Espiritualismo y
Canciones de Cuna
por Bernardo
Subercaseaux
En este artículo
el autor bucea en la raigambre histórica de la poesía de Gabriela
Mistral y muestra cómo en sus canciones de cuna no se ve la tradición
que la precede, sino que son imaginarias y míticas, un lenguaje en que
vierte su propia cosmovisión trascendente. Sus canciones son poesía de
salvación, de restitución del paraíso perdido, en que su sensibilidad
encuentra el camino de la trascendencia religiosa.
Los que hacen una distinción entre cuerpo y alma, no
tienen ni una cosa ni la otra.
O. Wilde
...... A
fines del siglo pasado y comienzos del presente resaltaban en varios
países hispanoamericanos, en lugar de “Orden y Progreso”, signos de
incertidumbre y hasta pesimismo. En Argentina, por ejemplo, un cronista
de la época describía la cada vez más estrecha relación entre la
burguesía y la oligarquía terrateniente no como una asociación de
cerebros para modernizar el país, sino, literalmente, como una “junta de
panzas con panzas”. En Chile, hacia 1910, los ensayistas del centenario
advertían la caída vertical del espíritu cívico y una corrupción
generalizada en las funciones públicas. A la crítica variada se sumaba
también la apatía. La involución del pensamiento liberal y su progresiva
identificación con el status que habían contribuido a desinteresar a las
capas intelectuales por la acción política como proyecto de aspiración y
destino personal.
...... En
este contexto, el espiritualismo de Rodó, que intentaba –con Ariel de
1900- conciliar la cultura y la meritocracia del espíritu con la
tradición democrática, atrajo de inmediato las preferencias de los
jovenes. Examinando el pasado: Rodó rescataba los valores de la cultura
clásica y del cristianismo y fustigaba los excesos e insuficiencias del
positivismo cientificista. Delineando el futuro: proyectaba un porvenir
abierto para Hispanoamérica, encarnado, más que en el progreso
industrial, en los valores espirituales y en la juventud como portadora
de ellos. Frente a la concepción pragmática del hombre como un puro ser
natural, carente de alma, propiciaba un desarrollo del arte, del “ideal”
y del espíritu.
...... Así
como el positivismo había sido, más que una filosofía, una actitud
mental y una creencia, así también el espiritualismo era, hacia 1905,
más que un horizonte filosófico del modernismo, un estilo intelectual,
un estilo caracterizado por su vocación trascendente, un estilo que se
inclinaba por lo evocador frente a lo explícito, por lo inefable y
latente frente a lo literal y manifiesto. En ciudades como Santiago y
Caracas, circulaban, pues, entre 1900 y 1915, revistas diagramadas con
motivos de la botánica heráldica y mitológica, revistas en que las
imágenes gráficas más frecuentes eran figuras femeninas emergiendo de la
niebla o musas que tañían el arpa con tules al viento. La sensibilidad
imperante, influida por las filosofías anti-racionales, estimulaba
además, tratándose del cultivo del espíritu, todas las vias posibles:
desde la teosofía (1) hasta el entusiasmo ilimitado por la belleza,
desde el éxtasis amoroso hasta el espiritismo y la filosofía oriental.
En el marco de este sistema de preferencias, Lucila Godoy Alcayaga fue
elaborando la personalidad poética de Gabriela Mistral, asumiendo –de
acuerdo a su origen y biografía elquina- más que la renovación
temático-verbal rubendariana, esa otra fuente subterránea de la
sensibilidad modernista: la cosmovisión espiritual neoplatonica y
romántica (2), la concepción del hombre como un ser escindido en cuerpo
y alma. La vocación espiritual y la sensibilidad trascendente, centrales
en su poesía, la crítica las interpreta como dimensiones estéticas
específicamente femeninas. Frente a explicaciones impresionistas y
estrechamente biograficas –“maternidad frustrada”, “ansia de hijo hecha
palabras”- que resultan en última instancia ontológicas, nos inclinamos
por otras que rebasen el ámbito individual y apunten hacia la raigambre
histórica de esa vocación trascendente.
