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LA COMEDIA DE LA POLÍTICA CULTURAL


Por Alejandro Lavquén


El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes ha publicado un documento titulado “Chile quiere más cultura: Definiciones de política cultural 2005-2010”. Todo esto junto al lema “Construyamos el Chile del Bicentenario”.

Llama la atención que a lo largo del texto se utilice el concepto “consumo cultural” para referirse al acceso a la cultura por parte de los chilenos, como si se tratara de una oferta de papas, manzanas o verduras. Globalmente, el documento –en una primera lectura- parece bastante cuerdo y ajustado en el diagnóstico de los problemas culturas en nuestro país, pero al momento de las propuestas para solucionarlos queda de manifiesto que las autoridades no entienden muchas cosas sobre el tema, o si las entienden poco les importa resolverlas con medidas de fondo. Se percibe que prima más un interés burocrático, el que se resume en una política de alarde estructural por sobre las ideas y la creación artística, independientemente de los recursos que se destinen a esta actividad. Lo nuclear debe ser lo permanente en cuestiones culturales. Es decir, las creaciones de los artistas y su vínculo con la comunidad al calor del diario vivir. Para ello se necesita una política cultural elaborada por los propios creadores y la opinión de la ciudadanía. No por burócratas cuya principal finalidad es mantener sus cargos en el gobierno, aún a costa de convertirse en eternos cortesanos. Tampoco se puede potenciar una política cultural sobre la base de un bicentenario, cómo si cada cien años fuera la única oportunidad para realizar propuestas. Esto suena más a oportunismo electoral que a una sincera vocación de servicio público por parte de las autoridades.

El documento comienza con un prólogo del ministro de cultura José Weinstein, donde expresa que: “Hace un par de décadas existía una grave y fundada preocupación pública por el así llamado “apagón cultural”. Por ello es tan valioso que, en democracia, la cultura y las artes hayan florecido. Muchos índices e indicadores así lo demuestran”. Pues bien, sepa el ministro que en Chile ese llamado “apagón cultural” fue simplemente un volador de luces creado por los ideólogos de la tiranía pinochetista y que jamás existió ninguna “fundada preocupación pública” de parte de ningún funcionario, lo que se pretendía era instalar una cultura de lo banal y del espectáculo para acallar la cultura de la vida que jamás dejó de florecer en nuestro país. Desde el mismo 11 de septiembre de 1973 los artistas siguieron creando, incluso en los mismos campos de concentración. Es cosa que se pregunte, por ejemplo, a Aristóteles España, Ángel Parra o Jorge Montealegre. Este último muy cercano al ministro. En Chile jamás hubo apagón cultural ni menos la creación artística floreció por obra y gracia de la llegada de la Concertación al poder. Sí entregó recursos, pero no podía ser de otra manera, era su deber. También habría que agregar que un ministro de cultura no puede argumentar de este modo: “parece evidente que esta fertilidad artística no habría sido posible sin un clima de libertades públicas, sin un incremento del bienestar social y económico...”. Jamás la creación artística ha necesitado -exclusivamente- de un clima de libertades públicas para expresarse. Eso es falso, lo que pretende el ministro es hacer creer que su ministerio es un mecenas sine qua non para los artistas. Los artistas necesitan recursos, es cierto, pero no a cambio de ser convertidos en dependientes de una política oportunista y farandulera. Sobre lo de “bienestar social y económico” no es tan simple como se expresa aquí, pues la realidad es totalmente opuesta si se analiza con seriedad.

Lo económico y comunicacional

Se cita una encuesta donde se expresa la falta de “consumo cultural” por parte del estrato socio-económico más bajo y se dan algunas soluciones de implementación a través de instancias municipales e iniciativas particulares, pero sin tocar el tema central, que es el actual sistema económico. Nadie que gane $ 120.000 mensuales puede acceder libremente a la compra de libros, entradas al cine, instrumentos musicales, etcétera. Mientras no haya equidad en la distribución del ingreso es imposible que exista libre acceso a la cultura. Tan simple como eso. La variedad de las alternativas que puede ofrecer una municipalidad, por ejemplo, siempre estará limitada por asuntos ideológicos y éticos que reflejen la posición política de tal o cuál alcalde, y eso no significa poder acceder libremente a la cultura. Existen excepciones, pero son las mínimas. Bajo las actuales circunstancias, ante todo se requiere una lucha política y cultural contra quienes se apropian de los mayores ingresos a costa del trabajo de los demás. La cultura de una Nación no sólo involucra el arte sino que además la justicia económica y social.

