¿Les conté alguna vez de Elisa? ¿No? Sería
raro. En mi vida no pasan demasiadas cosas. De hecho, es bastante
aburrida. ¿Cómo podría describirse? Sí,
podría resumir todo en la rutina. La verdad es que me encanta
la rutina, pese a lo que digan todos los psicólogos, sociólogos,
orientadores, asistentes sociales y toda esa gama de perversos manipuladores,
que repiten hasta el cansancio que la rutina no es conveniente. ¿Qué
saben ellos? Para mí, lo más maravilloso que me ha pasado
en la vida es tener que ir a trabajar todos los días en la
mañana temprano, dormir siempre en la misma cama, el mismo
desayuno de siempre, la misma conversación fría y tosca
con la Sra. Norma y el Poeta-hace frío ¿no? ¿Vio
las noticias de ayer? Este país totalmente hundido, no hay
respeto por nadie-y todo lo demás, que viene a ser prácticamente
lo mismo siempre.
Si no fuera por mi trabajo estable, probablemente habría caído
en la desesperación. Cuando llego a mi escritorio y me saco
mi larga chaqueta gris, que me acompaña todos los días,
siento un placer enorme al tomar un café bien cargado que ya
se encuentra servido. Generalmente no hay mucho que hacer por la mañana.
Los primeros minutos son para tomar el café y leer el diario.
Luego se va al baño. Después otra conversación
fría y tediosa con los compañeros de oficina y finalmente
comienzo a llenar los primeros formularios. Sí, pero aquel
día en que se apareció ella por la puerta de entrada
a la empresa, a partir de ahí todo cambió. En realidad,
decir que todo cambió sería absurdo, porque yo hace
ya bastante tiempo me resigné a la idea que mi papel en el
mundo es muy poco relevante, y aquellas frases infantiles como "eres
tan especial" etc…, rápidamente las dejé atrás.
Pero en fin, continúo, ella se apareció por la oficina.
No voy a mentirles. Sería de una falsedad absoluta decir que
apenas apareció noté su belleza, que mantuve la vista
fija en ella y todo lo demás. No. Ni siquiera noté su
presencia, porque disfrutaba en demasía completar los formularios
del día anterior. Incluso ella se sentó al frente mío,
y yo, como hago con todas las personas, esperé varios segundos
simulando que estaba haciendo algo que no podía esperar. Esto
es una regla tácita que todo funcionario público aprende
en sus primeros días de trabajo. El caso es que ella no tuvo
mucha paciencia, y pronunció mi nombre suavemente.
- Víctor…
Yo no entendía. Había tanta ternura en ese llamado,
tanta delicadeza, es indescriptible. Levanté la cabeza impactado,
y comencé a reflexionar quién era esta mujer. En esos
momentos es cuando vienen los peores presentimientos, y la verdad
es que tuve la trágica sospecha de que podía ser una
conocida de viejos tiempos, tal vez de la juventud o aún más,
de la niñez, situación que habría sido en extremo
incómoda-invitarla a un café a conversar, tanto tiempo,
te eché tanto de menos, me he acordado tanto de ti, yo nunca
te olvidé-para luego volver a lo mismo de siempre: un adiós
y la indiferencia. Pero no era capaz de aclarar mis reflexiones, y
no cesaba de admirar el tono con el cual había pronunciado
mi nombre y también me aterraba la idea de que fuera una vieja
conocida.
- ¿No sabe quién soy?- me dijo sonriendo de una forma
un tanto pícara.
Fue ahí cuando pude por fin hacer circular algo de sangre en
mi cerebro: era Elisa, uno de los pensionistas de la Sra. Norma. El
asunto era que con ella había sostenido numerosas conversaciones
frías, pero como hay tanta gente con la cual tengo ese tipo
de diálogos, que lo había olvidado. Sin duda, ella no
era parte de mi rutina, porque muy pocas veces se la veía por
la pensión. Lo cierto es que en algún momento yo le
había mencionado mi nombre o ella lo había averiguado.
De cualquier modo, lo había olvidado por completo.
- ¡Elisa! Claro, disculpe que no la haya reconocido- le dije
en tono sorprendido (como siempre actuando, como si no quisiera decirle
que por qué viene a molestarme al trabajo, acaso yo la voy
a molestar sea donde sea que trabaja, quiere conversar con alguien,
vaya a conversar con su abuelita).
- Usted siempre tan despistado, Víctor… Bueno basta de formalidades.
Yo he venido aquí porque me gustaría completar un formulario
para contratar un seguro. Me han dicho que usted es un experto en
esto.
"No es tan fea"- pensé. ¿Yo experto? ¿Acaso
era posible que alguien fuera capaz de apreciar mi trabajo? Al parecer
así era. No sé si nunca me había dado cuenta
o qué, pero tenía una sonrisa espectacular. Más
aún, noté que estaba algo nerviosa, porque se arreglaba
el pelo una y otra vez y evitaba mirarme a los ojos.
Me dispuse sin mayores preámbulos a comenzar la labor que me
había encargado. Le fui pidiendo sus datos, y poco a poco se
fue desarrollando el mágico proceso de creación. Solo
yo sabía cómo hacer para que la tinta de mi lápiz
negro luciera tan ordenadamente en las hojas. En mis formularios,
solo yo lo sé, existe una disposición de letras perfecta,
una constitución inquebrantable de caracteres firmes y exactos,
que solo yo sé hacer. Siempre logro distinguir mis formularios,
pero la gente no sabe apreciarlos como se merece, algo que jamás
entenderé. Una vez que finalicé mi magnífica
obra de arte, se la acerqué a sus manos y le sonreí,
no sé porqué.
Ella recibió el formulario y estuvo observándolo por
varios segundos. Luego hizo un gesto de aprobación y abrió
su cartera. De ella sacó otro formulario, para sorpresa mía.
- ¿Sabe Víctor? La verdad es que vine ayer, me atendió
otra persona, la de allí al frente, y me rellenó este
formulario. Pero de pronto lo vi a usted, y noté que le hace
tanto empeño a su trabajo. Me sorprendió la idea de
que alguien disfrutara de tal manera su oficio y me sentí curiosa
por poder apreciar personalmente su puño y letra- me dijo todo
de una manera rápida y escandalosa, tanto así que se
le resbalaban las palabras mientras las pronunciaba, y lentamente
comenzó a ponerse de pie.
- La verdad- continuó, ya empezando a caminar hacia la salida-
es que valió la pena haber venido de nuevo, porque usted tiene
una forma especial de realizar su trabajo, no sé cómo
explicarlo, ni porqué, pero es sorprendente. Adiós,
Víctor, espero no haberlo incomodado en demasía.
Quise agregar que, en absoluto, me había incomodado, pero no
pude hacerlo por dos razones: primero, estaba en un estado de paroxismo
total, es decir, quedé paralizado completamente ante este inesperado
acontecimiento y no pude articular palabra alguna; segundo, porque
Elisa no me dio oportunidad de replicarle y se fue de una manera tan
fugaz como lo fue también su aparición en un principio.
Cuando todo esto sucedió, no tuve mucho tiempo para reflexionar
acerca del asunto, porque debía concentrarme en mi principal
labor: llenar todos los formularios, porque a esas horas del día
ya tenía una alta cantidad de ellos acumulados y tenían
la apremiante necesidad de ser completados. Pero en mi larga caminata
por las calles de Providencia en otoño (¿fue en otoño
que sucedió esto? Ahora ya no lo recuerdo, y además
dan lo mismo esos detalles. Bueno, si para ustedes es tan importante
saberlo, conténtense con que fue en otoño. ¿Qué?
¿Quieren la fecha exacta? No, eso sí que no puedo precisarlo.