...... En
1916, cuando la poetisa vislumbra sus primeras canciones de cuna, ha
racionalizado ya su afinidad con el estilo intelectual trascendente, o
como ella le llamaba: con el “sentimiento religioso de la vida”. Sus
“maestros predilectos” son Vargas Vila, Rabindranath Tagore y Amado
Nervo. Sobre todo el Amado Nervo de las embriagueses espirituales, el
que poco después de la Revolución Mexicana escribía a un amigo
pidiéndole libros “de marcada tendencia espiritualista, algo que me haga
pensar en que no somos esa pobre cosa putrefacta que se deshace en los
cementerios”.
...... Desde
esa época la cosmovisión de Gabriela puede caracterizarse como un
intento constante por proyectar –por un lado- lo contingente hacia lo
trascendente, y –por otro- por atraer lo trascendente hacia lo
contingente, las normas del espíritu cristiano al mundo civil. En torno
a este espiritualismo, en su doble vertiente de expiación dolorosa e
integración utópica, hay que situar su obra temprana (Desolación 1922,
Lecturas para mujeres 1923, y Ternura 1924).
...... Más
que una caracterización abstracta de la cosmovisión espiritual
mistraliana interesa, sin embargo, sorprender su funcionalidad poética,
mostrar cómo ella opera en relación a los hallazgos y la coherencia de
un sistema expresivo: el de sus 34 canciones de cuna.
Cancionero tradicional
...... Aun
partiendo del supuesto de que las canciones son poemas líricos, no
podemos ignorar que en ellas mismas se asume una situación imaginaria
–la madre que adormece a su hijo- que precede al texto y en la que se
inserta el hablante poético. Este tácito escenario justifica su
denominación y las vincula a un legado que es, en sentido estricto,
extraliterario. El tronco de esta tradición está en España, sobre todo
en Castilla y Andalucía. Son canciones en que la madre atemoriza al hijo
con el “coco” (el “cuco” en Chile), con el toro, con la “reina mora” ,
con un gigante o una gitana. Hay algunas en que la madre inventa un
personaje feroz y al mismo tiempo ofrece, al hijo, solapadamente, el
refugio del sueño. Son arrumacos en que al niño se le coloca en
situaciones inciertas, en que el hilo maternal aunque no se corta se
adelgaza, introduciendo factores desconcertantes que llevan al chiquito
a cobijarse en el sueño y que reflejan también aspectos de la realidad
dramática de la madre de pueblo.
...... Las
canciones mistralianas difieren notablemente de esta tradición; en ellas
no hay grietas ni premuras por las tareas del hogar, la madre hablante a
través de la canción consigue, justamente, anular ese mundo real,
acceder a la eternidad, a la correspondencia armoniosa con el entorno y
a la plenitud del ser. Motivos bíblicos y elementos zoomórficos de la
tradición oral adquieren en las canciones de la poetisa un sentido
inverso: el toro amenazante se convierte en el “yo” celestial, el que se
identifica como “lechoso” y “color miel”, el que dice: “No duermo ni
me apago / para no serte infiel”.
......
“Nosotros –decía Gabriela Mistral, refiriéndose con modestia a sus
canciones (“Colofón con cara de excusa”, Ternura, Segunda Ed., Bs. As.,
1945,p.184.) –tal vez hemos zurcido con algunos motes criollos las telas
originales”.
...... Todo
parece indicar, sin embargo, que la poetisa no es la simple
versificadora criolla de una tradición que la precede, por el contrario,
ella se ha servido de las canciones de cuna –de su con-texto imaginario,
de algunos elementos y motivos convencionales, de sus cuartetos
octosilábicos de rima asonante, de sus redondillas de pares quebrados-
para verter en ellas su propia cosmovisión ( Coincide desde esta
perspectiva con la generación española de 1927, con los que tuvo
contacto en su estadía en México. J.R. Jiménez, García Lorca, Rafael
Alberti y Gerardo Diego, fueron –entre otros- redescubridores de la
poesía del Siglo de Oro y del cancionero tradicional.) En este sentido,
parece lícito considerar sus canciones como poemas líricos en que la
madre –al mismo tiempo hablante y oyente- expresa y objetiva su temple
de ánimo.
Plenitud del “yo”
...... El tono y contexto imaginario de las 34
canciones permiten –por su persistencia- postular la identidad del
hablante, tratar al “yo” ficticio de cada poema como una voz ideal, como
un hablante que conviene, por ahora, desde un punto de vista
metodológico, no confundir con la persona real de la poetisa; como un
“yo” que designamos indistintamente “madre”, “madre-hablante” o “yo
lírico”.
