THE
CRITIC
Alberto Fuguet
Revista
de Libros de El Mercurio, Viernes 28 de Abril de 2006
Estuve
toda la semana rodeado de críticos, atento a la opinión de críticos
de todos los países del mundo y leyendo a críticos, tanto vivos
como muertos, gracias a una antología que reúne a los mejores críticos
de cine norteamericanos de este siglo (el prólogo de Phillip Lopate deja
todo claro: la crítica de cine es una parte de las letras, tanto como la
poesía o la crónica).
Como jurado de un festival de cine,
el de Buenos Aires Independiente, me di cuenta —sin querer— de que había
retornado al hábito de mirar un filme no por el placer de hacerlo, sino
para criticarlo (buscar
qué no funciona, en vez de gozar con aquello que sí te está
produciendo cosas). Me pasó con "La sagrada familia". Como crítico,
hubiera ingresado a la función preparado para acuchillarla. Entre otras
cosas porque venía con "tanto ruido positivo". Pero la vi sin
tener que juzgarla —estaba en la competencia internacional— y sabiendo que no
tenía que escribir sobre ella ni menos tener que votar a favor o en contra.
Es decir, la vi como hay que ver las cosas. Resultado: la película de Sebastián
Campos, más allá de remachar de más el tema religioso, me
sorprendió gratamente. Es más: me gustó muchísimo.
Me gustaron los actores, la mirada, los silencios. Me pareció que, para
ser una cinta joven, el filme era de lo más adulto. Y salí del cine
feliz. Feliz por lo que me provocó la cinta y feliz por no tener que criticarla
y armar un discurso coherente al respecto.
Es ahí, uno capta, donde
casi todas las cintas y todos los libros se caen: al tener que estructurar un
discurso, el lado fan se te viene al suelo. No puedes llenar un texto sólo
con adjetivos positivos. Te das cuenta de que tienes que buscar lo malo. Y, sin
querer, un filme o un libro que te gustó, termina salpicado de hoyos y
cicatrices.
De regreso de Buenos Aires, lo primero que pensé: qué
agrado el no tener que ser crítico. Al menos, no ser un crítico
que tiene que opinar de todo. Pero a la hora de deliberar con un jurado tan variado
como un mal aviso de Benetton capté que, a la hora de la verdad, mi lado
crítico no está del todo enterrado. Es más: a veces me dan
ganas de volver a serlo. Me gustaría defender los filmes y los libros que
siento que merecen una defensa y atacar a aquellos que son chantas, que pasan
gato por liebre. Al final, en un salón de un hotel sobrestrellado de Buenos
Aires, apareció el viejo crítico de cine que estaba en mí.
Creo que nunca fui un gran crítico. Quizás ni siquiera fui uno bueno.
Pero sí creo que fui, y puedo ser, vehemente. Y las cuatro horas de deliberación
me dejaron tan sobregirado como extenuado al momento de defender una película
ajena como propia y atacar una ajena como si fuera el mismo demonio.
Dos
cosas antes de seguir: todo crítico tiene el derecho de decir lo que quiere.
Aquel que es criticado no puede llorar y reclamar. Al menos en público.
Es mejor ser criticado a favor, sin duda, pero si los críticos no están
a tu favor, ¿qué puedes hacer? Sí creo que la crítica
debería tener su propia crítica. Un crítico de un medio poderoso,
de un medio, por así decirlo, formal, tiene una responsabilidad porque,
aunque no lo quiere — aunque la mayoría sí quiere—, posee una cuota
no menor de poder. Por eso, soprende, y decepciona, cuando un crítico opta
por no criticar un filme. Ley pareja, me parece, no es dura. También me
obsesionan los "errores críticos". Opinar desde el hoy. Todo
crítico puede ufanarse con lo bueno que le parece "El padrino 2"
o La traición de Rita Hayworth. Pero, en su momento, ¿fueron
capaces de ver lo que tenían frente a sus ojos?
¿Pero qué
es un crítico? ¿Sirve para algo? ¿Es, como dicen, un cineasta
o un escritor frustrado? ¿Existe el crítico objetivo, o simplemente
es un representante de una camarilla, con una clara agenda propia? Otro tema no
menor: ¿por qué los críticos son tan distintos, diversos?
¿Por qué un crítico de un país, o de una generación,
piensa tan radicalmente distinto al que viene de una cultura ajena o de un segmento
etario menor?
He llegado a la conclusión de que la figura del crítico
ha perdido fuerza (mal que mal, ahora todos somos críticos, y desde que
existen los blogs, pareciera que existen más opiniones que textos dignos
de una opinión), pero eso no implica que no deberían existir. Creo
que buena parte de los buenos creadores han pasado por la crítica —desde
Truffaut hasta Zambra— y tengo más que claro que llega un punto en que
un crítico opta por dejar de ser un creador y se conforma, ya desde la
paz interior o desde la frustración y la mala leche, con seguir siendo
un crítico. También creo que los mejores críticos son aquellos
que nunca han querido crear y son grandes entusiastas y evangelizadores.
No
todos los críticos deberían ser considerados el "enemigo".
Yo mismo tengo una buena cantidad de libros de crítica, tanto de cine como
de literatura. Leo, casi con devoción, la revista de cine argentina "El
Amante" no tanto por las críticas, sino por su prosa, mirada, energía
y arbitrariedad. Leo a Héctor Soto desde hace años, no tanto para
saber si voy o no voy a ver tal o cual película, sino para discutir a través
del papel con él. Es más: un filme que Soto deteste es, a veces,
una cinta que vale la pena ver. Soto lleva 40 años escribiendo sobre la
vida, la moral y la ética a partir del cine. Soto, en rigor, no critica
el cine, sino comenta la vida. De esto me he ido dando cuenta al enfrentarme con
más de dos mil críticas escritas a lo largo de cuatro décadas.
Una vida crítica, el libro que actualmente edito y recopilo, junto
a la ayuda de unos alumnos y profesores de la Universidad Alberto Hurtado, me
ha hecho entender que, con ciertos críticos, uno puede aprender más
de cine que acaso viendo películas en DVD. Porque filmar no es sólo
elegir ángulos, montar o cumplir un plan de filmación: Dirigir no
se limita a lograr que el set no sea un caos ni tener el famoso equipo contento,
sino se trata de enfrentarse al mundo con una mirada propia. Es tratar de captar
momentos de verdad que permanezcan vivos por el resto de la historia. Soto, a
la larga, no cree ni en los rodajes ni el montaje ni en la magia o la histeria
del set. Cree que las buenas películas son aquellas que nacen bien, que
nacen de algo profundo en el creador y que los errores nunca son técnicos,
sino morales.