Baste con que fue en otoño), ya de noche, pude reflexionar
largamente acerca del asunto.
En primer lugar, ¿qué significaba todo esto de la presencia
de esta mujer en mi trabajo? Lo inconcebible, lo que menos podía
hipotéticamente pensarse, había sucedido: Una persona,
y en particular una del sexo femenino, se había fijado en mi
trabajo, e incluso había apreciado algo, si bien no todo, pero
por lo menos parte de lo que constituía mi principal habilidad.
La verdad es que me sentí tremendamente halagado. Pero, ¿cómo
nunca me había fijado en aquella mujer antes? Claramente algo
tenía de especial. No, en realidad no tenía nada especial,
simplemente se había fijado en mí. ¿Y no puede
ser eso algo que la haga ser especial? Pues yo creo que sí.
De esta manera mis reflexiones me llevaron a pensar en la idea de
que podía estar viviendo en la misma pensión con una
persona realmente distinta a las demás, alguien que en verdad
valiera la pena. Probablemente a ustedes les sea familiar esta sensación,
sin duda la han sentido antes. No seríamos seres humanos si
no sintiéramos gratificación cuando alguien nos aprecia
y más aún, estima algo que constituye un eslabón
tan esencial como es para mí el trabajo. Pero más que
eso, mientras caminaba y disfrutaba del agradable sonido de las hojas
secas al ser pisadas, me encontraba en un estado de estupefacción
increíble. Si ustedes se molestan en que les repita constantemente
que me sorprendió la visita de Elisa, ¿qué quieren
que les diga? No puedo excusarme, no dejaba yo de pensar en ello,
porque como les dije en un principio, mi vida no es aburrida, o sea
para mí no lo es, pero no pasan muchas cosas, y este tipo de
acontecimientos son tremendamente innovadores y dignos de reflexión
para mi débil mente. Puede que sea un estúpido, tal
vez, yo que sé, ya me han llamado muchas veces con ese apelativo
en mi vida. Pero como existen algunos envidiosos entre ustedes que
no me dejan describir con precisión aquel momento, me remitiré
a la cena en la pensión de la Sra. Norma de ese día.
Nos reunimos, como todas las noches, en la mesa el Poeta, Elisa, dos
individuos más y yo. Sí, ya sé que faltan los
datos de los nombres de los individuos, pero la verdad es que no me
interesa recordarlos ahora y son insignificantes para la historia
que estoy contando, así que omitiré ese detalle. ¿En
qué estaba? Claro, la mesa. La verdad es que hasta ese día,
en realidad para mí comíamos siempre el Poeta, tres
individuos más y yo (¿por qué diablos siempre
tengo que nombrarme al final?), pero no cabía la menor duda
de que ahora en adelante Elisa constituía todo un acontecimiento
en mi vida. El Poeta había sido víctima muy habitualmente
de mis temas de discusión, en especial, acerca del arte y también
de política. El hombre literalmente era un desgraciado. Se
había ido de la casa de sus padres, que pertenecían
a una clase muy acomodada y por ello podía vivir a expensas
de ellos. Así, se permitía llevar una vida simple y
sin mayores preocupaciones, escribiendo una que otra poesía
de vez en cuando y frecuentando bares bohemios, porque, según
él, hoy en día el arte se hace en ese tipo de bares.
Muchas veces discutíamos a gritos sobre el particular, y la
Sra. Norma acudía hacia nosotros prudentemente y con mucho
tacto nos hacía gestos, que producían el efecto inmediato
de calmar los ánimos. Aquel día, como dije, nos encontrábamos
(para efectos de esta historia) el Poeta, Elisa y yo en la cena preparada
por la Sra. Norma. Muchas veces los detalles pasan desapercibidos
para la mayoría de la gente, pero conmigo no es así:
yo pude percatarme apenas comenzamos a comer que el Poeta tenía
serios problemas estomacales, porque generalmente cuando comíamos
yo disfrutaba ver cómo se tragaba la comida apresuradamente
como un cerdo y claro, al parecer tenía una especial debilidad
por los placeres estomacales, cosa que no está mal de por sí
misma. Sin embargo, siempre me ha molestado la gente que come tan
rápido y no tiene aprensiones en hablar comiendo, realmente
es un desagrado. El caso es que ese día el Poeta no estaba
muy contento de disfrutar aquel banquete, y se le veía más
o menos abrumado. Sí, la verdad es que soy un poco desordenado
para contar historias, pero ¿a quién le importa? Les
mencioné que había notado un detalle, bueno en realidad
fueron dos: el primero ya se los dije, el Poeta esta afligido por
su afección estomacal, pero además cuando comenzamos
a comer, noté en su rostro una irradiación de placer
que me era extremadamente familiar, porque ¿qué ser
humano no conoce esa satisfacción? Era evidente que el Poeta
en ese momento por fin pudo aplacar sus molestias a través
de uno de los métodos más efectivos y tradicionales.
Su gesto me lo hizo sospechar primero, pero luego el hedor que llegó
hasta mis narices me lo comprobó. Yo no estoy seguro si por
el hecho de estar al lado de él se impregnó la fetidez
con mayor fuerza en el aire que me tocaba respirar a mí, pero
el hecho es que nadie comentó sobre el particular, mientras
claro, yo ya sentía náuseas e intenté aguantar
la respiración, pero era en vano. Así, mientras el Poeta
disfrutaba de sus orgasmos intestinales, yo tenía que cargar
con sus consecuencias. Como ustedes podrán adivinar, lo odié.
- Víctor, quería invitarlo hoy día para que vaya
a verme recitar un par de poemas que han sido bastante celebrados
últimamente, creo que tienen altas posibilidades de ser publicados-
me dijo el Poeta, cuando ya se había pasado el efecto de contaminación
estomacal en el aire.
- Sí, claro. Así voy a soportar también además
de lo que ha hecho recién, todo otra clase de indecencias y
asquerosidades. ¡No gracias!
No, esa no fue mi respuesta.
- Usted bien sabe, amigo, que yo no frecuento ese tipo de lugares,
en especial cuando tienen una pretensión de arte que, como
ya hemos discutido en un sinnúmero de ocasiones, yo no comparto-
fue en realidad mi respuesta. Dentro de lo posible, no hay que perder
la compostura. Sin embargo, era evidente que en lo que dije demostraba
algo de malestar con él, por lo menos eso esperaba yo.
- Tiene razón Víctor, usted no tiene porqué ir.
Sin embargo, a veces hay que aprender a soportar situaciones que a
uno no le gustan, pero que obligadamente debe aguantar- me dijo guiñándome
el ojo Elisa. ¡Qué extraordinaria sutileza! Solo una
mujer podía ser tan inofensiva, pero a la vez tan incisiva
en una sola frase. Me dejó en claro que ella también
había sentido las mismas molestias que yo. Otra vez me sorprendió
Elisa, porque en realidad había dado justo en el grano.
- Tomando en consideración- repliqué- que usted es una
persona que estimo, mi querido amigo, yo debiera acudir a sus sesiones
de poesía, pero la verdad es que yo encantado estoy dispuesto
a que usted me entregue su material y yo lo critico, no así
con esa forma que tiene usted de presentar su trabajo, es decir, en
el contexto de fiestas y copas de vino.
- Bien, pues. Le entregaré entonces el material para que pueda
leerlo- me dijo el Poeta, un poco apagado, porque la alusión
de Elisa había sido bastante sugerente.
Creo que en esa cena no sucedió nada más digno de ser
escrito o quizás no lo recuerdo ahora, o quizás no quiero
decírselo a ustedes. Para el caso da lo mismo. Los acontecimientos
más relevantes se dieron lugar cuando fui a mi habitación.
