El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes ha publicado un documento 
            titulado “Chile quiere más cultura: Definiciones de política 
            cultural 2005-2010”. Todo esto junto al lema “Construyamos 
            el Chile del Bicentenario”. 
          Llama la atención que a lo largo del texto se utilice el concepto 
            “consumo cultural” para referirse al acceso a la cultura por 
            parte de los chilenos, como si se tratara de una oferta de papas, 
            manzanas o verduras. Globalmente, el documento –en una primera lectura- 
            parece bastante cuerdo y ajustado en el diagnóstico de los 
            problemas culturas en nuestro país, pero al momento de las propuestas para solucionarlos 
            queda de manifiesto que las autoridades no entienden muchas cosas 
            sobre el tema, o si las entienden poco les importa resolverlas con 
            medidas de fondo. Se percibe que prima más un interés 
            burocrático, el que se resume en una política de alarde 
            estructural por sobre las ideas y la creación artística, 
            independientemente de los recursos que se destinen a esta actividad. 
            Lo nuclear debe ser lo permanente en cuestiones culturales. Es decir, 
            las creaciones de los artistas y su vínculo con la comunidad 
            al calor del diario vivir. Para ello se necesita una política 
            cultural elaborada por los propios creadores y la opinión de 
            la ciudadanía. No por burócratas cuya principal finalidad 
            es mantener sus cargos en el gobierno, aún a costa de convertirse 
            en eternos cortesanos. Tampoco se puede potenciar una política 
            cultural sobre la base de un bicentenario, cómo si cada cien 
            años fuera la única oportunidad para realizar propuestas. 
            Esto suena más a oportunismo electoral que a una sincera vocación 
            de servicio público por parte de las autoridades.
 
            país, pero al momento de las propuestas para solucionarlos 
            queda de manifiesto que las autoridades no entienden muchas cosas 
            sobre el tema, o si las entienden poco les importa resolverlas con 
            medidas de fondo. Se percibe que prima más un interés 
            burocrático, el que se resume en una política de alarde 
            estructural por sobre las ideas y la creación artística, 
            independientemente de los recursos que se destinen a esta actividad. 
            Lo nuclear debe ser lo permanente en cuestiones culturales. Es decir, 
            las creaciones de los artistas y su vínculo con la comunidad 
            al calor del diario vivir. Para ello se necesita una política 
            cultural elaborada por los propios creadores y la opinión de 
            la ciudadanía. No por burócratas cuya principal finalidad 
            es mantener sus cargos en el gobierno, aún a costa de convertirse 
            en eternos cortesanos. Tampoco se puede potenciar una política 
            cultural sobre la base de un bicentenario, cómo si cada cien 
            años fuera la única oportunidad para realizar propuestas. 
            Esto suena más a oportunismo electoral que a una sincera vocación 
            de servicio público por parte de las autoridades. 
          El documento comienza con un prólogo del ministro de cultura 
            José Weinstein, donde expresa que: “Hace un par de décadas 
            existía una grave y fundada preocupación pública 
            por el así llamado “apagón cultural”. Por ello es tan 
            valioso que, en democracia, la cultura y las artes hayan florecido. 
            Muchos índices e indicadores así lo demuestran”. 
            Pues bien, sepa el ministro que en Chile ese llamado “apagón 
            cultural” fue simplemente un volador de luces creado por los ideólogos 
            de la tiranía pinochetista y que jamás existió 
            ninguna “fundada preocupación pública” de parte de ningún 
            funcionario, lo que se pretendía era instalar una cultura de 
            lo banal y del espectáculo para acallar la cultura de la vida 
            que jamás dejó de florecer en nuestro país. Desde 
            el mismo 11 de septiembre de 1973 los artistas siguieron creando, 
            incluso en los mismos campos de concentración. Es cosa que 
            se pregunte, por ejemplo, a Aristóteles España, 
            Ángel Parra o Jorge Montealegre. Este último 
            muy cercano al ministro. En Chile jamás hubo apagón 
            cultural ni menos la creación artística floreció 
            por obra y gracia de la llegada de la Concertación al poder. 
            Sí entregó recursos, pero no podía ser de otra 
            manera, era su deber. También habría que agregar que 
            un ministro de cultura no puede argumentar de este modo: “parece 
            evidente que esta fertilidad artística no habría sido 
            posible sin un clima de libertades públicas, sin un incremento 
            del bienestar social y económico...”. Jamás la creación 
            artística ha necesitado -exclusivamente- de un clima de libertades 
            públicas para expresarse. Eso es falso, lo que pretende el 
            ministro es hacer creer que su ministerio es un mecenas sine qua 
            non para los artistas. Los artistas necesitan recursos, es cierto, 
            pero no a cambio de ser convertidos en dependientes de una política 
            oportunista y farandulera. Sobre lo de “bienestar social y económico” 
            no es tan simple como se expresa aquí, pues la realidad es 
            totalmente opuesta si se analiza con seriedad. 
           
