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ALBERTO RUBIO RIESCO
(tonada)
..... En una choza a la orilla de un bosque
vivían un hombre y una mujer. No habían tenido nunca hijos, pero sí
copiosas lluvias en invierno. Se dedicaban a la crianza de aves de
corral, al huerto y un poco a los árboles frutales. Cogían de los
maravillosos árboles los frutos en otoño, y comían los colorados
tomates en el tiempo de los tomates. Al viejo le gustaban los
cebollines tiernos, y a su mujer, las zanahorias. Ambos vivían en
completa soledad. De cuando en cuando un pájaro se posaba en la
techumbre de la choza. Alejadísimos del camino principal vivían. Mas
las huellas diarias del viejo habían hecho un camino por entre el
bosque y los cerros, de manera que la mujer sentía mucha dulcedumbre
cuando miraba el camino por donde llegaría el viejo. ..... -No tenemos hijos -decía el viejo en invierno-.
Pero las lluvias son copiosas. .....
-No tenemos ropa que hacer -decía entonces ella. ..... -Ponle traje al huerto de los cebollines
-contestaba entonces el viejo. ..... Y
la mujer entonces ayudaba a su marido en la plantación de las
hortalizas en el tiempo de la plantación, poniendo especial empeño en
el huerto de los cebollines. Los disponía de manera que parecieran una
falda de niña sobre la tierra. .....
-Tendremos tiernos cebollines -se alegraba el viejo. ..... -Y zanahorias del color del ladrillo -decía la
vieja. ..... Los dos
viejos tenían también un par de cerdos. Uno era pequeñito y el otro
grande. El viejo los soltaba del chiquero y los dejaba que buscaran su
comida por el bosque. La vieja se preocupaba de las gallinas. A veces,
en la mañana tempranito, atrapaba una, y colocándole una mano por el
culo a la gallina, comenzaba a tantearla. Cuando le parecía que algo
había encontrado con sus ojos debajo de la cola de la gallina,
decía: ..... -Sí, ésta
tiene huevo... ..... Así
profetizaba los huevos que aparecerían aquel día de las diferentes
gallinas. .....
Tenía el matrimonio
bueno, a cierta distancia de la choza que habitaba, unas amistades que
eran dos viejas solteronas. Las viejas solteronas se dedicaban a
coserle a la gente que vivían más allá... Más allá estaban los
lejanísimos sitios de la choza de los viejos. Desde la casa de las
viejas solteronas remendadoras, comenzaba el reino lejano de los demás
mortales de la tierra. Tan aislados vivían los
viejecitos. ..... Un día, el
viejo andaba cuidando los cerdos por el monte, y la pobre vieja se
aburría sola, pues ya había terminado todos los quehaceres. había dado
de comer a las gallinas, por la huerta había hecho una ronda
espantando a las tencas que se comían los damascos, y se había zurcido
la última rotura de su vieja y gruesa media de lana. ..... "A mi comadre Juana me iré a ver", se dijo la
vieja. ..... Pasito a
pasito se fué por el camino que habían hecho las huellas de su esposo.
Así atravesó el monte, y siguió caminando, perdiendo ya el sendero del
esposo. ..... ¡Bueno que
estaba lejos la casa de la comadre Juana, la remendadora! La vieja se
sobaba las piernas, quejumbrosamente reumática. Recordaba que hacía
solamente tres años que no conversaba con la comadre. La última vez
que había conversado con ella, la comadre le había dicho que aquel año
el peral que tenía detrás de la casa había dado más peras que nunca.
Ahora, ¿qué sería? En fin, sería lo mismo, pues hacía poco tiempo que
le había dicho aquello. ..... "Las cosas
no cambian de un día para otro", se decía la vieja. ..... ¡Claro está que nuestra caminadora hubiera
preferido mil veces más a las peras que hubiera recogido su comadre
Juana del peral que estaba plantado detrás de la casa, que la casa de
ella se hallara un poco más cerca!... Y entonces la viejecita dijo una
fea palabra, sobándose con más fuerza una pierna... Pero, sin embargo,
siguió caminando. ..... "¡Santo
Dios! -se decía-. ¡Ya no me quedarán fuerzas para volver, y mi marido
se va a quedar solo allá en la choza!"... ..... Pero había que conversar con la comadre
Juana... ..... Después de
mucho andar, después de mucho andar, llegó al fin la vieja a casa de
la comadre Juana. Encontró afuera de la casa a la comadre Josefa
regando unas plantas con un tarro de lata. ..... -¡Buenos días, comadre! -saludó la vieja
visitante-. ¿Cómo está usted? ..... -¡Buenas
tardes, comadre! -contestó doña Josefa, con su regordeta y avejentada
cara-. ¡Qué tiempo que no se la veía por aquí! ..... A la vieja de la choza le pareció que la comadre
Josefa estaba más avejentada que de costumbre. ..... -¿Y qué es de la comadre Juana? -preguntó la vieja
por su querida comadre. ..... -¡Ay, se nos
fué, comadre María! -respondió doña Josefa. ..... -¿Cómo, adónde se fué? -inquirió la comadre
María. ..... -¡Al cielo,
Jesús! -dijo sobriamente doña Josefa. .....
