Espéranos bajo el ciruelo, zagal de los
difuntos.
Ábrenos ese estanque, el corral silencioso que la resaca de
estrellas y el dorado crepúsculo solar lavan día tras día.
Las
hierbas altas acallan a medias las lápidas marchitas;
Mensajes
antiguos que debemos leer muy lentamente;
Palabras, tal vez: no para
ser pronunciadas,
Sino palpadas apenas con la tibieza del sol.
Así
pasan el lagarto moroso, la araña, el saltamontes,
Y hasta el viento
del páramo marino sobre ellas se encalma
Como un gran espejo tendido
sobre la soledad.
Ábrenos ese jardín que sólo se
visita
Cuando alguien viene a vivir de verdad.
La colina que nace
y muere al pie de esta capilla, ola petrificada junto a la roca enemiga,
ahora ambas perdonadas,
Ni odiándose ni amándose: ¡pasadas!
Los
huesos ya llegaron al hueso, la sangre llegó al puro fluir,
Y el
tiempo al tiempo vuelve.
Colina de muertos que una invisible
corriente
Gasta, acrecienta y purifica.
Fin de estío. ¡Qué sentido tiene decirlo en
el Cementerio de Totoral!
Jardín donde los años maduran mejor que los
mismos veranos en cualquier huerto terrestre.
Fin de estío en este
rincón rural adonde han vuelto quienes siempre debieron vivir
juntos.
Allí mismo estaba la eternidad, aquí tan cerca de ellos, tras
la tapia y el cerco rústico de Cristián, zagal del pueblo;
Allí, tras
de la casa, debían ir los amigos a contarse las nuevas
familiares.
Estaba reservado el lugar para cada uno -los forasteros
frente a la casa, los forasteros en el atrio,
Parloteando,
chanceando, despidiéndose estridentes-; pero
atrás, atrás, en el
huertecillo oloroso que los dueños de
casa siempre desearon marchito
porque lo marchito es signo de vieja amistad leal,
Atrás, detrás de
la casa, tras la verja, la conversación íntima de los amigos
eternos.
Fin de estío en este cementerio costero,
tierra adentro.
Primera tarde de otoño, sol dorado tan lejano de
luz,
Tan próximo por su delicadeza,
Deslízate sobre esta ladera
cercada como un huerto.
Tumbas detenidas (los remos dejados a los
vivos, los jóvenes y los forasteros):
Entre los filos de la alfalfa,
mármol desvanecido, eternidad lugareña,
Lee tú en el aliento del sol
otoñal:
MUERTA EL 11 DE MAYO DE 1857.
PRONTO SE REUNIRÁ A ELLA SU
INCONSOLABLE ESPOSO.
Oh, juventud impaciente: en esta
lápida grabasteis la promesa de reuniros PRONTO.
Pronto:
Y el
PRONTO tardó tanto en llegar: demoró, dolió, se ocultó, casi se olvidó,
germinó, reapareció,
Maduró interminables años.
Pero a su lado, por fin, como si
siempre hubiesen estado juntos, vetas tranquilas del mármol que nadie
imagina fueron tempestad, A su lado, por fin!:
AQUÍ VINO A REUNIRSE A SU
QUERIDA ESPOSA
EL 6 DE ENERO DE 1902.
1857 - 1902. ¡Cuánto tiempo -45
años- separándolos! ¡Y cuánto tiempo
-48 años- desde que aquel otro
tiempo
desdichado cesó: cuánto tiempo entre su reencuentro feliz y
ahora nosotros!
¡Y cuanto -93 años- entre la muerte de ella, cuando
ESO comenzó a transcurrir, y nosotros ahora!
¡Cuánto tiempo amargo
sucediendo y por fin cesado para hacerse feliz:
Más el tiempo dichoso
transcurrido y poco a poco olvidado hasta hacerse irreal!
Y,
nuevamente sumando desde fuera del seto como si todo esto hubiera sido
siempre un pasado, hecho para nosotros, decir: "Esta bien. Todo eso es
real".
Y cuanto tiempo más para quien lea estas páginas tanto tiempo
después! ¿Quién, quién ha esperado?
Y el mismo sol besando la colina,
las tumbas detenidas.
Y...
Fin de estío.
Estamos en 1950 en un huerto
marchito de Totoral, la colina donde resbalan los muertos y las
enredaderas,
La colina de los amigos. ¡1950! Tanto tiempo perdido
estaba aquí, tierra adentro, adonde hemos llegado sin pensar, agolpados
como una ráfaga de niños a una charla grave.
Tanta vena febril, tanta impetuosa
lágrima, ¡más que existieron! ¡existen! SON: huellas en el mármol,
inmóviles, como se ve el mar desde la altura: un epitafio.
Todo ello
rescatado para nosotros, que nada hemos sufrido, a quienes se nos da la
lejanía del viento.
¡Aquel lejano, largo
PRONTO,
Para nosotros, importunos, es PRONTO otra vez!
Ambas vidas, ambas muertes, las
dos aquí próximas, sin mediar ni una hierba.
Esposa y esposo cara a
cara,
El tiempo hendido, la llaga que debía cerrarse
(Las aguas
que una mano fugaz -45 años- separó un breve instante).
La palabra
está ahora reunida,
Y el tiempo plácido, lúcido, admirable.
Esposa
y esposo, dos extremos vacíos
Para dar vida a la
separación.
¡Juntos aquí dos labios de
tiempo formando un solo beso Viejo y nupcial!