Me encontraba yo recostado en mi cama, reflexionando acerca de algunos
asuntos que revolvían mi mente a menudo en esos días.
No podía dejar de proyectar mi situación financiera
a unos cuantos meses, porque mi intención era mudarme y comprar
un departamento en pleno Providencia, más lejos aún
del trabajo, porque así podía caminar un poco más
todos los días, sin tener que saludar a nadie ni soportar molestias
de ningún tipo. Esto constituía mi sueño desde
hacía largo tiempo. En estas reflexiones me encontraba, como
decía, cuando ellas fueron interrumpidas por unos suaves golpes
de puño en mi puerta.
- Víctor, ¿se puede?- escuché de una voz femenina.
- Sí, por supuesto, pase- respondí, levantándome
para abrir la puerta: era ella, Elisa.
- Mire, yo sé que probablemente lo esté incomodando
en este momento…
- No, para nada- mentí yo, porque la verdad es que no podía
estar más incómodo. Le hice un gesto invitándola
a pasar y luego le acerqué la silla de mi escritorio para que
se sentara. Ella la aceptó y yo me senté al frente de
ella.
- La verdad es que yo venía porque quería conversar
algunos importantes asuntos con usted, Víctor- me dijo con
un tono de voz muy agradable. Me gustaba cuando ella pronunciaba mi
nombre, y de hecho ella lo hacía con bastante frecuencia, tenía
una especial forma de hacerlo, no sé bien cómo explicarlo.
- Mire- continuó luego de una breve pausa- la verdad es que
yo soy una persona muy solitaria. Usted me ha visto, rara vez yo frecuento
lugares nocturnos y mi trabajo consiste en una labor simple de vendedora
de ropa. Pero sin duda el mejor momento de mi día- dijo sonriendo
y mirando a ninguna parte, como evocando con su imaginación
algo muy especial- es cuando salgo del trabajo, tomo mi café
y me fumo mi cigarro, todos los días, en la cafetería
al frente de donde usted trabaja. El caso es que en una ocasión
lo vi a usted, Víctor, - nuevamente esa forma particular de
pronunciar mi nombre- con su especial empecinamiento en su trabajo
y la verdad es que me despertó curiosidad. Ahí está
la razón por la cual fui a visitarlo hoy.
- Elisa, me sorprende usted. Jamás la había visto por
aquellos lugares...
- Probablemente me había visto, lo que pasa es que usted no
se fija en la gente, ¿verdad?- dijo esto en una especie de
tono arrogante. Parecía como si me conociera de hacía
mucho tiempo.
- Es cierto, suelo ser bastante distraído en cuanto a distinguir
personas.
- Más que distraído, yo creo que a usted no le interesa
la gente. Creo poder entender lo que siente, porque a mí me
pasa lo mismo. Somos personas tan solitarias, me tomo la libertad
de incluirlo dentro de esto, que cuando caminamos por las calles no
nos fijamos en los rostros y en la gente en general. En cierto modo,
lo principal es evitar de la mejor manera encontrarse con alguien
conocido, algún ente que retorne de nuestro pasado y que nos
obligue a entablar conversaciones aburridas y tremendamente incómodas.
Por favor dígame que a usted también le pasa- por fin
algo de humildad en sus palabras.
- Mire, Elisa. Debo decirle que particularmente yo no disfruto de
la compañía de la gente...
- ¿Me voy entonces?- bromeó ella.
- No, no quiero decir eso. Lo poco que llevo de mi vida, porque la
verdad es que aún me faltan años de sabiduría,
me ha dado la experiencia necesaria para entender que las relaciones
humanas son infinitamente complicadas. De hecho, concebir la idea
de que dos personas puedan realmente llegar a entenderse mutuamente
y conocerse, para mí es imposible. Por eso, he abandonado completamente
la pretensión de entablar relaciones de cualquier tipo, dentro
de lo que sea posible- mis últimas palabras ya sonaron con
algo más de desconfianza, porque nunca le había dicho
a alguien semejante confesión.
- Bueno, usted tiene su teoría más avanzada acerca del
asunto. ¿Pero acaso no le aterra la idea de no poder tratar
con la gente? Lo que quiero decir es que, aceptando su hipótesis,
¿no le queda un vacío, un sin sentido?
- Eso es un grave problema. Desde que era joven, en los tiempos en
que era más idealista, siempre intenté buscar la trascendencia.
¿Usted cree en Dios, Elisa?
- Alguna vez creí. Pero ya a estas alturas, no- respondió
ella en un tono tan triste, que me tomó unos segundos retomar
la conversación. Miré por la ventana, hacia el alumbrado
público y así pude continuar.
- Bueno, yo cuando joven creía bastante. Ahí comprendía
yo la idea de la trascendencia a través del amor. Esto es,
que todas nuestras actividades humanas son pasajeras y vanas, pero
que hay una sola cosa que trasciende y que le da el sentido a la vida:
el amor- una vez dicho esto, me ruboricé porque se estaba convirtiendo
en un discurso tan cursi, que se acercaba bastante al ridículo.
- Sí, todos pensamos eso alguna vez- me dijo ella nuevamente
en un tono triste, pero animándome a continuar.
- Ahora para mí eso ya no existe. Mi relación con Dios
se tornó muy complicada: creo en Dios, pero no lo acepto. Es
algo difícil de explicar, que daría lugar a una explicación
mucho más larga. El asunto es que no creo ahora en la trascendencia,
solo creo en los placeres que sí, yo sé, son mundanos
y pasajeros, pero que verdaderamente existen y solo en ellos podemos
confiar. Estos placeres sí pueden darle un sentido a la vida,
por lo tanto el no creer en la trascendencia no implica el sin sentido,
¿me va siguiendo?- le pregunté, porque veía que
mis lucubraciones la tenían perdida totalmente. Pero ella asintió
con la cabeza, así que me dio a entender que me seguía,
o que simplemente por diplomacia aceptaba lo que decía.
- Un ejemplo de estos placeres- continué- lo constituye, para
mí, el rellenar formularios. Pero existen otros placeres que
también pueden darle sentido a la vida. Por ejemplo, esto es
válido para mí en cuanto era joven porque ahora con
mi trabajo ya tengo suficiente, el interpretar piezas románticas
en piano constituye para mí un placer inigualable y se da allí
una especie de trascendencia.
- ¿Usted toca piano, Víctor? Me gustaría verlo
algún día interpretar algo en el piano de la Sra. Norma.
- Hace mucho tiempo que no lo hago, es probable que lo haya olvidado-
le respondí. Hubo entonces un silencio incómodo, pero
ella lo salvó de inmediato, volviendo al tema anterior bruscamente.
- Usted sostiene que es imposible querer verdaderamente a alguien,
¿cierto?
- Así es.
- ¿Entonces cómo explica la existencia de tantos matrimonios
felices y que han perdurado tanto tiempo?
- Sí, claro- comencé sonriendo, porque esperaba esa
clase de pregunta- esa gente vive en una ilusión creada por
ellos mismos. Usted, por ejemplo me da un ejemplo de un matrimonio
que lleva, no sé, cincuenta años. Y yo le respondo que
sí, llevan cincuenta años aguantándose el uno
al otro. Ya no hay amor en esa relación, es simplemente una
ilusión que quiere perdurar porque no se quieren romper los
lazos formales que los unen. Así hay muchos parejas que se
mantienen unidas, pero que en realidad no son felices, y los más
astutos, se terminan por separar.
- Es bastante triste su visión. ¿Entonces rechaza usted
todo tipo de relaciones con personas?
- La verdad es que sí, no creo que sean posibles.
- Bueno, yo lo que le quería proponer es entablar una relación
de amistad con usted. Ahora, si no quiere se lo acepto, pero por lo
menos concédame que podríamos intentarlo, ¿no
le parece?