...... El
temple anímico de la madre-hablante se caracteriza por una plenitud
íntima, concomitante a la situación imaginaria que constituye al poema
en canción de cuna. Desde esta perspectiva, el lenguaje del hablante
funda el mundo y, simultáneamente, su actitud frente a él. No es, por lo
tanto, el camino hacia la plenitud lo que se poetiza sino su gozo: la
mirada desde la cúspide y, de repente, el vértigo del vacío. Voz de la
posesión y no de la búsqueda. El lenguaje de las canciones objetiva esta
intensidad del ser, representa –en el plano de la expresión y de lo
expresado- una plenitud espiritual que va también acompañada por
plenitud física y estética. (“Cuando yo te estoy cantando / se me acaba
la crueldad: / suaves son, como tus párpados, / ¡la leona y el chacal!”
Suavidades. Citados por Poesías Completas, Madrid, 1958, recopiladas por
Margarita Bates. Incluye en la sección “Canciones de cuna”, todas las
canciones que figuran en la Segunda ed. De Ternura y Desolación, y
además, “Botoncito”, “Estrellita” y “La cuna”. Es, con 34 canciones, la
edición más completa.)
...... La
espiritualidad de la madre se exterioriza en su capacidad para
transcender la materia, para ver hermosura y suavidad aun en lo más
fiero. Esta capacidad de transcender la materia, constituye uno de los
aspectos más relevantes del “yo” lírico, y está fundada explicitamente
en la maternidad. En el poema en prosa “La dulzura”, la madre dice: “Por
el niño dormido que llevo, mi paso se ha vuelto sigiloso. Y es religioso
todo mi corazón, desde que lleva el misterio”. Por religioso, debe
entenderse aquí: un modo sensible e intuitivo de conocer la naturaleza y
el hombre, de “sentirlo” como expresión de lo angélico o lo diabólico,
religiosidad como una forma de vida espiritual, como una opción
contraria a las explicaciones físicas o fisiológicas.
...... La
capacidad de transcender lo contingente es, entonces, en una visión
disociada del hombre, un don del espíritu, del alma, y como tal permite
a la madre-hablante superar las limitaciones espacio-temporales de su
ser objetivo: estar en compañía aunque esté sola, alcanzar la eternidad
aunque sea mortal, anular el mundo exterior aunque esté instalada en él.
Según sus propias palabras, desde que canta a su hijo, la madre está en
un estado de “compañía y soledad”, compañía que se refiere no solo a la
presencia del niño, sino sobre todo a la armonía con la naturaleza y con
el universo cósmico. Desde este punto de vista, las canciones de cuna se
centran –como casi toda la poesía de Gabriela Mistral- en la experiencia
del amor como revelación trascendente y como posibilidad de intuir lo
absoluto.
El mar
sus millares de olas
Mece, divino.
Oyendo a los mares
amantes,
Mezo a mi niño.
El viento
errabundo en la noche
Mece los trigos.
Oyendo a los
vientos amantes,
Mezo a mi niño.
Dios padre sus miles
de mundo
Mece sin ruido.
Sintiendo su mano en la
sombra
Mezo a mi niño.
(“Meciendo”)
...... El arrullo conjura, en este poema, el
tránsito desde el mundo interior al espacio infinito, la experiencia
externa ( el ruido de mares y vientos) se transmuta para la experiencia
interna en silencio, en ecos, en ausencia que es presencia superior; el
tránsito se realiza también a nivel del lenguaje: en el poema confluyen
la musicalidad de la naturaleza, del mar y del viento, con el ritmo del
arrullo y el compás espiritual de la madre que mece. La maternidad
–producción de un ser vivo por un ser vivo- evoca el misterio de la
creación y el contacto con lo eterno. La muerte, en el contexto de esta
intuición básica, representa la antítesis de la maternidad, el “yo”
lírico la caracteriza expresamente ( Véase “Niño méxicano” y “la canción
de la muerte”) –y con mayúsculas- como la “Contra-madre del Mundo”, como
la “Convida-gentes”.
