Vivos (y ojalá coleando)
Por Alberto Fuguet
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes
22 de julio de 2005
Los editores quieren libros
que lleguen a muchos y, para ello, es importante que el autor esté
vivo, o si no, que muera justo en su "mejor momento".
El otro día un editor norteamericano me comentó
que el caso John Kennedy Toole era irrepetible. No en el sentido
de que un autor primerizo escriba una novela tan potente, divertida
e hiperventilada como La conjura de los necios, sino por el
hecho de que esa novela se haya publicado
después de que el autor hubiera fallecido. Al parecer, un debutante
muerto ya no funciona. No importa el nivel o el espesor literario
de su obra. Lo curioso es que el mentado caso es el más espectacular
y emblemático a nivel del marketing morboso (en español
la editorial del libro es Anagrama, especialista tanto en revivir
muertos como en muertos-vivientes).
La historia tras la historia de La conjura... es casi más
conocida que la de Ignatius J. Reilly, su desbordado protagonista.
Escritor gordo, solitario e inseguro escribe la-novela-de-su-vida
y, al no tolerar el rechazo de las editoriales neoyorquinas, cae en
depresión y se suicida con la ayuda de los gases tóxicos
que expele un Pontiac en un barrio malo de Biloxi. Su madre mueve
cielo y tierra hasta que una pequeña editorial universitaria
de Louisiana se apiada y publica el mamotreto diez años después.
El suicida termina por ganarse el Pulitzer. El resto es historia:
John Kennedy Toole se vuelve casi tan célebre como JFK.
Es cierto que la novela funciona sola sin este macabro making off.
Pero, no cabe duda, que la historia detrás de la historia es
irresistible y ayuda. O ayudaba. El editor en cuestión sostiene
que si bien los suicidas "siempre venden bien y tienen su público
bipolar y cagado de la cabeza", lo cierto es que ese sector dañado,
por respetable que sea, es minoritario. Es casi más minoritario
que el público lector que sigue a un autor literario "serio
y vivo".
¿A dónde va todo esto? A lo que ya se sabe: los editores
quieren libros que superen un circuito pequeño. Quieren libros
que lleguen a muchos y, para ello, es importante que el autor esté
vivo, o si no, que muera justo en su "mejor momento". Los
editores y la prensa los quieren vivos y, ojalá, coleando.
Moviéndose. Apareciendo en público, de gira, hablando,
dando entrevistas. Ojalá polémicas. Con declaraciones
duras, escandalosas y, sobre todo, en contra de otros.
"Hay ciertos autores vivos que, en televisión, parecen
muertos", me confesó una
vez un editor. "La prensa necesita algo no literario para poder
enfrentar el tema literario".
En efecto, para muchos, muerto no sólo tiene que ver con ser
poco mediático, sino ser "fome", "muy culto"
y "muy literario". Si la persona es simpática y,
aún más, agraciada, tanto mejor. Toda regla o tendencia
tiene su excepción. Sándor Márai es uno de ellos.
Parte de su triunfo es, digamos, su fracaso. Que se haya suicidado
antes de que haya caído el muro y mucho antes de que sus libros
hayan sido traducidos y alabados es "el concepto" que "se
vende". Es más: antes de tropezarme con ese sobrevalorado
especimen del kitsch llamado El último encuentro, lo que más
"me vendieron" los defensores del libro era, justamente,
la historia detrás de la historia.
Se vuelve un tanto exasperante, para no decir frustrante, cuando
se capta que no existe otra posibilidad para aquellos que desean ser
más bajo-perfil, que no están dispuestos a suicidarse
o que simplemente están vivos y creen que sus textos son los
que deberían hablar por sí mismos. Ya no se trata de
si el autor vende o no. Cada uno, al final, vende lo que tiene que
vender. Cada autor crea y forma su propio público. Lo complicado
es cuando el mercado se vuelve tan obsesionado con la moral de la
tele y el rating que la propia industria cultural no se atreve y no
se arriesga con textos que no son sandías caladas.
Hace poco, el sello Epicentro lanzó dos libros ligados a la
figura del fallecido Cristián Huneeus. Al no estar presente
Tony Gold, el autor de Un amigo en Chile y, por cierto, al
no poder estar disponible el propio Huneeus para firmar libros o ir,
eventualmente, a la tele o al mall, los dos libros han quedado un
tanto huérfanos y sin apoyo. Una pena porque Un amigo en
Chile, obra de un autor no presente acerca de un tipo muerto,
es uno de los libros más vivos circulando en Santiago. "Mira,
si hubiera estado vivo, sería todo más facil",
le confesó una reportera a la encargada de relaciones públicas.
En mi propio caso he sido poco menos que chantajeado respecto a la
promoción en vivo: sólo te editamos en el país
X si vienes a la Feria o das una charla. Los norteamericanos no tienen
vergüenza: no tour, no book. Ningún traductor quiere que
su autor traducido sea, además de extranjero, un tipo "lejano":
un tipo que no esté presente. Un tipo que parezca, digamos,
muerto.