- Pues sí, encantado. La verdad es que la conversación
con usted me ha sido muy grata, aunque claro, he sido yo el que más
ha hablado.
- No se preocupe. Para mí ha sido muy entretenido. Es un tipo
muy especial, Víctor- me dijo riendo y poniéndose de
pie.
- Bien, lo dejo para que descanse. Ojalá podamos repetir este
tipo de conversaciones- me dijo, y con un gesto de despedida salió
de mi cuarto.
¡Qué espanto! Yo hablándole de todas mis estupideces
acerca de las relaciones entre personas, y ella que lo único
que quería era justamente iniciar un relación de amistad
conmigo. ¡Estúpido! ¡Doblemente estúpido,
porque además la aburrí de sobremanera con todas mis
divagaciones acerca de estas cosas! No, en verdad, doy justa razón
a lo que ustedes están pensando, que soy el ser más
antisocial de la tierra y que en verdad estoy condenado a la soledad
para siempre. Sí, pero ¡qué mujer más increíble!
Ella sola había acudido hacia mí, y me invadió
con todas sus especulaciones acerca de mi personalidad, que en su
mayoría eran verdaderas. No solo eso, sino que además
había logrado sostener con una persona una conversación
interesante, más allá de los resultados de partidos
de fútbol, el clima, la situación política y
todas esas insignificancias. No había sido una conversación
fría, porque en unos pocos minutos pudimos llegar a comunicarnos
y entendernos perfecto. Había sido fantástico. No pude
dejar de reflexionar acerca de ello por largos minutos después
de que Elisa se había ido.
Es evidente que yo poseo una gran ventaja sobre ustedes: soy el único
que conoce a fondo esta historia. Este relato no está escrito
en ninguna parte, y si se analiza un momento puede uno darse cuenta
de inmediato de que la mitad de los sucesos aquí especificados
existen solo en mi mente. Lo que quiero explicar es que mi memoria
es muy débil, y me ha sido encarecidamente ardua la tarea de
rememorar mis pensamientos y en especial en esta parte, mis sueños.
Así es. Según creo, fue esa noche la primera de aquellas
extensas tertulias, en las cuales tuve evocaciones muy fuertes de
mi pasado. Con esta advertencia, quiero solicitarles a ustedes un
acto de fe en lo que voy a decirles, para que confíen en que
lo que voy a relatar fue lo que realmente sucedió.
Esa noche, luego de que Elisa se retirara, como dije reflexioné
latamente sobre la conversación que sostuvimos. Sin embargo,
no dediqué a esta labor demasiado tiempo, puesto que el sopor
me venció y caí en un sueño profundo. Recuerdo
que apenas me quedé dormido, comencé a sentir el tecleo
lento, suave y tímido de un piano. Pero en realidad a medida
que avanzaba la interpretación, se podía sentir la tristeza
de manera tan explícita en aquellas notas, que poco a poco
ella iba perdiendo su carácter de tímida y suave. De
pronto pude recibir imágenes, ya que hasta ese momento el sueño
consistía exclusivamente en la música, que me llevaron
a mi cuarto en la casa donde vivía con mis padres. Lentamente
comencé a reconocer mis pertenencias en la habitación,
y sentí mucha complacencia. No obstante, el sonido del piano
era aterrador y se escuchaba tronante en mis oídos.
Ello me llevó a la idea de bajar las escaleras en busca de
la fuente de aquel sonido. Mientras bajaba los escalones, uno a uno,
pude ir apreciando cada vez con mayor claridad la situación
en que me encontraba: era una común mañana en mis días
de niñez, donde habitualmente podía escucharse a mi
padre interpretar piezas de Beethoven en piano. Lo hacía con
particular frecuencia y yo me deleitaba con esas magistrales demostraciones
de virtuosismo, mientras trataba de aprender también a hacerlo
como él. Pero en el sueño, cuando llegué a la
planta baja no me encontré con mi padre de la forma como yo
lo recordaba, esto es, con aspecto jovial y despreocupado, sino que
muy por el contrario, se encontraba en un estado de senectud horrible.
Más aun, yo diría que tenía el aspecto de un
muerto. Eso sí, no cabía duda alguna de que era mi padre.
Llegué a barajar, en un principio, la idea de que no fuera
realmente mi padre, pero bastaba un simple análisis para darse
cuenta de que evidentemente era él, solo un poco viejo y abandonado.
Esta imagen de mi padre tocando de una manera tan apasionada el piano,
evocando una amargura tan fuerte y su aspecto mismo, provocaron en
mí un estado de desesperación. Corrí de inmediato
hacia él y le toqué el hombro. Lo llamé como
hacía tantos años que no lo hacía, pero él
no interrumpía su interpretación. Tanto era así,
que me dio la impresión de que para él yo no existía.
Allí mi exasperación fue máxime y comencé
a gritar e invocar el nombre de mi padre.
- Víctor, despierte por favor... Es solo una pesadilla- escuché
de una voz femenina a mi lado. Abrí los ojos y estaba ella,
Elisa. Me acarició la cara y me calmó.
- ¿Hace cuánto que estoy gritando?- le pregunté,
una vez que pude salir de mi sobresalto.
- Por varios minutos ha estado profiriendo toda clase de gritos. Al
principio no lo quise despertar, pero al final no pude aguantarlo
más, parecía ser que estaba sufriendo usted demasiado.
Llamaba constantemente a su padre.
- Sí. Tuve una pesadilla bastante desagradable con mi niñez.
Hacía tiempo que no me venían esta clase de sueños.
Antes eran muy frecuentes. Pensé que por fin se habían
alejado, hasta el día de hoy.
- Bueno, tranquilo Víctor. Ya pasó lo peor. Ahora duerma
tranquilo, y no se preocupe por nada, no fue ninguna molestia venir
aquí, así que no se disculpe ni me agradezca. ¡Buenas
noches!- dijo ella efusivamente, y se fue.
La verdad es que me tomó largo trabajo volver a conciliar el
sueño. No era para menos. El sueño, la delicadez de
Elisa y en general todo lo demás que había sucedido
ese día eran temas interesantes para mis reflexiones. Allí
empecé a darme cuenta de que en verdad algo pasaba con esta
mujer. Especialmente lo noté cuando pensaba en ella, y conversando
conmigo mismo tendía constantemente a defenderla, es decir,
cada vez que encontraba algún defecto o una cualidad que inminentemente
terminaría por provocar un rechazo total a cualquier persona,
buscaba siempre algún subterfugio con el cual protegerla. Por
ejemplo, ella se dedicaba a vender ropa... ¡Qué actividad
tan aburrida y sin sentido! ¿Sería capaz yo acaso de
aparecer un día por su tienda y echar un vistazo a las prendas
que ella vende? Ridículo. Normalmente esto constituiría
más que suficiente argumento como para rechazar de plano una
amistad. Sin embargo, me contrargumentaba de inmediato: ¿Pero
acaso rellenar formularios no era una actividad igualmente tediosa
y carente de sentido? No, porque yo sabía darle un toque inigualable
a mis obras. ¿Y porqué no ella podía hacer lo
mismo? Ella también era una persona solitaria, jamás
la había visto acompañada eso me constaba, y lo único
que le quedaba era su trabajo rutinario y esa visita habitual al café,
con su correspondiente cigarro. Siempre encontré que es un
vicio tan vulgar, eso de tragar humo, pero de nuevo buscaba formas
de aminorar las consecuencias de este defecto, y me repetía
a mí mismo que esto de los cigarros es simplemente un placer
más, uno de esos placeres banales que le dan sentido a nuestras
vidas. Esa distinción entre vicios que esclavizan y otros placeres
que son permitidos sin exceso, es una noción que fue inculcada
por la tradición judeocristiana, que en verdad no tengo porqué
aceptar. Ella fumaba, y se daba así un placer mundano que la
mantiene viviendo, ¿tiene eso algo de malo? En ese momento
me dije: ¡Maldición, todo se va a caer, perdí
mi objetividad con esta mujer!
