Publicada simultáneamente en inglés y en español,
"Las películas de mi vida", de Fuguet, se ha convertido en un pequeño
fenómeno de crítica en Estados Unidos.
Hace justamente un año, una entusiasta crónica del "New
York Times" presagiaba una buena temporada para Alberto Fuguet.
Su autora, Nicole LaPorte, titulaba: "Nueva era sigue a años de soledad",
anunciando la aún inédita novela del autor chileno, The Movies
of My Life", en los siguientes términos, indudablemente más novedosos
para un lector norte que latinoamericano: "no tiene
mariposas metafísicas, ni abuelas levitantes, ni alfombras voladoras;
ni, por cierto, nada de imaginería fantástica que está comúnmente
asociada a la literatura latinoamericana".
LaPorte se hacía cargo de los ataques del establishment literario
contra un autor al que se consideraba "un vendedor de cultura americana,
un malogrado producto de la globalización, un compatriota irresponsable".
Según la cronista, Mr Fuguet ("el nombre se pronuncia Foo-GET,
aclaraba) formaría parte de una nueva generación de narradores que
reflejan la acelerada urbanización del continente, pero sin hacer
menciones explícitas a la política ni a la historia reciente, optando
por situar muchas de sus historias en los Estados Unidos. Tendencia
común al grupo mexicano del Crack (Volpi, Padilla) y la generación
McOndo, promovida por el mismo Fuguet. Punto sobre el que posteriormente
insistirían todos los artículos aparecidos en la prensa norteamericana.
Las películas de mi vida nació a fines de octubre en un parto
múltiple. Fue pubicada, simultáneamente, en inglés, por Rayo, sello
de Harper Collins, y en castellano por Alfaguara, del grupo español
PRISA. La portada de la edición en inglés no apelaba a ninguno de
los recursos habituales para "enganchar" un libro latino: no había
calaveras, paisajes tropicales ni murales precolombinos. Sólo un sencillo
pero ingenioso montaje fotográfico a partir de videocasetes y una
borrosa figura humana. La imagen, en fin, que uno pudiera esperar
del último libro de Douglas Coupland. La portada para América Latina,
en cambio, jugaba con una suerte de exotismo al revés, devolviendo
a los gringos el color local que suelen buscar en nosotros: en primer
plano, la gigantesca rosca de una popular cadena de donuts contra
un cielo surcado por un avión de pasajeros. Las posibilidades kitsch
del motivo (en colores) quedan atenuadas por el tratamiento gráfico
de la imagen: algo sobreexpuesta, opaca, de grano vistoso, como limada
por el paso del tiempo. "Sí, recuerdo", parece anunciar el subtexto
de la portada, una genuina postal de serie B, setentera y subcultural.
Telón de fondo para la infancia del protagonista, el sismólogo Beltrán
Soler, embarcado en una recuperación autobiográfica mediada por el
cine.
The Movies of My Life no tardó en convertirse en un pequeño
fenómeno de la prensa cultural. Exultante, Connie Ogle, del "Miami
Herald", escribió que Fuguet era llamado, a veces, "el Eminem de la
literatura latinoamericana, por sus creencias independientes". Para
apoyar sus dichos, Ogle cita al novelista Edmundo Paz Soldán, viejo
compañero de McOndo y, en la actualidad, profesor de literatura latinoamericana
en la Cornell University. Según el narrador boliviano, "(Fuguet) explicó
lo que estaba implícito para nuestra generación. Sin planearlo, desde
diferentes países, jóvenes escritores empezaron a abandonar el realismo
mágico… Fue el único que vio que eso estaba avanzando y le dio nombre".
De acuerdo con Ogle, tal giro se manifiesta en "Las películas de mi
vida" a través de elementos como el ciberespacio, los mass media
y la vida cotidiana de Estados Unidos, pero también en "levantamientos"
más personales, com el golpe de 1973 y el cine.
"Las películas -como los terremotos, como la cultura pop, como una
nueva generación de escritores resueltos a contar historias a su
manera- tienen un poder por sí mismas, al parecer", advierte Ogle,
interpretando así algunos datos que el propio Fuguet le entregó telefónicamente:
la última película estrenada en Chile antes del golpe fue "Soylent
Green", un film futurista protagonizado por Charlon Heston que imagina
una perturbadora solución para la escasez de alimentos. Por esos mismos
días, agrega, estaba prevista la exhibición de "El día del Chacal".
