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Casa de barro de Álvaro Ruiz, Imprenta Cran Ltda, Santiago, 1991.
Un poeta
de dos senderos
Por Jorge Teillier
Diario La Época,
11 de agosto de 1991
Salgo del Molino del Ingenio un sábado a mediodía para
encontrarme en el restaurante El Parrón de La Ligua con el
poeta Álvaro Ruiz que viene de Rungue y me entrega -recién
salido del horno como quien dice- su último libro: Casa
de barro. Cada vez que nos reunimos nos acordamos de nuestro buen
común amigo el poeta Rolando Cárdenas, muerto "triste,
solitario y final" en el pasado octubre. Ruiz da en su Casa
de barro un testimonio sobre el poeta de Magallanes, a quien siempre
calificó de metafísico, porque la poesía de Cárdenas
no se quedaba en la apariencia , en la mera descripción geográfica,
no le tenía miedo al paisaje sino que se adentraba en él,
se hacía parte de él, con ese espíritu que nunca
lo abandonó en su "tránsito breve"(1)
Con una rara claridad, Álvaro Ruiz define ese espíritu
de Rolando Cárdenas que tan pocos supieron apreciar tras su
envoltura terrestre:
En el lento vuelo de la avutarda Rolando
Cárdenas murió
Todas estas plumas las robé
Nada de manantiales;
sólo aguas estancadas
De canoa a canoa una señal de estrellas en el corazón
Delgada la voz como un hilo
Que cruza y cierra los ojos
El horizonte es un madero
Los vasos están trizados y el viento sopla sobre los
rostros
Volveremos a los pastizales
Una ráfaga atraviesa el cielo
Como en el espejo las golondrinas
Ya nadie cantará "Corazón de Escarcha"
Sus amigos también murieron y sólo queda el aire
Meridional.
("En el lento vuelo de la avutarda").
Encuentro con la tierra
He hablado que Álvaro Ruiz viene de Rungue, en
cuyas cercanías está viviendo, en esos áridos
lugares de carbón de espino y lentos balidos de rebaños
al atardecer. Creo que no es casualidad que los poetas estén
abandonando la megápolis. "Los caballeros vuelven al oasis",
diría Julio Molina. Así Alberto Rubio cultiva viñas
en Isla de Maipo, Jonás es buzo y difusor de la artesanía
y la poesía en El Tabo, Enrique Volpe siembra comino en Alhué,
Lorenzo Peirano es pastor de cabras en Coínco, Germán
Arestizábal asume la poesía en Castro, Francisco Véjar
es horticultor en San Agustín de Tango, Efraín Barquero
vuelve del exilio a Teno, su tierra natal, a dedicarse a la apicultura.
Se trata de encontrarse con la tierra, no con afán
turístico o bucólico, sino para cobrar fuerzas, como
en el mito de Anteo, transformarse para trascender a sí mismo,
llegando a ser una parte de ella y luego su portavoz. Así Álvaro
Ruiz nos entrega un poema donde está claramente mostrada esta
actitud:
En las paredes un jinete galopa sudoroso
su cuerpo
Es el portaestandarte tristemente erguido
Son las sombras bajo el sol ardiente
Es el polvo en la tierra y los espinos
Son las formas que tiemblan en el horizonte
Los cuchillos que atraviesan los árboles
Oh visones que traen las voces y el hálito de los muertos
No conspiréis cuando reverberen mis ilusiones
En los espejos de tan arduos días.
("El portaestandarte")
Interrogar a los dioses
Álvaro Ruiz es un poeta que sabe que la ignorancia
es enemiga del canto, un poeta culto que no oculta su filiación
y rinde homenaje -no tributo- a sus antepasados. Así en el
bello poema "La adormidera" se pregunta: "¿Qué
será de Wordsworth, Coleridge y Keats?" (así como
el poeta inglés Thomas Hardy se preguntaba "¿Dónde
está la alondra de Shelley?").
"La adormidera" es una suerte de manifiesto
poético en el cual invoca a sus antepasados así como
también ha invocado -entre otros- a Hölderlin y Rilke.
Álvaro Ruiz es un romántico y no por casualidad admira
a nuestro ya injustamente olvidado Pedro Antonio González que
al definirse a sí mismo dice: "Quizá soy un mago
maldito", antes de morir en una cama mísera de hospital
a fines del siglo XIX, como Carlos Pezoa Véliz y más
tarde Teófilo Cid.
Álvaro Ruiz tan volcado al amor a las tierras pobres,
es también un rebelde, un "ladrón de fuego".
Al estilo de los seguidores de Prometeo, interroga a los dioses, a
los oráculos, quiere ir más allá de los límites
mortales como en los poemas dedicados a su hermana muerta, a sus amigos
muertos, a las estrellas oscuras que encienden la memoria, a las linternas
que se apagarán en las Hospederías de la Ausencia. Un
poeta de los senderos: el del canto a las tierras pobres, como ya
dijimos, y el de la rebelión, que no se bifurcan sino se complementan.
Un tono propio
La búsqueda de nuestro poeta se inicia en 1977
con Dieciocho poemas (el autor tenía 23 años),
continúa con A orillas del canal (1982) y más
tarde Es tu cielo azulado (1989). Es bueno señalar que
Ruiz va afirmando cada vez más su voz, va creando un tono propio,
se depura.
En nuestro medio es difícil ser un trabajador de
la poesía, enfrentar la soledad, la mezquindad del medio literario,
la falta de estímulo general. Ardua tarea la de no caer en
el conformismo, no renunciar a la interioridad, no caer en la improvisación
sin rigor, la chabacanería, el chiste fácil, el panfletarismo,
la demagogia de impostar el pecho, que han seducido a tantos poetas
de las últimas dos décadas. Álvaro Ruiz no se
ha conformado, "no le ha dado agua al canario", como dice
Humberto Díaz Casanueva, con el cual tiene parentesco ciertamente.
Casa de barro es el resultado de una "caza
espiritual", que se debe celebrar en nuestro tiempo de hombres
grises. Y por último, como dice el poeta en su último
poema, hay que llegar a saber que "Nada existe largamente en
el silencio que habito".