Por otro lado, cuando se habla de “mejorar la calidad de los medios de comunicación y su relación con la cultura” y de “fortalecer el rol de los medios escritos” tampoco se toca el tema de fondo. Deberían saber las autoridades que difundir la cultura no es aparecer en las páginas sociales de El Mercurio o en una portada de Las Últimas Noticias. Lo que aquí se debe hacer es apoyar con recursos a los medios de prensa que realmente fomentan la cultura de manera permanente y pluralista, no obedeciendo a los intereses mercantiles de las grandes editoriales transnacionales, como ocurre en el caso de la literatura. Un ejemplo: Punto Final y El Siglo, son los medios escritos, aparte de revistas especializadas como hoy lo es Rocinante, que más espacio han dado a la cultura y el arte en los últimos treinta años. Sobre todo a los artistas de regiones y autoeditados que no han encontrado espacio en ningún otro medio de comunicación. Es cosa de leer sus archivos, así también el ministro se daría cuenta que jamás en Chile hubo apagón cultural. Que lo que realmente existió fue represión cultural, que es algo muy distinto. Por otro lado, si bien el gobierno se comprometió a la distribución igualitaria de recursos a los medios de comunicación, los ministros de cultura y educación han hecho oídos sordos. Entonces ¿Cómo quieren que sobrevivan los medios que verdaderamente realizan difusión cultural, si se le niegan recursos? Del discurso se debe pasar, definitivamente a los hechos en esta materia. Respecto a la televisión -el inconsciente colectivo de los chilenos- el documento cae en ingenuidades y propuestas poco claras: “Promover la calidad de la televisión chilena, duplicando la programación cultural obligatoria en horario prime (de una a dos horas semanales), multiplicando los fondos concursables en la perspectiva de llegar al 3% del avisaje, y fortaleciendo el liderazgo del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) para la implementación de las nuevas tecnologías digitales que marcarán el futuro de la televisión”. Me pregunto por los contenidos ¿Cuáles son éstos y cómo se expresarían? En cuanto al CNTV más que fortalecerlo hay que modificarlo en su esencia, democratizándolo en sus atribuciones y constitución. Lo del 3 % del avisaje es lo más ingenuo de todo. Simplemente sin palabras.

Rol del estado e inserción en el mundo

Acerca del rol del Estado se podrán decir muchas cosas y elaborar documentos de gran factura retórica y buenos deseos e intenciones, pero mientras no se pase de los discursos a la práctica nada será válido. El papel del Estado, en este caso a través del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes debe velar además por la idoneidad de quienes distribuyen los recursos: funcionarios fiscales, consejeros, jurados, instituciones, etcétera. Tampoco basta con una buena infraestructura si no se tiene un programa permanente y sólido en base a una distribución realmente pluralista y eficaz, donde el tráfico de influencias deje de jugar un papel central en la adjudicación de proyectos.

Finalmente quisiera referirme a la siguiente afirmación: “Chile está en un camino de creciente profundización de su inserción en el mundo. La identidad cultural del país es un proceso en permanente formación que se realiza a través de la afirmación de los valores propios y el diálogo con otras cultura.”. Luego se agregan algunas frases sobre su vinculación con Latinoamérica, Europa y la intención de darnos a conocer en Asia. Todo esto está muy bien, el problema es: ¿Qué daremos a conocer de nuestra cultura? ¿Cuál es la identidad que nuestras autoridades pretenden mostrar al mundo? ¿Será algo parecido al trozo de hielo que se enseñó en la Expo-Sevilla? ¿Quizá un libro que fundamente porqué somos los ingleses de Latinoamérica? Son muchas las preguntas y las dudas que surgen de este documento que pretende ser la panacea cultural del bicentenario. Ojalá no tengamos que esperar el Tricentenario para escuchar las respuestas y aclarar las dudas.

 

 


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La Comedia de la Política Cultural.
Por Alejandro Lavquén.
Julio de 2005.