Al día siguiente no pude aguantarme: me vi en la obligación
de ir a ver después del trabajo a Elisa en el café.
Salí de mi oficina luego de una extenuante jornada y de inmediato
me encontré con el café al frente. Sin embargo, unos
metros antes de llegar a la entrada del local, vacilé unos
instantes. Mi plan consistía en ir y sentarme con ella, seguramente
se sentiría feliz de que yo la fuera a ver. Pero luego reflexioné
unos segundos y pensé: ¿Qué pasa si es que ella
se sienta allí sola, porque quiere estar tranquila aunque sea
un momento y no quiere que nadie la moleste? Ya sé lo que están
pensando. Que soy un cobarde, que no me atreví a hablarle,
como cualquier adolescente estúpido que tiene miedo de hablarle
a una mujer. No, esto era distinto. Y si no me creen, pues sigan creyendo
eso. Pero yo les digo que decidí no entrar dado el antecedente
que tenía de ella, a saber: que a Elisa le gustaba alejarse
de la gente igual que a mí. Es cierto, la noche anterior había
manifestado que mi presencia era de su agrado, pero aún así
no sentía suficiente confianza como para interrumpirle su mejor
momento del día. Con esa justificación basta para mí,
y si para ustedes no es suficiente, pues boten este escrito y vayan
a leer otra historia, porque realmente no encuentro una mejor manera
de explicar las razones de mi comportamiento.
Bien. Como decía, trastabillé unos pasos antes de entrar
al café, y lo que hice fue apoyarme en un árbol que
se encontraba en el mismo lado de la calle, pero que tenía
una especial ubicación, que me permitía poder observar
a Elisa detalladamente y que ella no me viera, o por lo menos era
muy poco probable que pudiera verme. Además, a esas horas,
tipo seis y media de la tarde, en la época de otoño
en Santiago ya está oscuro, por lo que era más difícil
aún que me reconociera.
Ella se encontraba ya fumando su cigarro y se deleitaba además
con un café. Alternaba las dos actividades coordinadamente,
primero aspiraba de su tabaco y luego tomaba un sorbo de cafeína.
Pero había en todo ello algo que me provocaba una atracción.
No sé bien qué era, pero sentí en un momento
que yo también compartía su deleite, y aunque, creo
haberlo ya mencionado, me repugna el humo de cigarro, deseé
con toda mi alma (dudo que exista algo así como el alma, disculpen
ustedes por haber mencionado esta expresión, pero hay que constatar
que solamente lo uso con el mismo propósito que si utilizara
expresiones como "Dios quiera" o "si Dios quiere",
que no tienen mucho que ver con Dios, pero se escuchan a menudo y
comunican mensajes que no puedo expresar con otros términos.
En fin, ¿se entiende? Mejor vuelvan a leer la frase de nuevo,
fue un muy largo paréntesis) poder fumarme uno de esos cigarros,
y combinarlo con un café. Era ese placer tan codiciado. Definitivamente
Elisa no mentía cuando dijo que eso era lo mejor de su día,
porque combinaba ambas sustancias en su boca y su mirada se perdía
en el horizonte sobre ninguna cosa en particular, luego se echaba
el pelo hacia atrás y sonreía, pero era una auténtica
felicidad. Cuando se le acabó el cigarro, aún le quedaba
café y ahora que tenía su mano desocupada, comenzó
a tamborilear con los dedos en la mesa. Ahora su goce no era tan pleno,
porque solo disfrutaba de la cafeína y para ella era evidente
que ambas sustancias eran por igual placenteras. Así, imaginaba
yo que elegir entre las dos para Elisa era como obligar a elegir a
un niño entre su padre y su madre, una cosa imposible. Luego
de que terminara su café, Elisa le pidió la cuenta al
mozo. Fue allí cuando decidí que era el momento de volver
a casa, porque de lo contrario nos encontraríamos en la puerta,
cosa que tampoco deseaba, por razones obvias: ¿Le gustaría
saber a ella que yo la había estado observando? Era una conducta
digna de un psicópata, no acorde con la bella imagen que ella
tenía de mí. De esta manera, hice abandono del lugar
y me fui a la residencial.
Pero a camino a casa sucedió algo que también es digno
de contar. Por lo menos para mí, no es algo que pasa desapercibido.
Y es que a un par de cuadras de la residencial, mientras caminaba
yo por la calle Ricardo Lyon, me encontré llegando al cruce
con Carlos Antúnez, con un espectáculo que me dejó
perplejo: a un lado de la calle, bordeando la solera contraria a la
vereda por la cual yo iba, se encontraba un perro completamente desfigurado,
atropellado de una manera bestial por un auto, y el hecho había
sido muy reciente, porque se podía ver todavía el charco
de sangre esparciéndose por el cemento. Esto normalmente me
provocaría un desagrado mediano, pero esta vez mi perplejidad
fue mayor, procedo a explicar la razón. Este tipo de acontecimientos
tienen para mí una clara reminiscencia a mi infancia. Cuando
tenía doce años, comencé a encontrarme muy seguido
por el camino rural que llevaba a mi casa en el campo con perros arrollados
brutalmente. Estos encuentros fortuitos precedieron hechos que marcaron
mi niñez y que ahora no tengo interés en contar. El
asunto es que aquel perro muerto de Ricardo Lyon con Carlos Antúnez
sumado al sueño que había tenido la noche anterior,
me provocó un importante impacto. Por eso me quedé unos
momentos atónito ante el perro muerto, y luego decidí
retomar el camino a casa, porque el espectáculo no era para
nada grato.
Cuando llegué a la residencial, me fui de inmediato a mi habitación
luego de saludar efusivamente a la Sra. Norma, porque quería
descansar y simplemente darme el lujo de no pensar más en lo
que me estaba sucediendo. La cena con los demás no fue muy
interesante, a pesar de que Elisa se encontraba allí no intercambiamos
mayores impresiones, aunque sin embargo existía una relación
muy especial entre los dos, y constantemente recibía yo sonrisas
de Elisa dirigidas solo a mí y de vez en cuando hasta risas
profería, cuando mis bromas eran algo dignas. Pero se retiró
muy pronto luego de terminar de comer, y se excusó por encontrarse
muy cansada. De esta manera, la conversación se limitó
entre el Poeta y yo.
- Usted ayer tuvo una pesadilla, Víctor- me dijo el Poeta.
- Sí, ¿me escuchó?
- Pues, sí, la verdad es que sus gritos eran desgarradores.
Yo venía llegando cuando lo pude apreciar. La pobre Elisa estaba
muy preocupada por usted, primero decía que no había
que despertarlo, pero luego se esmeró en calmarlo.
- Sí, fue muy amable de su parte- le respondí con algo
de desinterés, la verdad es que no tenía ninguna intención
en compartir los detalles de mi relación con Elisa con este
vagabundo. Ese tono de complicidad con el cual el Poeta me hablaba
merecía todo mi desprecio. Por eso recurrí a un brusco
cambio de tema de conversación.
- ¿Así que venía usted llegando?- le pregunté
con una evidente mala intención.
- Sí, mi querido amigo. Tengo la impresión de que vamos
a volver a nuestro tema predilecto de discusión. Está
bien, espero que algún día podamos lograr un acuerdo.