-Santo Dios, ¿y cómo? ..... -Así son las
cosas de la vida, pues, comadre... Una se queda en la tierra y otras
se van al cielo... ..... -Así que
usted se ha quedado solita, doña Josefita... ..... -Aquí me he quedado, pues, con mi perro... ¿Adónde
anda éste? Apuesto que ya se fué a meter a la cocina... ¡Cholo! -llamó
la vieja con voz carraspienta-. ¿Qué andas haciendo? ..... De repente apareció el quiltro desde una esquina de
la casa. Se fué derecho donde la comadre María para hacerle sus
fiestas a la visitante. Movía la cola para allá y para acá el Cholo de
contento. ..... -¡Deja
tranquila a doña María! -gritó la comadre Josefa. Agachó las orejas el
perro, metió de inmediato la cola entre sus piernas y se fué a
envolver en su cuerpo a los pies de la comadre Josefa. ..... La pobre vieja María no podía comprender que su
comadre Juana se le hubiera ido al cielo. Cuando la comadre Josefa la
hizo pasar al interior de su casa, ella se fué mirando de cuarto en
cuarto con desconfianza, como si pensara que la comadre Juana pudiera
estar por ahí amasando la harina para hacer el pan... Pero todo fué
inútil, y después del mate, la vieja visitante se volvió medio loca,
pues se le ocurrió que la comadre Juana podía estar en el huerto de su
casa recogiendo las peras... Así que le dijo a la comadre
Josefa: ..... -Comadre,
mientras usted enciende el fuego de la cocina, yo iré a dar un paseo
por la huerta... ..... -¡Vaya no
más, comadre, que aquí la espero con la sopa lista!... ..... La vieja se fué atrás, a la huerta, como tres años
antes también había oído, y debajo del peral se puso a mirar las
maravillosas peras. ¡Qué ganas le dieron entonces de comerse una! Pero
ella, en realidad, venía por la comadre Juana; ¡no fuera que ella
estuviera por allí... Pero no la encontró, porque realmente la comadre
Juana se había ido al cielo. Entonces la vieja María sintió miedo. ¡No
fuera a ser que la comadre Juana estuviera por allí y no se la
viera!... Y efectivamente, lo que vió y oyó la comadre María no lo
creería nadie... Desde el fondo del viejo peral salía la voz
carraspienta de la comadre Juana, que decía: ..... -Comadre María, le agradezco la visita... Por
casualidad yo bajé a la tierra desde el cielo, de visita también, y me
encuentro en el peral, que es donde puedo estarme cuando bajo del
cielo. ..... -Comadre
Juana -dijo la vieja María-. ¿Y por qué no baja, por qué no sale del
árbol? ..... -Porque el
compadre Dios no me deja salir de aquí cuando bajo a la
tierra... ..... Entonces la
comadre Juana comenzó a arrojar peras desde arriba del árbol a la
comadre María, y mientras se las arrojaba, decía: ..... -Este es mi regalo, comadre, éste es mi
regalo... ..... Entonces la
vieja de la tierra comió todas las peras que le arrojó la vieja de los
cielos. Tanto comió, que se quedó allí mismo dormida. ..... La sopa estaba bien caliente, y la comadre María no
volvía del huerto. Además, ya se había hecho de noche. ..... -¿Qué le pasará a esta vieja? -refunfuñó, al fin,
doña Josefa. ..... Pero la
pobre doña Josefa, de sola que estaba, comenzó a inquietarse, así que
decidió ir a buscar a la comadre del diablo. ..... Pero lo que sucedía era lo siguiente. La comadre
María también se había ido al cielo. Las peras amarillas brillaban en
el peral, encima de la tierra. ..... Cuando llegó a su choza el viejo, lloró amargamente, porque se
dió cuenta de que su mujer le había abandonado para siempre. Pero
después se compuso su alma, con la serenidad que dan a los viejos los
años y los cerdos que se cuidan por el monte. Aquella noche durmió
solo. Ligeras brisas golpeaban de cuando en cuando la puerta de su
choza, y a él le parecía que era la mano vagabunda de su mujer que
andaba buscándolo. ..... El viejo
pasó tres años cuidando los cerdos, dándoles de comer a las gallinas y
plantando cebollines alrededor de zanahorias. Cubría su choza de
zanahorias por todas partes, desde la puerta hasta su cama. Las
zanahorias le acompañaban en su soledad. Comía cebollines
solo. .....