          Lo económico y comunicacional
          Se cita una encuesta donde se expresa la falta de “consumo cultural” 
            por parte del estrato socio-económico más bajo y se 
            dan algunas soluciones de implementación a través de 
            instancias municipales e iniciativas particulares, pero sin tocar 
            el tema central, que es el actual sistema económico. Nadie 
            que gane $ 120.000 mensuales puede acceder libremente a la 
            compra de libros, entradas al cine, instrumentos musicales, etcétera. 
            Mientras no haya equidad en la distribución del ingreso es 
            imposible que exista libre acceso a la cultura. Tan simple como eso. 
            La variedad de las alternativas que puede ofrecer una municipalidad, 
            por ejemplo, siempre estará limitada por asuntos ideológicos 
            y éticos que reflejen la posición política de 
            tal o cuál alcalde, y eso no significa poder acceder libremente 
            a la cultura. Existen excepciones, pero son las mínimas. Bajo 
            las actuales circunstancias, ante todo se requiere una lucha política 
            y cultural contra quienes se apropian de los mayores ingresos a costa 
            del trabajo de los demás. La cultura de una Nación no 
            sólo involucra el arte sino que además la justicia económica 
            y social. 
           Por otro lado, cuando se habla de “mejorar la calidad de los medios 
            de comunicación y su relación con la cultura” y de “fortalecer 
            el rol de los medios escritos” tampoco se toca el tema de fondo. Deberían 
            saber las autoridades que difundir la cultura no es aparecer en las 
            páginas sociales de El Mercurio o en una portada de 
            Las Últimas Noticias. Lo que aquí se debe hacer 
            es apoyar con recursos a los medios de prensa que realmente fomentan 
            la cultura de manera permanente y pluralista, no obedeciendo a los 
            intereses mercantiles de las grandes editoriales transnacionales, 
            como ocurre en el caso de la literatura. Un ejemplo: Punto Final 
            y El Siglo, son los medios escritos, aparte de revistas 
            especializadas como hoy lo es Rocinante, que más espacio 
            han dado a la cultura y el arte en los últimos treinta años. 
            Sobre todo a los artistas de regiones y autoeditados que no han encontrado 
            espacio en ningún otro medio de comunicación. Es cosa 
            de leer sus archivos, así también el ministro se daría 
            cuenta que jamás en Chile hubo apagón cultural. Que 
            lo que realmente existió fue represión cultural, que 
            es algo muy distinto. Por otro lado, si bien el gobierno se comprometió 
            a la distribución igualitaria de recursos a los medios de comunicación, 
            los ministros de cultura y educación han hecho oídos 
            sordos. Entonces ¿Cómo quieren que sobrevivan los medios 
            que verdaderamente realizan difusión cultural, si se le niegan 
            recursos? Del discurso se debe pasar, definitivamente a los hechos 
            en esta materia. Respecto a la televisión -el inconsciente 
            colectivo de los chilenos- el documento cae en ingenuidades y propuestas 
            poco claras: “Promover la calidad de la televisión chilena, 
            duplicando la programación cultural obligatoria en horario 
            prime (de una a dos horas semanales), multiplicando los fondos concursables 
            en la perspectiva de llegar al 3% del avisaje, y fortaleciendo el 
            liderazgo del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) para la 
            implementación de las nuevas tecnologías digitales que 
            marcarán el futuro de la televisión”. Me pregunto 
            por los contenidos ¿Cuáles son éstos y cómo 
            se expresarían? En cuanto al CNTV más que fortalecerlo 
            hay que modificarlo en su esencia, democratizándolo en sus 
            atribuciones y constitución. Lo del 3 % del avisaje es lo más 
            ingenuo de todo. Simplemente sin palabras. 
           
          Rol del estado e inserción 
            en el mundo
          Acerca del rol del Estado se podrán decir muchas cosas y elaborar 
            documentos de gran factura retórica y buenos deseos e intenciones, 
            pero mientras no se pase de los discursos a la práctica nada 
            será válido. El papel del Estado, en este caso a través 
            del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes debe velar además 
            por la idoneidad de quienes distribuyen los recursos: funcionarios 
            fiscales, consejeros, jurados, instituciones, etcétera. Tampoco 
            basta con una buena infraestructura si no se tiene un programa permanente 
            y sólido en base a una distribución realmente pluralista 
            y eficaz, donde el tráfico de influencias deje de jugar un 
            papel central en la adjudicación de proyectos. 
          Finalmente quisiera referirme a la siguiente afirmación: “Chile 
            está en un camino de creciente profundización de su 
            inserción en el mundo. La identidad cultural del país 
            es un proceso en permanente formación que se realiza a través 
            de la afirmación de los valores propios y el diálogo 
            con otras cultura.”. Luego se agregan algunas frases sobre su 
            vinculación con Latinoamérica, Europa y la intención 
            de darnos a conocer en Asia. Todo esto está muy bien, el problema 
            es: ¿Qué daremos a conocer de nuestra cultura? ¿Cuál 
            es la identidad que nuestras autoridades pretenden mostrar al mundo? 
            ¿Será algo parecido al trozo de hielo que se enseñó 
            en la Expo-Sevilla? ¿Quizá un libro que fundamente porqué 
            somos los ingleses de Latinoamérica? Son muchas las preguntas 
            y las dudas que surgen de este documento que pretende ser la panacea 
            cultural del bicentenario. Ojalá no tengamos que esperar el 
            Tricentenario para escuchar las respuestas y aclarar las dudas.