Pero estas sugerentes vinculaciones con el pasado no han sido, a decir
verdad, la tónica predominante en Estados Unidos. En la que tal vez
sea la crítica más aguda y equilibrada de la prensa norteamericana,
Michael Dirda, del "Washington Post", vence sus resistencias iniciales
frente a un libro cuya apertura es "un poquito desordenada así como
ligeramente pretenciosa", pero que no tarda en cautivarlo. Incluso
en aquellas decisiones de composición que podrían resultar, para algunos
lectores, "más bien forzadas o artificiales", como la lista de películas
que el narrador vincula con episodios de su vida. Comparando este
recurso con el de Manuel Puig, vital en la trama de "La traición de
Rita Hayworth", Dirda afirma lúcidamente: "Las películas que Fuguet
cita son centrales para ambas culturas, la americana y la latinoamericana,
pero Fuguet las necesita escasamente; no tanto por una amplificación,
se sienten a menudo como una interrupción del tema real de la novela:
la disolución gradual de una familia. Ciertamente, Fuguet está más
interesado en cómo sus personajes reaccionan a estas películas que
en ellas por sí mismas".
Consecuente, el crítico del Post dedica una buena parte de
su artículo a los ambiguos desplazamientos que los Soler practican
e sus idas y venidas entre Chile y California. Una familia de clase
media aterrada con la Unidad Popular, que emigra dispuesta a conseguir
su tajada del sueño americano aunque sea desempeñando los trabajos
serviles tradicionales reservados a los hispanos (por más
que alguno de ellos se sienta indudablemente caucásico, y
termine detenido por discutírselo a la policía).
Sin embargo, aunque los Soler se adaptan superficialmente a Estados
Unidos, el recuerdo de su patria los sigue rondando como "una herida",
y regresan apenas cae Allende. Persuadidos por sus familiares no emigrados,
deciden quedarse y así proteger a sus hijos de las drogas, las relaciones
sexuales prematrimoniales y otras peligrosas ideas, tan corrientes
en Norteamérica. Pero como observa con ironía Michael Dirda citando
a Fuguet, en Chile "nada resulta como está planeado", y Beltrán Soler
se hunde en la nostalgia de su pequeño paraíso cinematográfico de
Fresno mientras su hermana se une a una pandilla de niños ricos, su
padre se enreda con otra mujer y la madre se convierte en la "querida"
de un hombre casado.
Como la mayoría de los críticos, Dirda elogia la traducción de Ezra
Fitz y no deja de rendir tributo al nuevo realismo de McOndo, concluyendo
que a pesar de cierta "pulcritud" a lo O. Henry, "la mayor fortaleza
de Fuguet descansa en evocar las alegrías, traumas, miedos y esperanzas
de la infancia y la adolescencia, y esto, pareciera, trasciende las
nacionalidades".
Imposible mayor espaldarazo de una crítica como la norteamericana,
que, -según Beatriz Sarlo- suele juzgar las obras literarias provenientes
de América Latina con criterios más bien sociológicos y no estéticos,
los que reserva para sus propias creaciones artísticas. Los cultural
studies quedan para el tercer mundo.
Una prueba más de este cambio de perspectiva se vislumbra en una reseña
de "Entertainment Weekly", donde Lisa Schwarzbaum comenta la novela
de Fuguet junto a "Garbo Laughs" de Elizabeth Hay (y le va mejor que
a ella), por la actitud común de sus protagonistas: ellos lurve
el cine, para usar el neologismo superlativo de "Annie Hall", que
acopla love con lure (cebar, tentar, atrapar), y
que podría traducirse como "cebarse". En efecto, observa Schwarzbaum,
"el cine es tan vital para ellos como el pan y el agua, un nutriente
del espíritu". No importa aquí lo discutible de tal juicio, sino el
pie de igualdad en que coloca a dos personajes ficticios: Beltrán
Soler y Harriet Browning, una cinemaniáca canadiense que escribe cartas
a una crítica famosa y que se apasiona más con el amor de la pantalla
que con las personas de su propia vida… Como en "La rosa púrpura del
Cairo", de Woody Allen, para seguir el juego.
Tal vez el lurver sea el equivalente contemporáneo de ese
personaje que no podía experimentar su propia existencia sino a través
de la vida de personajes ficticios. Madame Bovary cést moi
decía Flaubert. Hoy es también Harriet Browning y Beltrán Soler. El
lurvismo como nueva forma de bovarismo, en una era que transita,
a partir del siglo XX, desde el imperio de la novela al del cine como
modelador de conductas. Desde este punto de vista, Fuguet nunca ha
estado más cerca de Puig que en "Las películas de mi vida. Ni la crítica
norteamericana más alejada del estereotipo del buen salvaje.