Demonio
de la nada
Andrés
Morales, Ril editores, 2005. 81 páginas.
Por
Luis Riffo E.
El Mercurio de Valparaíso,
viernes 13 de octubre de 2006
Un poeta que vive la
literatura en los territorios de la creación, el estudio y la crítica
es el autor de este libro de poesía. Andrés Morales (1962)
viene publicando sus poemas desde los años ochenta y en los noventa hace
lo propio con ensayos y antologías que abarcan a autores hispanoamericanos
y croatas. A ello
hay que agregar las diversas cátedras de literatura que dicta en diversas
universidades de Santiago.
Esos pergaminos no pueden omitirse a la hora
de leer estos versos en los que conviven un ritmo pausado y agitadas, a veces
violentas, imágenes. En este poemario nos encontramos con la figura multiforme
y ubicua del demonio, símbolo universal que Morales despliega en sus más
diversos sentidos, ya sea como personificación del mal o metáfora
de un atormentado espíritu humano. Pero, además, ese demonio de
la nada es una amenaza que palpita en la escritura misma, es el desierto del sin
sentido, es el silencio absoluto que parece prevalecer sobre las palabras.
La
maldad instala su negocio en el acto de describir el mundo. El poeta se muestra
impotente para dar una imagen más luminosa, esperanzadora, porque los signos
señalan un destino, el “fátum”, lo inexorable de nuestra suerte,
en cuya trama se encuentra no sólo la muerte, sino también la soledad,
el olvido, la crueldad ajena. “Ahora el cuello al hacha, el ojo al vidrio, / la
marca de Caín o de ese Abel: / ya da lo mismo”, escribe Morales. Según
esas palabras, ya no hay inocencia, víctima y victimario comparten un paisaje
contaminado por la violencia: “Recorre la maldad el aire que me cubre / y ciega
mis pupilas en la noche”. En “La bestia”, cuyo título alude a la invasión
a Irak, da clara cuenta de que el demonio imaginado por Morales es tanto el que
cada uno de nosotros alimenta en su propia vida como las fuerzas depredadoras
que pretenden ejercer el poder sobre todo el planeta: “El águila es la
bestia. La guerra su locura”. Y no hay eufemismos para dibujar la imagen cruel
de este particular demonio, cuyas imágenes nos recuerdan al monstruo de
Goya, pero disfrazado de niña peligrosamente caprichosa:
Arregla
sus pezuñas, trenza sus cabellos,
en el espejo observa su cuerpo amenazante
como
una extraña niña que odia a las muñecas
y rompe sus cabezas
y come sus entrañas”.
Sin
embargo, hay otras causas de esta maldición que arrastra el ángel
caído, entre ellas el olvido y el hastío. La constatación
de que vivimos en “este absurdo de días sin recuerdo” parece una advertencia
acerca de esa amnesia voluntaria con la colectivamente hemos ido sepultando nuestra
memoria histórica, y la consecuencia es el debilitamiento de la palabra,
ese instrumento que nos sirve para construir nuestra realidad. La otra es la condena
del hastío, la agitación inútil, el “delirio quieto” a la
que nos somete un presente en el que somos “del tiempo amortajados”.
Sin
desmedro de esa lectura plural, la poesía de Morales también es
la versión personal de su aventura o desventura poética y vital,
en la cual resuena la voz cansada, plácidamente furibunda, de un ciudadano
del nuevo siglo enfrentado a sus propios demonios y a los demonios del mundo.