UNO
"Tengo un escrúpulo porque es tanta la indigencia y la
pobreza en Chile que encuentro terrible que se aplique dinero porque
se han escrito versos y no a satisfacer esas
necesidades. Puedo parecer como un hipócrita al decirlo a pesar
de que realmente es mi sentimiento".
DOS
La bestia apocalíptica. Así lo bautizó cuando
era un púber Roque Esteban Sacarpa, su maestro. De eso harán
cincuenta o más años, pero es una forma de definir a
Uribe tan gráfica como vigente que bien vale la pena rescatar.
Exuberante en su erudición, criticón por naturaleza,
polémico por hobby y preciso por sobre todas las cosas, a esta
altura su nombre supera su propia obra. Y ni que se diga: Uribe es
número puesto cuando los medios buscan alguna voz inquisidora
con respecto a lo humano y lo divino. Es ese tono severo y adusto,
esa pose incorruptible y comprometida lo que ha hecho de su figura
un ser seductor, una suerte de ícono de la independencia intelectual
en un país en el que el miedo anquilosa cualquier atisbo de
debate público.
Desde ahora, más que antes, el apellido Uribe será
pronunciado para hablar de “un poeta”, o, como seguramente preferiría,
“un escritor de versos”. Y sí, muchos ya lo sabían,
pero aún más eran los que no lo habían leído.
¿Será este premio un estímulo a la lectura de
sus libros para quienes lo veían sólo como un viejo
cascarrabia y vociferante? Veremos.
“Armando Uribe galardonado con el Premio Nacional de Literatura”.
Eso es cierto hasta por ahí no más. En honor a la verdad,
y como ya vaticinaba Eduardo Llanos, es el Premio Nacional el que
realmente es enaltecido al premiar a Uribe. ¿Exageración?
Relativamente: la selecta lista a la que desde ahora pertenece “don
Aburrido”, como le decía su padre, es casi tan variopinta –y
a veces ciertamente menos por los Oroz y Campos Menéndez que
la contaminan- como la de la lista de excluidos, que de tanto recordarse
ya es toda una institución a la torpeza.
TRES
Cómo no estar desesperado.
Día tras día nos dan de cuchillazos
Esas personas bien vestidas
De negro tan de su familia
Y católicas por añadidura.
Cómo no rasgarse las vestiduras.
CUATRO
La rabia. El lumpen de cuello blanco y corbata; el cinismo; lo vulgar
y lo estúpido; la inmoralidad; el anticristo y Pinochet y el
Golpe y la Concertación: esto y más generan su estado
de ánimo permanente. Al pan, pan; y al vino, vino. Las cosas
por su nombre. Nada de eufemismos. A peor vida; Críticas de
Chile; Odio lo que odio, rabio como rabio; Verso bruto: todos títulos
de sus libros que, si bien hablan de cosas distintas, dejan entrever
un tono de molestia y disconformidad vital. Y bien, sí, Armando
Uribe es de los últimos dinosaurios que no temen enfrentar
al poder y los poderosos –cosa harto distinta- y enrostrar a diestra
y siniestra a quienes practican el criollísimo deporte que,
de estar en los Juegos Olímpicos, se llevarían la de
oro: la vuelta de carnero o voltereta. El descrédito al Premio
Nacional por la actual estructura del jurado así como su afán
de desenmascarar a la Concertación –“es de extrema derecha
en lo económico”- lo habían llevado ha suponer que si
bien contaba con el respaldo de un grupo de escritores, el fallo iba
a recaer en Barquero o Hahn, y si de él hubiese dependido,
Serrano –Miguel- o Rosenmann-Taub. Los escépticos de siempre:
“¿será una forma sutil para cooptarlo?” No está
en sus genes la sumisión ni es su talante ser servil y cortesano,
como otros zalameros de barbas blancas y performances para la galería.
CINCO
“Uribe ladra pero no muerde, pues si hubiera sido coherente con sus
rabietas debería haber renunciado a este resabiado premio institucional,
nacido de los poderes supuestamente culturales. Perdió la oportunidad
de haberse hecho creíble en sus desplantes, que en verdad me
parecen singulares y hasta simpáticos” (Germán Marín).
SEIS
La muerte. Tras la partida de unos de sus hijos y de la artista Cecilia
Echevarría, su mujer de toda la vida y a quien buscó
por años luego de divisarla a los lejos, comenzó a escribir
necrologías. La religiosidad es otro tema que cruza su obra
poética, además de sus corrosivas cartas abiertas a
Patricio Aylwin y Agustín Edwards, un ensayo sobre Ezra Pound
y El factor Pinochet o Intervención Norteamericana en Chile.
Pero estábamos hablando de la muerte, que Armando Uribe enfrenta
sin miedo y a la que espera para pasar a mejor vida. Mientras la espera,
y tal como Borges lo hiciera al final de sus días, recibe en
su casa a cuanta persona se acerque a su departamento en el Parque
Forestal, reducto de donde sale sólo para ir a misa. Y son
jóvenes quienes en su mayoría lo buscan para conversar
y sobre todo escuchar de su propia voz que, a diferencia de antaño,
hoy los poetas son todos universitarios y de clase media, diagnóstico
preocupante para él. Y de seguro escuchan también sus
recuerdos como diplomático Washington y embajador en Pekín
hasta el 73; o su exilio en Francia, donde llegó a ser profesor
titular de la Universidad de París I (Panteón-Sorbonne)
en Ciencia Política y Derecho Público, que lo llevó
a tomar un voto de silencio con la poesía hasta que terminara
la dictadura; o, ni dudas, de su participación durante la UP
como autor intelectual de la nacionalización del cobre y su
actual lucha por recuperar para Chile el saqueo de las trasnacionales
de la minería. De eso habla Uribe y de eso va a hablar de aquí
en más. Es, como ha dicho, la última batalla que le
queda por dar, pues ya tiene el Premio Nacional. Un alivio, a fin
de cuentas, ya que luego de la vorágine de entrevistas vendrá
la calma y ya no será parte de las polémicas que cada
dos años se “inventan”. Se liberó de una, de la menos
importante para él.
SIETE
-¿Dónde crea que irá tras su muerte?
-En el mejor de los casos voy al purgatorio. Los peligros de ir al
infierno los tenemos todos todo el tiempo, creamos o no creamos, porque
nosotros podemos no creer -yo creo-, pero al final la divinidad es
ineludible.