La intensidad
espiritual de la madre dilata también el ensueño; va disolviendo el
mundo exterior ( En “Dormida” la madre dice: “Ahora no veo /
ni cuna ni niño, / y el mundo me tengo / por
desvanecido”).
Carnecita
blanca
Tajada de luna:
Lo he olvidado todo
Por hacerme
cuna.
(“Corderito”)
...... Sus sentidos se
concentran pero también se expanden, a la plenitud íntima corresponde
una plenitud física, una ampliación de los órganos sensoriales del “yo”.
En la noche la madre que mece es capaz de experiencias auditivas
extremas, de escuchar simultáneamente el rumor de los mares y de los
vientos; y en el día, de establecer correspondencias visuales con los
distintos elementos del entorno. La morada íntima y el espacio externo
se estimulan mutuamente, en una relación que por estar fundada en la
intimidad del hablante, se gesta por igual en la noche como en el día,
ante el objeto más próximo –el propio cuerpo de la madre- como ante el
más lejano: el espacio sideral.
...... La plenitud
espiritual y física del “yo” atrae también una plenitud estética. En un
poema como “Meciendo”, el estado espiritual se traduce en virtud
estética, en la distensión entre norma rítmica y versos concretos, en la
confluencia entre sonoridad, imagen y sentido del mundo. Los hallazgos
idiomáticos arrancan, entonces, de una circunstancia específica: el ser-
madre. La poesía , como apreciación y vivencia única de la realidad, se
funda en la maternidad, existe entre ellas, en el mundo de las
canciones, una relación de dependencia: la maternidad como vivencia
espiritual privilegiada sólo puede ser objetivada mediante la lengua,
mediante el quehacer poético. El “corazón religioso” –la capacidad de
transcender la realidad, de descubrir en ella su sentido oculto y de ver
tras la corteza de las cosas- es, además, una virtud poética. Gracias a
ella el río es “río miel”, y el niño “hierbecita temblorosa
asombrada de vivir” o “estrellita” “que en las sábanas
echa luz y tiembla”.
La
maternidad como utopía
...... En la canción “Niño
chiquito” la madre describe a su hijo como un “si-es no-es de
este mundo”, esta figura concentra, como veremos, las varias
significaciones de la plenitud lírica del hablante.
Contexto
ético-religioso
...... El núcleo básico de la
cosmovisión poética mistraliana –centrada en la experiencia del amor
como revelación trascendente- es la dicotomía de alma y cuerpo, aquella
en que los atributos del cuerpo, movidos por el instinto, representan lo
que es imperfecto, contingente. Y los del alma: lo ilimitado, perfecto y
trascendente. Una dicotomía en que el cuerpo es la parte condenada al
esplendor efímero; y el alma lo que podría unir a los hombres en una
comunidad espiritual superior. La plenitud humana, sin embargo, sólo se
lograría integrando estos dos reductos del ser. La necesidad e
imposibilidad de esta unión se traducen en una permanente tensión
ético-religiosa. En este sentido, con excepción de “la madre”, los
personajes líricos de Gabriela padecen la conciencia trágica de vivir
por una parte impulsados hacia la búsqueda de lo absoluto, y por otra,
atados al orden relativo de lo contingente. Esta conciencia trágica de
la existencia, que concibe al hombre como un ser disociado, se resuelve
en la visión de la vida como expiación dolorosa.
...... En Desolación, de 1922,
primer libro de la poetisa, predomina en torno al tema del amor personal
este tono expiatorio y desgarrado, el amor está concebido como apetencia
que trasciende la sensualidad del instante, pero que sin embargo está
obligado a manifestarse a través del cuerpo en seres sujetos a la
contingencia de la muerte. De este primer libro Gabriela se despide con
un “Voto”:
...... “Dios me perdone
–dice- este libro amargo... En estos cien poemas queda sangrando un
pasado doloroso en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme. La
dejo tras de mí como la hondanada sombría y por laderas más elementales
subo hacia las mesetas espirituales donde una ancha luz caerá, por fin,
sobre mis días. Yo cantaré desde ellas las palabras de la esperanza, sin
volver a mirar mi corazón...”
