El mundo literario ha abusado (y aburrido) con
personajes escritores. Con su entretenidísimo libro "El
último lector", Piglia apuesta más sobre el acto
de leer que sobre el de escribir. La cuestión final para él
es simple, pero no es menor: ¿qué se siente cuando se
lee?
No soy de aquellos escritores que escriben de escritores
ni tampoco soy de aquellos que están demasiado interesados
en leer novelas sobre cómo escriben los otros escritores, aunque
sean escritores inventados. Sé que es una nueva tendencia.
O no tan nueva, pero, de un tiempo a esta parte, ha alcanzado su punto
de quiebre. Textos sobre textos. Meta-literatura o algo así.
Si uno estudia
toda la producción cinematográfica, que es bastante
menor que la literaria, rápidamente capta que los cineastas
no tienen demasiado tiempo para pensar en el cine y sí en el
catering o cómo la producción es incapaz de cerrar locaciones
alegando que todo es un asunto de dinero. Quizás por eso no
hay muchas películas acerca del proceso de filmar y, dentro
de ese pequeño grupo, lo cierto es que muy pocas de ellas salen
airosas. "La mirada de los otros", de Woody Allen,
es graciosa, pero no posee el espesor moral de "Crímenes
y pecados" o el vuelo poético-urbano de "Hannah
y sus hermanas"; "La noche americana", de
Truffaut, es encantadora y, en muchos aspectos, francamente certera
a la hora de destripar lo que sucede durante un rodaje, pero está
muy por debajo de las fibras que toca con "Los cuatrocientos
golpes", "Jules et Jim" y "El último
metro".
En "Doble de cuerpo", Brian De Palma indagó
detrás de las bambalinas del cine B (en rigor, porno), pero
el resultado fue dudoso y algo grueso. Cuando exploró, en cambio,
el tema del cine, pero desde el ángulo del montaje y el sonido,
terminó creando esa maravilla que es "Estallido mortal".
Hitchcock no tiene ninguna cinta sobre Hollywood o cómo se
filma. Scorsese, con lo cinéfilo que es, produce y dirige documentales
sobre las cintas que ama y la vez que tocó el tema del cine,
lo hizo sobre un tipo (Howard Hughes) que está más interesado
en los negocios que en las elipsis. Las mejores películas que
tocan el tema del cine son, a la larga, sobre personajes ligados al
cine, no sobre cómo se hace cine: "Ed Wood",
de Tim Burton; "Sunset Boulevard", de Billy Wilder,
y "Boogie Nights", de Paul Thomas Anderson (una vez
más, el cine porno).
¿Por qué el cine sobre cómo se hace cine es
menos intenso que el cine sobre lo que ocurre fuera de las salas de
cine? ¿Y por qué, con escasas excepciones, las novelas
sobre cómo se hacen novelas, o sobre escritores, tienden a
gustar más a los escritores que al lector común y corriente?
La respuesta -creo- es sencilla. Es más emocionante la historia
de un carpintero al que lo deja su mujer por su mejor amigo que la
historia de cómo ese carpintero construyó su casa.
El mundo literario ha abusado (y aburrido) al lector con personajes
escritores y, para ir más allá, con novelas sobre escritores
que no pueden escribir o escriben demasiado o mucho o cualquiera de
las variables matemáticas. Un ejemplo reciente: acabo de terminar
El ángel literario, un libro muy curioso que, como dice
su título, exuda literatura. Si bien es cierto que el tema
en sí me tiene un tanto harto, el corto pero intenso libro
(¿novela? ¿ensayo? ¿biografía?) del guatemalteco
Eduardo Halfon me intrigó y, al final, lo reconozco, terminó
por conquistarme. No tanto por la manera como narra la lucha de una
serie de escritores por convertirse en escritores (Carver, Hesse,
Hemingway, Vila-Matas, y los otros sospechosos de siempre), sino por
la voz del propio Halfon que, desesperadamente, desea convertirse
en escritor y no encuentra una historia que contar.
Es curioso que un nuevo escritor tenga este problema. Uno creería
que es al revés: tiene mucho qué contar, pero no sabe
cómo. Tal como ciertos niños sufren del mal de no haber
tenido suficientes horas de plaza, está claro que leer demasiado
sí puede ser peligroso. No tanto para un lector, sino para
el autor que desea establecer una relación de cercanía
y conexión con el lector. Aunque aquí entramos a un
terreno fangoso: ¿es cierto que todo autor desea tener lectores?
