Himno al Dios
del Otoño
Cuando soñando
baja De los cielos perdidos tu silueta, Alguna niebla entre
los cuerpos Recuerda a las terrestres criaturas Que tu reino
comienza.
Temprana ya la
lámpara Abandona su luz sobre la estancia, Cuando el poeta
contempla en la ventana El mar alado, mirando su amor en
soledad Diluirse entre las nubes ligeras.
Tu mano, como
regalo hermoso, Deja caer en nuestros pechos El amarillo baño
de tus bucles, Bajo la incierta luz, En tanto allá los
ángeles Aumentan la tristeza Del amor perdido, y con gestos
melancólicos Abren sus ojos lentamente, Bendiciendo tus
serenas miradas en la noche.
Vas llenando el
espacio aéreo con sonidos, Doblando por los muros cansados, Y
acompañas los deseos de los amantes, Mientras enamorados abren
hacia tus ojos Sus deslumbrantes pechos adormecidos.
¿Qué ave gozará
de tu cuerpo Sin posarse ligera sobre las ramas solas?
Hacia el
silencio oscuro, Sobre las frentes lentas, Sueñan los dioses
que a la tierra te envían, Adoran tu voz de niebla Y tus
sonrisas tristes, Cuando llegando caes Sobre los campos
bellos, Girando en las espigas altas, Muriendo en los
zaguanes, Haciendo renacer la tristeza entre los
patios.
Cuando en
antiguos bosques pasas, El viento del sur Esconde tu recuerdo
en las maderas, Clarísimos olvidos de tristeza Ciñen tu frente
melancólica. Vagando de costa a costa El frío claro y azul que
de tus venas Infundes con gozo, de graciosa manera Siento
renacer: el hábito del sueño, El sueño en el sueño, el agua en el
agua, Todo aquello que siendo hermoso Pasa sobre nuestras
impuras frentes; Todo aquello que siendo triste Alcanza
nuestros labios, besa nuestros ojos, Roza a los amantes que
cohabitan en silencio: Así cubres con gracia bondadosa La
dolorosa fatiga de sus cuerpos, Abandonados y tristes cuando el
deseo escapa.
¿Hay algo, Dios
ausente, que el poeta No puede penetrar tras los lejanos
cielos?
Bello hermano,
las brumas Esbeltos vahos de tu boca; Tus alas, lentas
nubes Sobre tu corazón que adentro Oculta el verde, el
azul, La planta dulce de la primavera.
Memoria del
aire, cuerpo amado, Genio bondadoso que entre los hombres
cantas, En la soledad de mi nocturno lecho Vives conmigo, con
las imágenes amadas. Sobre la madrugada, apenas la lluvia Cae
como una rosa oscura Delicadamente sobre tejados oscuros, A mi
lado, con la tristeza de quien no tiene a nadie, Cuando
mueres, No sé si muere alguna cosa dentro de este cuerpo
mío; Cuando escapas, Así la vida escapa hacia las
nubes.
(1950)
ARPA ROTA EN LA LLUVIA
Cuando la lluvia tenue detiene los recuerdos sobre el mar solitario ; cuando el tren ha pasado
dejando en los durmientes sus metálicas furias ;
cuando tiembla el almendro tocado por los muertos
; cuando la
breve música te borra las distancias y silencioso
escuchas que tu cuerpo ha partido , que sólo
estás en otro cuerpo que te recuerda , vibra tu
mano rota mordida por la lluvia. Murmullos de
la muerte , que ascienden lentamente por tu
cuerpo deshecho , hace brotar la lluvia , cuando
alguien pisotea tu cabello extendido y tu ramaje
yerto poblado por el viento.
NO HAY TIEMPO SI EN EL AGUA DE
DIAMANTE
No hay tiempo si en el agua de diamante que roza nuestros cuerpos tú y yo nos
sumergimos : el agua tuya con el agua mía de tu boca ,
y apenas el hundir de los
secretos labios en el mar. Sólo tu piel
abierta como la
abierta noche de la noche donde tus
muslos amanecen. Y el
silencio en los olivos.
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