...... La búsqueda de “las
palabras de la esperanza” (de la armonía entre lo trascendente y lo
terrenal) la llevará a centrarse en Ternura, de 1924, en la
visión de una etapa privilegiada del ser humano: la infancia. El tono de
este nuevo libro está dado, precisamente, por las canciones de cuna;
Ternura alude a “cariño”, “dulzura”, pero también a lo que
es tierno, a la criatura humana que recién vive. El temple lírico, desde
la perspectiva de la madre, se detiene en el nuevo ser como vivencia del
misterio de la creación, como paradigma de una existencia sin
conflictos. El sentimiento maternal es, como experiencia del hijo,
puente entre los dos reductos del ser humano: en el niño se fusionan el
cuerpo y el alma, su ser objetivo (el “si-es”) con su ser espiritual (el
“no-es”).
...... En uno de los
poemas de la sección “Casi escolares” de Ternura, la madre
describe a un ángel guardián que guía y acompaña a los niños, pero que
de repente los deja, abandono que se explica en la penúltima
estrofa:
Y aunque
camine contigo apareado
como la guinda y la guinda
bermeja,
cuando su seña te pone el pecado
recoge tu alma y
el cuerpo te
deja.
...... El final de la infancia
coincide, entonces, con la pérdida de la inocencia, con la disociación
del ser. Crecer, ser hombre, significa morir e implica la conciencia
trágica de que el alma es una esencia distinta del cuerpo. Desde esta
óptica, los escasos momentos de vértigo que padece la madre responden a
la angustia de constatar que la infancia es una etapa transitoria, y que
el tiempo y la muerte acechan la plenitud. Por eso en la canción “¡Que
no crezca!” pide, desesperada, que su hijo se quede para siempre con
“los cinco veranos que tiene”. La temporalidad, sin embargo, se hace
presente sólo como un eco lejano que no logra trastornar la visión
predominante: la concepción de la maternidad como una isla utópica en
una existencia signada por la tensión y el dolor.
...... La infancia está
también representada como etapa de integridad y armonía en el motivo del
sueño infantil. La relación sueño-infancia se nutre de la concepción
romántica del sueño como momento de acceso a realidades inusitadas, como
instante en que el alma –con la ayuda del cuerpo que descansa- asciende
a conocer. Al plegarse a esta tradición la canción de cuna agrega a su
sentido habitual uno nuevo: la incitación al sueño se convierte en
conjuración de una existencia celeste, el niño dormido representa la
inocencia angélica, la relación perfecta entre lo que “es” y lo que
“no-es”.
Contexto mítico
...... En las canciones mistralianas
el mundo sociohistórico es una ausencia. No hay elementos identificables
con la vida moderna, no hay trabajo, no hay historia. Las canciones
están, en un sentido lato, situadas fuera de época, o si se quiere en un
tiempo discontinuo, recurrente, en un tiempo mítico que anula y
transgrede al tiempo real.
...... El espacio es
idílico, corresponde a un espacio desplegado unilateralmente desde la
intensidad íntima y no a una contemplación dialéctica desde la
inmanencia del mundo. Si bien, en algunas de sus últimas canciones
–“Niño mexicano”, “Arrorró elquino” y “Arrullo patagón”-la poetisa
introduce elementos propios del paisaje americano, se trata más que de
un intento nativista de un proceso de universalización de lo americano,
de su incorporación a la maternidad en tanto experiencia genérica del
hombre.
...... En varias de las
canciones el tema de la maternidad está también asumido desde el rito
cristiano a la Virgen. En “Meciendo” y “Rocío”, por
ejemplo, la madre alude al carácter espiritual de la
procreación:
Porque él
ha bajado
Desde el cielo inmenso
Será que ella
tiene
Su aliento
suspenso
(“Rocío”)
...... Esta perspectiva contribuye a
enfatizar la vertiente espiritual del ser-madre, y atrae significaciones
nuevas, integrando en el “sí-es no-es de este mundo” –desde la tradición
bíblica- la humildad del pesebre y la trascendencia divina, la carencia
material y la abundancia espiritual.
Contexto antropocéntrico
...... La maternidad está
también representada con rasgos propios a su significado habitual, con
imágenes tensas de cariño, protección y unidad fisiológica. Este
contexto, a menudo el único identificado por la crítica, soporta, se
fusiona y confluye con los anteriores. El niño representa la posibilidad
de realización humana, es la “semilla”, el “cuerpecito que espejea de
cosas grandes por venir" Encarna, como ser humano, la prolongación y el
anhelo de supervivencia de la madre; es lo que es , pero también lo que
no es: un destino abierto, una reserva ilimitada de ilusión.
