Hablar de la poesía de Angélica automáticamente es vislumbrar la escritura del margen, no de lo que se cree borde, sino de lo que realmente cirscunscribe el cuerpo en el mapa santiaguino, al saberse represenante de ese margen tan mal recurrido ultimamemente por el taquilleo poético, interpelandolo desde el lugar común de autopregonarse rebeldes. Pero aquí la periferia no es un símbolo ni una metáfora: es la poesía/vida lo que nos conlleva y nos muestra la poesía de Angélica a la hora de enrostrarnos que ella es el margen, la frontera entre el barro y el almibar, su estancia. Ese corazón traslúcido en los viejos hoteles por el sol rojo, o esa verborrea rabiosa de las ternuras en la ciudad.
Pienso en las interacciones de nuestras lenguas que nos convocan con Angélica, que nos enuncian y nos caracterizan desde un devenir en lo que en el cuerpo se arrastró como sierpe, como gata de 7 vidas, que taconea insasiable esos toc toc en el transitar escritural. Hablar del libro de Angélica Panes es recordar las noches de escritura en un blog, cuando configuramos y devenimos juntxs en Lud Mía[3] , en ese pedacito de caramelo untado por las corridas nocturnas, las correciones, estirar la lengua de una para que la otra escriba, obligar, empujar al pulso escritural, traspasar la vida. Recuerdo el lanzamiento de este doble genital al que llamamos Lud mía, Lud de todas, y que este fué el comienzo de las sensaciones, en un día de febrero en que la lluvia derroía las alimentaciones frutales en el cuerpo, las castañas dulces, las cerezas en la boca, el tabaco más negro.
El texto de Angélica Panes comienza con la estancia, se presentan imágenes de una casa con patio grande, un zaguán imperioso, que desde un comienzo interpela al lector a tener los sentidos, el corazón y el cuerpo abierto a destajo, que ese interior se resignifique y tenga un aroma, o un hedor, una consistencia biscosa, saborear los frutales de la quinta, la estancia que podríamos decir que es la entrega de un corazón, de un amor de verano que resuene en un cotidiano. La invitación de quemarse el rostro en rojo pancora, cangreja rapiña que rastrojea los almíbares de los frutos de verano, saboraciones que nos hagan sentido en la estancia, que hagan relucir el recuerdo del tedio, de la prisión de lo que fué heredado y que posteriormente reniega en “el aire viciado de los hoteles”. La estancia es sinómino del silencio, de cuando nada transcurre y un vuelco de imágenes inunda la cabeza, en esta casa, en el imaginario de saberse dueña de todo esto que se heredó por alguna causa desconocida, y la cúal nisiquiera se pregunta. La estancia se sitúa en los ritmos y en los transitares a pies decalzos entre un patio y una cocina, pisar las migajas del pancito tostado en el parqué, o las incrustaciones de las pepitas de sandía que recorren ese talón de Aquiles, como hormigas asentandas en el surco, simulación mezquina del barro en el cuerpo.
Así, el texto de Angélica nos presenta la reapropiación del lugar para tender el cuerpo, para aumentar la soledad. Desempolvar las cortinas con ese polvo que se adosa continuo al cuerpo húmedo. “Barro Hotel” de Angélica Panes es la enunciación de los cuerpos empolvados al deslice sudoroso, metafora hipersexual de la fricción: el barro hace reealzar la mugre, le hace aflorar por todos los rincones de la estancia, este tercer lugar en donde siempre se deja caer entre las cortinas una venida más del sol rojo, el cual no alcanza a calentar del todo y tan sólo tiñe este retrato pictórico que nos presenta la autora, un registro polaroid, de esos viejos rollos que nunca se revelaron, y que yacen guardados bajo un tumulto de secretos, conversaciones que se quedan entre las paredes viejas de la estancia, en el aire viciado de los hoteles, así el texto transita por diferentes lugares, como por habitaciones en las que una historia se asoma de reojo, una misticidad cómplice de comenzar a compartir esos lugares variados e inconexos que pretenden ser llenados con inicios de conversaciones que no tienen cabida alguna, que finalmente no van a ningun lugar.
Cada habitación que se asoma es una venida diferente, una nueva posición, comenzar a mostrar ligeramente el interior, desarmar el corazón, presentarlo a un otro, mientras se carbonizan las cascaritas de naranja en el fogón de la cocina. Pienso en todo esto como la improvisación de una primera conversación,
“Pero había una sentencia, una culpa, una miseria acogedora, una refugiada que nos hacía ser en esa soledad reconocidos cuando nos improvisábamos en estancia, en zaguán, en aire viciado”
Angélica mantiene el hilo, rompe el hielo, va de choque, inventa una excusa para tomar un té con sabor a cuerpo, una excusa para revolver los “tufillos” y compartir la soledad.
