La entrega del Oscar al mejor guión (en rigor, al mejor guión
original y mejor guión adaptado) es la ceremonia literaria
con mayor audiencia en el mundo (ni siquiera el Nobel es transmitido
por TNT o E!). Mucho se habla de Jonathan Franzen o de David Foster
Wallace, pero a estas alturas el impacto (tanto pop como literario)
de P.T.Anderson, Quentin Tarantino y —por cierto— del ya mítico
Charlie Kaufman (el responsable de la asombrosa y narcisística
«El ladrón de orquídeas») es incalculable.
Curioso como, incluso en el ámbito literario, el cine (y los
medios audiovisuales) llevan la delantera. ¿Alguien, de verdad,
está sacando novelas como las de HBO, por ejemplo? ¿Quiénes
están a la altura de un David Chase, el hombre tras «Los
Soprano»; o de un Alan Ball, el guionista/productor-visionario
responsable de «Six Foot Under»?
En la categoría de guión adaptado Charlie Kaufman perdió
el pasado domingo ante «El pianista». Pero la derrota
fue hasta por ahí no más porque cuesta sostener que
«El ladrón de orquídeas» sea un guión
adaptado. ¿Lo es? No creo. Lo único que transpira es
originalidad (quizás peque de "demasiado original")
y lo que menos hace es adaptar la novela madre (que no es una novela
sino un reportaje ampliado a tamaño de libro). Así las
cosas, el verdadero ganador de la noche fue Charlie Kaufman al poner
a la propia categoría en jaque. «Adaptation» (su
notable título original) no venció, entre otros motivos,
porque lo que Kaufman hizo fue sencillamente una canallada,
algo que cualquier guionista bien nacido sabe que no se puede hacer:
despachar un guión que nada tenga que ver con lo solicitado.
Lo notable es que Kaufman se salió con la suya y, de paso,
cerró la posibilidad de que se haga de nuevo.
Lo decisivo de la gala fue que «Las horas» no haya ganado
en la misma categoría. Eso es lo realmente importante. Quizás
ése sea además el verdadero y perverso triunfo de la
dupla Jonze-Kaufman. Un año antes, el trabajo de David Haré
a partir de la premiada novela de Michael Cunningham se hubiera convertido
en una lección, pero «Adaptation» cambió
para siempre lo que se entiende por adaptar. ¿Qué es
lo que hay que adaptar: la historia, el espíritu, la esencia?
Uno lee Las horas y luego ve «Las horas» y está
casi todo, la adaptación parece ser perfecta, pero no lo es.
Es literal, plana, básica y, sobre todo, bien intencionada.
Haré, un dramaturgo en su propia ley, termina teniéndoles
miedo no sólo a Virgina Woolf sino al autor y, sin querer,
traiciona el espíritu del libro. David Haré cierra el
filme con la misma imagen con que parte la novela y la propia película:
un suicidio en el río (duda: ¿por qué los escritores
y poetas siempre se suicidan en las películas? En «El
ladrón de orquídeas», al menos, el guionista termina
feliz, enamorado, escuchando «Happy Together»). La imagen
del suicidio acuático es potente, en especial si uno es fanático
de la poesía de Sylvia Plath, pero no es del todo original.
Pero eso es un detalle. Lo sorprendente es que la novela no termina
así. El libro, a pesar de sus ripios culteranos, se redime
con un final portentoso, epifánico, que desnuca e ilumina.
Cunningham cierra su libro apostando por la vida; Haré culmina
su adaptación con la muerte.
Lo que Charlie Kaufman hizo, por cierto, fue más radical que
cambiar el final: ni siquiera adaptó el libro. En el colegio,
eso se llama "recurrir a los fenicios" y, por lo general,
los alumnos que utilizan esa artimaña del "engrupimiento"
terminan con un dos. Lo curioso, sin embargo, lo realmente misterioso,
es que, a pesar de todo, de todas las locuras y giros, la adaptación
que Kaufman hace de El ladrón de orquídeas de Susan
Orlean funciona. Funciona tangencialmente pero funciona. Al comparar
libro-película, queda claro que el guionista estaba en lo cierto
(el libro es, en rigor, inadaptable) y que el tipo es un genio: toda
la esencia del libro está en la pantalla. Es más: mientras
las novelas pierden personajes o detalles al ser traspasadas, «El
ladrón de orquídeas» deja atrás su DNA
periodístico y se alza como una obra de arte. Como bonus track,
la prosa y los pensamientos de Susan Orlean se transforman, vía
Kaufman, en un personaje entrañable: la propia Susan Orlean.
A pesar del "fracaso" de Kaufman, uno sale de «Elladrón
de orquídeas» con ganas de leer El ladrón de orquídeas;
uno sale de «Las horas», en cambio, con la idea que ya
no es necesario leer Las horas. En el caso que uno ya lo había
leído, termina pronunciando la desgastada frase: "no está
mal pero el libro era mejor". Donde sí triunfan ambas
adaptaciones es que las dos te motivan a leer otros libros. Uno queda
con deseos de leer cuanto antes el libro de la Orlean. Fue mi caso.
Me conseguí The Orchid Thief y un libro que recopila
sus otros artíis del New Yorker. Compré también
Story, la gruesa biblia para guionista del irascible Bob McKee,
que prácticamente se roba la película en su corta aparición.
El mayor triunfo de «Las horas» es cuando deja de fascinarse
con los escritores malditos y se fija en aquellos que leen (quién
dice que un lector no puede ser más complejo que un autor).
Lo mejor de este académico filme es cómo establece la
importancia de los libros. No es raro que el mejor rol en el filme
sea el de Julianne Moore como una mujer que está condenada
a leer porque siente que necesita algo más. Es por ella, y
no por Nicole Kidman, que uno sale del cine deseoso de leer La
señora Dalloway de Virginia Woolf.