...... Los tres contextos
significativos fluyen en la concepción de la maternidad como utopía (
“es mejor el hijo mío / que este mundo al que asoma”); como una
experiencia que simboliza en la integración de lo contingente y lo
trascendente, la plenitud humana; como una experiencia religiosa en el
sentido de volver a unir, de religare; como una experiencia que
encuentra en el oximorón su expresión más adecuada.
...... Se trata de una
experiencia que se plasma en la singularidad del hablante lírico y en la
concentración e intensidad de la visión poética que lo expresa: para la
madre el hijo es “grano de arroz”, “botoncito” (vegetal),
“huesito de cereza”, “grano de mi trigo”, “semillón soterrado” y
“semilla”, imágenes todas que condensan y enriquecen, que atraen
hacia la pequeñez material la inmensidad espiritual; imágenes que
tienden un puente entre el ser y la potencia de ser, entre el presente y
el futuro, imágenes que invocan el germen, el origen, aquello que es
principio vital de todo lo que será. La “semilla”, como símil de la
infancia, invoca la simiente. Es –como el niño- madre de la madre,
albergue de grandeza, cuerpecito que espejea de cosas grandes por venir;
en ella se integran lo real con lo ideal, lo manifiesto con lo latente,
el “si-es” con el “no-es”. (“Canción quechua” es tal vez la única
que se aparta de este sistema significativo, puesto que traslada a la
historia –al identificar la época precolombina con la infancia de
América- la valoración ético religiosa de la niñez.)
...... El niño es también
“estrellita”, “tajada de luna”, “echa luz” dice la
madre “y tiembla”. La imagen de la luz vinculada como resplandor
a un contexto religioso invoca, además, un principio de centralidad, es
el sol, el ojo, el núcleo espiritual en torno al cual se extiende el
universo. Las imágenes de blancura (el hijo es “carnecita blanca”,
“copo”, “algodón en rama”, “corderito”, “velloncito”) afincadas en
la tradición modernista de la blancura del alma invocan la inocencia y
la virtud espiritual de la infancia.
...... La pluralidad
significativa y el eje simbólico de las canciones denotan una
sensibilidad volcada hacia lo trascendente, una espiritualidad que sin
duda es de índole religiosa. Debido, sin embargo, a la intuición poética
de Gabriela, la significación ético religiosa no se hace presente como
doctrina; confluye, en cambio, plenamente integrada, con la dimensión
antropocéntrica y con la representación mimética del sentimiento
maternal. Cuando la madre dice “corderito”, dice también alma blanca sin
mácula, alude además a Agnus Dei, pero sobre todo sintetiza en
una imagen concreta el sentimiento maternal, rescata en vivo sus
instancias más puras y genéricas, presentando la ternura de la relación
con el hijo en pleno trance de ocurrir. Se trata de poemas abiertos que
permiten una pluralidad de lecturas, de una visión poética en que la
mirada espiritual es también la mirada humana, en que el lenguaje
trascendente es al mismo tiempo la voz fresca y juguetona de la madre
primeriza. Las canciones de cuna encarnan entonces, en todos los
sentidos posibles, “las palabras de la esperanza”, la integración de la
espiritualidad en el orden temporal. Desde esta perspectiva las
canciones son para la poetisa, más que ningún otro sector de su obra,
poesía de salvación, de conjuración utópica, de restitución del paraíso
perdido, poesía en que se retorna a la lengua de la armonía espiritual
primigenia. Es en esta lengua –anticipo de una América que debió ser
pero que no es- que están escritas sus canciones.
en Revista Mensaje, agosto 1981
(1) Martín Taylor, Gabriela Mistral´s religious sensibility, U.
Of California; 1968. Incluye documentos que prueban el interés de G.
Mistral, desde antes de 1920, por la teosofía.
(2) Octavio Paz, Los
hijos del limo, Barcelona, 1974, p. 134, “El modernismo se inició como
una búsqueda del ritmo verbal y culminó en una visión del universo como
ritmo”. En “Mis Libros” la poetisa señala como una de sus preferencias
literarias a los poetas del “dolce stil novo”, a Dante y a la Biblia.