Además, digamos las cosas por su nombre: hay autores que los
autores quieren más y, por lo tanto,
son más queridos pues están más cerca suyo. Han
existido siempre: son escritores de los escritores. Y cuando uno de
ellos gana, es claro que los escritores quedan contentos.
Si uno acepta el Planeta lo acepta, sabe que recibirá mucho
dinero, y promoción, pero también tiene
que tener claro que eso tiene un costo. Un costo directamente proporcional
a lo que te entregan. La novela será sometida a un escrutino
con sangre en el ojo. Puede ser injusto pero es lógico. El
examen —una suerte de rayos X impúdico— tiene mucho de extra
literario, sin duda, pero el premio también lo es. Pasando
y pasando: si no te gusta, entonces devuelve el dinero. El dinero
del Planeta no es ni estatal ni de los contribuyentes, pero la crítica
ya no se compra el cuento de que un premio —cualquier premio, desde
el Nobel al Cervantes pasando por el Planeta o el Nacional— equivale
a calidad.
Son otros tiempos. Menos inocentes pero acaso más rigurosos.
Son tiempos más violentos, sin duda,
pero capaz que también sean tiempos mejores.
1)
Es curioso como aún no está claro que los premios no
tengan nada que ver con el ganador, sino con un jurado. El premio,
al final, representa a los que votaron, no a los que participaron.
Una vez participé en un concurso de cuentos con Enrique Vila-Matas.
Teníamos un universo de cincuenta cuentos para elegir. Yo elegí
diez y de esos diez, apostaba fuerte por tres. Vila-Matas eligió
otros diez.
El tercer jurado otros diez. Tres visiones de la vida. Al final, para
no volvernos locos, opté por darle el poder al presidente.
Que él eligiera a su gente a cambio de dos lugares en las menciones
honrosas. ¿Eran mis cuentos mejores? No lo sé. Pero
el resto del jurado quedó impactado que los eligiera. Yo, claro,
quedé impactado que ellos eligieran los otros.
2) Y los mismos
autores, por cierto. Los llamados colegas ahora están más
preocupados de cuidar la moral del gremio que los sentimientos de
un miembro.