El escritor y periodista discute los criterios
que priman en la designación del Premio Nacional de Literatura.
Además acusa que algunos candidatos están sobrevalorados.
Este año - nuevamente- corresponde que sea otorgado el Premio
Nacional de Literatura, un galardón rodeado de polémica
a lo largo de su historia. Y aunque aún falta tiempo para su
entrega ya
surgen candidatos y comentarios en la prensa especializada. Como diría
un hípico: "Subieron bandera". Los últimos
dos premios han sido bastante controvertidos, a uno (Raúl Zurita)
se le cuestionó su cercanía con el poder concertacionista
y al segundo (Volodia Teitelboim) - que según el artículo
de Luis López-Aliaga publicado la semana pasada, sólo
escribe "pedazos de hormigón cincelados con las toscas
herramientas del realismo socialista"- se le acusó de
todo un poco.
Comentarios como éste sólo farandulizan el debate en
torno al premio, que debería ser más serio y argumentado.
Tanto Zurita como Teitelboim, independientemente de los gustos o preferencias
de cada uno de nosotros, tienen obras importantes, que además
han provocado impacto social en lectores y escritores. Desconocer
eso es tan absurdo y mezquino como que un intelectual ateo desconozca
los maravillosos poemas en honor a los dioses cantados por los pueblos
precolombinos.
Respecto a la politización del premio, es evidente que existe
algo de eso. Muchos escritores de talento innegable han sufrido la
marginación por razones políticas. A otros, esas mismas
razones los han beneficiado y canonizado. El tema de la relación
literatura-política es de nunca acabar. Ahora, si de esta situación
resulta premiado un escritor que sí posee méritos reales,
no veo el problema. Lo horroroso es cuando se premia a escritores
mediocres o sencillamente malos.
Lo que llama la atención esta vez es el afán por centrar
el debate en si se dará el premio a una mujer, producto de
que hace demasiados años eso no sucede. Esto no es un problema
de género, es un asunto de tener una obra literaria de calidad.
Si mañana y durante cinco años fuesen mujeres los más
altos valores literarios de nuestro país, bienvenido sería
que ellas reinaran durante esos cinco años.
Por otro lado, está aquella ley no escrita de la alternancia
entre poetas y narradores. Otro desatino que nada tiene que ver con
la literatura. Si durante décadas no surgieran narradores de
valía, y sí poetas, entonces sólo debe premiarse
a los poetas. Lo mismo si sucediera al revés. O si primaran
los dramaturgos o ensayistas. Esto es serio, no lo otro, que más
tiene que ver con un consenso adocenado, tan peculiar del carácter
de los chilenos al emitir un juicio.
En cuanto al premio mismo, no es claro si se otorga por la calidad
de la obra o por una trayectoria literaria. A mi entender, como se
trata de un Premio Nacional de Literatura, debería otorgarse
por la calidad de una obra literaria. Si quieren premiar la trayectoria
que se cree un premio a la trayectoria, pero no confundamos lluvia
con rocío. Además, el premio debería ser anual,
como lo fue durante años desde su creación y no cada
dos años. También la constitución del jurado
debiera ser distinta. La designación de los actuales miembros
obedece a cuestiones de orden político-administrativo-burocrático.
Una reforma en ese sentido es muy necesaria y en el debate sobre ella
deben participar todos los actores literarios del territorio nacional:
escritores, críticos, académicos...
Pero vamos al premio 2004, donde todo indica que será un poeta
el favorecido. Los nombres sobre la mesa son varios, según
adelanta la prensa: "Armando Uribe, Óscar Hahn, Efraín
Barquero, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo Millán, Delia Domínguez
e incluso Maquieira". También se cuela silencioso el nombre
de David Rosenmann-Taub. ¿Pero no hay más poetas con
merecimientos en Chile?
Pienso que además de estos respetables vates existen muchos
otros que tienen una obra meritoria e importante. Lamentablemente
existe la costumbre por parte de los siempre-mismos "expertos"
académicos y críticos, ligados a universidades, fundaciones,
ateneos y academias - dueños de lanzar los nombres de los candidatos-
, de no ver más allá de su centralizado y miope mundo
conservador que sobrevalora a algunos escritores pertenecientes a
la Academia de la Lengua, al Ateneo de Santiago o relacionados con
fundaciones o talleres institucionalizados, por sobre otros con los
mismos o quizá mejores méritos. Para desentrañar
esto los medios de comunicación pertinentes debieran ampliar
el debate sobre el tema. ¿Habrán leído los "expertos"
a los poetas José Ángel Cuevas, Pavel Oyarzún,
Elicura Chihuailaf, Stella Díaz Varín o Isabel Gómez?
Y qué dicen de Patricio Manns, autor del Memorial de Bonampak,
cuyos poemas musicalizados han repercutido en Latinoamérica
tanto por su altura poética como por el reconocimiento masivo
de su obra. La poesía es Canto y Flor.
En fin, la bandera está en lo alto, hagan sus apuestas.