Un día los cerdos
murieron, las gallinas huyeron, las zanahorias se pusieron grises, y
el viejecito se puso demasiado viejo. .....
"Es la hora de que busque a mi mujer hasta que la encuentre", se
dijo. .....
Y abandonó su choza con
mucha pena, porque sabía que nunca más volvería a ella. Caminó
largamente por el sendero que habían hecho sus huellas propias en
busca de los cerdos, y que tampoco jamás volvería a cruzar. Cuando
dejó atrás el monte, el viejo no pudo más que soltar el llanto. Pero
luego se compuso su alma con la serenidad que dan los años y la
crianza de cerdos. Y siguió su camino alejándose mucho, mucho,
mucho... Golpeó a la puerta, pero nadie le respondió. Así rodeó la
casa y llegó al peral del huerto. Las peras brillaban maravillosamente
amarillas encima de la tierra, en el fondo azul del viejo
árbol. ..... Entonces
sopló un viento que dió con muchas peras amarillas al suelo. Y el
anciano comió de ellas hasta hartarse.
..... Tiempo después, un perro vagabundo
llegó por allí, como conociendo esos lugares, y trotando alegremente,
feliz con su cola, se dirigió hacia una cruz que estaba plantada
debajo del viejo peral, ya seco y rugoso; y agachando las orejas, y
metiendo la cola entre las piernas, se echó debajo de la cruz,
envolviéndose para siempre y dulcemente en su flaquísimo
cuerpo. .....
Si alguien hubiera podido
ver las inscripciones borrosas que había en la cruz, habría podido
leer: .................................. Aquí descansan cuatro compadres
ALBERTO RUBIO
RIESCO, nacido en Santiago el 8 de mayo de 1928, hizo
sus estudios humanísticos en el Instituto Nacional, San Pedro
Nolasco y Escuela Miliar, sucesivamente. En su cuento "Los
Compadres" muestra una de sus dimensiones creadoras. Su mundo
es humorístico, con una alegría de buena ley, con
descubrimientos poéticos de primera mano. ... Autor de un libro de poesía, "La Greda
Vasija", publicado en 1952 -el cual fué considerado por la
crítica como uno de los descubrimientos líricos del último
tiempo-, Alberto Rubio ha realizado incursiones por el cuento,
la novela y el teatro; interesado por lo originario, ha
intentado un proceso de rehabilitación del criollismo. En
efecto, su obra nos habla del Sur de Chile, del campesino, de
los animales, de la naturaleza agreste y agresiva. ... Ha publicado, esporadicamente, en
revistas algunos poemas y narraciones. Estudiante de Derecho
del quinto año en la Escuela de Derecho de la Universidad de
Chile, Alberto Rubio ha llevado su verdadera vocación
-aprovechando la austeridad y pureza lógica y racional que dan
los estudios de estas disciplinas- a realizaciones como el
cuento "Los Compadres", que hemos publicado.
¿Que entiende Usted por cuento? "A
diferencia de la poesía, que se entusiasma con los objetos de
la naturaleza -el amor, el sol, la luna, la muerte, los
desastres-, sin que ocurra nada más que la propia existencia
de dichos objetos, y en lo cual se averigua lo que de
permanente, valedero y eterno tienen en sí, el cuento ama la
anécdota y entra a la historia temporal en el acaecer, en lo
que es, precisamente, fugaz y pasajero, pero que adquiere
valor de eternidad por lo que de profundamente humano
tiene."
en
Antología del Nuevo Cuento Chileno por Enrique
Lafourcade Zig-Zag 1954
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