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FUGUET
THE MOVIE

Por Rodrigo Fresán
Revista Paula, junio de 2002


La película de Fuguet empieza y termina -por ahora, mientras escribo todo esto- con ese eficaz recurso fílmico de una revista que viene girando desde el fondo de la pantalla y se detiene justo antes de caer sobre los espectadores y ahí está Fuguet: serio y mirando a cámara y todos dicen "oooh" y todos dicen "aaah".

Diferentes culturas aborígenes -desde el día en que el primer negativo se volvió positivo- insisten una y otra vez en los riesgos y peligros kármicos de la fotografía sobre el equilibrio espiritual del ser humano. La fotografía te roba el alma, aseguran. Queda por determinar si cualquier fotografía te roba la misma cantidad de alma o si el volumen de la extracción depende de la importancia de la fotografía, de su valor público y anecdótico. De ser así -de equiparar contundencia a amputación- entonces Alberto Fuguet está en graves problemas.

El día en que llegué a Santiago de Chile se hablaba sólo de dos cosas: de la preocupante intensidad que había alcanzado la contaminación ambiental y de la fotografía del "joven escritor chileno Alberto Fuguet nacido en 1964" en la portada de Newsweek, semanario de la Aldea Global. Semanas después -de regreso en Barcelona- el movimiento telúrico periodístico en cuestión no parece haber remitido demasiado. Roberto Bolaho y Rafael Gumucio me cuentan que recibieron sendas llamadas telefónicas desde Chile en el centro de sus respectivas noches catalanas para que opinaran sobre el asunto -y voy a ser sincero- a mí no me sorprendió ni me sorprende mucho que Alberto Fuguet haya aparecido en la portada de Newsweek. Iba a ocurrir tarde o temprano. Los motivos para semejante maniobra desalmadora tienen que ver con el reflote Made in U.S.A. de su tan astuta como conflictiva marca/slogan McOndo (palabra donde comulgan los McDonald's, las computadoras Mac, los condos y la patria chica de la familia Buendía). Ya saben: fin del realismo mágico, el principio de la nueva literatura latinoamericana for export; esta vez emparentada -una vez más- con los vientos entusiastas y sudacas de fenómenos como Shakira o... Y tu mamá también soplando sobre el siempre paranoico inconsciente colectivo yanqui que contempla con sonrisa nerviosa la avanzada de los hispanics pisando los prolijos jardines de los suburbs blancos, anglosajones y protestantes. Digámoslo: la nota de tapa de Newsweek no es gran cosa y, aunque bien intencionada, viene marcada por esa torpe ligerezza con que los norteamericanos suelen mirar cualquier cosa que suceda al Sur del Río Grande. Insisto: si alguien iba a aparecer tarde o temprano en el frente de esa revista, de una revista de esas, iba a ser Alberto Fuguet. ¿Por qué? Tal vez porque Fuguet nunca ha creído ni se ha tomado demasiado en serio al concepto de fronteras idiomáticas. Fuguet se mueve rápido de aquí para allá por el planeta. Fuguet habla rápido -muy- y en un idioma propio donde la palabra freak limita sin problemas con la palabra fome. O se queda perfectamente inmóvil en Santiago. O se involucra en los travellings de una película. O aparece -plano americano, creo que se llama- en la portada de Newsweek. O espera a que alguien diga: "Se imprime".

"Creo que te pueden suceder cosas mucho peores que aparecer en la portada de Newsweek", me dice Fuguet un contaminado lunes de Santiago, la ciudad a la que siempre vuelve o de la que nunca acaba de irse. La ciudad donde se hizo por primera vez "famoso" -a Fuguet le encanta esa palabra- bajo la piel y el alias de Enrique Alekán, un yuppie chileno que ardía en la hoguera de sus vanidades contando su vida desde una columna en El Mercurio. Fuguet hace memoria a la hora de invocar a su nombre de guerra que tantas alegrías y no pocos disgustos le dio en una época en que todos querían ser el chilean psycho Alekán:

