COMENSAL
Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de
mi cubierto,
quisiera seguir siempre el mismo Alberto
Rubio
resucitado con su presa.
¡Qué
olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan
despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la
separación de amigos cesa!
Brindis ahuyentan hoy mutuos agravios,
pero injurias del
Tiempo corporales
ne dependen jamás de humanos labios
ni de
la ingratitud de los mortales,
tampoco del perdón nuestro de
sabios
cristianos y felices comensales.
INMOVIL
Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como
heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de
perseguir las albas, los ocasos.
¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de
frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos
sanguíneos y solares vasos?
Dios
mismo se cansó cuando encendía
su universo, del mundo, que no
cesa
de cansarme como a Él lo cansaria
con
su fulgor de chispa en cielo presa,
viva en el tiempo enorme
todavía,
pronta en el infinito a ser pavesa.
REMOTO
Vives
arando allá en lejana zona,
siempre inmensa la fe por las
raíces,
que en mazorca y racimo se corona.
Bajo
tu cuerpo surcador fiel yace
la finca, fecundada con maíces
y
vides en sus ávidas matrices,
la
savia, sangre tuya que renace.
Ya
las cosechas fueron. Quemas -humo-
prontas las cañas secas del
verano.
Podas, sarmientas: va estricta la mano.
Mano
que ya se tiende hacia el consumo
del vino aéreo y nutritivo
grano.
Si te enfermas de noche con el zumo
por
celebrar triunfante la cosecha,
te remedia la harina: luces
sano
de mañana, persona bien derecha,
sólo
curva si arando al sol, barbecha.
MILENARIO
Me
vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la
atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.
¿Las
redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta
rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;
riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus
fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,
constante campesino milenario
que se encarna en mis
propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,
algo
sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a
gusto,
sobresaltado por el solo susto
de
perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil
madura:
sangre propia enraíza en su escritura.
*
* ... *
Se
enreda en los olvidos y en las llaves.
Quizá no haya cerrado bien
la puerta.
Vuelve. ¿Dio de comer a perros y aves?
Les
brinda presa y grano. ¿Listo? -¡Alerta!
-llaman cuclillos de
relojes viejos-.
Ni caballos ni tren, coches o naves,
obran
milagros hacia los festejos
antípodas, llameantes de
entusiasmo
glorioso, que se apaga a estas alturas:
ni a
los postres llegaras. Como en pasmo
de amor contemplas siembras,
frondas: juras
que no saldrás debido a la tardanza,
sin
confesarte nunca esas ternuras,
ni el temor a perder frutas
maduras:
quizá la Muerte, súbita su lanza,
allá
en la misma fiesta a fin te alcanza.
GALÁN
Tanto
tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los
rosales,
ser envío de amores
secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han
nacido y viven desahuciadas.
Así
no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las
probables víctimas de engaños:
las
rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo,
¡por tantos años!
¿Mi
vida existe verdaderamente
fundada en esa imagen del envío
tan
irreal a fuerza de pendiente
como
cosa inventada a mi albedrío?
Para mí el mundo vive si lo
siento,
nutrido por mi propio sentimiento.
PADRE
Ni el
tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo
desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir
enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la
cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.
Te
pasó por tus fines de semna,
huésped innumerable,
apaciguado
por fin en el nidal de una ventana.
¿Cabeceaste? Y
al vuelo. Malas veces
punzantes al buscar un abismado
sueño
por vida y vino hasta las heces.
Tan
joven padre -en todo apresurado-,
creabas prematuro abuelo un
día,
suspenso entre contento y resignado
con su creencia de
que envejecía
por culpa tuya, un poco adelantado,
no por años
ni penas todavía.
¿Se
cumplió un vaticinio de gitana,
todo el caer cada segundo,
cierto,
blando el cuerpo, el apoyo, hijo de lana?
Me
enfurezco: te has muerto.
¿No debiste almorzar esa
mañana,
después viajar orondo por el puerto?
Glorioso puerto el logro en el abismo,
cavada universal
caverna eterna.
¡Ven! Y vuelve a caer conmigo mismo.
¡Cae!
Amortigua el golpe aquí en mi pierna
fuerte de ambos, más mía,
sí, que tuya.
¿Presto? ¡A cantarle a Dios doble
aleluya!