- Nunca, mi amigo. Yo no voy a ceder en mi posición. Es inconcebible
la idea de que sus padres le estén pagando todo este alojamiento,
siendo que usted realmente no trabaja en absolutamente nada, simplemente
va por la vida a lo que venga, y de vez en cuando escribe uno que
otro poema...
- ¡Espere un poco! Deje defenderme. Yo no elegí haber
nacido en una familia acomodada, y la verdad es que me siento feliz
de haber tenido esa suerte. Pero así es, y por eso puedo darme
el lujo de no tener que trabajar tan duro, y puedo sacar provecho
de mi talento a mi manera. No tengo necesidad de trabajar, ¿entiende?
- Sí, pero por lo mismo, es decir, por el hecho de haber provenir
usted de una familia acomodada debería aprovechar su tiempo
rigurosamente y debiera estar trabajando en lo que a usted le gusta
en todo momento. Usted tiene una ventaja que muchos otros con el mismo
talento o incluso que con mejores habilidades que las suyas no tienen.
Sin embargo, derrocha todo eso en bares y no le interesa realmente
lo que es el mundo afuera. Lo único que le pido yo a usted,
mi amigo, es que ¡salga afuera! Conozca cómo es en verdad
el mundo. Usted no sabe cómo es en verdad, porque cree que
su círculo es todo lo que existe. Así, tiene como consecuencia
el mayor defecto que le encuentro a todos sus escritos: que siempre
escribe para una elite, una selección muy reducida de gente
que es capaz de entender sus versos. El resto de la gente no entiende.
Usted dice, claro, ellos son inferiores y es problema de ellos. ¡No!
Es problema suyo, de su arte. Por culpa suya y de muchos otros, el
arte se ha pervertido en un esnobismo incomprensible y en el cual
se pierde el mayor sentido que tenía el arte: comunicar un
mensaje.
- Pero Víctor, yo no puedo cargar con la responsabilidad de
que mis lectores sean incultos. Me refiero a que si es que yo en uno
de mis poemas hago una referencia a Don Quijote, y los lectores no
están familiarizados con él, cuánto lo siento,
pero no es culpa mía. No es concebible la idea de que yo tenga
que pagar por las faltas de ellos- era un argumento constante en el
Poeta. Aquí era habitual que uno de los otros residentes bostezara
y sigilosamente se retirara.
- Yo no le pido que haga eso. Lo que exijo en las obras es que sean
entendibles, no que se explique absolutamente todo, algunas cosas
pueden dejarse para que el lector las deduzca, pero la obra tiene
que ser entendible en su mínimo contenido por cualquier individuo.
Si no es así, el arte pierde sentido.
- Esa es su posición, pero para mí no tiene nada de
malo escribir para una elite intelectual.
- ¡No! ¡Eso es esnobismo puro!- me estaba exaltando más
de la cuenta. Por eso fue que llegó la Sra. Norma.
- Don Víctor, debo pedirle que por favor no comience nuevamente
a perder los estribos. Este último tiempo había estado
bastante controlado, no sé qué le pasó hoy- dijo
ella, con la mayor delicadeza que pudo, que en realidad no era mucha.
A diferencia de otras ocasiones, la Sra. Norma no hizo gestos, sino
que directamente me lo dijo. Esta falta de tacto obviamente me molestó.
- Lo siento Sra. Norma, la verdad es que voy a retirarme, si me disculpa
mi amigo, pero estoy algo cansado- dije un poco avergonzado e intenté
hacer abandono del lugar lo más pronto que pude. El Poeta y
la Sra. Norma se despidieron cordialmente y no sucedió luego
nada más digno de ser contado.
El día siguiente fue algo más normal que el anterior.
Mis pensamientos circularon en todo momento alrededor de Elisa ¡qué
diablos! Me molesta tener que decirles estas cosas, pero lo cierto
es que no podía dejar de pensar en ella y tampoco pude evitar
acudir otra vez a observarla disfrutar de sus dos placeres favoritos
en el café después del trabajo. Todo allí fue
de la misma manera, y estuve observando con particular atención
sus finas y blancas manos. Me agradaba la forma en que tamborileaba
en la mesa y de nuevo me dieron unas tremendas ganas de fumar allí
mismo con ella. Pero como ya pueden ustedes haber adivinado, no me
atreví a entrar y acompañarla.
Más tarde en la residencial, la cena fue más animada
que la anterior y esta vez pudimos conversar bastante los tres, Elisa,
el Poeta y yo. Pero lo más relevante sucedió una vez
que me fui a acostar. Ordenando unos cuantos papeles en mi escritorio,
encontré una carpeta llena de polvo, que luego de una ardua
limpieza, logré identificar: eran mis partituras de piano.
Es un misterio para mí entender cómo fue que llegaron
ellas a mi escritorio, ni siquiera recordaba haberlas traído
conmigo la primera vez que me mudé. El hecho es que allí
estaban, créanlo o no, estas cosas por lo menos me suceden
a mí bastante a menudo. Pero lo más impactante fue que
se sumó a la serie de coincidencias que venían dándose
en esos días un hecho más: al abrir la carpeta, la primera
pieza que encontré se llamaba, bueno, ustedes ya lo saben,
¿son lectores inteligentes, no? Solo para los no tan astutos:
se trataba de nada más y nada menos que de Para Elisa del gran
Ludwig Van Beethoven. Siempre disfrutaba en tocar esa pieza en piano
cuando era niño y aunque era de gran dificultad para el nivel
que tenía, me esforcé durante mucho tiempo para conseguir
la técnica necesaria. En un momento lo logré, pero jamás
tuve interés en interpretarla una vez que pude hacerlo, porque
la verdad es que llegado a esas alturas ya me había aburrido
del instrumento y me dediqué a otras actividades. Pero la coincidencia
con la ocasión era notable. Esta vez ya no pude dudar ni por
un segundo que algo inusual estaba pasando, definitivamente. Pero
aún queda otro acontecimiento que se dio lugar esa misma noche.
Tuve otro sueño relacionado con la niñez. Más
que un sueño, era un recuerdo, pero tan vivaz que prácticamente
volví a sentirme de doce años. Se escuchaba aquella
melodía amarga que mi padre había interpretado en mi
otro sueño, hecho que me aterrorizó en un principio,
pero luego comprendí que no era una pesadilla como la otra,
puesto que solo escuchaba la música de fondo, y me encontraba
con mi madre, a quien yo le estaba mostrando mis virtudes como intérprete
de piano. Lo extraño era que por más que yo intentaba
tocar algo distinto, no podía dejar de interpretar aquella
melodía triste y que deleitaba a mi madre. Esto le dio un aspecto
más terrorífico al sueño, pero me abstuve especialmente
de gritar y hacer el ridículo otra vez en la residencial. Pero
en el medio de la interpretación, se comenzaron a escuchar
los quejidos de mi padre, porque sufría con su enfermedad.
Yo sabía perfectamente lo que iba a pasar, pero no podía
controlar ninguno de los acontecimientos. Quise cambiar en ese segundo,
todo lo que sucedió, pero era imposible, ya estaba todo hecho,
y solo quedaba ese recuerdo en mi imaginación. Mi madre no
se inmutaba con los quejidos desgarradores de mi padre, y yo menos
aún, seguía en el piano, no podía sacar los dedos
de allí. Pero luego, vino todo el devastador desenlace. Mi
madre ya no aguantó más los quejidos de mi padre, fue
donde él y tuvieron una fuerte discusión. Yo seguía
aún en el piano, ¿cómo pude ser tan imbécil?
Mientras mi madre destruía más aún a mi padre,
yo seguía inmutable en lo mismo. Claro, salieron a la luz allí
algunas verdades, que yo tuve el desagrado de escuchar. Mi madre le
dijo a mi padre que en realidad nunca lo amó, que sentía
todo ese tiempo mucha pena por él, pero que eso se acababa.