"Alekán llegó antes de lo necesario y yo no estaba preparado. Nunca planeé tener un doble. Me parece atroz. Las enfermedades sicológicas no me parecen nada cool, aunque sé que son bien apreciadas en el mundo del arte. Vi A Beautiful Mind y te digo: la esquizofrenia no es mi meta aunque te garantice un Nobel. El seudónimo ese fue un arma necesaria para crear una ficción. Ahora bien: como yo no estaba listo y tenía que escribir todas las semanas sí o sí, se produjo cierta confusión. Entre nosotros dos y entre los demás. Muchos aún creen que soy como Alekán, el epítome de la taquilla. Lo peor de Alekán fue el éxito que tuvo. En especial cómo era capaz de seducir a las mujeres. Puta el huevón mino: las tipas se enamoraban de su voz, le enviaban cartas y yo, por mi parte, me sentía lo loser, no entendía cómo había tanta diferencia entre uno y otro. Esto, lo sé, es muy Spiderman; pero es lo que yo sentía. Cuando alguien se enteraba que yo era Alekán, o no me creían, o pedían que les devolviera el dinero. Y ahí me dije: 'más vale que renuncie a mis 'superpoderes', no los puedo usar irresponsablemente en un diario'. Al final, empecé a competir con el muy hijo de puta. Todos lo querían y lo deseaban. Y a mí, muy bien gracias. Matar a Alekán, creo ahora, fue el momento en que me convertí en escritor".

A Alekán le hubiera encantado salir en la portada de Newsweek. A Fuguet le causa gracia. y angustia. Fuguet me invita a su flamante estudio alquilado -"no phone, no tv, no e-mail, no dvd", se enorgullece- a donde va a escribir todos los días. Hay libros (Ford, Salinger, Papeluchos varios, Moody, Chabon, Canin, Eggers, Palahniuk, Vargas Llosa, Price, lyer, Moore, Wolff y Bolaño, que le parece "the real thing"); hay revistas (muchas, de cine), hay Newsweek (le pido un ejemplar, me lo da a regañadientes pero me lo da) y agrega: "Desde luego que me soprendió lo de Newsweek. No me dio alegría sino más bien miedo. Pánico. ¡Wow!, qué onda, por qué a mí, qué he hecho yo para merecer ésto, ahora sí que me van a odiar. Por lo general, detesto a la gente que sale en las portadas.Pero más allá del golpe mediático, la verdad es que es medio cool y ya pasó el huracán de la fama/no-literaria. Además, me ha traído más buena onda que mala. Mi hermano pintor vio la portada en México y ahora la tiene colgada en su pieza. Espero ansioso a que él aparezca pronto en una, así la cuelgo yo también en mi pieza. Creo que la portada se transformará en un buen souvenir...Incluso pienso enmarcarla".

Hace rato largo que Fuguet no publica nada nuevo. Publicó una antología de su periodismo y un guión. Fuguet estaba más metido con el cine (su otro primer amor) que con la literatura. O "leyendo mucho: un escritor cuando más escribe es cuando más lee". O "simplemente ocurre que estoy menos autista y pasándola mejor haciendo trabajos grupales".

Hace rato largo que Fuguet ha dejado de ser el díscolo aprendiz de Donoso, el escritor "apto para menores" y el anticristo particular del sacerdote/crítico literario Ignacio Valente; hace rato que se lo ha aceptado como nombre decisivo y provocador de lo que acabó siendo y es "la nueva narrativa chilena".

Fuguet recuerda sin ira: "Yo de verdad esperaba tener el típico debut: escritor joven es considerado un genio de la prosa y luego firma libros a señoras canosas que leyeron la crítica y que sueñan que me case con sus hijas. Pero no fue así. Más que furioso, quedé triste por la histeria de ciertas críticas. Yo quería ser aceptado por los que admiraba, pero no me resultó. Terminé siendo aceptado por otros y, al final, creo que fue para mejor... sin duda que fue mejor".

