EL
OJO Y OTROS PUNTOS DE VISTA
DE VÍCTOR LOBOS
Por
Andrés Morales
La visualidad, lo visual,
es uno de los elementos centrales en el quehacer de la poesía. El escritor,
el poeta, se ha movido desde siempre en este campo. No existe gran literatura
sin un ojo, lúcido o ciego, que abra o cierre su horizonte.
La poesía
es el espacio de la visión: interna o externa. Aunque parezca un tanto
teórico y hasta arbitrario, creo que es posible concretar dos formas de
acercarse a la realidad mediante la visión en la poesía: Primero,
a través de una recreación de lo visto: "la visión
y la memoria". El poeta rememora,
recuerda, reconstruye lo observado. Segundo, a través de la "visión
interna": la experiencia del vidente. Un buen ejemplo es el famoso "desdoblamiento
doloroso" de Rimbaud. El poeta se observa, se cuestiona, es transcriptor
de una experiencia íntima y única que extrae de sí mismo.
El poeta ha desarrollado muchas formas de visualidad que le han permitido enfrentarse,
contar y. finalmente, poetizar el y al mundo. Entre estos es posible nombrar como
ejemplos algunos "ojos curiosos" o formas de observar:
a. El
ojo simbólico (presente en gran parte de toda la literatura, trabajando
en un lenguaje metafórico y simbólico. Los grandes poemas barrocos
de Góngora, la Primera Soledad o los poemas neobarrocos de José
Lezama Lima pueden ser magníficas representaciones de este asunto)(1).
b.
El ojo místico (patentemente expresado en las grandes obras que
se apartan del mundo real y nos hablan de una realidad celeste, iluminada y revelada
por Dios, donde un buen ejemplo es el Cántico espiritual de San
Juan de la Cruz).
c. El ojo vidente (ese ojo en la búsqueda
en sí mismo, en el desdoblamiento del poeta que se observa y, "dolorosamente"
extrae su visión desde sus revelaciones. Las iluminaciones o Una
temporada en el infierno de Arthur Rimbaud son, quizás, algunas de
estas obras paradigmáticas).
d. El ojo erótico (aquella
relación entre el ojo, el deseo y el cuerpo. El ojo del voyeur,
del "mirón". Ese que une el placer y la visualidad: la búsqueda
a través de los sentidos y, en concreto, de la observación donde
la literatura es un espacio del placer. En este acápite podemos incluir
a la mayoría de la literatura erótica, siendo La historia de
un ojo de George Bataille el caso más revelador). Finalmente,
e.
El ojo teórico o reflexivo (desarrollado en la mayoría de
las literaturas de vanguardia y neovanguardia, en la poesía visual. Se
trata de una reconstrucción del mundo a través del manifiesto, del
deseo de cambio, de construir teóricamente buena parte del mundo y del
arte. La poesía de Vicente Huidobro o La nueva novela de Juan Luis
Martínez pueden constituir un excelente ejemplo).
Estos "ojos",
o formas de ver no son privativos entre sí. Muchas veces se complementan
y potencian. A veces, "el ojo erótico" y "el ojo místico"
comparten un lenguaje, un espacio y hasta un tiempo común. Otra forma evidente
es la del "ojo vidente-erótico-místico" (en una buena
parte de la poesía contemporánea). En el caso "del ojo simbólico",
creo que, en mayor o menor medida éste se encuentra presente en combinación
con la mayoría de las otras formas de acercarse a la realidad.
Por
otra parte, estos ojos y visiones construyen un mundo que puede ser paralelo al
real. Alguno diría que siempre es, o debe ser considerado, paralelo
al real. Buscan la ruptura con la mímesis, con la reproducción fotográfica
y encuentran en la alucinación de la mirada (esto es extremando el campo
de visión de ese ojo o combinándolo con otros ojos) la respuesta
a un mundo que quieren diferente y que pretenden cambiar.
En otra arista
de la visión, el problema del tiempo, el tiempo de la mirada, el tiempo
de exposición, el "sostener" la mirada, puede constituirse en
un juego o en materia de profunda reflexión. Desde el frágil parpadeo
al guiño, desde la oblicua o torva mirada a la idea de mantener, metafóricamente,
una mirada que trascienda el hoy e inquiera el mañana es la apuesta de
muchos poetas que apunta, justamente, hacia este espacio de lo abstracto, hacia
ese territorio.
Desde todas estas visiones, desde todos estos "puntos
de vista" el ojo de Víctor Lobos (o el ojo del lobo) se acerca a la
realidad (la historia de Víctor Brauner, pintor judío rumano, su
trágica vida, su recorrido infernal), pero también a la metáfora
y a la ficción (léanse esos bellísimos "Seudo haikus
para René Magritte", por ejemplo, o esa magnifica "Tercera Parte",
titulada simplemente "Ojos", donde explora las fantasías de Van
Gogh y de Hitchcock, de las "Señoritas de Avignon" de Picassso
y de esa gran película que es "Solaris" de Tarkovski). Es como
si el poeta quisiera hablarnos con la mirada. Retratar la de otros y ser un espejo
de sus obras…Su canto es el rayo deslumbrante que emerge de la pupila, ese, aparentemente,
mudo testigo que posee las claves de grandes secretos que se revelan, poco a poco
y con maestría, en las páginas de El ojo y otros puntos de vista.
Los
ojos de Lobos son ojos que reconstruyen una memoria perdida, al decir de Octavio
Paz, pero son ojos que crean una realidad interna, intimista, casi perdida en
la atroz historia de este mundo que muere en su ceguera pertinaz y frívola.
He aquí uno de los mayores méritos de este libro: inquirir, inquietar
y desasosegar al lector: estremecerlo apelando a su inteligencia y a su sensibilidad
para que esta vida no sea sólo un tránsito fugaz que nos confunde,
ahoga o extravía.
La poesía de Víctor Lobos es un
hallazgo en estos tiempos donde tanto se vocifera y tan poco se dice, donde abundan
los libros de poemas y falta la verdadera poesía. Volumen primero, pero
a la vez tardío, este ojo es un calidoscopio finísimo de imágenes
dotadas de extraordinaria fuerza que no dejarán indiferente a su lector,
más aún, lo provocarán a observar y a observarse, a mirar
y a cuestionar al mundo desde un nuevo prisma. Algo que quisieran muchos poetas
y escribientes; algo difícil pero no imposible: he aquí la poesía
de este "joven viejo" autor. He aquí una obra que respira en
la certeza del oficio y en la profundidad de la buena literatura.
Santiago
de Chile, agosto de 2007
(1) Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos señala: “(...) el acto de ver expresa una correspondencia a la acción espiritual y simboliza, en consecuencia, el comprender (...)”..