Entrevista a Alberto
Fuguet
"La verdadera
transición consistió en
.............................. pasar de
la antigüedad a la modernidad"
Por Manuel
Délano
Babelia, 23 de Noviembre de 2004
En la literatura chilena actual
convive una fuerte tradición poética marcada por antecedentes
como Pablo Neruda, Gonzalo Rojas y Nicanor Parra con una nueva generación
de autores que encontró una referencia en Roberto Bolaño.
Babelia repasa esa realidad con uno de los escritores emblemáticos
de una narrativa que creció al calor de la cultura de masas
y empezó a escribir en democracia.
De habla apresurada y vocación hiperkinética,
Alberto Fuguet (Santiago de Chile, 1964) incursiona en el cine,
acaba de lanzar Cortos, un libro de ocho cuentos en tiempo
real y mantiene un cable a tierra con el periodismo. Formado en los
talleres literarios de Donoso y Skármeta, comenzó a
publicar en 1990. Suyos son títulos como Sobredosis, Mala
onda,
Tinta roja, Las películas de mi vida y una antología
de nueva narrativa cuyo título implicaba un cambio de aires:
McOndo. Sostiene que la narrativa chilena vive un periodo de
importante diversidad y que la más vigorosa de todas, incluyendo
la suya, es de Roberto Bolaño, de quien fue un admirador temprano.
- ¿Chile está alienado por su éxito
como modelo?
- No tengo nada contra los alienados, son parte de uno. Además,
prefiero pasar de bobo que disparar contra el país, aunque
sea políticamente muy correcto decir que es una estafa. Dicho
esto, lo que ha pasado es que Chile ha crecido muy rápido,
en una adolescencia freak, a nivel económico y con cambios
sociales, que hacen difícil distinguir a las clases sociales
a nivel epidérmico. En el país hay dos placas tectónicas,
el viejo Chile y el nuevo Chile, que se friccionan entre sí.
El viejo Chile se escandaliza demasiado por lo mediático y
choca con el país nuevo, que se entregó demasiado a
los medios.
- ¿El paso a la democracia ha contribuido a la creación?
- Aquí la verdadera transición no fue de dictadura
a democracia -todavía hay senadores designados-, sino el cambio
de moral, de antigüedad a modernidad de manera abrupta, de paradigmas
estéticos y psicológicos, de ser una sociedad agraria
y manejada por unos pocos a otra más compleja, con la contradicción
de que en ella conviven el primer y el tercer mundo. Recién
ahora en España está apareciendo la presencia norteamericana
que nosotros tenemos hace tiempo. Mi generación creció
viendo MTV, llevamos 15 años alienados y hace mucho que nos
rendimos a Estados Unidos: no sé si es positivo o negativo,
pero quizá el futuro va por aquí.
-¿Cómo está la salud de la narrativa chilena?
- Chile es un país que cuenta en el mundo literario suramericano.
Claro, se podría decir que juntos, entre todos, armamos un
Bolaño, que es la cabeza de lanza. Nos ha pasado como que hemos
caído arriba del mundo, y éste cayó sobre nosotros,
produciendo un montón de energía.
-¿Se siente tributario de los colosos de la poesía
chilena, Neruda, Parra, Huidobro, De Rocka?
- No, no han pesado sobre mis hombros. Gumucio dice que hemos
pasado a ser un país de narradores, quizá porque dejamos
de vivir en la Luna y estamos con los pies en la Tierra. Entiendo
que provengo de una tradición, aunque no la puedo localizar
en mí. Neruda es una cumbre, pero no creo que haya que ser
escritor como él, coleccionar cosas, construirte monumentos
a ti mismo. Para ser un comunista, creía mucho en la propiedad
privada, con tantas casas suyas. Siento que no es un camino para recorrer.
Neruda en Chile es como una marca registrada, y acá nos gusta
crear marcas. La gente conoce los nombres de los escritores pero no
los leen. Hay muchos escritores chilenos que ni siquiera yo he leído
íntegros. Donoso me enseñó que el verdadero triunfo
de un escritor no es vender más o ganar el Cervantes, sino
que tu apellido se transforme en adjetivo: nerudiano, parriano. Todos
quieren a Nicanor Parra, que acaba de celebrar 90 años, pero
nadie lo ha leído.
-¿Es un síntoma de superficialidad nacional que
muchos crean muy bueno a Bolaño pero pocos lo hayan leído?