La voz de Angélica va configurando este lugar-estancia que poco a poco se comienza a trasnformar en ciudad, comienza a relucir en un llamado de atención, un foco ambiguo a que ella misma es el centro, que ella es la llaga, en este desenfreno de poesía, herida que convulsa los augurios, los presagios, una clarividencia de su propia escritura.
“inyectados mis ojos de una locura que yerta en sus causales, yerta en la estancia, me prende a unos hilos, me mueve como figurín, me lleva escribiendo techo piso, mesa el mal presagio en estas horas donde avizoro inscripciones en las paredes: frase poesía, número poesía, augurio poesía, pájaro agorero”.
La voz de Angélica interpela a su poesía, hace que obra y vida se unan, se encuentren entre sí, se miren, se pregunten ¿Qué escribo? ¿Hacia donde voy? ¿Qué es toda esta ternura de la ciudad? Así se asimilan y se transforman en una misma estancia, una resistencia poética del cuerpo, del lugar desde donde se viene, el imaginario del barro que nos logra incrustar.
Sorprende la ultima iluminación, capítulo que se desprende de sol rojo, Angélica sabe que la repetición no nos genera un tedio, todo lo contrario. En este recurso se encuentra con las viejas imágenes de los rollos polaroid en el cajón de la estancia que no había revelado, es ahí cuando nos hace una exposición fotográfica, una por una va proponiéndonos un diaporama pictórico de imágenes ya conocidas, ya revisadas y comunes para nosotrxs.
“Entonces una foto borrosa: la mujer de ojos pintados. Y otra foto: con lluvia uno de estos días recorrer el parque a la noche y las bastas mojadas. Y otra foto: parejas que juegan en las zonas más oscuras mientras una sombra entre los árboles algo mueve o se trama entre las manos. Y otra foto: niños jugando con barro y motitas de alguna flor hedionda y tiznadora”.
Paneo de imágenes que finalmente resumen la poética, este decanto del barro que nos presenta la autora.
“Vos no me dejaste pero acá…me aburrí de inventar ciudades, de inventar escenas. Me aburrí de sortear un otoño craquelado. Esto es desidia, es abulia, es apatía o hablar en círculos”.
En este vuelco escritural, la voz de angélica se agota, se vuelve álgida y toda la ternura de la ciudad deviene en costración, en enrojecimiento, la furia, una lengua que no puede acallar lo que le resiente, ya basta de maquillar la estancia, de embellecer lugares, el charcho siempre será barro mientras el sol rojo le caliente, la ciudad seguirá siendo ciudad, y por siempre se tendrá que volver al margen, a los rituales de cotidianos de la vida, la ceremonia del té en bolsa, la ciudad nunca fue el lugar, la estancia por siempre será el punto de enfoque, fotografiar e inmortalizar desde la escritura la vida, que la poesía no sea un derroche.
___________________________________
Notas
[1] Angélica Panes Díaz (Santiago, 1986). Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile. El año 2010 obtiene la beca de la Fundación Neruda. Publicó de forma independiente y autogestionada la plaquette Lud Mía (2011) junto al poeta Alexander Correa. “Barro (H)otel” es su segunda publicación.
[2] Alexander Correa (Santiago, 1991) Es estudiante de Pedagogía En Castellano en la UAH, El 2009 obtiene mención honrosa en el concurso de poesía joven Roberto Bolaño otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con un extracto de su trabajo “Ariel (o los ecos en mi garganta). Es parte del colectivo literario Homoeròtica, Ha publicado “(de)forma permanente” en la antología Versos diversos (El perro y la rana, Venezuela 2010) Lud mía en co autoría con Angélica Panes (Santiago,2011) “Ó” Antología homoeròtica contemporánea (Puerto Rico, 2012) “Ariel (o los ecos en mi garganta)” (Buenos Aires, 2012) El 2012 Alexander recibe mención honrosa en el Premio Municipal de Literatura “Gabriela Mistral” por su poemario “Las Cachorras” Actualmente Alexander dirige el taller de lecto escritura y edición cartonera en el liceo Manuel Barros Borgoño, y trabaja en su libro/cuerpo “Embrionario”.
[3] Lud Mìa (Santiago, 2011) Angélica Panes & Alexander Correa
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Presentación de "Barro (H)otel" de Angélica Panes
Por Alexander Correa
Publicado en Cuadernos de Poesía, Biblioteca de Santiago
28 de noviembre 2012