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VIGENCIA DE LUIS CORNEJO
Por Alejandro Lavquén
De paso por Quillota, un señor me preguntó si sería posible encontrar en Santiago algún libro de Luis Cornejo, lo que no dejó de causarme sorpresa. Sin duda un nombre absolutamente desconocido para los chilenos. Incluso en la comunidad literaria actual son pocos los que lo recuerdan, y esto entre los mayores, para los escritores más jóvenes su nombre no dice nada.
Aparte de Barrio Bravo (1951) y Los Amantes del London (1960), sus otros libros aparecen entre 1986 y 1992. Todos ellos fueron autoediciones de hasta mil ejemplares, siendo vendidos por él mismo por las calles del país. Su principal centro de ventas fue durante muchos años la Plaza de Armas de la capital. Allí estuvo hasta que una enfermedad lo obligó a guardar reposo definitivo, falleciendo en 1992. Su esposa, la señora Carmen Bustamante continuó con la venta de los libros. Hasta hace algunos años se la podía ver a un costado de la Biblioteca Nacional, junto al monumento de Barros Arana, donde perseveraba dando a conocer la obra de su esposo.
La obra de este escritor da testimonio de la pobreza y vicisitudes de los sectores marginados de nuestra sociedad. Cornejo, fue un retratista profundo, sin aspavientos. Sus personajes y los paisajes que nos enseñó continúan vigentes. En los barrios de las ciudades continúan deambulando tipos como el Sr. González o El Cuello de Loza, tal vez un poco maquillados por la modernidad, pero cargando las mismas desgracias sobre sus hombros. Tragedias como la descrita en el cuento El Capote, nos siguen conmoviendo e indignando a la vez.
La prosa de Luis Cornejo, con muchas entonaciones de poesía, logra expresar el lenguaje popular con innegable prestancia. Sin perder la identidad de nuestro pueblo desposeído, sin recurrir a palabras rebuscadas e indescifrables para los lectores, narra con armonía los escenarios más abyectos, abandonados o tiernos de la pobreza. Las obras de este escritor son necesarias si se quiere comprender el carácter de nuestro pueblo. La obra de Luis Cornejo está al servicio del hombre, como debe ser toda gran literatura.