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La perla suelta, poesía de Paula Ilabaca
(Editorial Cuarto Propio). 82 páginas.

Por Alejandro Lavquén



Tercer libro de Paula Ilabaca, que para muchos es una de las poetas más interesantes de los últimos años. Anteriormente había publicado Completa (2003) y la ciudad lucía (2006). Este trabajo se divide en seis partes bien complementadas entre sí, donde desde un principio la perla da rienda suelta a sus instintos, placeres y frustraciones, en un ambiente de soledades y búsquedas: “En un territorio básico, en una cama, en un colchón naranjo,/ ella sueña con yeguas blancas que lamen y buscan dónde parir./ Pero al despertarse piensa en él, en su amo, en un brusco intento de querer que permanezca”. La analogía o imaginario de la yegua parece ser una oscuridad briosa, insaciable, pero con cierto sentimiento de culpa a lo largo del poema. Una mezcla de libre albedrío y ¿autoflagelación? La perla y la suelta de mimetizan, intercambian roles, se transmutan una en otra constantemente, se cuestionan y se entregan al amor y al rechazo simultáneamente. La autocompasión y el sexo se mancomunan con el desamor, con la furia, con el rencor, con un pasado que se rechaza pero a la vez se desea como un orgasmo mayor. En el máximo momento de “liberación”, como si fuera una especie de catarsis, la perla se asume como la otra: una suelta que desata sus pudores y entierra su pasado tras un grito o gemido confuso. Es otra (o lo pretende) porque el pasado regresa como un destino trágico: “Y la perla había pensado que nunca más lloraría por él,/ por el amo, por el eunuco. No hay manera de singularizarlo, dice/ la suelta limpiando el ojo lagrimiento…” (…) “La suelta se persigue todo el día. Exactamente todo el día. Y en la noche/ se pone peor. Y la perla hace como que no, pero está que se/ revienta”. El reencuentro con aquel amor “despreciable”, despóticamente hedonista, olvidado pero a la vez soñado pareciera inevitable, se huye pero se regresa ¿Se podría escapar de la propia naturaleza? Ni siquiera encontrar al buen joyero, al buen labrador, pareciera ser una solución, aunque logre pulirla, limarla con esmero, transportándola desde las sombras al brillo señorial de la luz ¿Serán el abandono, el dolor, la imaginación de los dedos, parte de la excitación cotidiana que la perla no suelta para no morir? ¿O será un grito de auxilio hacia su propio interior, donde la perla y la suelta planean sus próximos exorcismos?  



 

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(Editorial Cuarto Propio). 82 páginas.
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