DESDE
EL "CALEUCHE", A LA DERIVA, EN LOS MARES
DE ESTE CHILE
Por
Andrés Morales
Sin afán de polémica, sin odios, ni rencores, me parece
extraordinaria esta ocasión que me ha dado el poeta Felipe
Ruiz, lector de mis meditaciones en torno a las letras nacionales,
para reflexionar sobre algunos asuntos sobre la poesía chilena,
de sus últimos años como de su más ultimísima
factura.
Para empezar, debo decir en voz baja y con admiración solemne:
cuánta letra, cuánta tinta, cuanto libro y cuánto
artículo se ha escrito sobre tan poca cosa, muchas veces, que
no merece nombrarse y que parece importante… Se ha perdido la brújula,
el timón y el buque. Se ha perdido la mesura, el pudor y el
tan mentado "buen gusto" en un afán exhibicionista
donde las luces del escenario parecen ser más importantes que
la escritura de un poema medianamente bueno o la mínima ética
que ha de tener un poeta a la hora de esbozar un par de versos (y
en esto pienso en Eduardo Anguita, o en Enrique Lihn o en Juan Luís
Martínez). Pareciera más importante poner en escena
"lo último" (con todo el valor que puede, o no puede
tener) que meditar un par de segundos sobre lo que merece o no merece
leer un público de por sí bastante agredido, confuso
y ajeno.
Todos reclaman. Reclaman en voz alta o en voz baja (los más
en voz baja, en esa voz hiriente, dolorida y curva que pertenece siempre
a la inmensa y triste mayoría donde la daga es el arma emblemática
en nuestro escudo nacional). Otros porque son nombrados y se olvidan
sus méritos más excelsos; estos porque son solo mencionados
(obviando, cómo no, su obra extraordinaria); los de acá,
valientes y entusiastas, gritan, refunfuñan y patean porque
nunca se les tiene en cuenta su "épica y profunda producción
literaria"…
Basta ya, amigos escribientes. Este es un país, donde, sin
duda (y así lo he escrito y he afirmado en multitud de ensayos,
notas, conferencias, reseñas y artículos, dentro y fuera
de Chile), se escribe buena poesía. No cabe duda que existe
buena cepa, que sabemos lo que es un verso (a veces), que podemos
escribir buenos poemas. Pero no somos el epicentro mundial de la
lírica. No tenemos el privilegio de ser los únicos
poetas del universo… Ese narcisismo de creernos los "iluminados"
(sea históricamente, en el hoy más presente que infravalora
todo esfuerzo del pasado inmediato o mediato, o que huye de lo ajeno
sólo por ser extranjero) no nos conduce sino a una "caja
negra" perversa y perdida que acabará pudriéndose
sola, envilecida y olvidada.
Por otra parte, es menester decirlo, hay sitio para todos (o para
todos casi) en este lejano país.
Nadie desprecia la gran poesía de ayer y de hoy y de mañana
en Chile. La que está naciendo con mucha o poca fe. La que
desanda y anda la tradición y la vanguardia, la que madruga
piedras y anochece mares. No. Nadie niega a la maravillosa loca, a
la demente suelta que recorre inquieta aquellos laberintos de la casa
a solas.
La poesía en Chile es, quien lo duda entonces, un asunto serio,
pero, también, un asunto a observar con cierta perspectiva.
La teoría de "mirarse el ombligo a perpetuidad" puede
ser el fin de cualquier intento por superar nuestra propia miopía.
¡Qué difícil es la poesía! ¡Qué
largo y qué paciente este camino! Probablemente más
de alguien dirá que este es un lugar común: lo es, sin
duda alguna. Desafío al Rimbaud de turno a que escriba como
Arthur Rimbaud… Basta ya de tanta basura en celofán, con tintes
de presumido y falso género, de teoría barata aprendida
por correspondencia o en tres clases con el maestro "al uso",
escudado en el margen del margen por el margen.
Sin más palabras que la única palabra: ¿hay algo
más terrible, hermoso y desafiante que un verso verdadero que
nos mueve, nos llama o nos deslumbra?
La difícil juventud de los poetas. ¿Importa acaso
si este, o este otro, o este otro…?
La paciencia del gusano vive más que la del muerto. El difunto
es un fantasma. El fantasma y el "Caleuche" por los mares
van penando…
Un racconto o una historia: ¿Adónde estuvo el
hoy, ayer, el mañana o este siempre?