Mi impresión es que, en el fondo de sus corazones, sí
quieren tener, pero, tal como en ciertas relaciones, no están
dispuestos a hacer nada para mejorar o limpiar el lazo.
Ricardo
Piglia parece ser un escritor para escritores y esto puede ser cierto,
pero creer que es un escritor que escribe sólo para y sobre
escritores es cometer un error. Tal como sostener que Piglia es un
crítico. Quizás lo es, pero es de aquellos pocos que
entienden la crítica como un acto creativo y, sobre todo, autobiográfico.
Y por eso El último lector, su último libro,
es, como dice al final, "acaso el más personal y el más
íntimo de todos los que he escrito".
Con El último lector, Piglia se encarga de demostrar
de qué lado de la cancha está. Su libro apuesta más
sobre el acto de leer que sobre el de escribir y eso, en esta era
de talleres y ego-inflados, no deja de ser subversivo. ¿Hasta
qué punto estos "meta-libros", con tanta cita y referencia,
son libros que celebran la lectura? ¿No son, más bien,
libros que celebran la escritura? !!Mírenme lo culto y cool
e inteligente que soy!! Muchas veces esta meta-tendencia me huele
a lucimiento personal: yo escribo, tú lees, lo que implica
que yo, el autor, soy mejor que tú, que sólo te da para
leer. Porque sé, me consta, que para muchos autores, lo más
importante es escribir, no leer. Y sé que muchos desprecian
a aquellos que sólo leen, pues consideran que es el premio
de consuelo de los que no saben o pueden o no se atreven a escribir.
Cada vez que analizan el estado actual de las cosas, o diagnostican
cómo está la narrativa de un país, en vez de
fijarse en los autores, la prensa y la crítica podrían
fijarse en los lectores. ¿Cuántos existen? ¿Cómo
son? ¿Han mutado? ¿Son fieles o cambiantes? ¿Novatos
o expertos? ¿Han aumentado o disminuido? ¿Cambiará
todo Harry Potter? ¿Por qué un lector compra un libro
y luego no lo lee? ¿O por qué un lector que leyó
un libro y acaso lo transformó en un éxito de ventas,
se desistió de leer el próximo libro del autor?
Quizás por eso me atrajo tanto El último lector,
donde el verdadero protagonista no es Piglia ni cómo Piglia
escribe, sino Piglia-lector y, sobre todo, esos personajes que aparecen
en los libros, pero que, en vez de escribir cuentos y novelas, aprovechan
el tiempo que tienen para estar "dentro" de sus respectivas
narrativas para leer. Sí, para leer libros.
Pligia incluye en su entretenidísima novela-crónica-memoria
"que parece un ensayo" a personajes-lectores como El Quijote,
el detective Phillip Marlowe o Anna Karenina. Escribe sobre el acto
de leer en vez del acto sobre escribir. Piglia explora lo que le ocurre
al lector, ya sea este real (como aquel que lee El último lector)
o aquel que lee "una novela inglesa" arriba de un tren (como
sucede con Anna Karenina). Piglia se detiene en el tipo de mirada,
en los pensamientos que se tiene mientras se lee y descubre que, para
la mayoría de estos personajes, y para algunos de estos escritores
(como Kafka), leer no es más que una adicción. Una adicción
que te ayuda a escapar, a evadirte, a sentirte más acompañado.
La cuestión final para el autor de Respiración artificial
es simple, pero no es menor: ¿qué se siente cuando se
lee?
Vaya.
En El último lector, Piglia no intenta dar respuestas,
pero sí se atreve a preguntar una de las grandes preguntas
de todos los tiempos. Al menos, una que todo escritor debería
hacerse: qué sienten o sentirán cuando me leen. ¿Me
leerán? ¿Cómo quiero que me lean? ¿De
verdad quiero que me lean o es que lo que realmente quiero es escribir?
¿O es que escribo para que no me lean, pero para que me respeten?
Qué me atrae más: ¿ser escritor o ser leído?
Mientras leía El último lector no pude dejar
de pensar en por qué uno, de verdad, lee. Quizás esa
es la primera, la más importante, de todas las preguntas literarias.
La pregunta que uno debe hacerse antes, mucho antes de querer escribir
y, de paso, transformarse en escritor.