A SETENTA AÑOS DE LA MUERTE DE
FEDERICO GARCÍA LORCA
Por Andrés
Morales
Se cumplirán setenta años de la muerte de Federico
García Lorca y en España y en toda Hispanoamérica
se recordará esta trágica fecha con multitud de homenajes,
congresos, encuentros, lecturas y reediciones de sus libros. Pero,
¿qué hace que Federico García Lorca
sea tan popular, tan querido y tan revisitado por los -cada día
menos- lectores de poesía?
Las razones pueden ser muchas y deben ser analizadas desde variadas
perspectivas, pero creo que la más importante es la condición
de "crisol" que su obra tiene como un verdadero palimpsesto
donde confluyen universos tan distintos como la música popular,
folklórica y clásica, la tradición más
arraigada del Renacimiento y Barroco, la ruptura de las vanguardias
(donde el expresionismo, el creacionismo y el surrealismo juegan un
papel preponderante), el cine, los toros, las canciones infantiles,
el jazz, el teatro y un innumerable etcétera que permiten hablar
de una poesía (y también de un teatro) donde cada lector
puede encontrar un aspecto que ha de interesarle o conmoverle. Cada
cual hallará lo que le interesa, nadie saldrá de sus
obras con las manos vacías. Y no se trata de un collage
de "actualizaciones" tan a la usanza del postmodernismo
light que hoy por hoy vivimos: por el contrario, la poética
de García Lorca se basa en la integración, la interacción
y la reconstrucción del pasado con el presente y el futuro.
Nada de esa "espontaneidad" que parece respirar su escritura
está improvisada(1) o
"caída del cielo": cada palabra, cada verso, cada
poema está sutilmente asido a un marco multidisciplinario,
a una intertextualidad, a una visión de mundo totalizadora
(aunque no omnívora ni menos unidireccional), abierta, sin
prejuicios, que reúne sabiamente sus elementos arquitectónicos
para construir una nueva tradición que aún no acaba
de finalizar (al menos, creo, en la poesía y la literatura
de América Latina): la tradición de la verdadera reactualización,
del diálogo, de la construcción sobre la construcción,
del barroco y del neoclasicismo, de la huella que prefigura y adivina
la próxima huella que no niega el paso primero sino que se
apoya y fundamenta en él. Una idea de cultura, de pasado y
de futuro, de presente y tradición que puede convivir al unísono
(aunque a veces en amable discordia) y que se alimenta, crece y desarrolla
con los problemas de una realidad candente y de un imaginario común
que estira sus manos hacia lo mediato e inmediato.
Esta virtud casi única en la obra lorquiana hace que su poesía,
como su teatro, mantenga una asombrosa vitalidad. Nada "huele
a cadáver" en la estética del granadino: podrá
hallarse mayor o menor ingenuidad, mayor o menor gravedad, mayor o
menor frescura, pero la "visión de obra"(2)
se sostiene con increíble solidez. Este autor consigue levantar
verdaderos pilares temáticos que enmarcan, conducen y ligan
cada detalle, cada intuición, cada imagen con ese sustrato
final que nos habla de la condición humana, de lo desconocido,
de la muerte, de la propia poesía (todos estos tópicos
recurrentes en la obra del poeta).
Federico García Lorca supera su condición de "fetiche
cultural" (asociado a su trágica muerte en manos del horroroso
fascismo español en ese otro drama terrible que fue la guerra
civil o, últimamente, asociado también a su condición
de escritor perteneciente a una minoría sexual) para sostenerse
solo por su escritura(3)
. Otros poetas han construido sus propias mitologías, sus propias
leyendas, sus historias reales o ficticias; García Lorca no
necesita trucos ni hagiografías personales para convencer sobre
la trascendencia de su obra y de su personalidad como animador cultural
del grupo poético de 1927. La sola valoración de sus
libros (desde Libro de poemas a Diván del Tamarit),
de su teatro, de sus conferencias, de sus dibujos, de sus transcripciones
y de sus arreglos musicales, bastan para configurar el inmenso espacio
que por sí solo habrá de seguir concitando la atención
de la crítica que ya ha reunido millares de artículos,
libros, tesis, monografías y ensayos.
Desde la óptica de quien escribe poesía, creo que ha
de revisarse con sumo cuidado el libro Poeta en Nueva York
(escrito en Estados Unidos entre los años 1929 y 1930, y publicado
póstumamente en 1940), donde es posible comprobar como el poeta
advierte proféticamente sobre los peligros de la deshumanización,
de la masificación, de la mecanización, de los posibles
desastres ecológicos(4)
y de la cosificación del habitante de las macrociudades aparentemente
fantásticas aunque yermas en lo que a emociones y sentimientos
se refiere. Lo mismo cuando señala el advenimiento de una civilización
que hace del dinero su dios omnipotente y olvida el amor, la justicia
y la generosidad como piedras fundadoras de toda sociedad y hasta
de las instituciones más sagradas como la Iglesia o el Estado.
