HABITADO
POR LA BESTIA O LA BESTIA QUE ME HABITA
Por
Maritza Cino Alvear
Existe
una bestia en mi interior
“Que me rodea,
que me cerca los pasos, tiene una fascinación por mi sangre y una belleza
venenosa que me atrapa. En cualquier momento acabará conmigo”.
Estos
versos del poeta guayaquileño Augusto Rodríguez, se convierten
en la clave de su discurso poético. La voz lírica oculta y aplaca
la ternura bajo el furor del mito de la bestia y sus caníbales, convirtiendo
su obra en una suerte de radiografía visceral de los placeres y displaceres;
en un canto impetuoso al desencanto y al acoso de los instintos:
“A
dentelladas se esconde entre mis huesos, sus colmillos y garras me siguen incansablemente.
Tengo que matar, a la bestia que me habita”
La poesía
es un lenguaje construido como un objeto enigmático y como tal nos aproxima
a un estado de revelación, que bien puede ser un encuentro con la vida
y sus abismos, con esos demonios o estados innombrables al que el poeta tiene
que signarlos para sostenerse del vacío.
Parecería que el
hablante lírico de esta obra, reiterara obsesivamente sobre esa “bárbara”
que lo persigue y lo devora, desangrando su deseo para resurgir en otro deseo
más irracional, abrupto y desgarrador:
“Algún
día me crucificará y devorará la bestia que me habita”.
Acento
poético más cercano al género de la antipoesía. Tonos
donde lo irreverencia con el lenguaje, el recurso del lugar común y de
lo escabroso, construyen escenas mórbidas y corrosivas a través
de un estilo directo, lacónico, agresivo, despiadado y tremendista. Imágenes
llenas de crudeza, que hacen que la voz lírica sea protagonista de todos
los goces y nosotros como lectores y lectoras, asistiéramos a un bacanal
donde lo más truculento también es posible:
El
mejor de los trofeos
“Te abriré las costillas, devoraré tus pezones,
arrancaré tu corazón (que tanto me amó) y como el mejor de
los trofeos, lo congelaré. Esta noche será la mejor de mis cenas”.
Un
buen lomo fino
“Te cortaré las venas y veré como te desangras.
Flagelaré tu carne y la venderé en las calles. Qué pena,
mujer, que no puedas saborear tan buen lomo fino”
Aceite
crudo
“Con este último fósforo incendio tu piel para ver cómo
tu aceite crudo se evapora sobre mi sartén desnudo y mientras te preparo,
te aliño y te adorno, te vas derritiendo en mi falo”.
Estos
poemas dan cuenta de lo anunciado anteriormente y son parte de la propuesta poética
del autor. La portada del libro también representa un aviso al horror-terror;
al desangrarse en la agonía que discurre por estas páginas y en
las que el poeta con pulsión homicida-suicida contempla y autocontempla
con maléfica y dolorosa sonrisa este código secreto, donde la ternura
es un as que no aparece en el azar de estos versos, pero permanece reprimida y
simulada ante
el miedo a la orfandad, al saberse esclavo de la vacuidad y el desencanto.
Como
un tigre blanco
“Mi niñez vuelve
como un tigre blanco que acecha, con sus rugidos veloces, sus garras filudas.
Vuelve enfurecido, listo para devorarme. Yo que soy su presa solo intento escapar
en el presente de sus colmillos”.
El
difunto que ayer velaron
“Se parecía
a mí/tenía mis huellas digitales/se llamaba como yo/ tenía
heridas profundas como yo/devoraba a mujeres lentamente como yo/reía, soñaba,
escribía como yo/pero cuando me acerqué/ al ataúd a verlo/
El muerto ya no era yo”.
En estos desplazamientos, el autor y/o
la voz lírica se encuentran luego de un vertiginoso desencuentro, parecería
que en esos intervalos de reiterativo hedonismo y búsquedas sin treguas,
solo es posible y permanente el ruido de otro silencio voraz e interminable.
Las
narraciones poéticas o prosas poéticas de corte breve y sardónico
de este poemario de Augusto Rodríguez, retratan una turbulenta mirada frente
al amor, a lo cotidiano, a la vida y a la muerte; pero sobre todo nos enfrentan
a un imaginario habitado por el bestiaje del abismo y del vacío.