¿Puede ser masiva la literatura o es
sólo una ilusión de los escritores? Son las preguntas
que plantea - con su mirada irónica habitual- el autor de "Cortos",
quien reflexiona además sobre el lugar de la literatura en
el nuevo milenio.
A veces me lo preguntan y, a veces, sin querer, también
hago la pregunta. Sobre todo cuando no he visto o no me he escrito
con un amigo y/o conocido que ha editado un libro durante los últimos,
no sé, tres a seis meses. La pregunta sale espontánea,
de una, sin querer, y muchas veces no es muy bien
recibida por aquel o aquella que recibe la interrogante, porque, y
esto es lo nuevo, ahora la respuesta es otra.
Es otra, porque ahora, casi todos, y aquí me incluyo, responden
"más o menos". O "no pasó nada".
O "al menos sigue en librerías, todavía no lo tiran
a saldos". Antes los escritores locales decían "la
crítica me cagó"; ahora comentan "ojalá
me critiquen, aunque sea mal". Esto no es sólo acá,
en nuestro país, donde hasta hace poco vivimos una suerte de
paraíso literario (ruido, ventas, masa crítica, grupos,
polémicas, odio, amor, interés general), sino en todas
partes. Algo sucedió en estos diez o quince años y no
fue la de-saparición de la Nueva Narrativa Chilena (algo que,
más bien, habría que celebrar), sino algo no menor.
Algo de lo que, se me ocurre, pocos escritores se dieron cuenta. Lo
que pasó fue simple y, a la vez, cósmico. Se llamó
cambio de siglo. Si la novela fue el género artístico
del siglo 19, es bastante lógico que al llegar el ansiado y
ansioso siglo 21, el tema novela, primero, y el tema literario, en
segundo término, sufrieran al menos algún golpe. Varios
golpes. Combos, incluso.
El mayor puñetazo fue darse cuenta (o empezar a darse cuenta,
porque mi impresión es que pocos han querido darse cuenta)
que la literatura pasó a ocupar el nivel de la danza. Esto
no es peyorativo o exagerado. Quizás un poco exagerado, sí.
OK, perdón. Pero tampoco tanto. Mal que mal, esta es la "Revista
de Libros". Aún no existe la Revista de Danza o Revista
de Escultura, al menos en un medio masivo como éste. Las letras
son las letras, siempre lo serán. Es la base de nuestro lenguaje
y, por lo tanto, de nuestro pensamiento. Por eso, el suplemento se
llama "Artes y Letras" y no Plástica y Música.
Pero qué se quiere decir con letras. Lo cierto es que letras
no necesariamente tienen que ver con literatura. Eso es lo primero,
y eso duele o, al menos, impacta e incomoda. Hoy por hoy, una de las
entretenciones culturales es averiguar qué exactamente significa
literatura. Es el nuevo tema, y de ahí surgen aún más
dudas. Demasiadas. Tantas que, por eso mismo, cuesta escribir novelas
que no parezcan remedos de aquellas que gustaron tanto durante el
19 y el 20. El remake, una opción más que válida,
aún no ingresa a la república de las letras.
¿Cómo definir lo bueno o lo malo cuando la estética
de este nuevo siglo aún no está fraguada? La novela
no ha muerto, para nada, y dudo que muera, pero de que está
resucitando como novela gráfica ya es incuestionable. La no-ficción
ya ha envejecido tanto que ahora se debe hablar de crónica
o novela de no-ficción o lo que sea. ¿En qué
momento aparecieron Sebald o Dave Eggers? ¿Fue acaso el 31
de diciembre del 99, cuando Douglas Coupland pasó de ser el
peor de todos al más contemporáneo, global y lúcido
de todos? ¿Es El código Da Vinci un libro o una película
escrita? ¿No es sospechoso atacarlo? Además, por qué.
¿Para qué? ¿Qué importa lo que pasa con
El código Da Vinci? Es como si Woody Allen o Ingmar Bergman
reclamaran o, lo que es más impresentable, compitieran con
Michael Bay o las producciones de Jerry Bruckheimer.
¿Un autor es local dependiendo de su lugar de nacimiento,
de sus temas, de su lenguaje? ¿Se puede decir que lo que escriben
Fresán o Bolaño es normal o correcto o fácil?
No. Pero narrar - o tratar de narrar así- tiene su costo, y
ese costo no es grave, pero es, sin duda, un costo: no ser masivo.
Digan lo que me digan, no digamos que 2666 es una novela masiva (en
páginas, sí, claro) y popular y accesible y grata. Es
una novela, además, que divide a los sectores. ¿Qué
sector? ¿El de los autores cool? ¿De los jóvenes
críticos iracundos? No. De los lectores que entran a las librerías.
Ese, ahora, es el sector. El único sector. El sector que compra
en librerías y el sector que compra en las veredas los libros
piratas. Los piratas entienden qué libros son masivos y, aunque
a veces se equivocan (el notable El inútil de la familia ha
funcionado y seducido, pero dudo mucho que sea, de verdad, una novela
ultramasiva y pirateable en el sentido real del término, pese
a haber sido pirateado), lo cierto es que no imprimen libros de nicho.
Los piratas desprecian a los autores de nichos, excepto cuando ese
nicho es muy grande. Detestan a esas minorías silenciosas.
Quizás esas minorías están divididas, ideológica
y estéticamente, pero ahora son una minoría. Ese es
el mayor cambio. Ya nunca más, o casi nunca más, un
libro "experimental" o "raro" o "serio"
venderá como loco o será tema mediático a no
ser que el libro o el autor quieran que lo sea. Los medios masivos
se aburrieron de los libros porque no son tema para ellos. Esto puede
ser atroz, por un lado, pero personalmente me parece un alivio. Ahora
el lazo entre el autor y sus lectores es directo. No pasa ni pasará
por el cedazo de la farándula o la manipulación mediática.
Eso no implica que los libros desaparecerán de los medios,
para nada, pero sin duda que el circo se acabó.
Antes, leía gente que no estaba interesada en los libros;
ahora, lee la gente que le interesa - o necesita- leer. Lo masivo
ahora es, salvando excepciones, masivo. Con todo lo que eso implica:
fácil, digerible, ultrapredecible, transversal, es decir, que
es capaz de llegar y agradar a gente muy, muy distinta al mismo tiempo.
¿Eso es malo? Para nada. Es sólo masivo. Lo que no volverá
a pasar, creo, es que un autor, o un libro, no-masivo, de nicho, intelectual,
vuelva a ser masivo. La literatura ahora será lo que que quizás
siempre fue: una alternativa a la vida y, dentro de toda la gran gama
de las entretenciones, una alternativa.