Denunciando la discriminación racial(5),
la oposición entre ricos y pobres, la cruel devastación
de la naturaleza en el nombre de una civilización que finalmente
se transforma en una otra "civilización bárbara"
asentada en lo baldío, en la soledad y en el miedo.
Su búsqueda permanente, su afán de síntesis y
renovación hacen de este libro neoyorkino uno de los textos
más importantes de la poesía contemporánea en
lengua castellana, en el mismo lugar que ocupan Trilce de César
Vallejo, Residencia en la Tierra de Pablo Neruda, Muerte
de Narciso de José Lezama Lima, Piedra de Sol de
Octavio Paz, La realidad y el deseo de Luís Cernuda
o el magnífico poema en prosa, Espacio de Juan Ramón
Jiménez. Poeta en Nueva York es la mirada total
(y a la vez fragmentaria) de un poeta completo que no cesa
de dolerse, de gritar visceralmente, de inquirir (e inquirirse) en
un mundo aparentemente sordo donde la crueldad del poderoso aplasta
sin remedio la voluntad de los desposeídos:
(...)
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el
vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
(...)
....................... ("Grito
hacia Roma" de Poeta en Nueva York)
Los procedimientos técnicos de este libro (de raigambre vanguardista
en todo el amplio sentido de la palabra) como la técnica del
montaje, el motivo del viaje, la fragmentación del mundo, la
aparición de la voz del inconsciente, los sueños, la
enumeración caótica, el discurso de denuncia, las metáforas
cinéticas, etc., no hacen sino comprobar que un texto puede
reformar el discurso de su época basándose en los hallazgos
de la modernidad con la "sana complicidad" de la tradición
en lo que a temas se refiere. Todas las obras de García Lorca,
unas más, otras menos, realizarán ese prodigio único.
No deben olvidarse sus poemarios Diván del Tamarit,
Sonetos del amor oscuro o Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías: en esos otros libros y poemas la actualidad del
autor descifrará el mundo con clarividencia e iluminación,
permeándose del universo de la Andalucía árabe
y judaica, del complejo y terrible mundo de la tauromaquia o de la
secreta angustia de su homosexualidad que clama en sonetos estructurados
en la perfección de un poeta de los Siglos de Oro(6).
La necesaria relectura de Federico García Lorca, ya apartada
de la imagen tópica de un autor, que tanto daño ha hecho
para una correcta lectura de su obra que posee un mundo muchísimo
más vasto que el de su Andalucía natal y que, por cierto,
está mucho más lejos del tópico clásico
de Próspero Mérimée y de la tarjeta postal de
una España rural y exótica, se hace absolutamente impostergable,
sobre todo en este Chile poético, tan prejuiciado con la literatura
española en general. Sola su voz y sola su poesía habrán
de hablarnos con ese estremecimiento y esa misteriosa claridad que
sólo unos pocos poseen.
NOTAS
(1)
Véase su extraordinaria "Poética" escrita
para la famosa Antología de Poesía Española
que hiciera el poeta Gerardo Diego en 1935 donde afirma: "(…)
si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios -o del demonio-,
también lo es que lo soy por la gracia de la técnica
y del esfuerzo (…)", en García Lorca, Federico. Obras
Completas. Editorial Aguilar. Madrid, 1955 (Segunda edición
aumentada).
(2) Algo
tan alejado de muchos poetas y narradores actuales que escriben sin
pensar en lo anterior y, menos, en lo que sucede a lo presente. Los
ejemplos de autores con este concepto escritural son muchos, y destacan
por ser poetas de una altura y peso indiscutible: Ezra Pound, Jorge
Guillén, Juan Ramón Jiménez, T. S. Eliot, Paul
Valéry son algunos que deben tenerse en cuenta.
(3) Otro asunto que deberían tener
en cuenta algunos autores y críticos que hacen prevalecer una
determinada y especial problemática, los anecdotarios (en un
claro vicio "biografista"), el género o las particularidades
étnicas o sociales para excusar la mediocridad de los escritos
de los que "levantan banderas" por una u otra causa escudándose
en ellas y abandonando, quizás, el fundamento de toda escritura:
la calidad.
(4)
Adelantándose a todos los movimientos ecologistas que surgirían
treinta años más tarde y denunciando el horror de una
sociedad consumista, algo tan evidente en el hoy más candente
y en el destino dramático e insoslayable del mundo actual.
(5) Muchísimo antes que en los
Estados Unidos se iniciaran los movimientos en pro de los derechos
civiles y de la igualdad racial entre negros y blancos y configurando
una denuncia y una necesidad de rescate de las raíces (en este
caso africanas) que son las que otorgarán verdadera identidad
a una etnia que, en ese tiempo, intentaba "blanquearse"
para ser aceptados en una sociedad dominante.
(6) Me refiero a los "Sonetos del
amor oscuro", contenidos en un volumen póstumo titulado
simplemente Sonetos y que pueden filiarse con la tradición
petrarquista, con Garcilaso de la Vega y, desde luego, con Luís
de Góngora, figura literaria emblemática para el grupo
poético del 27.