Ezra
Pound
Nuevas
versiones de un artesano extinto
Armando
Roa Vial. Cántico del sol. Antología y estudios acerca
de la obra de Ezra Pound
Beuvedráis Editores, Santiago, 2005, 275 páginas.
Por Bruno
Cuneo
“Revista de libros” de El Mercurio, Viernes
24 de diciembre de 2004.
Superando sus anteriores trabajos,
Armando Roa Vial reúne más de 80 poemas del poeta
americano seleccionados y traducidos con criterio y rigor a toda
prueba.
La cuestión del tema y la personalidad expresiva son dos aspectos
de la obra de Pound que a menudo sus mejores críticos han soslayado.
En parte ello se debe a una excesiva preocupación por los aspectos
formales de su oficio (la mayoría de esos críticos son
poetas y discípulos admirativos), en parte a la influencia
de la "valiosa y perversa" teoría de la impersonalidad
poética, teoría que, en relación
a su obra, puede distorsionar antes que iluminar. Esa distorsión
ha existido y, con ella, las omisiones han dado pie a hostilidades
y prejuicios: que tras la heterogeneidad de sus temas no hay una personalidad
poética, que tras ella no hay siquiera un tema definido. De
todo esto, en buena medida, el propio Pound es responsable: su visión
profundamente "activa" de la poesía (belicosa, pragmática,
afirmativa) la mayor parte del tiempo le ha impedido tener claridad
y aclararse sobre estos puntos. Borrón y cuenta nueva. El tema
de Pound, oculto tras un sinnúmero de máscaras, ni tan
impersonales ni tan rígidas, es la vida del poeta moderno,
su decisión, su fidelidad (en relación al amor, a la
política, por ejemplo), alegorizada y analizada sobre el bajo
discontinuo de su propia vida. Poeta del poeta entonces, como Hölderlin,
y tras su felinesca y nerviosa careta, una personalidad supradelicada,
absorta, nostálgica, nunca profética y dispuesta siempre
a admitir en sus composiciones "la deriva de la vida", las
interferencias del destino en un período de cambios violentos,
la épica personal en los avatares de la tribu. Ahora sí
su oficio: maestría en el tono que compensa una relativa debilidad
en cuanto a la sintaxis, de la que hasta cierto punto descreía;
economía verbal (poetizar = condensar), limpidez (clarté),
verdadero horror a la retórica y a los arcaísmos de
diccionario o florilegio, artesano extinto y exiliado en una cultura
decadente, modelo indiscutido de la poesía de su siglo.
Lo anterior no es más que una apretada glosa del excelente
ensayo de John Berryman ("La poesía de Ezra Pound",
1949) que Armando Roa ha incluido como posfacio de ésta
su última y valiosa entrega: más de 80 poemas del poeta
americano seleccionados y traducidos con criterio y rigor a toda prueba.
Un trabajo así, más completo que sus esfuerzos anteriores
(Ezra Pound. Homenaje desde Chile, 1995; Ezra Pound. Poesía
Temprana, 1998), se esperaba desde hace
tiempo. La influencia de Pound en la obra poética del propio
Roa es decisiva en muchos aspectos y de más está decir
que, en buena medida, la vida del poeta en nuestros días es
también su tema. Muchas de sus máscaras poéticas
(cfr, por ejemplo, Hotel Celine, 2003), de hecho, tienen que
ver con eso, y no sería errado afirmar que esta traducción
es una más de ellas. Roa, por otra parte, ha concebido siempre
su trabajo de traductor como una extensión de su producción
como poeta y vendría a cuento recordar aquí una vez
más la opción traductiva que lo ha animado sostenidamente
en esa veta: las suyas, ha afirmado, son "versiones", poemas
sobre poemas, que evocan y recrean desde otra lengua y otra sensibilidad
una cierta plenitud del original, en palabras de Cernuda, "el
aliento originario del poema".
Tratándose de Pound, él mismo un magnífico traductor,
el diálogo o reinvención imaginativa que suponen las
"versiones" implicaría, eso sí, observar ciertas
exigencias, como, por ejemplo, imponerse desde un comienzo renunciar
a la opción embellecedora, respetar el orden natural de las
palabras, la tonalidad y la sintaxis del lenguaje hablado, aún
a riesgo de quebrar el pulso lírico para abrazar el de la prosa.
Con estas exigencias, hay que decirlo, las más de las veces
el trabajo de Roa cumple con creces y son pocas las ocasiones en las
que mente y oídos se molestan con los fallos. El rigor exige
nombrarlos: "Let the wind speak" por "Dejad que el
viento cante" ("Notas para el Cantar CXVII") no nos
parece una solución satisfactoria; la versión de "En
una estación del metro", ejemplo de economía verbal
y musicalidad en el original, sigue sin gustarnos; la versión
de "Francesca" de Aldo Pellegrini nos sigue pareciendo insuperable.
Non est dulce, non est decor, el conjunto es muy valioso, el rigor
también, y sobre todo, exige celebrarlo.