Sin embargo, los años -y las ediciones de Sobredosis, Mala Onda, Por favor, rebobinar y Tinta roja- parecen no pasar para Fuguet. Sigue siendo el mismo tipo al que conocí hace más de doce años en Buenos Aires, cuando Nuestra Señora de McCondo todavía no había sido bautizada y bendecida y nadie pensaba en aparecer en la portada de Newsweek. Lo importante entonces era tener el dinero suficiente para comprar Newsweek en cuya portada por entonces salía Umberto Eco.

Allá lejos y hace tiempo, Fuguet venía a Buenos Aires como si se tratara de New York. En esa Buenos Aires que nunca dormía ni dejaba dormir vimos la nieve de Edward Scissorhands -y hablamos de libros y de cine.

Más allá de todo y por encima de cualquier cosa, Fuguet quiere dirigir una película y se ha ido acercando a eso de a poco y sin pausa, con la paciencia en constante movimiento del tiburón. Ha escrito guiones; le filmaron novelas; acaba de adaptar para el cine Mala onda, "mi gran libro adolescente al que le debo mi libertad"; varios de sus personajes suelen ser actores; y entre una de las mejores películas jamás escritas y jamás filmadas perfectamente podría mencionarse Las hormigas asesinas -esa cinta que se proyecta diariamente en la sesión de medianoche de Por favor rebobinar, su hasta ahora insuperable novela de-generacional y, según Fuguet, "mi verdadero primer libro. El hijo favorito y medio loser, borderline, que siempre se queda atrás".

"Yo lloro en el cine. El cine es indispensable en mi vida", asegura Fuguet. "Me salvó del abismo. Fue mi conexión con mis orígenes. El cine era en inglés y estaba casi siempre ambientado en California. Ya no necesito el cine como nexo vital, pero de alguna manera los viejos hábitos son difíciles de quebrar. Así que, claro, el cine se me cuela en lo que escribo, lo que reporteo, lo que como y lo que converso. Y sí: quiero dirigir. Espero lograrlo. Se me ocurre que llegaré ahí. Pero es curioso: si no resulta, no todo fue un fracaso... Por el camino encontré el periodismo y luego la literatura y recientemente los guiones. No sé si en esos ámbitos lo he hecho bien pero sí te aseguro, sin ninguna modestia, que soy un gran, gran espectador freak y un fan nada malo".

La vida de Fuguet sería una gran película y, al mismo tiempo, una película rara. La película que Fuguet, casi sin darse cuenta, ha venido dirigiendo y protagonizando desde que nació. Mezcla de súper producción con estética indie. Coral y monologuista. Un poco docu-drama. Un tanto misteriosa, porque Fuguet habla poco sobre su vida ("No tengo mucha") y cuando lo hace es para iluminar algún episodio alucinante y emotivo y gracioso y non-fiction como muchas partes de sus ficciones. Paúl Thomas Anderson la dirigiría bien, como corresponde (aunque la primera opción de Fuguet es el Lawrence Kasdan más tierno y frankcapriano de Mumford). La película de Fuguet transcurre en demasiadas ciudades (infancia en Encino, California, adolescencia en Santiago, juventud en todas partes), en dos idiomas (inglés y español) y en un puñado de habitaciones; y siempre va a dar, de un modo u otro, le guste o no, a McOndo.