Lo iba a abandonar. Yo podía escuchar todo ello, y no modificaba
mi conducta. Lo que decía mi madre lo sabía yo de mucho
antes, la verdad es que ninguno de los dos, mi madre y yo, lo queríamos.
Era un viejo muy desgraciado, un verdadero fracasado. Mi madre llegó
corriendo y me tomó violentamente del brazo. Ahí sí
que paró la música. Yo quise pedirle a mi madre que
se calmara, que pensara bien lo que estaba haciendo. Pero lo único
que pude hacer, porque no podía modificar el recuerdo de mi
mente, fue preguntar qué estaba pasando. "Nos vamos"
me dijo ella. "No podemos seguir viviendo con este hombre. Ve,
anda donde él y despídete, quizás sea la última
vez que lo veas". En ese momento mi reacción fue tan fría,
que hasta el día de hoy me sorprende. Fui rápidamente
donde mi padre, como quien va a hacer un trámite y con toda
sinceridad le dije que me iba. "Sí, también te
vas, desgraciado" pudo decirme entremedio de sus toses compulsivas.
"Esta relación, entre todos nosotros, fue un engaño
todo este tiempo" comenzó a decir en un momento de lucidez.
Estas palabras las recuerdo perfecto, por eso puedo dar fe en ellas.
"Me equivoqué con tu madre. Nunca me debí haber
emparentado con ella y tú no debiste haber nacido. Ustedes
son una maldición, no son dignos de Dios y por eso no son capaces
de amar a nadie. El acto de crueldad que ahora hacen, de dejar a un
hombre enfermo y menesteroso abandonado, ¿sabes tú quién
lo va a pagar?" me preguntó retóricamente. Yo le
negué con la cabeza. "No tu madre, ella ya tiene sus años
y no creo que ahora tenga interés en amar a nadie. Lo vas a
pagar tú, hijo. Nadie te va a perdonar lo que estás
haciendo. Lo único que te pido, es que si existe algo de amor
en tu alma, si es que se encuentra algo de compasión humana
allí en el fondo de tu alma, quédate, no te dejes llevar
por tu malvada madre. Si tú eres como ella, solo lárgate.
Ya he entendido que son una maldición, pero aún logro
percibir en tus ojos que tú no eres como ella. Por eso, si
no decides bien, vas a pagarlo caro, hijo". Luego de esto, comenzó
a toser. Yo lo estuve observando un buen rato y lo pensé. Sin
embargo, en un acto de frialdad impresionante, lo abandoné
y me fui con mi madre. No hubo necesidad siquiera de comunicarle mi
decisión. Mi pensamiento fue que nunca lo quise, ¿era
capaz así, no queriendo a ese hombre que prácticamente
se estaba muriendo, de cuidarlo hasta el último de sus días?
No, esa fue una de las primeras decisiones que tomé. Cuando
cerramos la puerta de la casa del campo, con todas nuestras cosas,
me desperté yo solo. Mis ojos estaban completamente húmedos
por las lágrimas que brotaban. Allí lloré. Sí,
lloré desconsoladamente durante no sé, ¿media
hora? Con el tiempo fui entendiendo el signo de los perros muertos,
la verdad no estoy seguro con precisión quién me envió
esas señales, ¿mera casualidad? ¿Dios? Lo cierto
es que la semana previa a los acontecimientos que acabo de relatar,
me tocó ver por lo menos unos seis perros arrollados, y en
solo nueve días. Luego de llorar, pude conciliar rápidamente
el sueño.
El día siguiente fue en su mayor parte triste para mí.
Constituyó, sin embargo, un momento feliz el visitar por tercera
vez el café de Elisa. Por esos breves minutos, volví
a contemplar aquella mágica áurea que la rodeaba a ella.
Allí se me ocurrió la idea, ya que era viernes (por
fin recuerdo un detalle), de proponerle luego en la cena que por favor
se quedara al día siguiente en la tarde en casa. Mi plan era
interpretarle Para Elisa en piano. Esto era algo que ella misma había
solicitado, por lo que me pareció una magnífica ocurrencia.
Al igual que los otros dos días, ya se convertía en
un hábito, apenas Elisa llamó al mozo yo partí
a casa. No fue difícil más tarde, en la cena, preguntar
disimulando todo tipo de interés a Elisa qué tenía
planeado hacer para el día siguiente. Ella respondió
que por ahora nada.
- Perfecto. Quédese aquí, por favor, tengo algo que
quiero mostrarle- le dije. El Poeta de inmediato me lanzó una
mirada que yo interpreté como de complicidad en un principio,
pero más tarde me di cuenta que era de celos. Aparentemente,
el Poeta no tenía ninguna mujer con la cual saliera con regularidad,
y probablemente le provocaba envidia que yo estuviera saliendo con
Elisa. Francamente, no me interesaba tener conflictos con él.
Dormí plácidamente aquella noche, con la idea de mis
planes para el día siguiente. Y todo sucedió como yo
lo tenía previsto. El almuerzo fue aburrido y poco interesante,
como siempre, pero Elisa me miraba de vez en cuando y yo adivinaba
en ella una fuerte curiosidad por conocer qué le tenía
preparado. Una vez que terminamos, y la gente se esparció por
la casa o se fueron a sus actividades, invité a Elisa a que
pasara a la sala donde se encontraba el antiguo piano de la Sra. Norma.
Tenía todas mis esperanzas puestas en que aquel antiguo piano
lleno de polvo funcionara, y que estuviera por lo menos relativamente
afinado. Le pedí que se sentara en el banco para el intérprete
y que me esperara unos momentos. Partí de esta manera, a buscar
mis partituras. Cuando volví, pude apreciar en su rostro una
sonrisa, porque estaba haciendo lo que ella me había pedido.
Deposité las partituras con gran profesionalismo y me empezaron
a jugar en contra los nervios, como ustedes pueden suponer. No tocaba
una tecla de piano hacía sus buenos años, pero como
dicen que nunca se olvida... Ahí estaba por comprobarlo. No
quise tocar ninguna tecla antes de entrar a interpretar definitivamente
la pieza, siempre me ha disgustado cuando se toca una tecla antes
para ver si funciona el piano, es de mal gusto y no era apropiado
para el momento. Simplemente me concentré y entré a
interpretar Para Elisa. El antiguo piano primero no sonó muy
firme, y por supuesto se encontraba algo desafinado. Pero las primeras
inconfundibles notas de la pieza produjeron el efecto que yo esperaba
en Elisa: ella suspiró y apoyó su cabeza en mi hombro,
mientras yo me esmeraba en no equivocarme y entregar una interpretación
perfecta. Sentí su suave respiración y su cercanía
me perturbó hasta tal punto, que estuve cerca de perder toda
concentración. Cuando hube terminado, di vuelta mi cabeza hacia
Elisa, que estaba muy cerca mío y ¿cómo describir
esto? Nos miramos el uno al otro a los ojos y por un solo instante,
por escasos segundos, pude ver la trascendencia. Todo lo que había
buscado en mi vida y que nunca había podido encontrar allí
se encontraba: en esos ojos. ¡Oh, dichoso Ludwig, cuánto
te agradezco que me hayas compuesto esa maravillosa pieza de piano!
Sabía que todo caería, que mis teorías acerca
de los placeres, que para eso había que vivir, eso todo se
derrumbó. ¡Si estaba todo ahí, en esos maravillosos
ojos! Era una revelación. Luego escuché su voz suave:
"Gracias Víctor"- me dijo, y me abrazó fuerte.
