..... ¿En qué momento el alma humana es
semejante a un par de huevos revueltos olorosos a parafina y grasa de
segunda mano?
..... Por
supuesto, en el momento de la miseria se embadurna con su dizfras de
caníbal barato y cuece en una olla enorme -llena de verduras añejas-
al ingenio popular de toda época, haciéndolo hervir hasta que las
carcajadas lo convierten en un budín relleno de payasos harapientos y
junglarosos.
..... Maestro
Alcalde, fue tu rabel una caja de cartón barato con cuerdas de
elástico, y tu sombrero emplumado de anchas alas, una vida dedicada al
todo y nada de aquellos que se toman una chuica de vino con la muerte
hasta que se pone pesada y hay que ir a dejarla a su casa con guadaña
y todo.
.....
Por eso, los rotitos que
van a sufrir te saludan y te invitan a conversar una brisca con el
caballo que habla. Más aún, te advierten que tengas cuidado, porque el
caballo hace trampa.
..... Taita
Alfonso, tú los conoces muy bien. Los borrachos de tus relatos cortos
no son esos desguañangados y brutales del cuento criollista, sino que
son los genios que reparan cualquier cosa con un pedacito de cordel y
hacen nacer una bomba centrífuga a partir de una olla de
presión.
..... Han existido
desde que el mundo es mundo. De hecho, sus antepasados (que,
recordemos, son también los nuestros) son los mismos cavernícolas que
de la nada crearon el primer asado a las brasas -y para eso tuvieron
primero que inventar la primera fogata-. Y, más tarde ayudaron a
levantar las catedrales renacentistas.
.....
Pero, por sobre todo, son los protagonistas de tus historias y los
primeros que comenzaron a sobrevivir como payasos o domadores de
fieras en las periferias de las ciudades cuando no había otro
trabajo.
..... Porque eso
tú lo comprendes muy bien rapsoda Alfonso: la miseria no es sino aquel
circo gigantesco donde la más grande sabiduría es la de poder crear
órganos a voluntad si todo el resto del cuerpo social falla y sus
hijos piden oportunidad de pan y carnaval.
..... Tú mismo ¿No tuviste que tragar trabajos más filosos
que las espadas de los fakires?
..... Por supuesto, quien no ha sido un andariego de toda la vida no
puede reírse con las historias de los maestros pintores que hicieron
una capilla sixtina pintando congrios de rojo o con los roteques que
diseñaron la campaña presidencial para Jesucristo.
..... Por eso tú eres uno de ellos: fuiste
contrabandista, empleado de funerarias, borrachuzo, ayudante de la
mujer goma, biógrafo fantasma de la vida de Mario Kreutzberger. Pero
sobre todo, fuiste señor Corales de tu prosa y tu poesía: Un
poeta.
..... No solamente
poeta, sino rapsoda, y rapsoda ciego igual que Homero. El glaucoma fue
quizás un regalo que te hizo tu madrina inseparable: la miseria. Y
aceptarla como madrina es un error fatal. Por eso te quedaste ciego y
no viste acercarse el reconocimiento a tu trabajo de toda la vida. Un
día antes que te otorgaran una pensión vitalicia, preferiste ser parte
de aquel otro circo lleno de esqueletos que seguramente te estaba
aguardando hace tiempo para que le alegraras la vida.
..... Te mereces todos los lugares comunes del caso,
Alfonso Alcalde, y quien escribe estas líneas, quiere recordarle a
todos los desconsiderados de siempre, que el único lugar común que no
cuaja en tu historia, es la del suicidio heroico. Si te hubieran
recordado algunas décadas antes, quizás todavía estarías entre
nosotros.
Selección de Alfonso Alcalde
"... fui
contrabandista de cadáveres. Ascendí a un nuevo cargo, que era
transportar a los muertos de una frontera a otra, entre Argentina y
Brasil, para que saliera más barato el entierro. Me instalaba en un
auto muy tieso, con el difunto sentado a mi lado, muy maquilladito
para no despertar sospechas, y cruzábamos el peligro (...) al otro
lado teníamos listo el ataúd y el nuevo maquillaje".
(de una entrevista
concedida a "Revista de Libros" de "El Mercurio", 04/08/96)
"...Pero ella déle con la porfía de
encalillarse con otra cama con somier, pensando en malgastar el dinero
como si yo fuera ministro cuando los catorce familiares dormimos lo
más bien. Un poco estrechos, eso sí (hay que reconocerlo), sobre todo
cuando llega el resto de la parentela del Sur, que son como once más,
con sus utensilios de trabajo. Tienen la mala costumbre de acostarse
con su pala, con su arado, con su buquecito de maní, con su manguera,
con su escalera, con su garlopa, con su cachiporra, con su cuchillo
carnicero..."
(de El auriga
Tristán Cardenilla, pág. 73)
-Me está entrando la duda -dijo la
mujer viendo el desorden de la cocina-. ¿Quedará bien el artefacto?
(...)
Atornilló (el maestro) con fuerza una de las llaves de la
cocina.
-Péguele con el alicate -ordenó el otro maestro.
(...)
Humito sale -dijo uno
-Y olor a quemado también -agregó el
otro.
-Pero si es el refrigerador -gritó (la empleada).
-¿Qué
pasa? -preguntó uno de los maestros con aparente
tranquilidad.
-¡Está saliendo fuego del refrigerador!
- Con este
invento nos hacimos ricos, maestro.
Oiga, parece que se le pasó la
mano, fíjese. Los platos de la cocina están helados como la
piedra.
-No me diga.
-Toque, toque. ¿Que no está formando hielo
encima? (...)
Un mozo con tongo lustroso y guantes entró a la
cocina, agitado:
-¡Está saliendo agua hervida por la manguera! El
jardín está hecho una miseria. ¡Se quemaron las plantas!
-Cierra la
llave, pues, aturdido -le aconsejaron al sirviente.
(de El auriga
Tristán Cardenilla, pags. 134/135)
Alfonso
Alcalde: Prosista y
poeta, nacido en 1921. Su variada obra literaria ha sido casi olvidada
pese a los sinceros elogios que recibiera de autores como Pablo Neruda
y José Donoso. De su obra poética cabe destacar:
-Variaciones sobre
el tema del amor y la muerte
-El panorama ante nosotros.
Pero de
su obra prosística breve la que configura una nueva estética sobre la
figura del proletariado chileno, con un desusado sentido del humor y
del grotesco. De su narrativa breve destacamos:
-El auriga Tristán
Cardenilla (Ed. Zig-Zag, 1967)
-Las aventuras de el Salustio y el
Trubico (Ed. Quimantú, 1973).
Alfonso Alcalde se quitó la vida en
1992, acorralado por los problemas económicos y
físicos.
en revista Rayentrú año 4 Nº 11, julio
de 1996.