Si
fuéramos cayendo en fiel abrazo
filial, dar el perdón a Dios
Destino,
aunque se porte doble y asesino,
ambos en el enredo
de ese lazo
tendido en el alfeízar hacia el alba,
sin que me
grites: "¡Padre! ¿Quién me salva?"
Mejor
solo al vacío, merecida
muerte por ser mayor, padre
anhelante
de que plena se cumpla toda vida;
más la vida de un
hijo desbordante
de generosidades, fuerzas, dones,
en poco
tiempo frutos a montones.
*
* ... *
La
víscera dulzona me atraganta
con su oleaje en salada
escaldadura,
honda la llaga sorda que supura.
¿Deleite en el
sollozo? ¿Pena santa?
Siempre lo humano del vulgar
consuelo
superable mil veces por el hielo.
Tierra sobre el quebranto. Fortaleza.
Erguirme edificando
mi futuro,
solar palacio amable muro a muro
donde viva feliz
de pieza en pieza...
cuando el muchacho pierde el mundo,
todo;
todo el sol, el vivir, ¡y de qué modo!
Me
recoja -mejor- árbol de furia
con sus ramas blasfemias en
regazos
rencores; goce tenso entre los brazos
frondosos de
odio -nunca de lujuria-,
sin rojos frutos hacia
tentaciones
gulosas, ni sedantes floraciones.
¿Mejor vivir sin odio, resignado?
Tan evocable ante
fecundos huertos,
¿Cómo olvidarlo? ¿En yermos o en
desiertos,
sobre glaciares o en un mar nevado?
Si conjuro al
demonio de la ira,
basura soy, que Dios tan limpio
tira.
¡Eso!
Transformarme en un guiñapo,
ser trapo limpiador de un suelo
inmundo
de sentimientos. ¡No! Siento profundo
supurando,
no pura cosa o trapo,
bola entera de nervios, pesadumbre
de
viscoso rencor, viscosa lumbre
nadadora en sus lágrimas rabiosas,
batracio en la penumbra
de su pozo
de llanto llovedor hasta el destrozo
con babas
siderales, venenosas,
de la Tierra y galaxias que no lava
ni a
lenguetadas Dios bajo la baba.
Devorara mi viscera una fiera
de selva que, de noche,
repentina,
gracias a una piadosa orden divina,
desde el fondo
del sueño me creciera
hasta el nido absoluto del reposo,
ya ni
sombra del sol tan alevoso
*
* ... *
Veloz, cruel de verdores el paisaje,
huertos jocundos como
por sevicia
-garfio en mi carne la mortal noticia,
pendiente
en autobús tardo mi viaje-;
las frutas, burlas de veneno
eterno;
las frescas fresas, brasas del infierno.
Yo no
abarcaba el daño, de increíble.
La tierra guarda atroz semilla al
fondo.
Los rosales giraron en redondo:
dieron rosa de horror
al fin visible.
Verdad malvado, súbita, desnuda,
breve desposa
al buen dios de la duda.
Ángel
negro el teléfono en mi oído,
batió el anuncio ni hoy más
convincente.
¿Final de Armando? ¿Cómo? ¿Un accidente?
Golpe en
la boca al ángel maldecido,
témpano interno mi primer
sollozo.
¿Morir por nada siendo aún tan mozo?
Su
faz, hasta absoluta en un segundo;
la sangre, un vino por
traidora espita.
Piedad total -también por mí-, infinita.
¿No
me quedaba de él nada en el mundo?
¿Su vida en flor sólo un
fugaz boceto?
¡Frutos sus versos, sangre suya el
nieto!
Me
desprendo. ¿A la noche? Giro el hombro,
brazo al alfeízar: tarde.
Mi caída.
La Tierra también cae desprendida.
Morir: mi
solitario, enorme asombro.
Me vuelve lo fatal más sabio y
fuerte.
¿La vida se me va? También la muerte;
mi
afán de contemplar las luces bellas
sentado a la ventana -mortal
causa-;
mi vértigo al caer sin pía pausa;
¿pero no asciendo al
mar de las estrellas?
Por fin al alba el absoluto
ocaso;
choque de sol y luna; Dios; el paso
Por
la ventana, al alba, su figura
vi un dia tan gallarda a la
salida
suya, en mitad del patio detenida,
dudosa, pese al
ímpetu y premura,
que sentí con mi orgullo el raro daño
de un
padre fuerte o un hijo rey extraño
[...]
* * *