Sentí el aroma tan dulce de su perfume, es difícil de
olvidar. Luego nos quedamos mirando unos segundos más, yo quería
seguir allí porque aún podía seguir apreciando
aquella luminosidad de trascendencia, por unos pocos segundos. Ella
se puso de pie, me sonrió y subió a su cuarto. Fue algo
extraño esto último, pero en ese momento no le di mayor
importancia. Todo había cambiado, y ahora tenía una
nueva disposición hacia la vida. Sentí unos deseos incontrolables
de ir a decirle de inmediato a Elisa "¡Vámonos de
aquí, tengo dinero ahorrado y salgamos de esta asquerosa ciudad!".
Pero la verdad es que mi dinero ahorrado no alcanzaba para un viaje.
Sí alcanzaba para abandonar aquella pensión que a mí
me tenía harto. Claro. Ustedes pueden entenderme, en esos momentos
fluyen toda clase de pensamientos. Pues a mí me vino la idea
de proponerle a Elisa abandonar aquella pensión e ir a vivir
a un departamento, para tener toda la libertad posible, solos nosotros
dos, un par de solitarios que podían acompañarse el
uno al otro. Este pensamiento circulaba una y otra vez por mi cabeza,
y no podía sacármelo de encima. El resto del día
sábado y el domingo, ni Elisa ni el Poeta se aparecieron, pero
yo no me preocupé mayormente por ello. Mis reflexiones acerca
de lo que había visto el sábado en esos ojos gracias
a Ludwig había sido algo que revolucionó de sobremanera
mi forma de pensar. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dejar
fluir mis sentimientos y proponerle esa loca idea a Elisa? ¿Por
qué no? Nunca había hecho algo anormal en mi vida, y
eso rompería con todas mis rutinas y actividades habituales.
La mejor opción era esperar y tomarse las cosas con calma.
No. Lo más recomendable era tomarse la chance en el momento,
porque se podía perder. ¿Pero por qué tanta confianza
en esa mujer? En realidad apenas la conocía. Sin embargo, había
algo que me indicaba con una fuerza desmedida que la conocía
de hacía tiempo y en especial en ese momento de luz luego de
interpretar Para Elisa. Sí. No necesitaba más pruebas.
El lunes mismo iría al banco a sacar todos los ahorros en un
cheque, de una manera simbólica, para demostrarle a Elisa mis
intenciones directamente. Ya estaba decidido. ¿Para qué
pensarlo más? ¿Se necesitaban más pruebas? Y
si le parecía demasiado alocada la idea a Elisa, pues simplemente
me diría que necesita más tiempo, pero eso no tendría
nada de malo. ¿Qué más da? En mi vida rutinaria
y sin sentido había encontrado por fin algo de trascendencia,
sería estúpido no aprovecharlo, ¿no lo creen
ustedes?
Así fue como logré convencerme a mí mismo en
la idea de que era menester proponerle a Elisa mis planes el lunes.
Me escapé en la mañana del trabajo para poder ir al
banco y sí, definitivamente, lo pensé, alcanzaba de
sobra para poder comprar un departamento amoblado, en una excelente
ubicación y cómodo. Cuando me salí del banco,
justo al frente me encontré con el desagradable espectáculo
de ver otro perro muerto. Me aterré ante la idea de que se
estaban repitiendo los signos y era otra coincidencia más.
Pero no le atribuí mayor importancia, principalmente porque
había algo mucho más relevante que me esperaba al final
del día y, además, ya era hora de dejar de una vez por
todas atrás mis traumas infantiles. Cuando volví a rellenar
los formularios, pude percatarme de que aquella actividad había
perdido toda su gracia. Estuve trabajando con bastante desagrado,
con la vista fija constantemente en el café del frente. Al
final pude salir del infierno que significaba mi oficio (nuevamente,
no es que crea en el infierno, de hecho dudo de su existencia, pero
la expresión me es de gran utilidad... Ustedes saben) y llegué
incluso antes que Elisa al café. Me escondí con mayor
esfuerzo, para que cuando llegara no me viera. Mi plan era sorprenderla
al final de su mejor momento del día, a la salida. Mientras
esperaba que llegara, extraje de mi bolsillo el cheque que había
recibido el mismo día. Lo pedí al portador, cosa de
poder entregárselo a ella. Ya no me importaba, si ella no quería
vivir conmigo o si quería esperar un tiempo más, daba
lo mismo, el cheque era de ella. Yo en verdad no necesitaba de eso.
Todo era por ella, mi única posibilidad de trascendencia.
Elisa llegó puntualmente, ni un minuto antes ni un minuto después.
Pude yo retomar mi posición habitual en el árbol y mientras
la observaba, acariciaba mi fabuloso cheque. Mis ojos se desorbitaban
al verla, y ella seguía igual a como la había visto
los demás días, con esa sonrisa de satisfacción
que yo muy bien conocía. Sentí unas incontrolables ganas
de entrar y abrazarla, hasta incluso llenarla de besos. Pero no. Tenía
que ser todo de la forma como estaba previsto. Se le acabó
el cigarro. Comenzó, como ya les he descrito antes, a tamborilear
con sus finos dedos y aún seguía disfrutando de su café.
Mi expectación era máxime y no podía reprimir
mis deseos de correr hacia ella. Acariciaba una y otra vez mi cheque,
mientras ella de la manera más tranquila tomaba de su taza
y cerraba sus ojos cuando tomaba. Luego depositó la taza y
se echó su pelo hacia atrás. Así, como era el
orden natural en las cosas, llamó al mozo con la intención
de, según lo que interpretaba yo desde mi posición,
pedir la cuenta. Pero rápidamente comencé a sospechar
que ella no había pedido la cuenta, porque el mozo le respondió
unas cuantas palabras a Elisa. Concluí de esta manera que ella
había pedido algo más, para comer seguramente. Pero
pasaron los minutos y ella seguía inmutable. Ningún
mozo le trajo más comida o algo para tomar. Algo extraño
sucedía. Al parecer, Elisa no me había contado ese día
todo lo que hacía en ese café. Por supuesto, la historia
había sido incompleta. Y es que mi sobresalto fue gigante cuando
vi entrar al Poeta, que por fortuna no me vio, y fue a sentarse en
la mesa de Elisa. El desgraciado hizo gestos que unívocamente
daban a entender disculpas por el atraso (¡Cómo se le
ocurría hacer esperar a Elisa!). Lo que más me sorprendió
fue que además se saludaron cariñosamente y ahí
comprendí todo de inmediato. Todo lo que alguna vez me dijo
mi padre se hacía realidad. Esta pareja del Poeta y Elisa se
habían claramente puesto de acuerdo en la idea, de, no sé,
ayudarme con mi soledad. En realidad, Elisa no era para nada alguien
solitario, me había vilmente mentido, ellos se tenían
el uno al otro. Solo sintió pena por mí, y por eso nuestra
relación había sido todo un engaño, réplica
del matrimonio de mis padres.
Mi condena ya está escrita, como pueden ustedes darse cuenta.
¿Qué hice yo cuando supe esta revelación? ¿Que
si fui a hacerles una escena a ellos? ¡Cómo se les ocurre!
Yo no soy tan ingenuo, y por supuesto que barajaba esta posibilidad,
de que mi padre tuviera razón. Por eso, dejé caer el
cheque y me fui. Si alguna vez encuentran un cheque al portador en
plena avenida Providencia, no se sorprendan, es probable que sea mío.
¿Qué me queda ahora? ¡Si ese dinero a mí
no me interesa! No puedo esperar del futuro más que trabajar
todos los días rellenando los estúpidos formularios
y morirme. Eso es algo reconfortante: que voy a morirme algún
día, y tal vez logre pagar mi condena. Solo eso puedo esperar:
¡que Dios se apiada de mí!