Esa escala obligada, ese lugar a donde los secuestradores arrean su avión y esa perturbadora y polémica ciudad/antología/manifiesto que fundó junto a Sergio Gómez a la hora de juntar a un puñado de escritores iberoamericanos con los que se sentían cercanos (McOndo, Mondadori 1996), lejos de cierto realismo mágico de segunda generación, y a la que fundaron con la piedra inaugural de un prólogo que fue muy discutido, criticado y que sirvió como tema para demasiados artículos a ambos lados del Atlántico en español. Y ahora, también, para una portada de Newsweek:

"McOndo resultó como Santiago: sin un orden, sin un plan maestro a lo Brasilia o Washington. McOndo es algo que fue creciendo en forma orgánica, desmesurado, mutando, pero siempre ajeno a mí. Yo sólo lancé la idea. Creo en McOndo, me parece que la realidad es mcondiana y es la que nos ha tocado. En cuanto a si volvería a hacerlo... Mmmm... no sé. Tres meses atrás, te hubiera dicho 'no, ni por nada'. Ahora, ya no, diria 'sí, why not?. Después de todo la palabrita famosa -que es, en rigor, un chiste, pero como todo chiste, dice algo de verdad- me ha abierto puertas. Por lo tanto, estoy agradecido. Pero de que la pasé mal, la pase mal con McOndo. Porque uno es humano y es penca sentir que lo que uno escribe produce tanto rechazo. Incluso sentí que gente incluida en el libro se desentendió, como que les dio vergüenza estar ahí con estos locos. También fue curioso como los dardos iban contra mí y no contra Sergio Gómez. Pero he ido captando que no todo es puro rechazo, nunca lo es. El temita produce emociones y muchas de las mejores emociones son francamente encontradas. Ya no me arrepiento. Pero hubo un tiempo en que me dije: ¿en qué me involucré?, ¿para qué me metí en esto?, ¿por qué tanto odio?, ¿por qué este prólogo despierta tanta rabia y bilis?, ¿seré yo?, ¿yo despierto eso?, ¿por qué? Pero con el tiempo fui captando que se trató de un asunto de mala interpretación o de un simple prejuicio (¿Puede un prejuicio ser simple? Lo dudo...) Si bien no creo que mi bandera sea McOndo ni duermo con una polera ad-hoc, sí comulgo con algunas de sus ideas básicas: la globalizacion como un hecho, la bastardización, el agotamiento del folklorismo y del realismo mágico, la posibilidad de no estar comprometido, etc. Espero que en mi obituario no diga Fundador de McOndo o Parricida. De hecho, ahora con mi padre me llevo genial y estoy más que feliz y agradecido de eso. Lo mismo me pasa con Gabo. En realidad, la idea de hacer estas antologías -Se habla español, junto a Edmundo Paz Soldán, es la otra- tal vez tenga que ver con llevar un poco del espíritu colectivo del cine a ese oficio tan solitario y monacal que es la literatura. Compaginar. Quizá arme una más, pero ojo: lo mío siempre ha sido crear libros, no movimientos, ni estéticas, ni generaciones. Eso fue un efecto secundario, un efecto especial".

Durante el por ahora final de la película de Fuguet -a quien le gustaría que fuera John Cusack quien lo interpretara- aparece el protagonista en su estudio del contaminado Santiago, hojeando una revista Newsweek (ya pasó una semana, ya hay otra persona en la portada de Newsweek), sin poder quedarse quieto y sentándose de vez en cuando para arrancarle una ráfaga de palabras a su Mac. Entonces, claro, se impone el flashback o, si se prefiere, el Momento Rosebud. Marcha atrás del chico de tapa, del gurú generacional del suplemento Zona de Contacto, del escritor fashion, del poseído alekaniano, del Encino Boy, Por favor, rebobinar:

"Supongo que supe que tenía que ser escritor cuando capté que el periodismo ya no me bastaba. O sea, no hace tanto. Unos seis años antes de que saliera Sobredosis, pero no me consta. Si en realidad hubo un instante epifánico, digamos, ese tiene que haber sido cuando mis padres me dejaron en Chile: mis vacaciones en un país tercermundista se transformaron in the place / was gonna live y tuve que optar, conscientemente, en abandonar mi lengua original, el inglés, para sobrevivir a toda costa. Ese fue el momento en que quizá me transformé, antes de saberlo, en escritor. Me dije: 'OK, pierdo el inglés, hablaré en castellano, pero me tengo que quedar en algo'. Y ese algo fue escribir Yo siento que escribo en inglés, me conecto con algo primario en mí, instintivo. Y eso es el inglés. Que salga en castellano es secundario. Tengo un software dentro mío que traduce en forma automática. Uno de mis desafíos, algún día, más bien pronto, es escribir un libro directamente en inglés. Seguro que entonces me saldrá en español, pero bueno... Quizás se llame The Lab Runner o, no sé, Los excéntricos Fuguets.