- Claro, se transformó en una marca registrada. Bolaño
tuvo ADN chileno y fue parte de lo que el presidente Ricardo Lagos
llama la "región número trece" del país,
quienes viven en el exterior. Era el mejor de todos, aunque complicado
y mañoso. Quiso ser el número uno de Chile, pero comprendió
que no bastaba con su calidad literaria. Quería ser un poco
Dios, todos sus artículos juzgaban: "Tú sí,
tú no"; "a Donoso échenlo", para entrar
él. Me dieron ganas de escribir más al leerlo. Lo que
más aprendí de Bolaño es que uno puede escribir
de lo que le dé la puta gana, o sea, que no hay que buscar
grandes temas. Lo siento muy lúdico y cercano a mi generación,
a pesar de que nos pegó unos coscachos, y pienso que su influencia
empezará ahora. Después de Bolaño hay numerosas
voces, no me atrevo a decir que son una generación, con fuerza,
nombre, mundos propios, casi adjetivos.
- ¿Quiénes son los tenores, barítonos y contraltos
con más vigor expresivo entre esas voces?
- Pedro Lemebel tiene fuerza y pertenece a esta nueva tendencia
de la no ficción, la crónica, en la que me gustaría
estar, con una tradición posterior a la poesía. Esto
todavía le pesa a Jorge Edwards, de quien dicen que es mejor
cronista que novelista, pero qué importa si escribe bien, cuenta
historias y te embauca. Gumucio, un tipo muy interesante, es su continuador,
aunque no le enciendo muchas velas como creador. En su último
libro, Los platos rotos, una revoltura donde ataca de chincol
a jote en la historia del país, muestra que es un gran cronista.
Antonio Skármeta fue apaleado en Chile por el Premio Planeta,
en vez de que lo celebraran, pero por motivos extraliterarios, lo
que me parece el colmo. Más allá de que su novela no
sea perfecta -¿cuál lo es?- a Skármeta lo critican
por ser una figura de la televisión y por haber sido embajador,
lo que tampoco me parece, pero no es un crimen. Tenemos también
a Ariel Dorfman, a Jaime Collyer, Germán Marín, Gonzalo
Contreras, Roberto Ampuero, Carlos Franz, Pablo Azócar. A Diamela
Eltit, que se le entiende la mitad de lo que escribe, a José
Miguel Varas, del que me considero amigo después de leer un
cuento suyo sobre el mundo de la prensa, aunque no lo conozco.
- En las listas de más vendidos figuran otros, Isabel Allende,
Marcela Serrano y Luis Sepúlveda entre los que viven en el
exterior, y Hernán Rivera Letelier de los que residen aquí.
Tampoco menciona a Coloane.
- Los incluyo a todos. Si esto fuera música, serían
como bandas con tocattas todas las noches en diferentes lugares. Todo
eso suma Chile. Allende tiene lazos con Lemebel; Luis Sepúlveda
es una manera de entender el país, de plantearse frente al
exilio, como si estuviera vendiendo la pomada de lo que dejó
atrás. Cuando Sepúlveda habla de las panteras que hay
en Ovalle fabula como Raúl Ruiz. Marcela Serrano nos cuenta
sus mundos. Francisco Coloane siempre ha sido lectura escolar en Chile,
pero fue catapultado desde afuera hacia adentro. Si bien se murió
recién, pertenece a una generación antigua. Coloane
y Rivera Letelier no están vendiendo exotismo, sino sus mundos,
mostrando rincones que ni siquiera se sabía que existían,
aunque después de sus primeros libros se repitieran. Este fenómeno
de la venta es totalmente positivo y norteamericano: nadie intenta
escribir la gran novela chilena, ya pasamos esa etapa. Eso fue Neruda
en la poesía, y Donoso en la narrativa, que asesinó
un poco a Edwards, hasta que después él salió
de esa sombra.
- ¿Cómo te sitúas en la polémica entre
Bolaño e Isabel Allende?
- Fue dura. El Premio Nacional de Literatura está sobrevalorado
como el Oscar, donde los mejores no son los que ganan. Bolaño
se murió y no ganó ningún premio. Pero ya que
el premio existe y lo da el país, deberíamos ser un
poco más abiertos. Hay muchos libros de Isabel Allende que
no me gustan, exagera, copia a García Márquez, ha vendido
la pomada del realismo mágico, pero ha escrito un libro súper
importante, La casa de los espíritus, leído por
quienes ahora la atacan, nuestra elite intelectual de izquierda. Nos
dijo cosas que teníamos que escuchar, fue el primer libro que
unió al país después del golpe, la gente lo discutía
en los cafés. Ella ya cumplió: hizo el libro del que
todos se acuerdan. Bolaño se olvidó de que no hay que
pegarle a las mujeres y, como era inteligente, nunca se tiró
contra los duros, sino que atacó donde creía que podía
ganar. No sé si se habría tirado tan en contra de Donoso
si éste hubiese estado vivo.