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EL CORAJE DE JOHN BERRYMAN

Por Armando Roa Vial



 

John Berryman fue tal vez el acróbata más fúnebre de la poesía norteamericana. Digámoslo: la suya fue una acrobacia autodestructiva, confundidos el victimario y la víctima, allí donde la contundencia de la muerte golpea con más fuerza: en la pérdida de toda certidumbre respecto a la vida como ocasión de plenitud o celebración. Ni siquiera el lenguaje sale indemne de este tránsito doloroso; pues la palabra, en ocasiones, también parece ser sólo una instancia de conquista dudosa o provisional. Es, por lo tanto, el itinerario de la desazón, la bitácora de un hombre sin atributos para quien la única salida parecía estar en la ruptura. El sentimiento de agobio y malestar no es un gesto retórico; tampoco una fórmula ritual. Es, sospecho, tarjadura de apetencias y sueños, de la ilusión como centro de cuanto somos, expresión de una voluntad fatalista –en sentido schopenhaueriano–, que al ser eslabón solitario de la vida, acaba por consumirla. Schopenhauer vislumbraba en la voluntad el fundamento de cada ente; encadenados a ella, como recuerda Copleston, no hay sosiego posible: “Lo que llamamos felicidad o goce no es más que el cese temporal del deseo”[1]. Y nosotros podríamos agregar: apostar por ella se transforma en una apuesta abortada por un brutal sentimiento de menoscabo. Leer a Berryman nos embarga con una extraña sensación de aislamiento y desamparo, sin puntos cardinales, aventurando al poema, en sus momentos más sombríos, como un juego clandestino entre la vida y la muerte. Henry, el heterónimo de Berryman en The Dream Songs, es el portavoz por excelencia de este sentimiento: un portavoz en desasosiego con su voz, cuando la vida se hace cuesta arriba y se transforma en una herida prematuramente abierta por un universo desarbolado de todo sentido transfigurador, al ser embestido por  un porvenir donde sólo repican la ruina, la culpa y la soledad.

Berryman se suicida en 1972. Repasar su vida es encontrar el remate final a estos versos de Pierre Reverdy: “queda muy poca cosa por tomar/ en un hombre que va a morir”[2].

 

 

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Notas

[1] Copleston, Frederick,  Historia de la Filosofía, Vol. VII, De Fichte a Nietzsche. Trad. de Ana Doménech.  Editorial Ariel, Barcelona, 1982, p. 216.

[2] Traducción de Alfredo Silva Estrada. Publicado en Rico, Francisco, Mil años de poesía europea. En colaboración con Rosa Lentini, Editorial Planeta, Barcelona, 2010, p.965.

 

 


........... Dream Song 310

Su talento se ha malogrado. Ya no puede escribir.
Que guarde silencio entonces, hasta que las cosas cambien.
Tenemos la garantía de Goethe
para estar ociosos cuando ningún argumento se presenta por sí mismo,
o ninguno que pueda ser manejado adecuadamente.
Por eso recurro a su altísima palabra.

Aunque odie su raza, salvo a Hölderlin
& Kleist, a quienes él estrechó en el corazón de Henry:
un suicida & un loco,
enseñándoles a ellos lecciones que hasta ahora no era para nadie.
El lenguaje mejor trabajado por un extranjero,
Kafka, viejo camarada.

Henry, monstruosa alimaña, deponiéndose a sí mismo
ante la maquinaria de la colonia penal
sin lamentarlo en absoluto.
Y es que él fue la suma del dolor, tragándose su propio vómito,
decepcionando a la gente, defraudándolos a todos
en los bosques del alma.

(Versión de Armando Roa Vial)


 

 

 

 

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