Dentro de las actuales tendencias en la escritura nacional -por cierto
tiene correlatos internacionales- existe una actitud que se podría
catalogar de "nueva", con el cuidado que merece el epíteto,
en el entendido de que esta actitud corresponde a una cierta sensibilidad
de
época y que es el resultado de la superación de algo
anterior. Se puede entender esta forma de escritura como un intento
de totalización y de unificación de ordenes diversos
y supuestamente heterogéneos, que en el texto juegan, se vinculan,
se recorren y se atraviesan casi de manera homogénea.
Releyendo Vírgenes del sol inn cabaret, sospechamos
allí una ilustración de este operar en literatura. Al
mismo tiempo que existe una red que aúna lo contextual presente
con lo retrospectivo (con la historia) se puede ver la concreción
de un proyecto escritural que se inscribe más o menos en la
noción de texto trabajada por la epistemología contemporánea.
El texto se define por su carácter eminentemente apelativo
y que realiza una operación de seducción con el lector:
el libro invita. El procedimiento mediante el cual el lector es llamado
a laborar (a entrar en) se funda en la sensualidad, en el color, en
la forma, en el ritual barroco de las líneas, en fin, todo
ello altamente colorista. Si leemos en contrapunto -arte, ciencias,
historia, etc.- percibimos una práctica contemporánea
en música, donde es usual hoy la teatralización, el
gesto, la música actual es para ser vista, actuada. Lo mismo
sucede en las artes visuales en general, en gráfica y claro,
en la moda (piénsese en el video clip, en el caso de la música
popular y en la violencia del color punk, por ejemplo).
El texto que leemos se nos ofrece como espectáculo, se nos
escenifica la palabra, leemos y vemos, todo ello a partir de una cierta
estructura musical, como de partitura. El texto intenta evidenciar
el simulacro, la máscara, el juego, pero él mismo se
hace artefacto que se manipula, que cosifica la palabra y es cosificado,
se hace cuerpo. Las metáforas en el libro son somáticas,
metálicas, plásticas y entonces el referente (el mundo
evocado en el lenguaje) se completa con la imagen, el sonido, el color,
la viñeta, el dibujo; el texto se hace "de plástico".
Este conjunto de "metáforas cristalinas" que siempre
remiten al orden de las cosas acuosas (vidrio, etc.) devuelven las
imágenes a quien las lee (a quien las ve) y queda entonces
un producto: el juego de un reflejo (y de una reflexión) que
circula indefinidamente. Entonces, la materialidad y la cosificación
del texto se torna especular (la imagen del espejo, del celuloide,
del show y de los cuerpos "celestiales" son reiteradas en
el texto) y el juego que plantea el libro es el juego de los espejos,
de los reflejos, todo ello teniendo como centro la mirada del otro.
De este modo, el texto, además de mostrar un recorrido ágil
de "estrellas" (en el cabaret) hace jugar a las palabras
y las pone en graduaciones, las repite, las hace estereotipos; en
definitiva, la musiquilla que suena con o tras la lectura, termina
por prostituirse, deviene clisé, como la característica
musical en un show. Asistimos a la invitación, cada vez, en
cada página se nos seduce, se nos habla de un lenguaje gastado
y por tanto vacío, pero junto con ello, el texto apelativo,
con sus múltiples sistemas de llamadas ("Bien venidos
a la máquina", "Welcome to the machine", "Welcome
to the TV", etc.) se gasta a sí mismo y se autodestruye.
En el proceso, seduce lúdicamente. El texto se puede leer como
la prostitución de si mismo, ya que se intercambia por el hecho
de ser visto, tomado, recorrido, el texto se ofrece a una mirada y
simultáneamente mira, por ejemplo, en los lugares privilegiados
como la portada y la contraportada. Si leemos en cada momento esta
llamada a participar en el cabaret y cada vez se encabeza una página
con la invitación, se puede pensar que la frase se convierte
en un llamado emblemático, en una frase que, una vez dentro
(del texto, del cabaret), ya no dice nada o, por lo menos, no dice
suficientemente. Si volvemos a esta función de conmoción
del lector, el texto reproduce fotografías (rostros que, significativamente,
corresponden a tipos humanos de la década del sesenta) y fichas
de registros de personal del cabaret que, sintomáticamente,
son muestras de fichas y, por lo tanto, incompletas y vacías
(por llenar). Los retratos son ovales, circulares (espejos), redondez
que en un nivel -hay otros- reproduce la circularidad del texto y
su deseo de ser cerrado (como un ojo, un túnel, un pasillo
de entrada, los televisores, como el "índice general O").
La estructura encierra al lector y lo circunda, a pesar del final
abierto en el que se promete la vuelta del sujeto que habla, mira
o escribe. Texto interesante para una práctica visual -voyerista-
en la que una vez más asistimos a la violencia de ser vistos.