Hubo una época en que no era fácil caminar con Fuguet por las calles de su ciudad. Lo paraban, le decían cosas, lo miraban raro, lo felicitaban por su programa de televisión o por haber aparecido en alguna revista que en Santiago se leía mucho más que Newsweek. Hoy, casi con un pie en un vuelo a New York me dice:

"De un tiempo a esta parte no participo mucho de la taquilla, ni de presentaciones de libros, etc. Eso no es la vida ni considero que esos lugares son imprescindibles. No me interesa la vida social. Te recuerdo que a mí la soledad no me aterra. Yo paseo en el cine, en los malls, en la calle, tengo un programa de radio. Santiago, además, es inmenso... No sé por qué dicen que es un pueblo. Una vez una señora en un cóctel me preguntó: '¿Vives aquí?' 'Sí, le dije'. 'Ah, pero cómo... si no te he visto en la vida social', me regañó. Eso me pareció notable. Lo que pasa es no me siento muy parte de los circuitos intelectuales, nunca he sido muy aceptado y quizá tengan razón: no soy un intelectual. No me siento cómodo en grandes grupos. Tengo mis fobias, como todos, pero no soy fóbico. A lo más, un poco aburrido y fome... No sé... Me siento bien acá. Es mi país, es mi idioma, es mi entorno, es el lugar que me nutre. Además, es atractivo vivir en el fin del mundo y estar conectado con el resto del planeta que no sabe siquiera que existimos. Creo que tengo la euforia del inmigrante. Es raro, pero incluso me enorgullece ser chileno, siento alivio de que no estemos tan mal, de que el país me permita desarrollar mis proyectos. Yo siempre soñé con dirigir películas gringas y vivir en Encino, algo que ya nunca haré y que ya no me interesa.... Pero, como norte, eso me sirvió durante un tiempo. Ahora deseo escribir libros, hacer películas chilenas y vivir acá. Eso no implica que sea ingenuo. Chile tiene sus fallas, grietas como digo, y hay que hacer un esfuerzo. Hay diez mil razones para no vivir en Santiago, pero lo que más importa es encontrar la razón por la cual uno sí desea vivir acá y eso es lo que vale. Yo la he encontrado. Aquí está mi lugar en el mundo. Punto. Por ser inmigrante, y venir de una familia llena de inmigrantes, sé que irse es, en el fondo, escapar. Y eso al final se paga. Escapar no es lo mismo que llegar. Y yo llegué acá y acá me quedo hasta que no aparezca una razón mayor".

Y en ese final de la película de Fuguet, ya saben: fundido a negro y la palabra Fin y la palabra (continuará...) y ruedan los últimos créditos, ascendiendo a los cielos de la pantalla, y se encienden las luces y el cine de la película de Fuguet se vacía lento y de a poco hasta que al final queda ahí un solo tipo en una butaca, un freak enjugándose las lágrimas, que es el mismo tipo de siempre en la misma butaca de siempre. El tipo ese -"un gran espectador y un fan nada malo"- que no figura en los créditos, pero al que le pagan por decir la misma frase de despedida de siempre y la dice: "Estaba bien, pero el libro era mejor", dice el tipo.

Y la película de Fuguet termina para que -now playing o coming soon- siga la vida de Fuguet que ahora se sienta a terminar de escribir una novela. Una novela que tal vez se llame Las películas de mi vida.
O algo así.

 

 


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Alberto Fuguet: Fuguet The Movie,
por Rodrigo Fresán.
Fuente: Revista Paula ,
junio de 2002.